Dragones según Eliano

Los siguientes fragmentos que vais a leer están extraídos de la obra de Claudio Eliano, Historia de los animales, editada por Gredos. En la traducción de dicha editorial se sustituyó el término griego δράκων (drakon; dragón) por serpiente con la intención de acercar más a la realidad los datos naturalistas de Eliano, pero dado que las serpientes a las que se refería muestran características sobrenaturales que no corresponden con ninguna otra en la realidad, podemos dar por hecho que se refería al mítico reptil de las leyendas.


Libro II

21. Los dragones de Etiopía y Frigia

Etiopía, donde está el excelente y envidiable lugar cantado por Homero con el nombre de Océano y que es donde se bañan los dioses, es la tierra que cría los dragones de mayor tamaño: alcanzan una longitud de treinta brazas (55 m), y no se les llama con el nombre de ninguna especie, pero dicen que matan a los elefantes y que estos dragones rivalizan en longevidad con los animales más longevos. He aquí que dicen las consejas de Etiopía. Pero, según los relatos frigios, también hay en Frigia dragones que alcanzan una longitud de diez brazas (18,30 m) y, durante el verano, salen todos los días al mediodía de sus cubiles. A orillas del río llamado Ríndaco apoyan en tierra parte de sus anillos y, levantando el resto del cuerpo y extendiendo quieta y silenciosamente el pescuezo, abren la boca y, con su aliento, que es como un hechizo, atraen a los pájaros. Y los pájaros descienden, enteritos y con sus plumas, a sus estómagos, atraídos por el aliento del dragón. Los reptiles se entregan a estos peculiares ejercicios hasta el crepúsculo vespertino. Después, los dragones se ocultan, permanecen acechando a los rebaños y caen sobre ellos (cuando regresan de los pastos a los apriscos, haciendo en ellos gran mortandad y matando a menudo a los pastores, con lo que consiguen abundante y copiosa pitanza.

26. El águila y sus polluelos

Jamás el águila necesita agua ni suspira por un lugar polvoriento, sino que se sobrepone a la sed y no espera un remedio a su flaqueza que provenga del exterior, antes bien menospreciando el agua y el descanso, surca el aire y tiende su mirada penetrante desde la vasta y elevada región celeste. Y el más intrépido de todos los animales, el dragón, con sólo oír el rumor de sus alas. se introduce al instante en su cubil deseoso de hacerse invisible...



Libro V

48. Amistad y enemistad entre animales

[...] En cambio, las cornejas y las lechuzas mantienen perpetua guerra, una guerra, por así decirlo, no declarada. Enemigos son también el milano y el cuervo, el piralis (animal no identificado) y la tórtola, el brento (animal no identificado) y la gaviota, así como el verderón y la tórtola, los buitres y las águilas, los cisnes y los dragones. Los leones son enemigos de antílopes y toros. Cordialísimo odio se profesan el elefante y el dragón...



Libro VI

4. El dragón y las hierbas venenosas que come

Cuando los dragones se disponen a comer fruta, ingieren el jugo de la hierba llamada picrís. Esto los preserva de inflarse de viento. Cuando se ponen al acecho de una persona o de una fiera, comen raíces mortíferas y hierbas de la misma naturaleza. También Homero (Ilíada XXII, 93) sabía su dieta. En efecto, describe cómo, enroscado en su terrera, acecha al hombre, después de haber allegado numerosas provisiones venenosas y mortíferas.

