Dafneas

En la mitología griega las Dafneas o Dafniádes (en griego Δάφνη, ‘laurel’) eran las ninfas de los árboles de laurel. Su nombre proviene de Dafne ("laurel"), una dríade, ninfa de los árboles, hija del dios fluvial Ladón y Gea o de Peneo y Creúsa, una ninfa de las aguas que además era sacerdotisa de Gea.

En La metamorfosis de OvidioApolo fue maldecido por el joven Eros, dios del amor, después de que se burlase de este por jugar con su arco y flechas. El irascible Eros tomó dos flechas, una de oro y otra de plomo. La de oro incitaba el amor, la de plomo incitaba el odio. Con la flecha de hierro disparó a la ninfa Dafne y con la de oro disparó a Apolo en el corazón. Apolo se inflamó de pasión por Dafne y en cambio ella lo aborreció. Apolo continuamente la persiguió, rogándole que se quedara con él, pero la ninfa siguió huyendo hasta que Apolo logró alcanzarla. Dafne invocó ayuda a su padre, que, conmovido, la transformó en árbol. Su piel se convirtió en corteza de árbol, su cabello en hojas y sus brazos en ramas mientras Apolo la abrazaba. Así, el laurel se convirtió en el árbol consagrado de Apolo.

John William Waterhouse - Apolo y Dafne

Tanuki

Tanuki (japonés: 狸), o bake-danuki (japonés: 化け狸; tanuki fantasmal), es el término con el que se conoce en Japón al perro mapache, un animal al que, como a los zorros, los tejones o los gatos, se le atribuyen poderes mágicos tales como la habilidad de transformarse o la de poseer a los humanos, por lo que se le considera un yokai. Toriyama Sekien añade en su Gazu Hyakki Yagyo que entre sus tretas también se encuentra la de convertir hojas, ramitas o piedras en monedas, comportamiento similar al de algunos seres feéricos. Lo que más destacaba de los tanuki es que poseían unos testículos enormes cuyo escroto podían estirar para emplearlo como tambores, mantas, paraguas o elementos de sus transformaciones. Si se les trataba bien, atraían la fortuna y prosperidad a un negocio, por eso es común encontrar estatuas de estos animales en casas y comercios de Japón.

Índice



Jefes de los tanuki

Los tanuki eran los animales más habilidosos en el arte de la transformación, superando incluso a los kitsune, a los que siempre ganaban con artimañas cuando entablaban alguna competición. Estos animales ejercían un especial dominio sobre las islas de Sado y Shikoku, donde mantenían a raya a los zorros y no les permitían la entrada.

Danzaburo era uno de los jefes tanuki de la isla de Sado que fue retado por un kitsune para medir sus habilidades. Danzaburo comenzó a vanagloriarse de que podía transformarse, no sólo en una persona, si no en todo el cortejo de un señor feudal. El kitsune, receloso, le pidió que lo hiciera para comprobarlo y, en el acto, el tanuki desapareció para dejar paso a todo un cortejo que apareció por el camino. El kitsune se quedó asombrado y se acercó al cortejo para admirar lo realista que parecía, pero fue capturado por un grupo de samuráis porque, realmente, se trataba del cortejo de un señor feudal. Danzaburo se había reído del zorro y todos los enfrentamientos posteriores que tuvo los ganó de manera similar, quedando siempre invicto. Este tanuki también contaba con cierto poder sobre los humanos. Era famoso por sus engaños en los que vendía ramitas y piedras transformadas en lingotes de oro o con los que atraía seguidores realizando milagros. No siempre actuaba con malicia, a veces entregaba dinero real a quien pasaba penurias, aunque ese dinero procediera de sus estafas, o devolvía lo robado dejando en su lugar un papel indicando el nombre de su víctima, la cantidad que había cogido y la fecha en la que lo devolvería.

En la Enciclopedia yokai de Shigeru Mizuki se dice que, en Shikoku, el más famoso de los jefes de los tanuki fue Inugami Gyobu, también conocido como Happyakuachi danuki (japonés: Tanuki de los 808), ya que gobernaba sobre ochocientos ocho tanuki que, a su vez, eran jefes de los tanuki de sus respectivas zona. Con tal ejercito bajo su mando, Inugami Gyuobu ideó un plan para tomar el castillo de Matsuyama de la prefectura Ehime, pero fracasó ya que el samurái Inao Heitaro puso en retirada a todos los tanuki gracias al prodigioso mazo que le había entregado Sanmoto Gorouzaemon, un espíritu malvado. Al final, Inugami Gyobu y sus ochocientos ocho vasallos acabaran encerrados en una cueva que actualmente se encuentra en la ciudad de Matsuyama, donde hay un santuario sintoísta llamado Yamaguchi Reishin.

