La palabra kitsune (japonés: 狐) significa literalmente zorro, animal muy importante en el folklore y la mitología japonesa, donde suele aparecer como personaje recurrente en multitud de historias y leyendas. Al igual que ocurría con otros animales, como los gatos, los tanuki o los tejones, se creía que los zorros eran seres inteligentes con poderes sobrenaturales y, por lo tanto, eran tenidos por yokai pese a ser criaturas reales.
Durante la era Konin (810-823), los dos zorros blancos, acompañados de sus cachorros, iniciaron un peregrinaje al santuario de Inari en Fushimi. Cuando llegaron al monte Inari-yama, donde estaba situado el templo, se postraron ante él y dijeron solemnemente: «¡Oh, gran Dios! Estamos dotados de manera natural con el don de la sabiduría pese a haber nacido animales. Ahora, sinceramente, deseamos hacer nuestra parte por la paz y la prosperidad del mundo. Sin embargo, no podemos realizar nuestro propósito. ¡Oh, gran Dios! Te rogamos desde lo más profundo de nuestro corazón para que, con tu gracia, nos permitas convertirnos en miembros de la casa que es tu templo y así ser capaces de realizar nuestro humilde deseo». Impresionado por la sinceridad con las que estas palabras fueron dichas, el altar sagrado del templo comenzó a temblar como si hubiera un terremoto. En ese momento, los zorros oyeron la solemne voz de Inari saliendo de detrás de la mampara de bambú: «Siempre nos esforzamos por llevar el favor divino de Buda a todos los hombres haciendo nuestro mejor esfuerzo. Vuestro deseo, zorros, es verdaderamente digno de devoción. Os permitiremos, a todos vosotros, quedaros aquí para servir en este templo para siempre. Esperamos que asistáis con simpatía a los adoradores y a la gente con fe. Te ordenamos, zorro, a servir en la parte superior del templo. Te damos el nombre de Osusuki. Y tú, zorra, servirás en la parte inferior del templo. Te daremos el nombre de Akomachi». Desde entonces, cada zorro, incluyendo a los cachorros, hicieron diez juramentos y comenzaron a cumplir los deseos y peticiones de todo el mundo. Aquellos que tenían fe en Inari y veían un zorro blanco, ya fuera en la vida real o en un sueño, consideraban este hecho como un medio de la deidad para comunicarse con ellos a través de sus mensajeros.
Una leyenda cuenta que a los zorros de los santuario de Inari se les conoce también como myobu (japonés: 命婦) debido a una cortesana del emperador Ichijo. Esta doncella, llamada Shin-no-Myobu, ostentaba un cargo de la corte designado como myobu. Era una gran devota de Inari y fue a su santuario en Fushimi para confinarse durante siente días para rezar. Al completar su adoración, se ganó el corazón del Mikado y se convirtió en su consorte. Ella atribuyó su suerte a los zorros blancos guardianes del templo y por eso recibieron el nombre de myobu.
Estos zorros sagrados y sirvientes de Inari no tenían nada que ver con los kitsunes silvestres, conocidos también como nogitsune o yako (japonés: 野狐; zorros salvajes), que se dedicaban a engañar o poseer a la gente. Precisamente, una de las funciones del templo de Inari de Fushimi consistía en purgar o castigar a los nogitsune.
Debido a la rebelión, la zorra migró a Magadha, antiguo reino de la India, donde se hacía llamar dama Kayo y se convirtió en la esposa del rey Kalmashapada, conocido en Japón como Hanzoku. Usando su belleza y sus encantos, dominó al rey y le hizo cometer acciones terribles, como devorar niños, asesinar sacerdotes y otros horrores. Al final, ya fuera porque se quedó sin niños de los que alimentarse o porque Hanzoku le dio la espalda al volverse budista, se marchó de la India y fue vagando por Asia.
Después de causar más incidentes en China, consiguió embarcarse en una nave que se dirigía a Japón transformada en una delicada muchacha. Una vez en el país nipón, llegó hasta el palacio imperial, donde recibió el nombre de Tamamo-no-mae y se convirtió en la cortesana más querida del emperador Toba por su belleza y sabiduría. Tras hacerla su consorte, Tamamo-no-mae fue haciendo enfermar al Emperador poco a poco para hacerse con el trono. Por suerte, fue descubierta por el celebre exorcista Abe no Yasunari y ésta escapó de palacio. Para acabar de una vez por todas con ella, el Emperador mandó a llamar a sus mejores hombres, Kazusa-no-suke y Miura-no-suke, que, junto a un ejercito de ochocientos soldados, consiguieron acabar con ella con sus flechas en la llanura de Nasuno, en la actual prefectura de Tochigi. Su espíritu se convirtió en la roca llamada sessho-seki (japonés: 殺生石; piedra que acaba con la vida), que mataba todo aquello que la tocara, pero cuentan que fue exorcizada y destruida por el sacerdote budista Gennō en el siglo XIV.
