Andras

Andras es uno de los demonios mencionados en el Pseudomonarchia Daemonum y el Ars Goetia, donde es el sexagésimo tercer espíritu que nombra. Ostenta el título de gran marqués del infierno y aparece como un ángel con cabeza de «ave nocturna», algunas interpretaciones dicen que es de cuervo, otras, como la del Diccionario infernal, que es de búho o lechuza. Monta sobre un fuerte lobo negro y lleva en su mano una espada muy afilada. Se encarga de sembrar la discordia y las disputas y, si el mago que lo ha invocado no tiene cuidado, lo matará a él y a sus acompañantes. Comanda sobre treinta legiones de demonios y debe usarse su sello a la hora de invocarlo.

Andras ilustrado para el Diccionario infernal de Collin de Plancy - Louis le Breton

Gos Nonell

El gos Nonell (catalán: perro Nonell), también conocido como Nonell de la neu (catalán: Nonell de la nieve), es un personaje maldito de las leyendas catalanas. Nonell era una joven bellísimo de barba y cabellos rubios que vivía en la zona pirenaica, apuntando Jesús Callejo en su Bestiario Mágico a la comarca de Ripollés. Este muchacho era tan apuesto que enamoraba a todas las mozas del lugar, pero las desdeñaba tanto que se prometió con siete de ellas y a las siete las abandonó, muriendo todas de pena y tristeza.

Todo esto cambió cuando encontró a una octava chica tan hermosa que fue él quien se enamoró de ella, aunque ésta lo rechazaba y se burlaba de él. Al final, la chica le dijo que aceptaría casarse con él si lograba alcanzarla en una carrera un poco desigual, ya que ella iría a caballo y Nonell tenía que perseguirla a pie. Nonell aceptó, pero no podía seguir el paso del caballo y la nieve del camino le dificultaba mucho más el paso. Viendo como se escapaba la chica que amaba, Nonell se maldijo a sí mismo diciendo que ojalá fuera un perro para correr más veloz. En el acto se vio transformado en un enorme perro blanco y lanudo, como un mastín, y se dice que todavía aparece por los Pirineos deambulando de un lugar a otro, trayendo con él las primeras nevadas.

Ilustración de Anna Ribot-Urbita para el Calendari 2017 de mitología catalana

Gnomo

Los gnomos, también llamados pigmeos por Paracelso, son los espíritus elementales que están compuestos por las más sutiles partes de la tierra, en cuyas entrañas habitan hasta casi su centro. Son gente de baja estatura, de unos dos palmos (40/50 cm), que guardan tesoros y minas de pedrería, aprecian a los hombres y son ingeniosos y servidores, abasteciendo a los cabalistas de todo el dinero que necesitan. Paracelso también dijo que son seres luminosos, y al ser tan etéreos suelen ser confundidos con espíritus o fuegos fatuos. Aunque puedan parecer maliciosos, no se deleitan con la maldad, sólo son recelosos de los tesoros que protegen. Sus mujeres son conocidas como gnomidas, son pequeñas, agradables y visten muy curiosamente. A veces la prole de los elementales podía ser monstruosa; en el caso de los gnomos, los seres que nacían deformes eran los enanos, que son estériles y no tienen ni pueden tener alma de ninguna manera.

Los elementos en los que vivían estos seres equivaldrían a la atmósfera en la que vivimos los humanos, así que su densidad variaba en relación a este aspecto. Los gnomos, al vivir en la tierra, son los que menor densidad tenían, pudiendo atravesar las rocas, los muros y las piedras de igual modo que nosotros atravesamos el aire. Por esto pueden ver todo lo que ocurre en el interior de la corteza terrestre y conocer la ubicación de los tesoros de la tierra.

El tratado sobre los elementales de Paracelso dice que la misión de los gnomos es la de guardar los tesoros de la tierra (el oro, la plata, el hierro, las joyas, etc) para que salgan a la luz a su debido tiempo y sean repartidos equitativamente y no les llegue solamente a unos pocos hombres. De este modo, no toleran que aquellos a los que regalan sus tesoros los amontonen y no los repartan.

Los seres elementales carecen de alma y cuando mueren no queda nada de su existencia, pero podían adquirir un alma inmortal si contraían matrimonio con los humanos. Ciertos gnomos, deseosos de ser inmortales, se propusieron conquistar el buen afecto de algunas mujeres halagándolas con abundantes piedras preciosas. El Diccionario infernal y El conde de Gabalís recogen la historia de la célebre Magdalena de la Cruz, santa que llegó a ser abadesa de un convento de Córdoba. Esta devota conoció a la tierna edad de doce años a un gnomo que la convirtió en su amante, al que durante treinta años intentó darle la inmortalidad. El gnomo, por su parte, le servía de espíritu familiar ayudándole a realizar milagros y revelándole eventos presentes y futuros. Finalmente, el clérigo al que le confesó su relación y los misterios de sus milagros la convenció de que su amante en realidad era un demonio o un íncubo y como a tal lo expulsaron. El jurista y filósofo Jean Bodin acusó a otra mujer, Jeanne Hervillers, de ser una bruja y de entablar relación carnal con un gnomo. Como resultado fue condenada a muerte por yacer con la criatura a finales del siglo XVI.

Gnomos custodiando sus tesoros - Revista Mocca, 1930
Las salamandras, puesto que son más sutiles que los demás elementales, viven un tiempo muy largo, y por ello no se propasan importunando a los sabios y cabalistas para que los hagan inmortales. No ocurre lo mismo con los silfos, los gnomos y las ondinas, quienes, por vivir menos tiempo, buscan el matrimonio con más ansia.