Danzaburo, usando su escroto como cojín, le presta dinero a unos comerciantes
Ilustración de Cien imágenes de Kyosai, de Kawanabe Kyosai

Transformación

Gracias a sus poderes, los tanuki podían transformarse en lo que quisieran, ya fueran humanos, grandes multitudes, construcciones o incluso monstruos. Esto ha llevado a creer en Japón que muchos yokai y espectros son en realidad engaños de estos animales. En Shirahama se cuenta la historia de un tanuki de un solo ojo (hitotsume danuki) que salía de noche al encuentro de viajeros para asustarlos. Cuando su jugarreta no daba resultado, se enfadaba y hacía crecer su único ojo, dándole un aspecto horrible que espantaba hasta a los más valientes. Sus fechorías duraron hasta que se topó con un hombre ciego. Como éste se mantenía impasible ante sus trucos porque no podía ver su aspecto, hinchó tanto su ojo que se le salió de la cara disparado y acabó matándose al caer de espaldas sobre una roca.

Cuentan también que un célebre poeta de haiku llamado Rozan se encontró con un viejo amigo que le propuso ir a su casa para celebrar un intercambio de poesías. Durante la velada, a Rozan se le cayó una brasa de su tabaco y prendió el tatami del suelo. El fuego se propagó en un abrir y cerrar de ojos devorándolo todo y, cuando Rozan se dio cuenta, se encontró en medio del campo sin rastro de la casa en la que se encontraba. Al contar a los lugareños lo sucedido, le dijeron que la casa era una ilusión creada por un tanuki y que lo que prendió la brasa de su tabaco en realidad fue el escroto extendido de este animal. Shigeru Mizuki añadió al final de esta historia que a este animal se le conocía como mame-danuki (tanuki diminuto) y, en los días lluviosos, sale en busca de sake utilizando su escroto como manto.

En el Kikimimi zoshi («Libro de los cuentos que escuché») de Sasaki Kizen aparece la historia de un tanuki que se coló en la casa donde se estaba celebrando una boda. Aprovechando que las nupcias no podían celebrarse porque todavía no había llegado uno de los grandes patriarcas, un tanuki tomó su lugar y se presentó transformado en él para comerse todo lo que pudiera del festín. Cuando acabó la boda y el falso patriarca insistía en marcharse a toda prisa, un perro, animal enemigo de los tanuki y los zorros, descubrió su verdadera identidad y le obligó a ocultarse debajo del entarimado que rodeaba la casa, donde lo acorraló y mató. Cuando el perro salió, llevaba en su boca un viejo y gordo tanuki, y al poco rato apareció el auténtico patriarca.

El mismo destino tuvo un tanuki de Awajii conocido como Shibaemon, uno de los más famosos junto a Danzaburo y Hage Tanuki. Existen distintas leyendas sobre él, pero todas coinciden con su final. La recogida en la Encicopledia Yokai de Shigeru Mizuki cuenta que Shibaemon era un campesino que solía ofrecerle comida a un tanuki que visitaba su casa con frecuencia. Como entablaron amistad, Shibaemon le pidió que se transformara en humano para poder conversar y éste adoptó el aspecto de un hombre mayor para contarle antiguos relatos. Un día, llegó a su aldea una compañía de teatro y el tanuki, transformado en humano, se presentó para verla. Por desgracia, unos perros lo descubrieron y lo mataron a mordiscos. Como era un tanuki anciano y muy veterano, su magia era tan poderosa que su transformación duró incluso medio mes después de su muerte. A la gente le asombró tanto su capacidad mágica que en las cercanías de la torre del castillo de Sumoto, se erigió un templillo destinado a rezar por el Shibaemon-danuki («tanuki de Shibaemon»).

Ilustraciones del Mame-danuki y Shibaemon atacado por los perros en el Ehon Hyaku monogatari

La tetera de la buena suerte

La leyenda conocida como Morinji no kama (japonés: 茂林寺釜; la olla del templo Morin), tal y como indica su nombre, transcurrió en el templo budista Morinji, situado en la prefectura de Gunma, donde vivía un monje llamado Shukaku. Éste mostraba un especial cariño por una gran tetera metálica que, por más agua caliente que se vertiera de ella en las tazas, parecía no agotarse nunca. Un día, cuando Shukaku estaba echándose la siesta, se olvidó de taparse el trasero y un monaguillo del templo que pasaba por ahí vio que tenía una cola asomando. Fue así como se descubrió que Shukaku era en realidad un tanuki y que su tetera era fruto de sus artes mágicas. Al revelarse su naturaleza, Shukaku decidió abandonar el templo. En el día de su despedida, recreó con su ilusionismo la batalla de Yashima entre los Minamoto con los Taira o el último día de Buda. Según el libro Kasshi Yawa de Matsura Seizen, Shukaku era un tanuki de miles de años de edad que en su día había escuchado al mismísimo príncipe Siddartha predicar en la India sobre la religión budista., mientras que Toriyama Sekien dijo de él en su Konjaku Hyakki Shūi que Shukaku vivió en el templo durante siete generaciones.

