Pótamos

Los pótamos (griego: Ποταμος-οι; Ríos) eran los dioses fluviales de la mitología griega, hijos de los titanes Ocáno y Tetis, hermanos de las ninfas oceánides y padres de las náyades. Según la Teogonía de Hesíodo había tres mil de estos dioses y eran representados en el arte como toros con cabeza humana astada, como humanos con cuernos y cola de pez o como hombres reclinados sobre un cántaro del que brotan las aguas de su río.

Entre los dioses fluviales más famosos podríamos destacar a Aqueloo, padre de las sirenas, considerado el príncipe de todos los ríos según Homero. Aqueloo luchó contra Heracles bajo la forma de un toro por la mano de la princesa Deyanira, pero cayó derrotado y en su contienda perdió uno de sus cuernos. Unas versiones del mito dicen que las ninfas llenaron este cuerno de flores y frutas, convirtiéndose así en la cornucopia, mientras que otras cuentan que Aqueloo recuperó su cuerno entregando a cambio la cornucopia que poseía la ninfa Amaltea, un cuerno con la mágica habilidad de producir tanta comida y bebida como se desease.

También destacan Alfeo, río que se adentra bajo tierra para unir sus aguas con las de Aretusa, ninfa que fue transformada en fuente para huir de él; Ínaco, padre de Io, amante de Zeus que fue transformada en vaca para evitar la furia de Hera; Asopo, que recibió un rayo de Zeus cuando le perseguía en busca de su hija Egina; Cefiso, padre del malogrado Narciso; Peneo, que transformó a su hija Dafne en laurel para salvarla del amor de Apolo; y Escamandro, que se enfrentó a Hefesto durante la guerra de Troya y arrastró a Aquiles en sus aguas en una disputa. Además podemos mencionar a los ríos que surcan el inframundo: Aqueronte, cuyas aguas surcaba Caronte llevando las almas de los difuntos en su barca; Cócito, afluente del Aqueronte junto al Flegetonte o Piriflegetonte, ardiente río de fuego; sus hermanas, las oceánides Estigia y Lete, completan el conjunto de aguas que fluyen en el Hades.

Dioses fluviales consolando a Peneo por la pérdida de su hija Dafne - Baldassare Peruzzi

Espartos

Los espartos (griego: Σπαρτος-οι; sembrados) fueron un grupo de hombres que nacieron ya adultos y armados de los dientes del dragón de Ismenio cuando fueron sembrados en la tierra.

La historia de esta raza comienza cuando Cadmo, que andaba en busca de su hermana Europa, se dirigió al oráculo de Delfos para pedir consejo. Éste le dijo que se despreocupara de su hermana y, teniendo a una vaca como guía, fundase una ciudad allá donde el animal se tumbara agotado. Siguiendo lo dicho por el oráculo, Cadmo cruzó Fócide y encontró una vaca entre los rebaños de Pelagonte; tras recorrer Beocia, la res se tendió en lo que sería la futura ciudad de Tebas. Cadmo entonces quiso sacrificar la vaca a la diosa Atenea, por lo que mandó a alguno de sus hombres a sacar agua de la fuente de Ismenos, pero desgraciadamente estaba custodiada por un dragón que acabó con ellos. Indignado por esto, Cadmo vengó a sus compañeros dando muerte al dragón y, por consejo de Atenea, sembró sus dientes en el suelo. Al instante nacieron los espartos, pero al verlos ya armados, el héroe les lanzó unas piedras para confundirlos. Éstos creyeron que se estaban atacando los unos a los otros y acabaron combatiendo entre sí hasta que sólo quedaron cinco: Equión, Udeo, Ctonio, Hiperénor y Peloro.

El resto de dientes del dragón se los entregó Atenea al rey Eetes. La segunda generación de espartos nació cuando este rey le encargó a Jasón, que andaba en busca del vellocino de oro, que hunciera sus bueyes de bronce, labrara la tierra con ellos y sembrara los dientes del dragón. Al ver cómo surgían del suelo, Jasón realizó la misma maniobra de Cadmo y los engañó lanzándoles piedras sin que le vieran. En este caso, no sobrevivió ninguno de ellos.