El método con el que los zorros pueden transformarse cambia según la versión. Toriyama Sekien recogió en su Gazu hyakki tsurezure-bukuro la historia de un zorro de tres mil años que se puso unas hojas sobre la cabeza, hizo una reverencia a la constelación de la Osa Mayor y se transformó en una bella mujer. Shigeru Mizuki, por su parte, menciona en su Enciclopedia Yokai que en el Yuyo zasso, unos textos de la dinastía Tang, aparecía el caso de un zorro que tenía que ponerse una calavera sobre la cabeza y hacer una reverencia a la estrella polar. Si la calavera no se caía al inclinarse, la transformación se realizaba con éxito. A esta capacidad de transmutarse se le conocía como bake no kawa goromo, lo que significa literalmente «disfraz de fantasma». Eso sí, a veces podían ser descubiertos porque su sombra o su reflejo, aunque tuvieran forma humana, seguía siendo de zorro, así lo dice Lafcadio Hearn en su Glimpses of Unfamiliar Japan.
Un ejemplo totalmente contrario al de Tamamo-no-mae, que manipulaba y enfermaba a sus amantes, sería el de la leyenda de Kuzunoha, en la que un kitsune blanco fue salvado de un cazador por el onmyōji Abe no Yasuna, gran seguidor de Inari. Yasuma recibió una paliza por esto y fue abandonado en el bosque, pero una hermosa mujer llamada Kuzunoha se presentó ante él y lo cuidó. Con el tiempo, se enamoraron, se casaron y hasta tuvieron un hijo al que llamaron Abe no Seimei. Desgraciadamente, cuando su hijo tenía cinco años, vio por accidente la verdadera forma de su madre y ésta tuvo que abandonar su hogar. Antes de partir, les dejó un poema en el que les indicaba que podían volver a verla en el bosque de Shinoda, donde les entregó a su marido y a su hijo una bola de cristal y una caja dorada como regalos de despedida. Con el tiempo, Abe no Seimei acabó convirtiéndose en uno de los onmyōji más poderosos gracias a los regalos de su madre, por su linaje yokai y por el entrenamiento de su padre.
Es famosa una historia contada por Shigeru Mizuki y situada en Kai, actual prefectura de Yamanashi, en las faldas del monte Yumeyama, donde vivía un cazador llamado Yasaku que se dedicaba al comercio de pieles de zorro. Una vieja zorra que vivía en ese mismo monte lo odiaba porque siempre mataba a sus crías. Cerca de allí había un templo budista llamada Hotoji, y Hakuzosu, el monje encargado de él, era el tío del cazador. La zorra se transformó en él y le dijo a Yasaku que no estaba bien matar seres vivos, y con este consejo le entregó una bolsa de monedas a cambio de sus trampas. Cuando se le acabó el dinero y ya no tenía con qué ganarse la vida, Yasaku pensó en volver al templo a pedirle consejo a su tío. Al oír esto, la zorra acudió corriendo al templo y mató a Hakuzosu para suplantarlo y no preocuparse más por el cazador. Transformada en él, la zorra cuidó del templo durante cincuenta años hasta que un día, mientras contemplaba las flores de cerezo, dos perros, acérrimos enemigos de lo zorros, descubrieron su identidad y la mataron a mordiscos, desvelándose así su auténtica apariencia. Desde entonces se les llama hakuzosu a los kitsunes que se transforman en monjes o sacerdotes.
A veces la transformación en humano era incompleta o podía fallar si el kitsune se desconcentraba o era sorprendido. Un ejemplo de esto sería el kitsune que se hacía llamar Koan en la obra Teisei Kidan. Vivía en la provincia de Kozuke y se hacía pasar por un anciano que predicaba el budismo. Afirmaba que tenía ciento treinta años y daba predicciones y sellos escritos de su puño y letra. Una noche, mientras se alojaba en la casa de un vecino, le ofrecieron darse un buen baño, pero en el mismo instante en el que metió un pie en la bañera gritó sobresaltado por el agua tan caliente. Cuando acudieron a ver qué había ocurrido, se encontraron a Koan con cola y el cuerpo cubierto de pelo. Tras ser visto así, huyó del lugar transformado totalmente en zorro.