De la historia anterior deriva la conocida como Bunbuku chagama (japonés: ぶんぶく茶釜; tetera de la buena suerte). En esta leyenda, el tanuki no es un monje, sino la olla en sí. En el cuento, uno de los sacerdotes del templo Morinji se hizo con una bella tetera que, al ponerla en el fuego a hervir, sacó cuatro patas y la cabeza de un tanuki que se quejaba de dolor. Aterrorizado ante este hecho, el monje cogió la tetera cuando volvió a su forma normal y se deshizo de ella vendiéndosela a un pobre chatarrero. Aquella noche, el chatarrero fue despertado por la propia tetera, que había vuelto a sacar la cabeza y las patas de un tanuki. Ésta le dijo que si le trataba bien y no la ponía al fuego para hervir agua, como le ocurrió en el templo, se encargaría de hacerle famoso y traerle fortuna. Viendo que el chatarrero le daba libertad y buena comida, el tanuki-tetera le dijo que debían recorrer el país realizando un espectáculo, ya que la gente pagaría por ver a una tetera bailar y danzar al son de la música. Tanto creció su fama que hasta fue llamado por la princesa para que le realizara un espectáculo privado. Al final, el chatarrero consiguió tanto dinero que se retiró y el tanuki-tetera fue devuelto al templo Morinji, donde aún a día de hoy se guarda como un gran tesoro e incluso se le adora.

La verdadera identidad del monje Shukaku - Tsukioka Yoshitoshi Bunbuku chagama - Frederick Richardson

El escroto de los tanuki

Lo que más destaca de los tanuki son sus enormes testículos. Capaces de expandir y agrandar su escroto, han sido representados en multitud de ilustraciones empleando sus gónadas de mil maneras diferentes, incluyéndolas como elementos de sus transformaciones. Las siguientes imágenes del estilo ukiyo-e pertenecen a Utagawa Kuniyoshi, el cual plasmó a estos animales hasta recreando yokai como los tengu y la rokurokubi con sus escrotos:

Agradecimiento de los tanuki

Como se ha visto, los tanuki podían ser muy agradecidos si se les trataba bien. Tal fue el caso que se dio en la actual provincia de Tokushima, donde el dueño de una tintorería evitó que sus hombres echaran al tanuki que se había guarecido en un agujero de su local. Sabiendo de la gratitud de estos animales, el dueño le dejaba comida cada día junto a su guarida hasta que, un día, uno de los trabajadores del local llamado Mankichi fue poseído por el tanuki, que comenzó a hablar por su boca. A estas posesiones se las conocía como tanuki-tsuki y, por lo que se ve, éste se llamaba Kincho y ese año cumplía doscientos seis años de edad. Al parecer, unas inundaciones le obligaron a abandonar su hogar y tuvo que buscar refugio en su tintorería. Gracias al trato tan hospitalario que le había dado, él y su familia harían todo lo posible para que su negocio prosperara, y lo logró atrayendo clientela adivinando el porvenir a través de Mankichi, todavía poseído por el tanuki.  Kincho finalmente salió del cuerpo de Mankichi para enfrentarse a otro tanuki llamado Rokuemon. Aunque se cree que Kincho ganó, murió al poco por las heridas sufridas en combate.

En la era Eiroku llegó a Japón, junto a los cristianos, un tanuki que se dedicó a explorar el nuevo país hasta que se alojó en una mina abandonada en Kamogawa. A veces se transformaba en humano para participar en los bailes del O-bon. Un día, este tanuki reunió a los aldeanos de la localidad y les dijo que, para agradecer la hospitalidad con la que le habían recibido, se dedicaría a cuidar de sus vacas y caballos, a prevenirles de incendios y robos y de cuidar de la aldea en general. Entonces, la gente levantó los santuarios Karai jinja y Kubota Jinja para que en ellos se pudiera venerar al tanuki como Maho-sama («honorable mago»).