El nacimiento de los espartos - Jacob Jordaens

Ancianos del mar

En la mitología griega se designó a varios dioses marinos como ancianos del mar (griego: ἅλιος γέρων). Estos eran Nereo, Proteo y Forcis, los cuales estaban dotados con el don de la profecía y de la metamorfosis, además de que fueron padres de bellas ninfas o de monstruos acuáticos.

NEREO

Nereo (griego: Νηρευς; Húmedo/Mojado) fue el hijo primogénito que tuvo Ponto, el mar primigenio, con Gea, la Tierra. Vivía en el mar Egeo junto a su esposa, la oceánide Doris, con la que fue padre de las cincuenta ninfas Neréidas. Entre sus hijas podríamos destacar a Anfitrite, esposa de Poseidón, y a Tetis, que acabó siendo la madre del héroe Aquiles. Según Filostrato en Descripciones de cuadros, fue Nereo el que le profetizó a Tetis el destino de su hijo: «o una larga vida en el anonimato o morir gloriosamente de forma prematura». Heracles también dispuso de las dotes adivinatorias de este anciano cuando buscaba el jardín de las Hespérides para uno de sus trabajos. Cuando lo halló, lo sujetó con gran fuerza mientras dormía y, por muchas formas que adoptase, no lo soltó hasta que le dijo dónde se encontraba el jardín.

PROTEO

Proteo (griego: Πρωτευς; Primero), también conocido como el Egipcio, era una de las muchas deidades marinas engendradas por Poseidón. Estaba al cuidado de los rebaños de focas de su padre y, según las Geórgicas de Virgilio, recorría los mares en un carro tirado por hipocampos. Además, se le asociaba con la isla de Lemnos, la península de Palene y la isla egipcia de Faros. En la Odisea de Homero, Idotea, una de sus hijas, aconseja a Menelao que atrape a su padre para que le diga cómo regresar a casa y cuál fue el destino de sus compañeros al regresar de la guerra de Troya. Al mediodía, el anciano salía del mar para dormitar en alguna caverna acompañado de su rebaño de focas; era entonces el momento en el que debía apresarlo el héroe. Cuando Menelao y tres de sus hombres se abalanzaron sobre él, Proteo adoptó forma de león, de serpiente, de leopardo, de jabalí, de chorros de agua, de árbol e incluso de fuego, pero finalmente cedió cansado y respondió a las preguntas que le hicieron.

FORCIS

Forcis (griego: Φορκυς) fue otro de los hijos de Ponto y Gea, por lo que también era hermano de Nereo. Este dios representaba los peligros de las profundidades marinas y fue, junto a su hermana Ceto, padre de numerosos monstruos como las Gorgonas, las Grayas, Equidna y el dragón Ladón según la Teogonía de Hesíodo; además se le atribuía la paternidad de las ninfas Toosa, madre del cíclope Polifemo, y Escila, que acabó convertida en monstruo por los celos de Circe. Forcis tenía un puerto consagrado en Ítaca, su atributo era una antorcha y era representado en los antiguos mosaicos romanos como una deidad con cola de pez y pinzas de cangrejo donde debería tener las piernas.

Proteo - Newell Convers Wyeth

Mirmidones

Los mirmidones (griego: μυρμιδόνες; hombres hormiga) fueron los pobladores de la isla de Egina que destacaban por su efectividad en el combate y su laboriosidad. Según la Biblioteca mitológica, Zeus raptó a Egina, hija del río Asopo, y la llevó consigo hasta la isla Enone, que luego recibiría el nombre de la náyade, y allí engendraron a Éaco. Como la isla estaba desierta, Zeus transformó a las hormigas del lugar en hombres y Éaco se convirtió en su rey. Estos aguerridos hombres acabaron yendo a la guerra de Troya bajo las órdenes de Aquiles, nieto de Éaco.

Ovidio añade más detalles al mito en el libro VII de Las metamorfosis. En la obra, Éaco le cuenta apenado a Céfalo que Hera, airada por la aventura que tuvo Zeus con Egina, asoló sus tierras con una terrible peste. Ante la masacre que estaba sufriendo su pueblo, Éaco le imploró a Zeus que le diera tantos ciudadanos como hormigas estaban recorriendo en ese momento una encina cercana. Esa misma noche, aquellas hormigas se convirtieron en hombres y Éaco los llamó mirmidones para recordar su origen y porque conservaban la naturaleza trabajadora y organizada de las hormigas.