Shigeru Mizuki recogió una historia titulada Baba-kitsune en la que una anciana de Iwami, en la prefectura de Shimane, compró muchísimos años atrás un zorro a otra familia, como si de un familiar se tratase. La vieja le tenía mucho cariño y lo cuidaba muy bien, pero también era extremadamente celosa. Cuando oía que sus vecinos habían tenido una cosecha abundante, enviaba a su kitsune para que los molestara y no parara hasta que le dieran una ofrenda. Como no podían deshacerse del zorro ni con rezos ni exorcismos, acababan cediendo ante el chantaje de la anciana. Sólo los familiares de la mujer, que se avergonzaban de su comportamiento y estaban cansados de su actitud, consiguieron un conjuro para mantener al kitsune encerrado en casa y que no saliera a hacer de las suyas, pero el encantamiento no duraba mucho y debían repetirlo cada cierto tiempo.
Existía también un tipo de zorro muy pequeño y diminuto, casi como una comadreja o un ratón de color marrón o negro, que era conocido como kuda-kitsune, kudagitsune (japonés: 管狐; zorro de tubo) o kudasho. Se creía que los monjes yamabushi de la montaña Omine recibían uno de sus superiores cuando finalizaban con éxito su formación. Podían guardar estos pequeños zorros en una manga, un bolsillo o en un tubo, de ahí recibían su nombre. Al domesticar uno, se mantenía siempre junto a su amo aunque éste intentara abandonarlo, pero cuando moría su dueño, se volvían silvestres y se comportaban como kitsunes normales y corrientes. A veces se alojaban en casas por voluntad propia y sus dueños pasaban a ser llamados kuda-mochi (japonés: dueño de zorro del tubo). Éstos podían utilizar sus poderes para ganar fortuna, ya fuera diciendo el porvenir o enviándolo contra sus enemigos o los enemigos de sus clientes. La casa donde se instalan prospera si son bien atendidos, pero si no, enseguida cae en decadencia, lo cual era fácil en algunas ocasiones, porque cuando una mujer de una familia kitsune-mochi se casaba y se marchaba de casa para instalarse en la de su marido, el nogitsune le seguía con toda su familia, que contaba siempre con setenta y cinco miembros que debían ser cuidados. Por esto, las demás familias y vecinos procuraban no tener trato con los que poseían un zorro.
Estas posesiones normalmente se le atribuían al pequeño kudagitsune, que se introducía en los humanos metiéndose por debajo de las uñas. Para expulsarlo, a veces bastaba con un exorcismo en el que el sacerdote le comunicaba al zorro, con argumentos religiosos, lo mal que se estaba comportando, y éste accedía a marcharse a cambio de comida que debía colocarse donde él estipulara. Otras veces se encontraba en la víctima un bulto que se movía, por lo que se procedía a anudar los dedos de manos y pies del poseído para que el espíritu animal no pudiera escapar por sus uñas. Luego, se intentaba arrinconar al bulto hasta que no tuviera escapatoria y se procedía a realizar un corte en dicha parte. Según Shigeru Mizuki, de la herida abierta saldría una bola de pelo, que se trataría de la energía espiritual del zorro, pero Lafcadio Hearn da otra versión en la que el bulto se escurre siempre por debajo de cualquier mano que lo apriete. Cuando no se disponía de un templo o sacerdote para realizar un exorcismo, la gente recorría a amenazar al zorro o golpear directamente a la víctima para que abandonase su cuerpo. Se creía que los que comían carne de zorro, en concreto de su lengua, se mantenían a salvo de ser poseídos o de caer en sus ilusiones. Finalmente, los que se recuperaban con éxito de una posesión acababan aborreciendo la comida de los zorros y ya nunca más vuelven a probarla.
Para finalizar, existen algunos relatos en los que aparece una posesión muy preciada para los zorros, una pequeña y brillante esfera blanquecina conocida como hoshi no tama. En el Konjaku Monogatari se cuenta el caso de una mujer que estaba poseída por un zorro. El kitsune afirmó que no quería hacer ningún mal, que sólo se había introducido en el cuerpo de la mujer para comer a través de ella. Entonces sacó una pequeña esfera con la que se puso a jugar lanzándola al aire. Un joven samurái que se encontraba entre los presentes atrapó la esfera mientras estaba en el aire y, ante esto, la mujer poseída le gritó entre lágrimas que se la devolviera inmediatamente, que era inútil para él porque no sabía usarla, pero que era indispensable para ella. Si se la negaba, le juró que lanzaría una maldición contra él, pero si tenía la buena voluntad de devolvérsela, le serviría como espíritu guardián. Ante este juramento, el samurái aceptó el trato y se la devolvió. Tal y como le prometió el kitsune, siguió al samurái durante sus viajes y lo salvó de caer en la emboscada de unos ladrones.