Kachi-kachi yama

En el cuento Kachi-kachi yama (japonés: Montaña del crepitar del fuego), recogido en The Japanese Fairy Book, aparece el extraño caso de un tanuki totalmente malévolo. En esta historia, una anciana pareja de campesinos veía cómo su cosecha era saqueada constantemente por un tanuki que vivía en la misma montaña que ellos. Harto de la situación, el campesino llenó la zona de trampas y por fin un día logró atrapar a su molesto vecino. Como el anciano debía salir al campo a trabajar, ató al tanuki con unas cuerdas y lo colgó del techo para preparar más tarde una sopa con él. La vigilancia del animal quedó a cargo de su vieja mujer mientras preparaba mochi, pero la pobre, ingenua y de buen corazón, liberó al tanuki que imploraba por su libertad a cambio de ayudarla en la ardua tarea de machacar el arroz. Cuando la mujer le entregó el mortero al animal, éste se volvió contra ella, la mató y preparó una sopa con ella. Al llegar el marido al final del día, el tanuki adoptó la forma de la anciana y le sirvió la macabra sopa que había preparado con su cuerpo. Cuando comió de ella, el tanuki volvió a su forma original, le reveló al anciano lo que había hecho y salió huyendo de la casa, dejando al pobre hombre desolado y lloroso.

Un conejo que vivía por la zona se paró a preguntar al hombre por lo sucedido, ya que lo vio tan profundamente abatido. Al enterarse de la historia, prometió ayudar al campesino y decidió vengarse del tanuki. Para ello, lo buscó por todo el bosque y la montaña, pero al fin lo encontró escondido en su madriguera, ya que no se atrevía a salir por miedo a la venganza que pudiera concebir el airado campesino. El conejo le preguntó que qué hacía en su madriguera con el buen tiempo que hacía fuera, que saliera con él a recoger hierba. Pensando que sería buena idea salir y alejarse de la casa del anciano, fue con el conejo a una lejana montaña, pero cuando llevaba la espalda cargada con un buen fajo de hierbajos, el conejo cogió un yesquero y le prendió fuego. Al oír el chasquido del instrumento, el tanuki preguntó qué era eso, a lo que el conejo respondió que sería el «crack, crack» del crepitar del fuego, pues se encontraban cerca de la Montaña del crepitar del fuego. Al extenderse las llamas por los hierbajos, el conejo le dijo que ese ruido era debido a que ahora estaban en la Montaña ardiente. Al final, el fuego llegó hasta el pelo del tanuki, que salió corriendo en llamas a esconderse en su madriguera lleno de horribles quemaduras, pero no murió y llegó a sanar de ellas pasado un tiempo.

Una vez curado, el conejo volvió a visitar al tanuki y le convenció para ir de pesca. Al llegar a la playa había dos botes que había fabricado él mismo, uno de madera y el otro de barro. Como era de esperar, le ofreció al tanuki el que estaba hecho de barro y, cuando estaban ya bastante lejos de la orilla, éste comenzó a deshacerse. Cuando el tanuki se estaba hundiendo en su barco e imploraba por ayuda, el conejo le reveló sus auténticas intenciones y acabó por rematarle golpeándole en la cabeza con su remo. Fue así como el conejo vengó la muerte de la pobre anciana y se quedó a vivir con el campesino.

Japanese fairy tale series nº5: Kachi-Kachi-Yama, publicado por Hasegawa Takejirō

Travesuras y comportamiento

Los tanuki disfrutaban de tocar el tambor usando sus estómagos o testículos como instrumento de percusión. Se conocía como tanuki bayashi («percusión danuki») al sonido de tambores de procedencia desconocida que se podía oír en las montañas o los bosques. Al igual que los kitsune, los tanuki también podían producir fuegos. En su caso, se llamaban tanuki bi («fuego de tanuki») y cuenta Shigeru Mizuki que para protegerse de estas luces y espantar a los animales que las portan bastaba con orinar en dirección hacia ellas o escribirse en la palma de la mano el carácter de «perro» y luego posarla sobre la rodilla.

Estos animales también se casaban y realizaban bodas como los humanos o los kitsune. En el barrio de Tokushima, de la ciudad del mismo nombre, vivía un guerrero llamado Mori Heima. Bajo el repecho de madera que circundaba su mansión tuvo lugar la boda de unos tanuki. Sin embargo, los adultos no pudieron verla y el discurrir de la ceremonia solo fue visible para los niños.

Cuando poseían a una persona, hecho conocido como tanuki tsuki y muy frecuente en la región de Shikoku, especialmente en la prefectura de Tokushima, ésta se volvía muy comilona y terminaba echando barriga, pero, por otro lado, también perdía fuerzas y el poseído acababa muriendo. Para acabar con este tipo de posesión, no hay más opción que pedir la ayuda de un monje de la rama shugendo. En la prefectura de Kagawa se dio el caso, según recogió Shigeru Mizuki, de que una familia alimentaba a un tanuki ya entrado en años para pedirle como favor que perjudicase a una familia con la que estaban enemistados. Por lo general, los tanuki poseen a la gente para gastarles bromas o porque dicha persona lo ha echado de su hogar. Lo normal en estas historias es que el poseído cuente los motivos del tanuki una vez ha sido exorcizado.