Estrabón explicó en el tomo VIII de su Geográfica una versión histórica sobre este pueblo, diciendo de ellos que eran llamados así porque, a la manera de las hormigas, abrían galerías y sacaban tierra para poder cultivar en las yermas tierras donde vivían.

El nacimiento de los mirmidones - Isaac Broit

Drago

En el Valle de Alagón, entre las poblaciones de Pozuelo de Zarzón y Santa Cruz de Paniagua, se encuentra todavía a día de hoy una cueva conformada por unos solitarios peñascos. Esta estructura es conocida como el «Horno del Drago» y servía antiguamente como morada a un monstruoso gigante con cabeza y brazos humanos pero con el resto del cuerpo de basilisco.

Según lo recogido por Publio Hurtado en su Supersticiones extremeñas, el Drago soltaba unos fuertes bramidos cada vez que tenía hambre, por lo que los vecinos del lugar, aterrados, le entregaban una vaca para saciar su apetito. Este monstruo mataba y colgaba de una argolla a sus sacrificios para luego devorarlos crudos cada día hasta que, eventualmente, los lugareños se quedaron sin ganado que ofrecerle. Ante esta situación, el Drago comenzó a devorar a todos los humanos que encontró en Cáceres y poco a poco se fue dirigiendo al sur arrasando con todo lo que pudiera echarse a la boca. De esta manera bajó en busca de comida a Badajoz, luego a Andalucía y finalmente cruzó al continente africano, donde no se volvió a saber de él. En Seres míticos y personajes fantásticos españoles, de Manuel Martín Sánchez, también se menciona que el Drago acabó regresando a Extremadura, donde murió de inanición por falta de alimento.

Comisión encargada a Caymartworks

Duende de Zaragoza

El duende de Zaragoza, o duende de la hornilla, tal y como le bautizaron los medios locales en su tiempo, fue el protagonista de uno de los fenómenos paranormales más famosos que sucedieron en España a inicios del siglo XX. Este ente invisible, que en ningún momento se mostró de forma física, se manifestó principalmente durante el mes de noviembre de 1934 como una voz masculina en el edificio número 2 de la calle Gascón de Gotor, Zaragoza; concretamente en la cocina del segundo derecha.

Según el diario Heraldo de Aragón publicado el 23 de noviembre de 1934, los hechos más notorios comenzaron entre el jueves 15 y el viernes 16 de dicho mes, siendo atestiguados por primera vez por Pascuala Alcocer, una muchacha de dieciseis años que trabajaba en la casa como sirvienta de la familia Palazón, compuesta por un matrimonio, sus hijos y la hermana del marido.

Pascuala, aterrada, les aseguraba a los señores que había oído una risa salir del hornillo y cómo una voz la llamaba. La dueña de la casa tomó a broma su vivencia hasta que ella misma oyó la fantasmal voz soltar un «¡ay!» cuando Pascuala cerró el pasa humos de la cocina en su presencia. Este ser parecía mostrar especial predilección por la criada, a la que solía llamar diciendo «María, ven», pese a que ese no fuera su nombre, además de que se quejaba y lanzaba lamentos cuando la muchacha removía el carbón del fogón con un gancho. Otros medios, como La voz de Aragón, consiguieron una entrevista con otra joven, Anita Villagra, de diecinueve años, que sirvió con anterioridad en dicha casa. Esta muchacha aseguró que ya en septiembre oyó al "duende" exclamar «¡Voy, voy!», aunque la voz cesó y el asunto no trascendió en dicho momento. También, otro inquilino del edificio contó que en dicho mes se oyeron durante dos o tres días unos ruidos extraños que se daban a última hora de la noche, pero tampoco se les dio ninguna importancia y pararon por sí solos.