17. Dragón enamorado de una muchacha

En la tierra llamada Judea o Idumea, los habitantes, del tiempo del rey Herodes, contaban que un dragón de tamaño descomunal dispensaba su amor a una atractiva muchacha. El dragón solía visitarla y, presa de un encendido amor, dormía con ella. Pero la muchacha no se sentía tranquila, a pesar de que el dragón se deslizaba con toda la suavidad y amabilidad de que era capaz. En consecuencia, escapó de él y estuvo ausente un mes, creyendo que el dragón, a causa de la ausencia de su amada, la olvidaría. Pero la soledad exacerbó la pasión del reptil, y todos los días y todas las noches visitaba la mansión. Como no encontraba al objeto de su pasión, experimentaba la misma aflicción que un amante decepcionado. Cuando regresó de nuevo, llegó el dragón y se enroscó con el resto de su cuerpo en la muchacha, mientras con la cola daba golpecitos en las piernas de la amada, queriendo expresar, quizás, de este modo, su sentimiento por verse desdeñado. Está visto que el que ejerce su dominio sobre el mismo Zeus y los demás dioses (Eros) no perdona ni siquiera a las bestias, mas lo que venimos diciendo y lo que diremos demuestra cómo se comporta con ellos.

21. Ardid del dragón para atacar al elefante

En la India, según tengo oído, el elefante y el dragón son enemigos encarnizados. Los elefantes, en efecto, abaten las ramas de los árboles para comerlas. Los dragones, al ver esto, se suben reptando a los árboles y enroscan la parte inferior de su cuerpo en el follaje, y la parte superior, comprendida la cabeza, la dejan caer al desdén como una cuerda. El elefante se acerca a ramonear y, entretanto, el dragón salta a sus ojos y se los arranca. Luego, enroscándose en su pescuezo, [como está adherido al árbol] con la parte inferior de su cuerpo, aprieta a su víctima con la otra y estrangula al animal con rara y original lazada.

63. Un dragón protege a un muchacho

Un joven dragón se criaba con un niño que era árcade de nación lo mismo que él. La pareja fue creciendo y el niño se convirtió en un joven, mientras que su compañero se hizo enorme. Se amaban mutuamente y los parientes del muchacho se horrorizaban ante la magnitud del reptil; pues, en verdad, a esta clase de animales en poco tiempo se les ve crecer hasta alcanzar un tamaño enorme y un aspecto terribilísimo. Mientras dormía con el muchacho en el mismo lecho, lo cogieron y lo llevaron lo más lejos posible. El muchacho se levantó, pero el dragón se quedó en aquel lejano lugar. Cuando el dragón cobró afición al bosque y a las hierbas que en él crecen, vivía allí disfrutando de la comida de los dragones, prefiriendo la soledad a la vida de la ciudad prisionero en un cuarto. Pasó el tiempo y el niño se transformó en un joven y el otro en un dragón hecho y derecho. Un día, el árcade, amante y amado del antedicho dragón, tropezó con unos ladrones y, al ser golpeado con una espada, como es natural, se puso a gritar, en parte porque sintió dolor y en parte porque solicitaba ayuda. El dragón es un animal de vista muy penetrante y de finísimo oído. Así pues, el nuestro, como criado a su lado, distinguió la voz y, dando agudos silbidos, presa de cólera, asustó a los ladrones, a quienes avasalló el miedo. Los bandidos huyeron en distintas direcciones y, a mayor abundamiento, algunos fueron apresados por el dragón y murieron de muerte lamentable. Luego el dragón limpió las heridas de su viejo amigo y, acompañándole por todos los lugares de la zona infestada de bestias salvajes, se fue a donde lo habían depositado los familiares del joven, sin mostrar resentimiento alguno contra ellos por haberlo abandonado, ni dejando a su suerte al que había sido el amigo más querido, que es lo que hacen los hombres malvados.



Libro VIII

11. También los animales se enamoran de la hermosura

Hegemón, en su poema las Dardánicas, dice, entre otras cosas relativas al tésalo Alevas, que un dragón se prendó de él [...] Pues bien, un dragón de grandísimo tamaño se enamoró de Alevas; se acercaba hasta él reptando, besaba su cabello, limpiaba el rostro del amado lamiéndole con su lengua y le obsequiaba con muchísimas presas que cazaba. Y si un carnero ardió en amores por la citaredo Glauce y, en Jaso, un delfín por un efebo, ¿por qué no se va a enamorar un dragón de un gentil pastor, y esta, que es la criatura de vista más penetrante, no puede ser juez competente de una hermosura radiante? Es propio de los animales enamorarse no sólo de sus compañeros y afines en naturaleza, sino también de aquellos que no tienen relación ninguna con ellos, pero que son hermosos.