En el Unkon-shi podemos encontrar una historia parecida. En esta leyenda, el sacerdote del templo Chikurin-in, en la provincia de Omi, observaba cómo unos kitsunes jugaban entre ellos hasta que se percató de que empezaron a crear una pequeña esfera brillante. Los samuráis que custodiaban el templo le gritaron a los zorros para espantarlos, pero en su huida dejaron caer la esfera. Creyendo que se trataría de un tesoro importante, los samuráis se quedaron con ella. Esa noche, alguien llamó a la puerta del sacerdote y unas vocecillas le imploraban por favor que les devolvieran la esfera. Esto se repitió varias noches seguidas hasta que consiguió que los samurais devolvieran la esfera con severas amenazas. Años más tarde, cuando ese sacerdote estaba en su lecho de muerte, recibió la inesperada visita de su hermano, que se encontraba en la lejana provincia del este de Mutsu. Al parecer, los zorros le agradecieron al sacerdote su buena obra avisando a sus familiares para que pudieran despedirse de él.
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Mensajeros de Inari
Una clase de zorros benévolos y divinos estaban ligados con Inari, deidad andrógina de la agricultura, la fertilidad y el arroz, siendo considerados como sus mensajeros. En Kitsune: Japan's fox of mystery, romance and humor, de Kiyoshi Nozaki, se cuenta cómo comenzó esta relación entre Inari y los kitsune. Según esta obra, al norte de Kioto, antigua capital de Japón, vivía una pareja de viejos zorros blancos en las cercanías del monte Funaoka. El zorro macho era de un blanco argénteo, como si estuviera cubierto de erizadas agujas de plata, y al andar siempre llevaba erguida la cola. La zorra, en cambio, tenía cabeza de ciervo sobre un cuerpo de zorro. Sus cinco cachorros les seguía allá donde fueran, y cada uno de ellos tenía una cara diferente.Durante la era Konin (810-823), los dos zorros blancos, acompañados de sus cachorros, iniciaron un peregrinaje al santuario de Inari en Fushimi. Cuando llegaron al monte Inari-yama, donde estaba situado el templo, se postraron ante él y dijeron solemnemente: «¡Oh, gran Dios! Estamos dotados de manera natural con el don de la sabiduría pese a haber nacido animales. Ahora, sinceramente, deseamos hacer nuestra parte por la paz y la prosperidad del mundo. Sin embargo, no podemos realizar nuestro propósito. ¡Oh, gran Dios! Te rogamos desde lo más profundo de nuestro corazón para que, con tu gracia, nos permitas convertirnos en miembros de la casa que es tu templo y así ser capaces de realizar nuestro humilde deseo». Impresionado por la sinceridad con las que estas palabras fueron dichas, el altar sagrado del templo comenzó a temblar como si hubiera un terremoto. En ese momento, los zorros oyeron la solemne voz de Inari saliendo de detrás de la mampara de bambú: «Siempre nos esforzamos por llevar el favor divino de Buda a todos los hombres haciendo nuestro mejor esfuerzo. Vuestro deseo, zorros, es verdaderamente digno de devoción. Os permitiremos, a todos vosotros, quedaros aquí para servir en este templo para siempre. Esperamos que asistáis con simpatía a los adoradores y a la gente con fe. Te ordenamos, zorro, a servir en la parte superior del templo. Te damos el nombre de Osusuki. Y tú, zorra, servirás en la parte inferior del templo. Te daremos el nombre de Akomachi». Desde entonces, cada zorro, incluyendo a los cachorros, hicieron diez juramentos y comenzaron a cumplir los deseos y peticiones de todo el mundo. Aquellos que tenían fe en Inari y veían un zorro blanco, ya fuera en la vida real o en un sueño, consideraban este hecho como un medio de la deidad para comunicarse con ellos a través de sus mensajeros.
Una leyenda cuenta que a los zorros de los santuario de Inari se les conoce también como myobu (japonés: 命婦) debido a una cortesana del emperador Ichijo. Esta doncella, llamada Shin-no-Myobu, ostentaba un cargo de la corte designado como myobu. Era una gran devota de Inari y fue a su santuario en Fushimi para confinarse durante siente días para rezar. Al completar su adoración, se ganó el corazón del Mikado y se convirtió en su consorte. Ella atribuyó su suerte a los zorros blancos guardianes del templo y por eso recibieron el nombre de myobu.
Estos zorros sagrados y sirvientes de Inari no tenían nada que ver con los kitsunes silvestres, conocidos también como nogitsune o yako (japonés: 野狐; zorros salvajes), que se dedicaban a engañar o poseer a la gente. Precisamente, una de las funciones del templo de Inari de Fushimi consistía en purgar o castigar a los nogitsune.