El día con más actividad tuvo lugar el miércoles 21 de noviembre, cuando la misteriosa entidad comenzó a hablar desde las siete de la mañana, hora en la que la sirvienta fue a encender el hornillo de la cocina y fue interrumpida por el duende, que le dijo: «No enciendas el fuego, que me quemas». Ante el pánico provocado, la propietaria del inmueble, que vivía en el piso de abajo, subió al lugar de los hechos e increpó violentamente al enigmático ser creyéndolo una broma de mal gusto. Lo único que recibió del duende fueron unas sonoras carcajadas. La familia decidió dar parte a la policía, que se presentó en el edificio y realizó numerosas inspecciones para encontrar al bromista o cualquier aparato del que proviniese la quejumbrosa voz. También acudieron arquitectos y albañiles que estudiaron las habitaciones, chimeneas y demás conductos. Cuando se le mandó a un albañil tomar medidas del diámetro del hornillo, el duende le dijo de inmediato, antes de que pudiera realizar las mediciones: «Mide quince centímetros». Su respuesta fue correcta y se mostró en más de una ocasión que este ente tenía perfectos conocimientos de todo cuanto acontecía a su alrededor, como cuando el señor Grijalba, vecino del piso superior, le preguntó por cuántas personas se encontraban en ese momento en la cocina y contestó que había trece. Cuando intentaron corregirle, pues sólo eran doce, el duende se reafirmó y gritó: «¡No, trece!». Al parecer, se contaba a sí mismo entre la multitud.

A las nueve de la noche acudieron al piso casi todos los inquilinos del edificio junto a amigos, conocidos, familiares y agentes de la policía. Uno de los presentes comenzó a dialogar con el duende, el cual aclaró que su naturaleza no era humana: —¿Quién eres? ¿Por qué haces esto? ¿Quieres dinero?— Y al decir estas palabras, la voz le contestó con una negativa. —¿Quieres trabajo? —No —¿Qué quieres, hombre? —Nada, no soy hombre. Cada vez que alguien salía del cuarto, él, muy educado, se despedía con un «Adiós, salud», e incluso reaccionó cuando uno de los agentes de policía sacó su pistola de un bolsillo para meterla en otro: «¡No, con la pistola no!». Pocos momentos más tarde llegaron otros guardias para realizar una nueva inspección en el edificio, pero al mismo entrar, la entidad se enfureció y les increpó: «¡Cobardes! ¿Para qué tanta gente y tantos guardias?». Esa misma noche, a las dos de la madrugada, cuando la mayoría de la gente se hubo retirado, se despidió diciendo: «Y por hoy, basta».
Guardias examinando la hornilla de la que proceden las voces - Revista Crónica nº264 (02/12/1934)
A estas alturas, todas las sospechas indicaban que la voz provenía de la criada, Pascuala, ya fuera por ventriloquía voluntaria o involuntaria (producida por la histeria) o por cierta mediumnidad, puesto que el "duende" solo se manifestaba cuando estaba ella presente. Esta teoría se fue cayendo poco a poco porque la entidad seguía comunicándose estando Pascuala en otras habitaciones o incluso fuera de la casa. Por ejemplo, el jueves 22, a las siete de la mañana, la hermana del señor Palazón le preguntó desde la cocina a la criada, que se encontraba en otra estancia, si ya había venido el duende, a lo que éste respondió: «Aquí estoy ya». Más tarde, cuando la policía se presentó aquel día, uno de los agentes abrío la llave de paso de humos del hornillo a modo de broma; esta acción vino seguida de un lamento y voces confusas del ser. Ante las sospechas de que Pascuala era el origen de la voz, un agente la envió al piso de arriba para que buscase astillas y así encender un fuego, pero el duende se adelantó a la petición: «¿Para qué vas a buscar astillas si hay gas?».

Este conocimiento que mostraba el duende de sus alrededores no se limitaba a la cocina, puesto que días más tarde, al grito de «¡los guardias, los guardias!», anunció la llegada de una pareja de policías instantes antes de que llamasen al timbre de la casa. Al ver que alguien sacaba cigarrillos, le decía de modo socarrón «fumad, fumad» y un vecino del edificio confesó que se divertía apagando la luz de la cocina cuando hablaba con el duende porque éste se inquietaba y gritaba: «¡Luz, luz! ¡Que no veo!». Otro de los inquilinos, que no se creía lo que estaba ocurriendo, se presentó para presenciar el fenómeno, pero al no ocurrir nada se despidió diciendo: «Bueno, éste no viene y yo me voy a comer». —¡Que le haga buen provecho! —le respondió el duende. En cierto momento se llegó a apuntar con un arma al hornillo donde se creía que vivía este duende, pero la amenaza sólo recibió una respuesta irónica: «¡Pistola, no! ¡Pistola, no! No dispares, que me vas a chamuscar».

