Estrige

La estrige (latín: strix; griego: στρίξ; búho) era, en la mitología romana, un ave nocturna relacionada con la magia y las brujas. Atacaba a los niños en sus cunas y les chupaba la sangre. Los búhos y lechuzas, aves identificadas con estas criaturas, pertenecen al género Strix en honor a estos pájaros vampiro.

Las estriges aparecen a menudo entre la fauna del inframundo clásico, tal y como menciona Silio Itálico en La guerra Púnica: «A la derecha, despliega su copa y sus tupidas ramas un tejo descomunal que, regado por las aguas del Cocito, se vuelve más exuberante. Aquí las aves de mal agüero, el buitre que se nutre de cadáveres, las bandadas de búhos, la estrige con las alas salpicadas de sangre y las Harpías, todas hacen sus nidos y, apiñadas, ocupan toda la espesura».

Una de las primeras fuentes que se tiene de estas aves se encuentra en Ornithologia, obra perdida del griego Boeus, pero que por suerte fue preservada en parte en Las Metamorfosis de Antonino Liberal. Aparecen en la historia de Polifonte, donde la joven muchacha decidió conservar su virginidad en honor a la diosa Artemisa, desdeñando los asuntos de Afrodita, diosa del amor. Afrodita castigó a Polifonte por su menosprecio y le infundió una terrible lujuria hacia un oso. Enloquecida por la pasión, Polifonte se unió con el oso y dio a luz dos niños: Agrio y Oreo. Estos eran de un tamaño desmesurado y poseían una fuerza sobrehumana, no honraban ni a los hombres ni a los dioses y mataban y devoraban a los extranjeros que se encontraban. Zeus estaba horrorizado por su comportamiento y envió a Hermes para que les impusiera el castigo que él quisiera. En un principio optó por cortarles los pies y las manos, pero Ares, que era el abuelo de Polifonte, intervino y le impidió ejecutar su castigo, convenciéndolo de que sería mejor convertirlos en aves: Polifonte quedó convertida en un pájaro tenebroso (estrige), que emite sonidos durante la noche, no come ni bebe, mantiene la cabeza hacia abajo y las patas en alto; y es, para los hombres presagio de guerras y levantamientos. Oreo se transformó en un lagôs (especie sin identificar), ave que no augura nada bueno. Y Agrio se transformó en un buitre, el más odiado por hombres y dioses.