Inari, con uno de sus zorros a sus pies, se presenta ante un guerrero Utagawa Kuniyoshi |
Varios kitsune rodean a Inari mientras asiste al herrero Munechika para forjar la espada Kogitsune-maru Utagawa Kuniyoshi |
Tamamo-no-mae
Quizás, la kitsune más famosa y malvada que existió fue la que acabó siendo conocida como Tamamo-no-mae. En tiempos remotos, cuando el mundo era como un océano cenagoso que formaba un confuso caos, emergió una nube siniestra que, al materializarse, dio origen a una zorra sobrenatural. Con el tiempo aumentaron sus poderes mágicos, se volvió inmortal, su pelaje se volvió dorado y su cola se dividió en nueve, por esto también se le conoce como kyubi no kitsune (japonés: 九尾の狐; zorro de nueve colas) en Japón y Huli Jing en China. Aquella zorra llegó a la antigua China en los tiempos de la dinastía Shang, donde adoptó la identidad de Daji, la concubina favorita del último rey de los Shang. Influenciando al rey, llevó al país a una época de terror hasta que una rebelión acabó con su dinastíaDebido a la rebelión, la zorra migró a Magadha, antiguo reino de la India, donde se hacía llamar dama Kayo y se convirtió en la esposa del rey Kalmashapada, conocido en Japón como Hanzoku. Usando su belleza y sus encantos, dominó al rey y le hizo cometer acciones terribles, como devorar niños, asesinar sacerdotes y otros horrores. Al final, ya fuera porque se quedó sin niños de los que alimentarse o porque Hanzoku le dio la espalda al volverse budista, se marchó de la India y fue vagando por Asia.
Después de causar más incidentes en China, consiguió embarcarse en una nave que se dirigía a Japón transformada en una delicada muchacha. Una vez en el país nipón, llegó hasta el palacio imperial, donde recibió el nombre de Tamamo-no-mae y se convirtió en la cortesana más querida del emperador Toba por su belleza y sabiduría. Tras hacerla su consorte, Tamamo-no-mae fue haciendo enfermar al Emperador poco a poco para hacerse con el trono. Por suerte, fue descubierta por el celebre exorcista Abe no Yasunari y ésta escapó de palacio. Para acabar de una vez por todas con ella, el Emperador mandó a llamar a sus mejores hombres, Kazusa-no-suke y Miura-no-suke, que, junto a un ejercito de ochocientos soldados, consiguieron acabar con ella con sus flechas en la llanura de Nasuno, en la actual prefectura de Tochigi. Su espíritu se convirtió en la roca llamada sessho-seki (japonés: 殺生石; piedra que acaba con la vida), que mataba todo aquello que la tocara, pero cuentan que fue exorcizada y destruida por el sacerdote budista Gennō en el siglo XIV.
Hanzoku aterrorizado ante la forma original de la dama Kayo - Utagawa Kuniyoshi |
Kazusa-no-suke matando al zorro de nueve colas - Utagawa Kuniyoshi |
Habilidad de transformación
La capacidad de transformarse y de cambiar de aspecto era una de las principales habilidades mágicas que poseían los kitsune. Gracias a esto, podemos encontrar numerosos cuentos en los que un zorro se transforma en humano para gastar bromas, ponerse a salvo, robar comida o incluso para satisfacer sus necesidades sexuales, apareciéndose como una hermosa mujer que poco a poco va drenándole las energías a su víctima como una especie de súcubo, tal y como fue el caso de Tamamo-no-mae. Además, no sólo podían transformarse en humanos: un kitsune se transformó una vez en un cedro gigante. Nakadayu, sobrino del sacerdote del santuario Kasuga en Nara, y su sirviente, vieron este cedro salido de la nada mientras recogían pasto para sus caballos. Sospechando que podía tratarse de la obra de algún espíritu, decidieron dispararle con sus arcos. En cuanto las flechas llegaron al cedro, éste desapareció. Al acercarse a inspeccionar el lugar, encontraron un zorro moribundo con dos flechas clavadas en el costado.El método con el que los zorros pueden transformarse cambia según la versión. Toriyama Sekien recogió en su Gazu hyakki tsurezure-bukuro la historia de un zorro de tres mil años que se puso unas hojas sobre la cabeza, hizo una reverencia a la constelación de la Osa Mayor y se transformó en una bella mujer. Shigeru Mizuki, por su parte, menciona en su Enciclopedia Yokai que en el Yuyo zasso, unos textos de la dinastía Tang, aparecía el caso de un zorro que tenía que ponerse una calavera sobre la cabeza y hacer una reverencia a la estrella polar. Si la calavera no se caía al inclinarse, la transformación se realizaba con éxito. A esta capacidad de transmutarse se le conocía como bake no kawa goromo, lo que significa literalmente «disfraz de fantasma». Eso sí, a veces podían ser descubiertos porque su sombra o su reflejo, aunque tuvieran forma humana, seguía siendo de zorro, así lo dice Lafcadio Hearn en su Glimpses of Unfamiliar Japan.