La actividad de la criatura cesó durante todo el viernes 23, pero el duende volvió a las andadas justo al día siguiente anunciando su llegada al grito de «¡voy, voy!». En aquellos momentos se encontraban en la cocina Pascuala, la señora de Palazón y varias amigas de la familia, que salieron aterrorizadas. Una de ellas llegó a enfrentarse al ser y le exigió que se callara, a lo que éste respondió; «No, no». A las tres de la tarde, el duende se dedicó a llamar insistentemente por su nombre a una de las vecinas, repitiéndolo entre cinco y seis veces. Cuando se cansó de esto, continuó llamando a otros vecinos y hablando hasta las once y media de la noche; todo esto con Pascuala fuera de la casa, pues dejó el edificio a las diez de la noche para regresar con sus padres debido al nerviosismo causado por la presencia del ente y por una depresión debida a las acusaciones de la gente de ser el origen del fenómeno.

El edificio acabó siendo desalojado y ya no se volvió a oír la voz ni el domingo 25 ni el lunes 26, pero la madrugada del martes 27, según lo recogido por El Heraldo de Aragón, uno de los vecinos de la casa y dos muchachos jóvenes, próximos parientes de los inquilinos del piso, volvieron a escuchar al duende gritar «¡Ya estoy aquí! ¡Cobardes, cobardes!». Este hecho fue confirmado por La voz de Aragón, que en esos instantes se encontraba realizando una entrevista telefónica a dos de las inquilinas y tuvieron que interrumpir la llamada bajo el pretexto de que el duende había comenzado a gritar. Aquel día, la familia Palazón decidió abandonar la vivienda y estuvieron todo el día, junto a su sirvienta Pascuala, disponiendo el traslado de los muebles y enseres al nuevo domicilio. El miércoles 28, a las ocho de la mañana, cuando se realizaba el traslado de los muebles, el duende volvió a manifestarse, aunque esa fue su única actividad del día.

El 6 de diciembre de 1934 se precintó la cocina y los propietarios acabaron su mudanza. Poco a poco la voz del duende se fue apagando, soltando algún lánguido quejido de vez en cuando hasta que ya no volvió a pronunciarse. Arturo Grijalba Torre, que vivió los sucesos ocurridos en el número 2 de la calle Gascón de Gotor cuando tan solo era un niño, contó en una entrevista realizada por el Heraldo de Aragón que su familia se mudó al piso que habitaban los Palazón tras su marcha y que llegó a intercambiar palabras con el duende. Con la inocencia de un niño, Arturo en una ocasión le dijo a su padre: «Vámonos, que este tío está chalao», a lo que el duende le contestó «chalao no, pequeño, chalao no». Al parecer, las últimas palabras que profirió esta entidad fueron «¡Voy a matar a todos los habitantes de esta maldita casa, cobardes!», aunque nunca llegó a cumplir su amenaza. Finalmente, el edificio acabó siendo derruido en 1977, pero en honor a este fenómeno, el nuevo bloque de pisos que construyeron en su lugar recibió el nombre de Edificio Duende.

Fotografía publicada en el nº 13.829 de Heraldo de Aragón (23/11/1934)
Puesto que la familia Palazón se negó a que tomasen imágenes de su casa, se recreó el escenario en la cocina del piso superior,
que disponía de la misma distribución y mobiliario. La chica que posa ante las cámaras es una de las hijas de la familia Grijalba.

Lupeux

En la región de Brenne, una tierra en el interior de Francia plagada de estanques, aún se cree en la existencia de un espíritu maligno que acecha a los viajeros. Se trata del lupeux y, aunque se desconoce su auténtica forma, ya que su descripción varía según la localidad, se sabe a ciencia cierta que tienta a la gente llamándola con voz humana. En Légendes rustiques podemos leer el caso de un viajero que pudo haber tenido un destino fatal de no haber sido por su guía, que le advirtió sobre el modus operandis del lupeux.