Petronio nos propone otra historia sobre las estriges narrada por Trimalción en su Satiricón, donde no contentas con succionar la sangre de un niño, llegaron a secuestrarlo, dejando un muñeco de paja como sustituto:
«También yo os voy a contar una historia horripilante. Una versión más del asno sobre el tejado. Cuando yo tenía todavía mi melena rizada (pues ya de niño llevaba una vida de verdadero sibarita), se le murió a mi amo el esclavito que hacía sus delicias; por Hércules, una auténtica perla, la suma de todas las perfecciones. La pobre madre del chiquillo lo estaba llorando y éramos muchos los que compartíamos allí su tristeza: de pronto las estrigas empezaron a silbar; parecía aquello un galgo persiguiendo a una liebre. Estaba con nosotros un capadocio, corpulento, muy valiente y fuerte de veras: podía con un toro embravecido. Este hombre echa mano a su espada, se lanza decidido a la calle, con su mano izquierda debidamente protegida, y traspasa a una de esas furias por aquí (¡el cielo guarde lo que toco!), en pleno estómago. Oímos un gemido, aunque, a decir verdad, a ellas no las vimos. Nuestro héroe, volviendo dentro, se dejó caer en una cama: tenía el cuerpo todo morado, como herido a latigazos: evidentemente una mano maligna había caído sobre él. Nosotros, cerrando la puerta, volvemos a velar el muerto; pero al tocar la madre a su hijo para abrazarlo, se encuentra con un manojo de paja. No tenía corazón, ni intestinos, ni nada: evidentemente las estrigas habían robado al niño y habían puesto en su lugar un muñeco de paja. Os lo aseguro, debéis creerme: hay mujeres con dotes extraordinarias, hay brujas nocturnas que trastornan todo lo habido y por haber. En cuanto a nuestro fornido gigante, ya nunca más recobró su color natural, y pocos días después se murió de un ataque epiléptico».
Plinio el Viejo las nombraba en el libro XI de su Historia Natural, donde, a parte de un par de fábulas que indican que tienen senos, reconoce que poco sabe sobre estos animales:
«Los animales que ponen huevos no tienen mamas; y no tienen leche sino los que paren crías. Entre las aves, sólo la tiene el murciélago: y pienso que es una fábula lo de las estriges, que ofrecen sus ubres a los labios de los niños pequeños. Ya entre los antiguos se convino que la estrige era un ser maldito, pero de qué tipo de ave sea, de eso creo que no hay constancia».
En el libro VI de los Fastos de Ovidio, donde el autor habla sobre el mes de junio, nos da mucha más información de las estriges, donde aparecen como atacantes del infante rey Proca, que fue salvado por la intervención de la diosa Carna, a la que se le consagra el primer día de junio y de la que poca más información se tiene:
«Hay unos pájaros voraces, no los que engañaban las fauces de Fineo (harpías) con los manjares, pero tienen la descendencia de ellos. Tienen una cabeza grande, ojos fijos, picos aptos para la rapiña, las plumas blancas y anzuelos por uñas. Vuelan de noche y atacan a los niños, desamparados de nodriza, y maltratan sus cuerpos, que desgarran en la cuna. Dicen que desgarran con el pico las vísceras de quien todavía es lactante y tienen las fauces llenas de la sangre que beben. Su nombre es "vampiro" (striges); pero la razón de este nombre es que acostumbra a graznar (stridere) de noche en forma escalofriante. Así pues, tanto si estos pájaros nacen, como si los engendra el encantamiento y son viejas brujas que un maleficio marso (pueblo famoso por su brujería) transforma en pájaros, llegaron a meterse en la habitación de Proca (rey de Alba Longa, padre de Numitor y Amulio). Éste, que había nacido en dicha habitación, era con sus cinco años de edad un botín fresco para los pájaros, que chuparon el pecho de niño con sus lenguas voraces; el desgraciado muchacho daba vagidos y pedía socorro. Asustada por la voz de su pupilo acudió corriendo la nodriza y halló sus mejillas arañadas por las aceradas uñas. ¿Qué podía hacer? El color de su cara era el que suelen tener las hojas tardías a las que ha marchitado el recién llegado invierno. Fue en busca de Crane y le contó lo sucedido. Crane le dijo: "Abandona tu temor, tu pupilo se salvará". Se llegó a la cuna; el padre y la madre lloraban. Ella les dijo: "Contened vuestras lágrimas, yo lo voy a curar". Inmediatamente tocó tres veces consecutivas las jambas de la puerta con hojas de madroño; tres veces con hojas de madroño señaló el umbral. Salpicó con agua (medicinal) la entrada y sostenía las entrañas crudas de una marrana de dos meses. Y dijo del siguiente modo: "Pájaros nocturnos, respetad el cuerpo del niño; por un pequeño es sacrificada una víctima pequeña. Tomad, os lo ruego, corazón por corazón y entrañas por entrañas. Esta vida os entregamos por otra mejor". Cuando hubo sacrificado de esta manera, colocó al aire libre las entrañas partidas y prohibió a los que estaban presentes en la ceremonia volver la vista a atrás. Colocó una vara de Jano, tomada de la espina blanca, donde una pequeña ventana daba luz a la habitación. Cuentan que, con posteridad a aquel rito, los pájaros no ultrajaron la cuna, y el niño recobró el color que antes tenía».
Unka

Citipati

Citipati (sanscrito: चितिपति) es una deidad protectora o ser sobrenatural del budismo tibetano y vajrayana de la India. Está compuesto por dos deidades esqueléticas, un hombre y una mujer, ambos danzando salvajemente con sus miembros entrelazados dentro de un halo de llamas que representa el cambio. Se dice que el Citipati es una de las setenta y cinco formas de Mahakala. Representa tanto la eterna danza de la muerte como la conciencia perfecta. Son invocados como deidades coléricas, protectores benévolos o seres feroces de aspecto demoníaco. La danza de los Citipati se conmemora dos veces al año en el Tíbet. También es conocido como Señor del cementerio o Señor del crematorio, ya que es un protector de los cementerios.

El Citipati era una pareja de ascetas que meditaban junto a un cementerio, pero estaban tan concentrados en su meditación que no se percataron de que un ladrón se acercaba a ellos. Éste les cortó las cabezas y las enterró en el polvo. Enfurecidos por este acto, el Citipati juró un odio eterno a los ladrones y desde entonces los persigue allá a donde van. El Citipati no puede dejar los cementerios, por lo que sólo puede atrapar a los ladrones que pasen por ellos. Mientras espera, pasa el tiempo danzando y tocando cuernos (un ritual recreado por los tibetanos dos veces al año). Su danza también sirve como símbolo de muerte y renacimiento, ya que este espíritu está compuesto por dos cuerpos, masculino y femenino. Su aspecto esquelético es un recordatorio de la transitoriedad de la vida y del cambio eterno.