A veces les gusta gastar bromas de lo más variopintas a los humanos. En Nakayama Shita, las mujeres de la familia de un noble llamado Hijikata se veían asaltadas por una mano velluda que les acariciaba el trasero cada vez que iban al baño. Aunque se mudaron a la zona de Shimoda-machi, el suceso seguía repitiéndose, por lo que Hijikata decidió esperar a que volviera a aparecer la mano y, cuando la tuvo a la vista, cortó con su katana. Al recoger el miembro amputado, vio que se trataba de la pata de un viejo tanuki y decidió guardársela. Una noche más tarde, apareció el tanuki junto a su almohada implorándole que le devolviera la pata y, si lo hacía, le enseñaría a elaborar un medicamento secreto. Hijikata se compadeció de él y aceptó el trato, le devolvió la mano y el tanuki le enseñó cómo fabricar un emplaste medicinal al que llamaron bakemonoko («emplaste del fantasma»).

En la comarca de Mima, donde, cualquiera que cruce cierta arboleda de noche, acabará con la cabeza rapada sin darse cuenta por culpa del bozu-danuki («tanuki de los monjes»). En esta misma comarca, había un lugar llamado Tarui, en la aldea de Inoshiri, donde un tanuki tenía su guarida bajo un gran almez chino. Cualquiera que pasara por allí de noche, era víctima de sus bromas y transformaciones. Una noche, un valiente de la aldea llamado Heihachi, decidió enfrentarse al tanuki y lo esperó subido a su árbol con un hacha preparada. Al rato, uno de sus vecinos apareció y le dijo que su madre había muerto de una grave enfermedad y que tenía que volver al pueblo rápidamente. Heihachi dudó de su palabra y siguió aferrado al árbol. Entonces vio cómo de las casas de la aldea iba saliendo gente con farolillos que se iba reuniendo en torno a su casa, de donde sacaron un ataúd y, en procesión, lo llevaron hasta un cementerio que había junto al árbol donde se encontraba. Mientras veía cómo realizaban el sepelio, el espíritu de su madre surgió del ataúd abalanzándose contra él por ingrato y desconsiderado, pero Heihachi empuñó su hacha y le asestó un golpe en la cabeza. Triste y abatido, porque creía que se trataba de su verdadera madre, vio al amanecer cómo el cadáver se transformaba en el viejo tanuki, ya que todo lo sucedido aquella noche fue obra suya para asustarle.

Tanukis en un día lluvioso - Tsukioka Yoshitoshi

Dríades

En la mitología griega, las dríades (en griego antiguo: Δρυάδες druádes, de δρῦς drũs, ‘roble’) son las ninfas de los robles en particular y de los árboles en general. Las dríades no son inmortales, pero pueden vivir mucho tiempo. Entre las más conocidas se encuentra notablemente Eurídice, la mujer de Orfeo y Dafne que fue perseguida por Apolo y convertida en árbol de laurel. La tradición tardía distingue entre dríades y hamadríades, considerándose las segundas asociadas específicamente a un árbol, mientras las primeras erraban libremente por los bosques.

Dentro de las dríades se encontraban varios tipos de ninfas, cada una dedicada a ciertos árboles en particular:

Amikiri

El amikiri (japonés: 網切; corta redes) es un extraño monstruo descrito por Toriyama Sekien en su Gazu Hyakki Yagyō. Se trata de una criatura de cuerpo alargado y segmentado, como el de algunos crustáceos, tiene un par de pinzas y su cabeza es similar a la de un pájaro. Su nombre significa literalmente «corta redes» y es exclusivamente a lo que se dedica: a rasgar las redes de las mosquiteras o incluso a cortar las redes de pesca. Según el escritor Kenji Murakami, no hay antecedentes de este yokai en otros escritos o ilustraciones, por lo que podría tratarse de una invención de Sekien a partir del kamikiri o para explicar por qué entran insectos en las casas a pesar de tener mosquiteras. Para Shigeru Mizuki sería lógico pensar que este ser está más activo en verano que en las estaciones frías pues es cuando aparecen los insectos y se colocan las mosquiteras.

Ilustraciónd de Toriyama Sekien

Oréades

Según la mitología griega, las Oréades son las ninfas que custodian y protegen las grutas y las montañas. A veces también eran conocidas por nombres derivados de las montañas concretas que habitaban, como Citerónides (Κιθαιρωνίδες), Pelíades (Πηλιάδες), Coricias (Κορύκιαι), etc. Una de las oréades más famosas fue Eco que, privada por la diosa Hera de la facultad de hablar, sólo podía repetir las últimas palabras de lo que se le decía.