Según lo que nos cuenta Amantine de Dudevant bajo el pseudónimo de George Sand, el lupeux llamó con voz suave y burlona a su víctima riéndose con un «¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!» cuando atravesaba sus parajes en plena noche. Al girarse el viajero, no vio a nadie y le dijo a su guía que debía haber alguien en los alrededores bastante sorprendido por la presencia de los dos caminantes. Éste no le respondió y siguieron caminando por el oscuro paisaje plagado por las retorcidas sombras de los tocones y árboles desnudos. La voz invisible les perseguió y volvió a repetir su gritito de forma tan alegre y burlona que el caminante acabó por reirse y preguntó, dirigiéndose a la voz, «Bueno, ¿qué es lo que ocurre?». Esta vez el guía sí reaccionó y, santiguándose, le mandó callar, implorandole que no volviera a responderle a aquella voz o estarían perdidos. Por nada del mundo debía escucharla ni pararse a hablar con ella.

Aquella entidad era el lupeux, un ser perverso y retorcido al que alguna vez han visto posado sobre los árboles. En un principio bromea contigo, se ríe y con sus palabras poco a poco te va a alejando del camino. Es capaz de encandilarte con las más rocambolescas historias, intenta atraparte contandote los jugosos secretos de los demás, provoca tus celos hablando de los amantes que pueda tener tu pareja o, en caso de estar soltero, te promete las citas más ardientes. Tan sólo tienes que seguirle, no hay nada que el lupeux no pueda revelarte. Al final, la voz se detiene y te das cuenta de que estás frente a uno de los numerosos estanques que hay en Brenne; sus aguas son cristalinas y, junto a tu imagen, se reflejan todas las historias que este demonio ha ido sembrando en tu cabeza. Cuando te inclinas para verlas mejor, es entonces cuando el lupeux te empuja y deja que te mueras ahogado en las frías y cenagosas aguas. Lo último que sus víctimas ven es al lupeux sobre la rama de un árbol riéndose y respondiendo a la primera pregunta que le hiciste: «¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! Esto es lo que ocurre».

Grabado de Maurice Sand para Légendes rustiques, de George Sand

Odontotirano

El odontotirano (griego: όδοντοτύραννος; diente-tirano) fue una gigantesca bestia con la que se topó Alejandro Magno y su ejército en su incursión por la India. Este ser fue descrito en Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, obra de Pseudo Calístenes, donde aparece como una criatura gigantesca, más grande que un elefante, armado con tres cuernos y una cabeza negra similar a la de un caballo. Tras beber agua de un río cercano, el odontotirano percibió el campamento de Alejando y arremetió contra sus hombres con una furia temible a pesar de las fogatas con las que se protegían, matando a treinta y seis macedonios a su paso e hiriendo a otros cincuenta y dos. Una versión armenia de esta historia, transcrita por Julio Valerio, cuenta que la bestia mató a dosciento veinte hombres en su ataque hasta que consiguieron abatirla. Tal era su tamaño y peso que se necesitaron mil trescientos soldados para arrastrar el cuerpo del animal fuera del campamento.

Según esta descripción, se puede apreciar que el odontotirano no es más que una versión mitificada del rinoceronte, pero en otros relatos sobre la vida de Alejandro Magno, como la de Paladio de Galacia, se cuenta que los brahmanes de esas tierras vivían separados de sus mujeres por el río Ganges, cuyas aguas eran infranqueables porque en ellas vivían los odontotiranos, enormes anfibios capaces de devorar elefantes, los cuales sólo se alejaban cuando los brahmanes debían unirse con sus mujeres por mandato divino.