En El conde de Gabalís se dice que el Demonio es enemigo mortal de los elementales y procura que no contraigan matrimonio con los humanos para que no consigan un alma inmortal. A los únicos que no odia tanto es a los gnomos porque, al vivir bajo tierra y estar más cerca del infierno, temen el terrible alboroto que los demonios montan al atormentar a las almas y prefieren seguir siendo mortales que correr el riesgo de sufrir tales tormentos si adquieren un alma. Por esta cercanía, los demonios utilizan a los gnomos para que hagan pactos con los hombres, convenciéndoles de que los libran del peligro del tormento eterno si consiguen que renuncien a su inmortalidad. Así los gnomos, engañados y creyendo que ofrecen una ayuda, les entregan tesoros a los hombres a cambio de que estos hagan mortales a sus almas. Cuando muere el que ha hecho este pacto, su alma muere con su cuerpo y no recibirá la luz de Dios ni el tormento del infierno, abandonando este mundo sin dejar nada de su existencia como ocurre con los elementales, algo que es mucho peor según Gabalís porque: «ser nada es mayor aflicción que estar en el infierno».

Los sabios y cabalistas advierten de este engaño a los gnomos para que eviten caer en las tretas de los demonios, haciéndoles comprender el daño que pueden hacer a los hombres y a sí mismos si prefieren la nada a la inmortalidad. También añade Gabalís que a los gnomos que creen en ellos los casan con sus hijas.

Siguiendo lo dicho por Gabalís, el Sabbath en realidad no sería ni más ni menos que los festejos celebrados por la boda de un gnomo que ha evitado el engaño de los demonios y ha elegido el camino de la inmortalidad con un matrimonio. Estas bodas serían el origen de los alborotos y algarabías que Aristóteles decía que se podían escuchar en ciertas islas en las que no habitaba nadie. En un giro del mito, Gabalís dice que Orfeo fue el primero en convocar a aquellas criaturas subterráneas, y ante su primer sermón, Sabasio, el más viejo de los gnomos, alcanzó la inmortalidad. De este Sabasio tomó su nombre la reunión conocida como Sabbath.

Gnomos acudiendo a la llamada de un mago - Detalle de Augustus Knapp

Salamandra (elemental)

Las salamandras, también conocidas como vulcanos, son los seres elementales del fuego, habitan en él y están formadas por las más puras esencias ígneas. Paracelso dijo que el término usado para referirse a estos espíritus no era su nombre real, sino que se trataba de uno impuesto por los hombres, así que podrían llamarse así por la creencia que existía de que las salamandras reales podían vivir entre las llamas y extinguirlas con su frío cuerpo de anfibio.

Como el resto de elementales, tenían aspecto humano, pero se diferenciaban de los demás en que eran los más altos, esbeltos y donairosos de todos. Se dice que en 1125, Georg Miltenberger, un hombre que vivía en un campo en las cercanías de Freinstein, avistó una aparición que podía ser considerada como una salamandra. La criatura se manifestó en las montañas durante tres noches como un hombre llameante al que se le podían contar las costillas. La primera vez ocurrió un domingo, entre las once y las doce de la noche, causando un gran pánico entre las gentes del lugar porque exhalaba fuego por la nariz y la boca. La salamandra iba de árbol en árbol incendiándolos a su paso hasta que, pasada la medianoche, se desvaneció.

Según el Tratado sobre los elementales de Paracelso, los espíritus elementales tienen el deber de custodiar los tesoros que se hayan en sus territorios, pero, como éstos se originan en las zonas ígneas, las salamandras tienen también el cometido de distribuirlos al resto de elementos.

En El conde de Gabalís se dice que las salamandras sirven a los sabios y a los filósofos, pero son esquivas y no buscan con gran avidez su compañía ni la de otros seres humanos. Más raro que relacionase con una salamandra varón es hacerlo con una de sus esposas o hijas, las cuales gozan de gran belleza, una incluso superior a la de las demás por estar compuestas del elemento más puro. El propio conde de Gabalís instigaba a su aprendiz a casarse con una salamandra por esta misma razón.

Atronach de las llamas en The Elder Scrolls V: Skyrim

Los elementales no tienen alma y al morir desaparecen sin dejar rastro, pero podían conseguir un alma inmortal si contraían matrimonio con un humano. Las salamandras son las más longevas de su clase, por eso no buscan con ansias un encuentro con los mortales como ocurría con las ondinas, porque tenían tiempo de sobra para disfrutar de sus vidas.

Para Gabalís, el pecado original no se cometió al comer del fruto prohibido, sino cuando Adán se reprodujo con Eva en lugar de con las hembras de los elementales. De este modo, tras el Diluvio, Noé aprendió del error de su antepasado y consintió que su esposa repoblara el mundo con una descendencia noble, honrada y superior al unirse con Oromasis, el príncipe de las salamandras, y de igual manera instigó a sus hijos para que entregaran a sus esposas a los príncipes de los otros elementos. El hijo que tuvo Oromasis con la esposa de Noé, a la que llama Vesta, fue Zoroastro, que vivió mil doscientos años y fue llevado a la región de las salamandras por su padre.

También menciona Gabalís que Rómulo, el fundador de Roma, no era hijo del dios Marte, como dice el mito, ni de un íncubo, como afirmaban los cristianos al demonizar a la deidad romana, sino que realmente descendía de una salamandra. Precisamente, por la costumbre religiosa de demonizar a todas las deidades o espíritus desconocidos, los elementales temen aparecerse ante los mortales, sobretodo las salamandras porque, pese a ser fieles religiosas, sus puras llamas pueden ser confundidas con la de los demonios y seres infernales.

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