Un ejemplo totalmente contrario al de Tamamo-no-mae, que manipulaba y enfermaba a sus amantes, sería el de la leyenda de Kuzunoha, en la que un kitsune blanco fue salvado de un cazador por el onmyōji Abe no Yasuna, gran seguidor de Inari. Yasuma recibió una paliza por esto y fue abandonado en el bosque, pero una hermosa mujer llamada Kuzunoha se presentó ante él y lo cuidó. Con el tiempo, se enamoraron, se casaron y hasta tuvieron un hijo al que llamaron Abe no Seimei. Desgraciadamente, cuando su hijo tenía cinco años, vio por accidente la verdadera forma de su madre y ésta tuvo que abandonar su hogar. Antes de partir, les dejó un poema en el que les indicaba que podían volver a verla en el bosque de Shinoda, donde les entregó a su marido y a su hijo una bola de cristal y una caja dorada como regalos de despedida. Con el tiempo, Abe no Seimei acabó convirtiéndose en uno de los onmyōji más poderosos gracias a los regalos de su madre, por su linaje yokai y por el entrenamiento de su padre.
Es famosa una historia contada por Shigeru Mizuki y situada en Kai, actual prefectura de Yamanashi, en las faldas del monte Yumeyama, donde vivía un cazador llamado Yasaku que se dedicaba al comercio de pieles de zorro. Una vieja zorra que vivía en ese mismo monte lo odiaba porque siempre mataba a sus crías. Cerca de allí había un templo budista llamada Hotoji, y Hakuzosu, el monje encargado de él, era el tío del cazador. La zorra se transformó en él y le dijo a Yasaku que no estaba bien matar seres vivos, y con este consejo le entregó una bolsa de monedas a cambio de sus trampas. Cuando se le acabó el dinero y ya no tenía con qué ganarse la vida, Yasaku pensó en volver al templo a pedirle consejo a su tío. Al oír esto, la zorra acudió corriendo al templo y mató a Hakuzosu para suplantarlo y no preocuparse más por el cazador. Transformada en él, la zorra cuidó del templo durante cincuenta años hasta que un día, mientras contemplaba las flores de cerezo, dos perros, acérrimos enemigos de lo zorros, descubrieron su identidad y la mataron a mordiscos, desvelándose así su auténtica apariencia. Desde entonces se les llama hakuzosu a los kitsunes que se transforman en monjes o sacerdotes.
A veces la transformación en humano era incompleta o podía fallar si el kitsune se desconcentraba o era sorprendido. Un ejemplo de esto sería el kitsune que se hacía llamar Koan en la obra Teisei Kidan. Vivía en la provincia de Kozuke y se hacía pasar por un anciano que predicaba el budismo. Afirmaba que tenía ciento treinta años y daba predicciones y sellos escritos de su puño y letra. Una noche, mientras se alojaba en la casa de un vecino, le ofrecieron darse un buen baño, pero en el mismo instante en el que metió un pie en la bañera gritó sobresaltado por el agua tan caliente. Cuando acudieron a ver qué había ocurrido, se encontraron a Koan con cola y el cuerpo cubierto de pelo. Tras ser visto así, huyó del lugar transformado totalmente en zorro.