John William Waterhouse - Eco y Narciso 
Eco (en griego antiguo, Ἠχώ: Êkhố) era una oréade del monte Helicón que gozaba de una hermosa voz y del don de la elocuencia. En La metamorfosis de Ovidio, la celosa Hera estaba en constante vigilancia para evitar que Zeus, su marido, le fuese infiel con alguno de sus numerosos amoríos. Aunque siempre estaba atenta, Eco, enviada por Zeus, se encargaba de distraerla con largas conversaciones mientras el dios del rayo mantenía aventuras amorosas. Cuando Hera descubrió el engaño, castigó a Eco quitándole la voz y obligándola a repetir la última palabra que decía la persona con la que mantuviera una conversación. Incapaz de tomar la iniciativa, limitada a sólo a repetir las palabras ajenas, Eco se apartó del trato humano.

Retirada en el campo, Eco se enamoró del hermoso pastor Narciso, hijo de la ninfa Leiriope y del dios fluvial Céfiso, mientras cazaba ciervos con unos compañeros. A pesar de que deseaba con todo su corazón llamar a Narciso, la maldición de Hera se lo impedía.

Durante la cacería, Narciso se separó de sus compañeros, y al oír los pasos de Eco, gritó: «¿Hay alguien aquí?», y Eco sólo pudo responder: «¡Aquí, aquí!». Sorprendido, Narciso le dijo: "Ven aquí", pero volvió a obtener como respuesta sus últimas palabras. Cuando Narciso vio que nadie salía de entre los árboles, pensó que el dueño de la voz estaba lejos de él y gritó de nuevo: «¡Ven!». Eco tomó esto como una muestra de amor, y saliendo de entre los árboles con los brazos abiertos le respondió: «¡Ven!». Narciso la repudió cuando se abalanzó sobre él para abrazarlo, por lo que Eco huyó avergonzada y se recluyó en una cueva donde se consumió y se convirtió en roca. Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.

William Bouguereau - Las oreadas

Anjana

Las anjanas, o buenas hechiceras, son bondadosos espíritus femeninos de la mitología cántabra. Según el escritor Manuel Llano, eran jóvenes hermosas de piel pálida, muy pequeñas, ya que no pasaban de la media vara (80 cm), y de ojos negros o azules como el cielo. Pese a su tamaño, tenían tal fuerza que podían levantar árboles caídos o romper cadenas. Sus cabellos eran rubios y los llevaban recogidos en trenzas que titilaban como estrellas, además de que en la frente llevaban pintada una cruz roja que brillaba como el fuego para espantar a los ojáncanos. Calzaban zapatos de piel de marta adornados con hebillas de un metal desconocido y sus vestimentas estaban compuestas por hábitos blancos y capas estampadas con estrellas de plata y claveles de oro. También poseían un cayado de poderes milagrosos con el que podían convertir las piedras en diamantes, los árboles en barras de oro y el agua en perfume con el mero toque de su extremo dorado.

Cuenta Llano que estas hadas se casaban con los anjanos, que eran muy buenos, gordos y bajos. Vestían con ropas hechas con piel de oso, iban descalzos y tenían tres ojos: dos negros en la cara y un tercero de color encarnado encima de la nuca. Le robaban a los ricos egoístas que no daban limosna y se lo daban a los pobres cuando dormían.

El autor cántabro embelleció de forma muy poética el mito de estas hadas, llegando a decir de ellas que en sus almas guarecen todas las virtudes de la humanidad. Su voz era como la de los ángeles y allá donde iban dejaban un grácil y suave olor a incienso y perfumes primaverales. Según este autor, eran doncellas que murieron como santas y el Señor las devolvió al mundo con riquezas para que hicieran el bien entre los necesitados. Estaban entre nosotros doscientos o cuatrocientos años y volvían al Cielo una vez pasados estos. Ya no quedan más anjanas en este mundo, ya que la última murió hace más de cien años.

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Comportamiento

Antes del amanecer, aderezan sus cabelleras con peines de coral y lazos de seda, luego se arrodillan para rezar una jaculatoria y parten a recorrer los senderos al frío de la madrugada. Al mediodía vuelven a sus palacios, pero antes han limpiado las fuentes, bendecido a los rebaños de los buenos pastores y acariciado las desgarraduras de los árboles. Cuando anochece, dan otro paseo por el monte y, al volver a sus aposentos, duermen en lechos resplandecientes como la luna.

En primavera adornaban sus cabezas con coronas de flores y, cuando llegaba la medianoche, se reunían y danzaban hasta el amanecer cogidas de la mano en torno a un montón de rosas que luego esparcían por los atajos y senderos. El que encontraba una de estas rosas, que tenían los pétalos rojos, verdes, amarillos y azules, sería feliz durante toda su vida. También se reunen todos los domingos en la braña para cantar; después se despedían con un beso hasta el próximo domingo si hacía buen tiempo.