Libro X

25. Los «cara de perro» o «kynoprósopos»

[...] A lo largo del camino que conduce a Etiopía y después de este desierto, viven unos hombres, los kynoprósopos. Al parecer, viven cazando gacelas y antílopes, tienen la tez negra y cabeza y dentadura de perros. Y como se parecen a este animal (mandril), es muy natural que haga aquí mención de ellos. No están dotados de habla, sino que dan gritos agudos. De su mentón pende la barba, una barba comparable a la de los dragones, y sus manos se terminan en uñas muy fuertes y afiladas...

48. Historia de Pindo y el dragón

Licaón, rey de Ematia, tuvo un hijo de nombre Macedón, del cual recibió su nombre el país, que abandonó su antiguo nombre. Éste tenía un hijo valiente, de sobresaliente hermosura, llamado Pindo. Tenía también otros hijos, pero eran de espíritu alocado y de cuerpo endeble; y así, con el transcurso del tiempo, como sentían celos del valor y de la buena fortuna del hermano -que, sabedor de la asechanza de sus hermanos contra él, había abandonado el reino de su padre para vivir en el campo- lo mataron, pero encontraron su propia ruina y purgaron su culpa como era justo.
Además de ser fuerte en otros respectos, era también experto cazador. En cierta ocasión estaba cazando cervatillos. Éstos corrían a todo correr, mientras él cabalgaba persiguiéndolos a toda velocidad, dejando muy rezagados a sus camaradas cazadores. Pero los cervatillos se precipitaron en una cavernosa y profundísima sima y, hurtándose a la mirada de su perseguidor, desaparecieron. Así pues, apeóse del caballo Pindo, lo ató de la rienda a uno de los árboles que allí había, y se disponía a inspeccionar la sima y a buscar a los susodichos ciervos, cuando oyó una voz que decía: "¡No toquéis a los cervatillos!" Y cuando, después de mirar mucho, no vio nada, temió que la voz proviniese de algún agente superior y entonces él se marchó llevando consigo el caballo.
Al día siguiente regresa solo, pero recordando la voz que hirió sus oídos y lleno de temor, y mientras daba a su cabeza y se preguntaba perplejo quién sería el personaje que le apartara el día anterior de su impulso a perseguir a los cervatillos, y mientras estaba ocupado en mirar, como era natural, a los pastores del monte o a otros cazadores, vio un enorme dragón que arrastraba la mayor parte de su cuerpo, pero levantando el cuello que era pequeño comparado con aquél. (Y el cuello juntamente con la cabeza excedían en tamaño a un hombre crecido.) Al punto se llenó de terror al verlo. Pero Pindo no se dio a la fuga, sino que cobró ánimos y con astucia engañó al dragón, pues le ofreció las aves que había cazado, y se las largaba como dones amicales y como rescate de su propia vida. Y el dragón, ablandado por los dones y embaucado, por así decirlo, se marchó. Esto agradó al joven y, en adelante, como hombre bueno que era, acostumbró a llevar una recompensa al dragón por haberle salvado su vida, dándole de grado las primicias de la caza, ya fuera salvajina o aves montaraces. Y el otorgamiento de los dichos dones, fue sumamente fructuoso para Pindo, y su fortuna comenzó a prosperar y a crecer de día en día; pues cuando iba de caza salíanle al paso buenas piezas, lo mismo de animales que habitan en las selvas que de aves.
[...] Sólo sus hermanos le odiaban. Y cuando estaba cazando a solas. le esperaron en acecho (el lugar de la cacería era las cercanías del río) y, luchando los tres contra él solo, le hirieron con las espadas. Él se puso a gritar. El dragón, su amigo, oyó los gritos, pues es criatura de buen oído y de penetrante vista. Así pues, salió de su cubil y, enroscándose en el cuerpo de los asesinos, los mato asfixiándoles. El dragón no abandonó la custodia del cadáver, hasta que los parientes del joven, que le habían echado de menos, se llegaron hasta él y lo encontraron muerto. Le lloraron, mas no se atrevían a cuidarse del difunto por miedo del guardián. Y comprendiendo éste por cierto natural y misterioso instinto que su presencia los ahuyentaba, se alejó a toda prisa permitiendo que recibiera el último homenaje de sus parientes. Así pues, fue enterrado con gran solemnidad y el río cercano al lugar de su muerte se llamó Pindo, del nombre del muerto y de su tumba. Así que es propio de los animales corresponder a los favores de sus benefactores, como ya he dejado dicho y como se constata especialmente en esta ocasión.



