A lo largo de la península Ibérica existen leyendas de tesoros ocultos dejados por antiguos pueblos mágicos o pertenecientes a los moros que vivieron en estas tierras. Uno de los más famosos fue el de una cueva situada en Peñacastillo.
Cuenta la historia que Marco Antonio María Romano, un mago italiano que estaba preso en la cárcel de San Sebastián, se ofreció ante el rey Felipe II para entrar en la susodicha cueva y encontrar el tesoro que se hallaba en ella, ya que se necesitaba de un brujo para sortear los encantos y los monstruosos guardianes que tenía.
Al parecer, el tesoro se encontraba oculto en el cuarto aposento de la cueva, pero hasta llegar a él había de recorrerse seiscientas brazas (2 km), donde se encontraba además un monstruoso reptil: era mitad hombre, con cola de serpiente, largas melenas de mujer y ojos brillantes como ascuas. Esta criatura mataba a todo el que pretendía entrar, por eso estaba rodeada de las calaveras de los nigromantes que acudieron desde toda Europa para hacerse con el tesoro. Por si fuera poco, en otro aposento había un perro guardian similar al Cerbero griego y, finalmente, tras la entrada de otra puerta, un gigante armado con una maza de hierro vigilaba la sala donde estaba el tesoro compuesto por oro, perlas y joyas.
Cuando llegó el brujo junto a los hombres del rey a la entrada de la cueva, el mago, por pura cobardía, fingió sentirse indispuesto. Al obligarle entrar, el brujo puso como excusa que debía volver a por unos planos que se había olvidado, momento que aprovechó para escapar.
Cuenta la historia que Marco Antonio María Romano, un mago italiano que estaba preso en la cárcel de San Sebastián, se ofreció ante el rey Felipe II para entrar en la susodicha cueva y encontrar el tesoro que se hallaba en ella, ya que se necesitaba de un brujo para sortear los encantos y los monstruosos guardianes que tenía.
Al parecer, el tesoro se encontraba oculto en el cuarto aposento de la cueva, pero hasta llegar a él había de recorrerse seiscientas brazas (2 km), donde se encontraba además un monstruoso reptil: era mitad hombre, con cola de serpiente, largas melenas de mujer y ojos brillantes como ascuas. Esta criatura mataba a todo el que pretendía entrar, por eso estaba rodeada de las calaveras de los nigromantes que acudieron desde toda Europa para hacerse con el tesoro. Por si fuera poco, en otro aposento había un perro guardian similar al Cerbero griego y, finalmente, tras la entrada de otra puerta, un gigante armado con una maza de hierro vigilaba la sala donde estaba el tesoro compuesto por oro, perlas y joyas.
Cuando llegó el brujo junto a los hombres del rey a la entrada de la cueva, el mago, por pura cobardía, fingió sentirse indispuesto. Al obligarle entrar, el brujo puso como excusa que debía volver a por unos planos que se había olvidado, momento que aprovechó para escapar.
Ilustración de Gustavo Cotera |
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