En Viernes Santo las anjanas cambian sus hábitos por unos de luto: usan capas y cayados negros, recogen su pelo bajo paños grises y van descalzas a modo de penitencia. Ese día sus rezos son tristes y, el que consiga enjugar sus llantos con un pañuelo de seda, verá cómo las lágrimas se transforman en perlas.

Los tesoros de las anjanas

Las anjanas viven en magníficos palacios secretos cuyas entradas se localizan en sombrías torcas rodeadas de flores silvestres. Aunque sus hogares eran subterráneos, cuentan que en ellos no había día ni noche, todo era claridad y aire templado. Entre sus paredes, que son de plata, guardan caudales infinitos, joyas y finas telas. Para los niños pobres guardan sonajeros, flautas de plata, tambores y panderetas con sonajas de oro; vestidos de seda, encajes y gargantillas para las mozas casamenteras; cántaros y cuencos para los pastores que no apedrean a los rebaños, etc. En sus grutas tienen huertos y jardines, colmenas, fontanas de aguas purísimas y ovejas que hacen rebosar de leche los cántaros. Se alimentan de mieles, fresas, almíbares y otros manjares misteriosos que también ofrecen a los pobres que acogen en sus moradas. Cuando hacen sus recorridos por el monte, dejaban sortijas y corales que sólo podían encontrar las mozas y niños de buen corazón; por las noches, en cambio, se aventuran en los pueblos y dejan algunas monedas y sacos de harina en los portales de los vecinos necesitados.

Ayudas y castigos

Con sus magias y riquezas, las anjanas ayudaban a todo aquel que lo necesitase. Se dice que una salvó a una muchacha de las garras del ojáncano; otra dio de beber en un cuenco de plata a un pastor extraviado en la niebla matutina. Las mozas que se iban a casar dejaban botellitas a la orilla de una fuente al ponerse el sol para que las anjanas las llenaran de perfume y, si algún niño sufría de mal de ojo, lo curaban tocándole el pecho con la punta de su cayado. También se cuenta la historia de una muchacha que, al quedarse huérfana y sin bienes, una anjana se apiadó de ella y se la llevó a su castillo bajo la peña conocida como la Mena. Allí la trató como una reina, pero como la muchacha echaba de menos el mundo humano, la dejó ir y le entregó como regalo vestidos y joyas.

Sin embargo, también podían impartir castigos a aquellos que lo mereciesen. Una de estas hadas salvó y curó a un riseñor que había quedado atrapado en la trampa que había puesto un muchacho; al poco, unos lobos devoraron parte de sus rebaños. En otra ocasión, una joven abandonó a su novio para casarse con un señor acaudalado; así pues, una anjana recompensó al muchacho pobre convirtiéndole tres sacos de panojas en doblones y al rico le asaltaron unos ladrones.

Oraciones para llamar a las anjanas

Cuenta Manuel Llano en su obra Rabel que podías invocar a una anjana con tan solo pronunciar una oración; si la persona que la había llamado era cristiana y honrada, le concedía cualquier gracia que le pidiese. No especifica qué oración era, pero si menciona muchas otras cuando requerías la ayuda de estos espíritus en ciertas ocasiones. Si un pastor era bueno, daba limosna a los pobres y posada a los peregrinos, podía pedir la ayuda de las anjanas cuando se le perdía alguna de sus reses con estos rezos:


Anjanuca, anjanuca
buena y floría,
lucero de alegría.
¿Ónde está
la mi vacuca?

Anjana bendecía,
güelveme la oveja perdía.

Cuando te has perdido por los montes y campos, podías decir: «Anjana blanca, ten piedá de mí. Guíame por la oscuridá y por la niebla. Líbrame de los peligros y de los malos pensamientos». Entonces venía una anjana, te agarraba de la mano y te llevaba por el buen camino. Lo mismo ocurría si habías perdido algo e implorabas su ayuda con la siguiente frase: «Tú, que ves en la oscuridá y haces los imposibles, ilumíname los mis ojos pa alcontrar lo que perdí».

Las hechiceras

Con el nombre de hechiceras es como llama Manuel Llano a unas anjanas malvadas. Visten holgadas capas negras con adornos de alas de murciélago. Tienen el rostro descolorido y los brazos muy largos y delgados. Su aparición es mensaje de lágrimas, de contrariedades, de penas e inviernos rigurosos. Su picaya está hecha de hierro y es de color negro, tienen los ojos verdes y cojean al andar. Dice de ellas que tan solo tienen un diente muy largo y afilado, por lo que podría tartarse de las mismísimas guajonas. También podrían ser esas anjanas malditas que, al unirse con un oso viejo, tienen por descendencia al Cuegle. Aquellos que se las encuentran a medianoche, mueren pasado un mes justo.