Libro XI

2. Dragones consagrados a Apolo en Epiro

Los epirotas y todos los extranjeros que se asientan en la región, hacen diversos sacrificios a Apolo, pero un día al año celebran en su honor la fiesta principal, fiesta solemne y magnífica. Hay un bosquecillo consagrado al dios y tiene un recinto circular, dentro del cual hay dragones, que son animales predilectos del dios. Pues bien, la sacerdotisa, que es virgen, se acerca sola a ellos para llevarles comida. Dicen los epirotas que los dragones son descendientes de la Pitón de Delfos. Si al presentarse ante ellos la sacerdotisa, la miran apaciblemente y aceptan gustosos los manjares, todos concuerdan en que presagian un año próspero y libre de enfermedades; pero si asustan a la sacerdotisa y rechazan los exquisitos manjares que ésta les ofrece, pronostican lo contrario de lo dicho, y los epirotas esperan que se cumpla.

16. El dragón de Lavinio

Parece que una característica de los dragones es el don de la adivinación. En efecto, en la ciudad de Lavinio, que está en el Lacio, goza de estimación un bosque sagrado, extenso y de densa vegetación, que tiene cerca un templo dedicado a la argólida Hera. Hay, en el bosque, una vasta y profunda caverna que es la guarida de un dragón. En días establecidos, unas sagradas vírgenes se presentan en el bosque llevando en las manos y con los ojos vendados un pastel de cebada. Las conduce a la madriguera del dragón, sin desviarse, un soplo divino, y avanzan sin tropezar y tranquilamente, como si viesen con ojos destapados. Y si son verdaderamente vírgenes, el dragón acepta las viandas considerándolas sagradas y apropiadas a un animal querido por la diosa. Pero si no, se abstiene de comerlas, porque el dragón conoce de antemano y adivina su impureza, y las hormigas, reduciendo a pequeños fragmentos el pastel de la mujer desflorada, para transportarlo mejor, lo llevan fuera del bosquecillo, limpiando así el lugar. Los habitantes se enteran de lo ocurrido y las muchachas que penetraron son inspeccionadas y la que deshonró su virginidad recibe el castigo previsto por la ley. He aquí el modo de que me sirvo yo para demostrar la facultad adivinadora de los dragones.

17. El dragón sagrado y el castigo del curioso

Pues bien, Homero dice: «los dioses son difíciles de soportar si se aparecen con claridad». Pero también el dragón, honrado con ritos sacratísimos tiene algo de divino y contemplarlo no comporta ningún provecho. Lo que quiero decir es lo siguiente. En Metelis de Egipto hay una dragón sagrado en una torre. Recibe honores, tiene ministros y servidores, y ante él hay una mesa y una crátera. Todos los días echan en esta crátera cebada que rocían de leche y miel, y luego se marchan y volviendo al día siguiente, encuentran la crátera vacía. Ahora bien, el más anciano de estos sirvientes sintió el vehementísimo deseo de contemplar al dragón y, adelantándose solo y haciendo los ritos acostumbrados, se retiró. El dragón, subiéndose a la mesa, se saciaba de comida. Y el entrometido, al abrir la puerta (la había cerrado como era costumbre), hizo espantoso ruido. El dragón se irritó y se alejó, y el anciano que había visto al reptil que deseaba ver, para su propio mal, se volvió loco, contó todo lo que vio y, después de confesar su impiedad, se volvió mudo y, al poco tiempo, cayó muerto.

