Este
dragón aparece en el mito de
Cadmo, hermano de
Europa, que fue raptada por
Zeus transformado en toro. Siguiendo lo dicho en la
Biblioteca mitológica, un
oráculo le dijo a
Cadmo que cejara en la búsqueda de su hermana y, con una vaca como guía, fundase una ciudad allí donde el animal cayera agotado. Oída esta profecía, se topó con una vaca en los rebaños de Pelagonte, a la que siguió hasta que se tendió en el actual emplazamiento de
Tebas. Con el deseo de sacrificar la vaca a
Atenea envió a varios de sus compañeros a sacar agua de la fuente de
Ares, pero este
dragón la custodiaba y aniquiló a la mayoría de los enviados.
Cadmo mató al
dragón en venganza y por consejo de
Atenea sembró sus dientes. Hecho esto, surgieron de la tierra hombres armados a los que llamaron espartos. Éstos se mataron entre sí, unos en pelea involuntaria y otros por desconocimiento.
Ferecides dice que
Cadmo, al ver brotar de la tierra hombres armados, les arrojó piedras, y ellos, creyendo cada uno que habían sido arrojadas por el otro, comenzaron a pelear.
Atenea guardó algunos de estos dientes y se los entregó como regalo al
rey Eetes. El héroe
Jasón tuvo que sembrar dichos dientes si quería conseguir el
vellocino de oro que tenía este rey, pero antes debía arar la tierra con unos temibles
toros de bronce que respiraban fuego. La hechicera
Medea, hija de
Eetes, se enamoró de
Jasón y decidió ayudarle en sus pruebas, dándole un ungüento que le hacía inmune al fuego y al hierro para domar a los toros y explicándole de qué manera podía vencer a los hombres que brotasen de los dientes del
dragón una vez sembrados.
Ovidio describe en sus
Metarmofosis a este
dragón, del que dice que lucía una cresta de oro y ojos relucientes como el fuego. Además tenía el cuerpo azulado y henchido de veneno, una lengua trífida y tres hileras de dientes.
Ovidio también narra cómo acabó con los compañeros de
Cadmo, matándolos a mordiscos, estrangulándolos con su cuerpo de serpiente o con el veneno mortal de su aliento.
Cadmo se enfrentó a la bestia cubierto con una piel de león; primero le lanzó una enorme piedra, pero sus escamas eran tan duras que ni se inmutó, pero no pudieron resistir la embestida de su lanza, con la que consiguió atravesarlo y clavarlo a una encina.