Ilustración del manuscrito Histoire ancienne jusqu'à César (Add MS 15268 f. 208r)

Erictonio

Erictonio (griego: Εριχθόνιος; posiblemente «Lana en la tierra») fue uno de los primeros reyes míticos de Atenas, considerado uno de los autóctonos. Su nacimiento se relata en la Biblioteca mitológica de Apolodoro, en la que se cuenta que la diosa Atenea acudió a la forja de Hefesto para que le fabricase nuevas armas. El dios herrero, abandonado por Afrodita, se prendió de ella e intentó violarla. Atenea, que juró mantenerse casta y virgen, no cedió y se defendió del cojeante Hefesto, el cual acabó eyaculando sobre su muslo. Asqueada, Atenea se limpió el semen con un paño de lana y lo arrojó a la tierra, que al ser fecundada hizo brotar del suelo a Erictonio.

Atenea acabó recogiendo al recién nacido a escondidas de los otros dioses para criarlo, así que lo metió en una cesta y se la entregó a Pándroso, hija de Cécrope, con la condición de que nunca la abriera. Las hermanas de Pándroso, movidas por una terrible curiosidad, acabaron mirando dentro de la cesta, pero lo que allí vieron les causó la muerte. Una versión del mito dice que el bebé Erictonio tenía enroscada en él una serpiente que mató a las indiscretas mujeres; en la otra versión que podemos encontrar en las Fábulas de Higinio, descubrieron que el bebé tenía cuerpo serpentiforme de cintura para abajo y, como castigo de Atenea, enloquecieron y se arrojaron al vacío desde la Acrópolis.

Erictonio fue criado por la propia Atenea y, tras expulsar a Anfictión, llegó a reinar en Atenas. Consagró en la Acrópolis la estatua de Atenea e instituyó la fiesta de las Panateneas. Finalmente, se casó con la náyade Praxítea y con ella engendró a Pandión, que ocupó el trono de su padre cuando éste murió.

Las hijas de Cécrope descubren a Erictonio - Grabado de Antonio Tempesta

Cécrope

Cécrope (griego: Κεκρωψ) fue, según la mitología griega, el primer rey del Ática. A esta región se le llamaba antiguamente Acte, pero la renombró Cecropia en honor a su propio nombre. Cécrope es considerado uno de los autóctonos, hombres sin padre ni madre nacidos de la tierra. Debido a su naturaleza ctónica, este rey tenía cuerpo híbrido de hombre y serpiente. Cécrope se casó con Agraulo, hija de Acteo, y tuvo un hijo, Erisictón, que murió sin descendencia, y tres hijas, Agraulo, Herse y Pándroso. Al morir Cécrope, ocupó su trono Cránao, otro autóctono, y durante su reinado tuvo lugar el diluvio de Deucalión. A Cránao lo desterró Anfictión y, tras doce años, fue expulsado a su vez por Erictonio.

En el tomo VIII de la Descripción de Grecia, obra de Pausanias, se dice que Cécrope fue contemporáneo del rey Licaón y que ambos diferían a nivel religioso. Mientras Licaón realizaba sacrificios humanos a los dioses, Cécrope rechazó tal idea e instauró que se le ofrendaran unos pasteles conocidos como pelanoi a las divinidades. También fue durante el reinado de Cécrope cuando los dioses tomaron posesión de las ciudades en las que cada uno recibiría honores. El primero en llegar al Ática fue Poseidón, el cual hizo brotar un mar en medio de la acrópolis al golpear la tierra con su tridente. Este mar era llamado Erecteo según la Biblioteca mitológica de Apolodoro, mientras que para Pausanias se trataba de un pozo de agua salada. Virgilio dio otra versión del mito y lo que Poseidón hizo surgir del suelo fue un caballo. Después llegó Atenea e hizo brotar un olivo, que se muestra en el Pandrosío. Al comenzar una disputa entre los dos dioses, Zeus los separó y el resto de dioses le entregaron la región a Atenea ya que, según el testimonio de Cécrope, ella fue la primera en plantar su olivo. Atenea cambió el nombre de la ciudad a Atenas, pero Poseidón, indignado, inundó la llanura Triasia y sumergió el Ática bajo el mar.

Dibujo de una vasija encontrada en Palermo

Pwca

El Pwca es la versión galesa del Puck o Robin el Bueno de Inglaterra. Se trata de un espíritu travieso al que le encanta acechar a la gente para gasterles bromas pesadas como un fuego fatuo, sobre todo en Cwm Pwca, en Brecknoshire, uno de sus lugares favoritos.