26. Superioridad del macho sobre la hembra

Parece que también entre los irracionales la Naturaleza ha otorgado preeminencia al macho sobre la hembra. Y, así, el dragón macho tiene cresta y barba, el gallo cresta y papo, el ciervo cuernos, el león melena, y la cigarra macho el canto.



Libro XV

21. El dragón monstruoso de India

Cuando Alejandro revolucionó algunos territorios de la India y conquistó otros, encontró, entre otros muchos animales, un dragón al que los indios, en su creencia de que era sagrado, veneraban en una caverna con mucha reverencia. Así pues, los diversos pueblos indios acudieron a Alejandro para pedirle que nadie atacase al reptil. El rey asintió. Ahora bien, cuando el ejército pasó cerca de la cueva haciendo ruido, el dragón lo advirtió, pues es el animal de oído más fino y de vista más penetrante, y lanzó un silbido muy agudo y un bufido que aterraron y turbaron a todos. Se decía que tenía setenta codos (32 m) de largo, y eso que no aparecía en toda su extensión, ya que solamente sacaba la cabeza. Y se dice que sus ojos tenían el tamaño de un gran escudo macedónico redondo.



Libro XVI

39. Dragones descomunales de diversos lugares

Onesicrito de Astipalea dice que, en tiempo de la expedición de Alejandro, hijo de Filipo, hubo en la India dos dragones a los cuales criaba el indio Abisares: un dragón medía ciento cuarenta codos (64 m) y el otro ochenta (36,6 m). Y añade que Alejandro ardía en deseos de verlos. Y dicen las historias egipcias que, en tiempos de Ptolomeo Filadelfo, fueron enviados, desde Etiopía a Alejandría, dos dragones vivos y que uno de ellos medía catorce pies (4,20 m) y el otro trece (3,90 m). Y que, en el reinado de Ptolomeo Evergete, fueron enviados tres: uno de nueve codos (4,10 m), otro de siete (3,20 m) y un tercero de un codo menos (2,70 m). Y los egipcios dicen que eran atendidos con mimo en el templo de Asclepio. Y éstos mismos dicen que con frecuencia aparecen áspides que miden cuatro codos (1,80 m). Ya hice mención de estas cosas al referirme a las características de los animales, llevado del deseo de mostrar la longitud que alcanzan por obra de la naturaleza. Dicen también los que han escrito la historia de Quíos que había en la isla, cerca del monte llamado Pelineo, un descomunal dragón en un valle boscoso cubierto de altos árboles, cuyos silbidos aterraban a los habitantes de Quíos. Así que ninguno de los campesinos ni de los pastores osaban acercarse para comprobar el tamaño de la serpiente, sino que por el sólo silbido deducían que el reptil era monstruoso y aterrador. Pero una circunstancia milagrosa y verdaderamente admirable fue la causa de que se llegara a conocer cuál era su tamaño. Sobrevino un día un viento fuerte y huracanado que abatió; unos contra otros, los árboles del valle. Las ramas cayeron con violencia tal, que provocaron llamas que levantaron un gigantesco incendio, el cual rodeó a todo el territorio y dejó encerrada a la fiera. Esta, atajada por el fuego, incapaz de reptar, murió abrasada. Y así, cuando el lugar quedó desnudo de árboles, todo se hizo visible. Y los habitantes de Quíos, liberados de su miedo, se encaminaron a ver y hallaron que los huesos eran de tamaño descomunal y la cabeza aterradora. De estos datos pudieron deducir la longitud del monstruo y su peligrosidad cuando vivía.
Ilustración de la lucha entre dragones y elefantes - Antiguo bestiario medieval (BL Royal MS 12 C XIX, f. 62r)