La identidad de Kuzunoha es descubierta por su hijo - Tsukioka Yoshitoshi |
Kitsune disfrazado del monje Hakuzosu Tsukioka Yoshitoshi |
Guerra con los Tanuki
Los kitsune y los tanuki compiten en el folklore japonés para ver cuál de los dos tiene mejores poderes de transformación. En aquellas historias donde se han enfrentado estos dos animales, siempre salen victoriosos los tanuki. La isla de Shikoku está fuertemente protegida por los perro mapache y no permiten que los kitsunes pongan un pie en ella. Lo mismo ocurría en la isla de Sado, donde regía entre los tanuki uno conocido como Danzaburo. Al saber de esto, un kitsune muy hábil en el arte de la transformación lo retó cuando se topó con él durante una peregrinación. Danzaburo comenzó a vanagloriarse de que podía transformarse, no sólo en una persona, si no en todo el cortejo de un señor feudal. El kitsune, receloso, le pidió que lo hiciera para comprobarlo y, en el acto, el tanuki desapareció para dejar paso a todo un cortejo que apareció por el camino. El kitsune se quedó asombrado y se acercó al cortejo para admirar lo realista que parecía, pero fue capturado por un grupo de samuráis porque, realmente, se trataba del cortejo de un señor feudal. Danzaburo se había reído del zorro y todos los enfrentamientos posteriores que tuvo los ganó de manera similar, quedando siempre invicto.Dueños de un zorro
Pese a ser animales traviesos, e incluso maléficos, en ocasiones entablaban amistad con los humanos, ya fuera como muestra de gratitud o por ser domesticados. Aquellos que contaban con la protección y la ayuda de un kitsune eran conocidos como kitsune-mochi (japonés: 狐持ち, dueño/poseedor de zorro), y podían emplear sus poderes para prosperar y ganar riqueza o para arruinar a sus enemigos. Eso sí, era importante honrar y cuidar al kitsune adecuadamente, porque de lo contrario podría llevar la ruina a sus poseedores.Shigeru Mizuki recogió una historia titulada Baba-kitsune en la que una anciana de Iwami, en la prefectura de Shimane, compró muchísimos años atrás un zorro a otra familia, como si de un familiar se tratase. La vieja le tenía mucho cariño y lo cuidaba muy bien, pero también era extremadamente celosa. Cuando oía que sus vecinos habían tenido una cosecha abundante, enviaba a su kitsune para que los molestara y no parara hasta que le dieran una ofrenda. Como no podían deshacerse del zorro ni con rezos ni exorcismos, acababan cediendo ante el chantaje de la anciana. Sólo los familiares de la mujer, que se avergonzaban de su comportamiento y estaban cansados de su actitud, consiguieron un conjuro para mantener al kitsune encerrado en casa y que no saliera a hacer de las suyas, pero el encantamiento no duraba mucho y debían repetirlo cada cierto tiempo.
Existía también un tipo de zorro muy pequeño y diminuto, casi como una comadreja o un ratón de color marrón o negro, que era conocido como kuda-kitsune, kudagitsune (japonés: 管狐; zorro de tubo) o kudasho. Se creía que los monjes yamabushi de la montaña Omine recibían uno de sus superiores cuando finalizaban con éxito su formación. Podían guardar estos pequeños zorros en una manga, un bolsillo o en un tubo, de ahí recibían su nombre. Al domesticar uno, se mantenía siempre junto a su amo aunque éste intentara abandonarlo, pero cuando moría su dueño, se volvían silvestres y se comportaban como kitsunes normales y corrientes. A veces se alojaban en casas por voluntad propia y sus dueños pasaban a ser llamados kuda-mochi (japonés: dueño de zorro del tubo). Éstos podían utilizar sus poderes para ganar fortuna, ya fuera diciendo el porvenir o enviándolo contra sus enemigos o los enemigos de sus clientes. La casa donde se instalan prospera si son bien atendidos, pero si no, enseguida cae en decadencia, lo cual era fácil en algunas ocasiones, porque cuando una mujer de una familia kitsune-mochi se casaba y se marchaba de casa para instalarse en la de su marido, el nogitsune le seguía con toda su familia, que contaba siempre con setenta y cinco miembros que debían ser cuidados. Por esto, las demás familias y vecinos procuraban no tener trato con los que poseían un zorro.
Enfrentamiento entre tanukis y kitsunes - Shigeru Mizuki |
Posesiones
Los kitsune también contaban con la habilidad de poseer seres humanos y a este acto se le conocía como kitsune-tsuki (japonés: 狐憑き; posesión de zorro). A veces realizan estos actos para comunicarse a través de la persona poseída, pero normalmente lo hacían para castigar a los que hubieran hecho alguna afrenta contra ellos, como haber matado a uno de los suyos. A los zorros les era más sencillo poseer a gente débil, por eso sus víctimas solían ser mujeres y no hombres jóvenes y luchadores. Los poseídos mostraban comportamientos erráticos: salían a correr desnudos por la calle, escupían espuma por la boca, aullaban como zorros, si las víctimas eran analfabetas, de repente podían leer y escribir; mostraban cambios en el apetito, perdiéndolo o demandando sólo comida atribuida a los zorros, como tofu, abuurage o judías rojas; etc. Pese a ser invisible, la sombra del zorro aún se veía reflejada en el agua, por eso los poseídos por uno evitaban los ríos o los pozos.Estas posesiones normalmente se le atribuían al pequeño kudagitsune, que se introducía en los humanos metiéndose por debajo de las uñas. Para expulsarlo, a veces bastaba con un exorcismo en el que el sacerdote le comunicaba al zorro, con argumentos religiosos, lo mal que se estaba comportando, y éste accedía a marcharse a cambio de comida que debía colocarse donde él estipulara. Otras veces se encontraba en la víctima un bulto que se movía, por lo que se procedía a anudar los dedos de manos y pies del poseído para que el espíritu animal no pudiera escapar por sus uñas. Luego, se intentaba arrinconar al bulto hasta que no tuviera escapatoria y se procedía a realizar un corte en dicha parte. Según Shigeru Mizuki, de la herida abierta saldría una bola de pelo, que se trataría de la energía espiritual del zorro, pero Lafcadio Hearn da otra versión en la que el bulto se escurre siempre por debajo de cualquier mano que lo apriete. Cuando no se disponía de un templo o sacerdote para realizar un exorcismo, la gente recorría a amenazar al zorro o golpear directamente a la víctima para que abandonase su cuerpo. Se creía que los que comían carne de zorro, en concreto de su lengua, se mantenían a salvo de ser poseídos o de caer en sus ilusiones. Finalmente, los que se recuperaban con éxito de una posesión acababan aborreciendo la comida de los zorros y ya nunca más vuelven a probarla.
