Puede que el mito de Licaón (griego: Λυκαων; de λύκος, lobo), rey de los arcadios, sea el primer ejemplo del que disponemos de un humano convertido en lobo. Según cuentan varios historiadores clásicos, como Apolodoro, Pausanias y Ovidio, Licaón destacaba entre los hombres por su orgullo e impiedad. Tan infame era su nombre que el mismísimo Zeus bajó del Olimpo para ver si eran ciertos los rumores que circulaban sobre él. Disfrazado de humano, dio señales de que había llegado un dios a Arcadia y fue hospedado por el rey, que, para comprobar realmente si se trataba de una deidad, realizó un sacrificio humano y se lo sirvió como alimento. Algunas versiones, como la de Ovidio, dicen que se trataba de un rehén del pueblo Moloso, mientras que Eratóstenes e Higino afirmaban que el inmolado fue un recién nacido, posiblemente Árcade, nieto del propio Licaón e hijo de Zeus y Calisto. Ante tal aberración, Zeus destruyó la casa y convirtió a Licaón en lobo, bestia que representaba a la perfección su sanguinaria y fiera naturaleza.
El naturalista e historiador Plinio el Viejo consideraba como algo totalmente falso que existieran humanos capaces de convertirse en lobos; sin embargo, esto no le impidió reconocer en el tomo VIII de su Historia Natural que se trataba de un mito tan extendido en el vulgo que era normal encontrar entre sus improperios el término versipellis (latín: cambiapieles, que cambia de opinión según le convenga). En la misma Arcadia donde reinaba Licaón, se creía que un miembro de la familia de un tal Anto, elegido a suertes de entre su pueblo, era llevado a una laguna de la región y, tras colgar sus vestidos de una encina, se echaba a nadar y salía por el otro extremo convertido en lobo. Permanecía nueve años bajo esta forma con otros de su misma especie y, si se mantenía todo ese tiempo alejado de los humanos y sin probar su carne, tal y como añadía San Agustín, podía volver a atravesar la laguna para recobrar su aspecto humano. Otra leyenda ocurrida en Arcadia cuenta que un parrasio llamado Demeneto o Damarco probó las entrañas de un niño ofrecido en sacrificio a Zeus Liceo y pasó diez años convertido en lobo por este acto. Cuando volvió a su forma humana, se ejerció en el atletismo y regresó de Olimpia como vencedor en el pugilato.
En el mundo clásico, este tipo de transformaciones no se debía únicamente al castigo de los dioses, sino que también era una cualidad atribuida a brujos y hechiceros. Heródoto cuenta en el tomo IV de sus Historias que el pueblo de los neuros, según sus vecinos los escitas, estaba constituido plenamente por hechiceros y que una vez al año se convertían en lobo durante unos días para luego volver a su aspecto original. Por otra parte, Virgilio nos presentó a Meris en su obra Bucólicas, un personaje que, según el protagonista, era capaz de transformarse en lobo gracias a unas hierbas mágicas.
Por último, en El Satiricón de Petronio, durante la cena de Trimalción, el personaje de Nicerato cuenta a sus compañeros el encuentro que tuvo con un licántropo. El esclavo se había enamorado de Melisa la Tarentina, una mujer que había enviudado hace poco. Aprovechando que su amo había partido a Capua, decidió ir a visitarla y convenció a un huésped que tenían, un valiente y fuerte soldado, para que le acompañara en su viaje. Partieron de noche, iluminados por la luna llena, hasta que llegaron a una zona donde había tumbas. Allí se bajó el soldado y se metió entre las estelas funerarias, donde se desnudó, colocó sus ropas en el suelo y orinó en círculo alrededor de ellas. Al instante se transformó en lobo y, tras aullar, se ocultó en el bosque. Cuando Nicerato se acercó a las ropas, descubrió que estaban petrificadas. Lleno de espanto, huyó del lugar hasta la casa de su amada. Cuando llegó, Melisa le recibió con la noticia de que un gran lobo se había colado en la granja y desangró a todos los animales, aunque, por suerte, uno de los esclavos llegó a alcanzarle en el cuello con una lanza. Al regresar sobre sus pasos, donde debía estar la ropa del soldado, sólo encontró con un charco de sangre y, al llegar a casa, descubrió que su acompañante estaba en cama siendo tratado por un médico por una herida en el cuello. Estos detalles sobre dejar y recuperar la ropa para transformarse y revelar la identidad de un licántropo por las heridas que sufrió como lobo serían comunes más adelante en otras historias y leyendas europeas.
El naturalista e historiador Plinio el Viejo consideraba como algo totalmente falso que existieran humanos capaces de convertirse en lobos; sin embargo, esto no le impidió reconocer en el tomo VIII de su Historia Natural que se trataba de un mito tan extendido en el vulgo que era normal encontrar entre sus improperios el término versipellis (latín: cambiapieles, que cambia de opinión según le convenga). En la misma Arcadia donde reinaba Licaón, se creía que un miembro de la familia de un tal Anto, elegido a suertes de entre su pueblo, era llevado a una laguna de la región y, tras colgar sus vestidos de una encina, se echaba a nadar y salía por el otro extremo convertido en lobo. Permanecía nueve años bajo esta forma con otros de su misma especie y, si se mantenía todo ese tiempo alejado de los humanos y sin probar su carne, tal y como añadía San Agustín, podía volver a atravesar la laguna para recobrar su aspecto humano. Otra leyenda ocurrida en Arcadia cuenta que un parrasio llamado Demeneto o Damarco probó las entrañas de un niño ofrecido en sacrificio a Zeus Liceo y pasó diez años convertido en lobo por este acto. Cuando volvió a su forma humana, se ejerció en el atletismo y regresó de Olimpia como vencedor en el pugilato.
La transformación de Licaón - Grabado atribuido a Hendrick Goltzius |
Por último, en El Satiricón de Petronio, durante la cena de Trimalción, el personaje de Nicerato cuenta a sus compañeros el encuentro que tuvo con un licántropo. El esclavo se había enamorado de Melisa la Tarentina, una mujer que había enviudado hace poco. Aprovechando que su amo había partido a Capua, decidió ir a visitarla y convenció a un huésped que tenían, un valiente y fuerte soldado, para que le acompañara en su viaje. Partieron de noche, iluminados por la luna llena, hasta que llegaron a una zona donde había tumbas. Allí se bajó el soldado y se metió entre las estelas funerarias, donde se desnudó, colocó sus ropas en el suelo y orinó en círculo alrededor de ellas. Al instante se transformó en lobo y, tras aullar, se ocultó en el bosque. Cuando Nicerato se acercó a las ropas, descubrió que estaban petrificadas. Lleno de espanto, huyó del lugar hasta la casa de su amada. Cuando llegó, Melisa le recibió con la noticia de que un gran lobo se había colado en la granja y desangró a todos los animales, aunque, por suerte, uno de los esclavos llegó a alcanzarle en el cuello con una lanza. Al regresar sobre sus pasos, donde debía estar la ropa del soldado, sólo encontró con un charco de sangre y, al llegar a casa, descubrió que su acompañante estaba en cama siendo tratado por un médico por una herida en el cuello. Estos detalles sobre dejar y recuperar la ropa para transformarse y revelar la identidad de un licántropo por las heridas que sufrió como lobo serían comunes más adelante en otras historias y leyendas europeas.
Zeus transforma a Licaón en lobo - Jan Cossiers |
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