El escritor Wirt Sikes consiguió que un campesino galés le dibujara el aspecto de un pwca con un trozo de carbón: el resultado fue una criatura bastante caricaturesca sentada de perfil sobre una roca; tenía una cabeza desproporcionada con unos labios largos y afilados similares a un pequeño pico. Otra historia recogida en la obra de Sikes narra la vivencia de una joven criada que cuidaba del ganado en la granja Trwyn. Esta chica solía ofrecerle un bol de leche fresca y una rodaja de pan blanco a Maestro Pwca, tal y como ella lo llamaba. Desgraciadamente, una noche, la criada se comió la ofrenda que tenía para el Pwca y a cambio sólo le dejó agua y cortezas de pan. A la mañana siguiente vio que el pwca no había tocado la comida y, al rato, unas manos invisibles le dieron una terrible paliza mientras una voz le decía claramente que no volviera a repetir aquella ofensa.

Detalle de una ilustración de T. H. Thomas para British Goblins, de Wirt Sikes.
Por lo general, la historia que más se cuenta sobre estos espíritus, salvo alguna variación, nos presenta a un campesino que está regresando a casa después del trabajo o al volver de una feria. En su camino se encuentra con una luz a lo lejos y, al fijarse más, descubre una pequeña figura oscura que porta una linterna o una antorcha sobre su cabeza. Entonces decide seguirlo durante varias millas hasta que se encuentra al borde de un precipicio, mientras que el Pwca, con su lintera, salta al otro lado del precipio riéndose maliciosamente. Allí apaga su linterna de un soplido y desaparece dejando al viandante para que vuelva a casa como buenamente pueda.

Grabado con carbón que realizó un campesino para Wirt Sikes

Okiku

Okiku (japonés: お菊人形; Muñeca de crisantemo) no es una criatura sobrenatural al uso, sino que se trata de una pequeña muñeca que sirve de recipiente a un alma humana. Su historia comienza en el mes de agosto de 1919, cuando un joven de 18 años llamado Eikichi Suzuki acudió a una gran exposición que se celebró en la isla de Hokkaido. Eikichi estaba muy unido a Kikuko, su hermana pequeña, que no pudo viajar con él debido a su corta edad, pues por aquel momento contaba con tan solo tres años. Eso no le impidió tenerla en sus recuerdos durante el viaje, ya que le compró como regalo en la famosa calle Tanuki-koji de Sapporo una preciosa muñeca vestida de seda y dotada de una corta melena al estilo okappa (japonés: おかっぱ; tazón).

A Kikuko le encantó la muñeca y comenzó a llevarla consigo a todos lados, incluso a la cama cuando iba a dormir. Desgraciadamente, ese invierno, justo después de Año Nuevo, Kikuko contrajo la gripe española y falleció el 24 de enero de 1920. Como es costumbre en el país, fue incinerada y la urna con sus cenizas fueron depositadas en el altar familiar. Eikichi, sabiendo lo muy unida que estaba su hermana con la muñeca, la colocó junto a sus cenizas y desde el altar podía obserbar cómo la familia rezaba por su alma diariamente. Con el paso del tiempo, Eikichi se percató de algo: el pelo de la muñeca estaba creciendo y los cortos mechones de su estilo tazón ahora le llegaban hasta los hombros. Ante esto, la familia supuso que el espíritu de su hija se había alojado en su muñeca y cuidaron de ella.

En 1938 fallecieron los padres de Kikuko y sólo quedó Eikichi para cuidar de la muñeca, pero desgraciadamente, años más tarde, fue reclutado en la armada para combatir en Sajalín. Antes de partir, dejó la muñeca en el templo de Mannenji, localizado en Iwamizawa, para que se encargaran de ella. Eikichi sobrevivió a la guerra y, cuando volvió al templo, se encontró con que a la muñeca ahora le llegaba el pelo casi hasta los pies. A partir de ahí, la fama de la muñeca se extendió por todo Japón y comenzaron a llamarla Okiku. A día de hoy, la muñeca permanece en el templo de Mannenji, donde todavía le cortan el pelo regularmente.

Fotografía de la muñeca Okiku situada en el templo de Mannenjin