Las hilanderas

Por los montes del valle de Herrerías andaban por las noches unas mujeres vestidas con una capa del color de la ceniza y calzás con escarpines de lana blanca. Siempre llevaban en las manos una rueca encarnada y no paraban de hilar. Las madejas que hilaban por la noche las dejaban al amanecer en los portales de los vecinos pobres, con algun bolsillo lleno de sus riquezas. Estas anjanas eran muy altas, recias y guapas. En Ubiarco, en vez de llevar ruecas, llevaban una campanilla de oro. La anjana tañía la campanilla y a cada golpe caía perlas que nada más podían encontrars las doncellas y los niños.

La cueva Argel

En el número de abril de 1994 de la revista Peonza, aparece el testimonio de una mujer, Blanca, que aseguraba que su bisabuelo Femandón conoció a unas anjanas. El suceso ocurrió hace más de ciento cincuenta años y tuvo lugar en la cueva Argel, que está encima de Treceño. Las anjanas estaban en la entrada de la cueva en grupos de cuatro o cinco tomando el sol con sus hijos. Tenían los pechos muy largos y se los echaban a la espalda, dando de mamar a sus hijos de esta manera. Eran muy guapas, altas, morenas y con melenas castañas, pero vivían pobremente y las veían ir a lavar al río cercano para luego tender sus andrajosas ropas en la cueva. Por lo dicho, eran más parecidas a las ijanas que a las anjanas descritas por Llano.

Anjana ilustrada por Gustavo Cotera

Kludde

En el folklore belga, Kludde o Kleure, es un espíritu malicioso o duende que vaga por las zonas rurales de Flandes.

Normalmente aparece con la forma de un monstruoso perro negro alado, que anda sobre sus patas traseras. También puede aparecer como un enorme y peludo gato negro, un caballo famélico, una rana, una serpiente, un murciélago o como un gran pájaro negro, como un cuervo. Esta criatura también puede adoptar formas más inusuales, tales como la de un árbol, un arbusto, o incluso un ser humano. Algunas veces se le nombra como un espíritu de agua o un duende, y otras veces como un demonio que se había escapado del infierno, un hombre lobo, o incluso una manifestación del diablo.

Según la tradición el kludde era un espíritu embaucador, aunque sus trucos iban desde simples travesuras hasta el asesinato. Este ser se esconde en el crepúsculo del amanecer y del anochecer para atacar a viajeros inocentes. El único sonido que delataría a este espíritu sería el sonido de una cadena que lleva atada a su tobillo izquierdo. También podría ser identificado por las llamas azules que flotan ante él, las cuales le sirven de ojos.


Cuanto más rápido camines, más rápido te seguirá, siendo imposible escapar de un Kludde. Cuando alcanza a su víctima, salta al cuello del transeúnte desprevenido y le obliga a cargar con él el resto de la noche. Cuando llega el día y el viajero llega a su destino, el Kludde desaparece.

En su forma de caballo, al igual que un Phooka o un Kelpie, se ofrece a los viajeros para que lo monten y, una vez sobre él, echaría a correr salvajemente, aterrorizando a su "víctima". Esto sería una simple broma, ya que pondría en libertad a sus incautos jinetes al tirarlos en un charco para reírse de sus desgracias, dejándolos humillados y enojados, aunque sanos y salvos.

Por lo general es más un bromista que un verdadera amenaza. Cuando se transforma en árbol lo hace para confundir a los viajeros que confiaron en ciertos puntos de referencia para no perderse, y como arbusto hace tropezar a la gente. Al tomar forma forma humana entra en las casas y derrocha la leña que tiene guardada para la chimenea. En otras ocasiones, se convertiría en un animal herido e indefenso, y engañaría a la gente para que lo carguen, momento en que se volvería más pesado hasta agotar a la víctima por el esfuerzo, o incluso aplastándola hasta la muerte. Cuando se transforma en pájaro vuela sobre las granjas y despierta a sus habitantes graznando: «¡Kludde, Kludde, Kludde!».

El Kludde es realmente peligroso cuando adopta la forma de un perro negro. Perseguiría y acecharía a los viajeros antes de saltar sobre sus espaldas y aplastarlos. A veces deja a sus víctimas vivir, quedándose satisfecho por el miedo que creó, dejando a los transeúntes en shock, pero ilesos. En otras ocasiones se ponía de pie sobre sus patas traseras, levantándose hasta que pudiera arrancarle la garganta de la víctima. Sólo la llegada del alba o el sonido de las campanas de una iglesia podrían espantar al Kludde y salvar a la víctima de una muerte espantosa.

Grace Owen