Otros hechos de los kitsune
A parte de casarse con humanos, como se ha visto en el caso de Kuzunoha, los zorros también se casaban entre sí y, cuando esto sucedía, se daba el extraño fenómeno de que llovía haciendo sol. Las nupcias de los zorros (japonés: 狐の嫁入り; kitsune no yomeiri) contaban con grandes cortejos que, vistos de lejos, parecían portar cientos de farolillos para alumbrar la procesión. Si uno se acerca y observa en silencio, se dará cuenta de que esas luces en realidad provienen de los kitsune-bi (japonés: 狐火; fuego de zorro), unos siniestros fuegos que los zorros producían ya fuera exhalándolos por la boca, mediante la fricción de sus colas o entrechocando huesos o piedras como el jade. Los kitsune no producían estas extrañas llamas sólo durante los cortejos nupciales. Era común que, en las noches cerradas de invierno, grandes grupos de zorros se juntaran para crear estas llamas, produciendo una escena realmente espeluznante.Para finalizar, existen algunos relatos en los que aparece una posesión muy preciada para los zorros, una pequeña y brillante esfera blanquecina conocida como hoshi no tama. En el Konjaku Monogatari se cuenta el caso de una mujer que estaba poseída por un zorro. El kitsune afirmó que no quería hacer ningún mal, que sólo se había introducido en el cuerpo de la mujer para comer a través de ella. Entonces sacó una pequeña esfera con la que se puso a jugar lanzándola al aire. Un joven samurái que se encontraba entre los presentes atrapó la esfera mientras estaba en el aire y, ante esto, la mujer poseída le gritó entre lágrimas que se la devolviera inmediatamente, que era inútil para él porque no sabía usarla, pero que era indispensable para ella. Si se la negaba, le juró que lanzaría una maldición contra él, pero si tenía la buena voluntad de devolvérsela, le serviría como espíritu guardián. Ante este juramento, el samurái aceptó el trato y se la devolvió. Tal y como le prometió el kitsune, siguió al samurái durante sus viajes y lo salvó de caer en la emboscada de unos ladrones.
En el Unkon-shi podemos encontrar una historia parecida. En esta leyenda, el sacerdote del templo Chikurin-in, en la provincia de Omi, observaba cómo unos kitsunes jugaban entre ellos hasta que se percató de que empezaron a crear una pequeña esfera brillante. Los samuráis que custodiaban el templo le gritaron a los zorros para espantarlos, pero en su huida dejaron caer la esfera. Creyendo que se trataría de un tesoro importante, los samuráis se quedaron con ella. Esa noche, alguien llamó a la puerta del sacerdote y unas vocecillas le imploraban por favor que les devolvieran la esfera. Esto se repitió varias noches seguidas hasta que consiguió que los samurais devolvieran la esfera con severas amenazas. Años más tarde, cuando ese sacerdote estaba en su lecho de muerte, recibió la inesperada visita de su hermano, que se encontraba en la lejana provincia del este de Mutsu. Al parecer, los zorros le agradecieron al sacerdote su buena obra avisando a sus familiares para que pudieran despedirse de él.
Kitsune-bi en Cien famosas vistas de Edo - Utagawa Hiroshige |
quisiera saber un poco mas de animales estraños me facina eso hola
ResponderEliminarEspero que encuentres criaturas de tu interés en este blog y lo disfrutes.
EliminarMe encanta tu blog, me fascina el kitsune 🦊 es mi criatura mitologica favorita
ResponderEliminarMe pareció extraordinario todo el texto
ResponderEliminarEs interesante
ResponderEliminarme encanto, muchas gracias
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