Brujas

Un brujo o una bruja es una persona que practica la brujería. Si bien la imagen típica de un brujo o de una bruja es muy variable según la cultura, en el mundo occidental se asocia particularmente a una bruja con una mujer con capacidad de volar montada en una escoba, así como con el Aquelarre (reunión de brujas) y con la caza de brujas por parte de la Iglesia.

En otras culturas al brujo se le asocia con un vidente o clarividente, un chamán (quien es un especialista de la comunicación con las potencias de la naturaleza y con los difuntos), o con un brujo de tribu más orientado a la curación de enfermos del cuerpo y del alma, etc.

Según Carmelo Lisón Tolosana la diferencia entre una hechicera y una bruja reside en la relación que mantienen una y otra con el poder oculto y maligno, con el poder demoníaco. La hechicera invoca y se sirve del poder demoníaco para realizar sus conjuros, mientras que la bruja hace un pacto con Satán, renuncia a su fe y rinde culto al diablo. «La fuente del poder oculto no es ahora la fuerza de la palabra ni la invocación al diablo ni la ceremonia mágica, sino que aquélla proviene de la adoración personal y voluntaria al demonio por parte de la bruja hereje y apóstata; su poder es vicario pero diabólico, adquirido a través de pacto explícito, personal y directo con el mismísimo Satán en conciliábulo nocturno y destructor que anuncia el aquelarre». El paso de la hechicera a esta "bruja satánica", "bruja aquelárrica", como la llama también Carmelo Lisón, se produjo en Europa a lo largo de los dos siglos finales de la Edad Media.


Carmelo Lisón Tolosana escoge el caso de las Brujas de Zugarramurdi como ejemplo para explicar la iniciación a la brujería siguiendo la relación del proceso inquisitorial publicada en Logroño a principios de 1611, pocos meses después de realizarse el auto de fe en el que seis brujas y brujos fueron quemados vivos.

Según dicha relación, la iniciación a la brujería comienza desde muy temprano. Las brujas "maestras" sacan de sus camas por las noches a niños y niñas menores de cinco años, mientras sus padres duermen y los llevan volando al aquelarre. Si contaban lo que veían cada noche eran azotados por sus "maestras". Una de sus ocupaciones era guardar los sapos de los que las brujas obtenían los ungüentos que, entre otras cosas, les hacían volar. En principio no se les obliga a que abjuren de su fe porque son demasiado pequeños, por lo que son simplemente presentados al demonio, pero cuando cumplen los seis años las brujas "maestras" los convencen para que renuncien a Cristo mediante golosinas y promesas de cosas fantásticas.

La ceremonia de la apostasía comienza un par de horas antes del aquelarre cuando la bruja "maestra" despierta al "novicio", le unta con agua hedionda y verdinegra —obtenida de los sapos— manos, plantas de los pies, sienes, pechos y partes pudendas y lo transporta por el aire. Cuando llegan los espera el demonio sentado en su trono con figura entre hombre y macho cabrío —ojos grandes y espantosos; barba de cabra; manos corvas como las garras de las aves de rapiña; corona con cuernos pequeños y un cuerno muy grande saliéndole de la frente que ilumina la reunión de brujos y brujas— a quien la bruja "maestra" presenta a su discípulo con la frase: «Señor, éste os traigo y presento».

A continuación el niño o la niña de rodillas repite la abjuración que va pronunciando el demonio. «Reniega de Dios, de la Virgen, de todos los santos, del bautismo y confirmación, de ambas crismas, de sus padrinos y padres, de la fe y de todos los cristianos», fórmula teológica que reproduce en inversión el rito que parodia. Tras aceptar como su nuevo dios y señor a Satán que le conducirá al paraíso, el nuevo brujo o bruja realiza su primer acto de adoración ritual: «Besándole la mano izquierda, después en la boca y en los pechos, encima del corazón y en las partes vergonzosas; luego se vuelve el demonio sobre su lado izquierdo, levanta la cola que es como la de los asnos y descubriendo esa parte fea, sucia y hedionda la da a besar al neófito, quien lo hace puntualmente». Satisfecho el nuevo señor por el osculo infame le hace una marca con una uña de su mano izquierda en alguna parte del cuerpo, señal que le durará siempre y que al menos durante un mes le producirá dolor; también lo marca en la pupila, dejándole impresa la figura de un sapo, signo que le servirá para conocer a otros miembros de la secta». Después lo envían a holgar y bailar con los demás brujos jóvenes al son de tamborino y flauta.


Pero todavía no son plenamente brujos o brujas. Con los nuevos poderes que han obtenido están obligados a realizar maldades, dirigidos por su bruja maestra. Sólo con el paso del tiempo estos brujos y brujas menores reciben la "dignidad" de poder hacer ponzoñas por ellos mismos mediante la bendición con la mano izquierda que les hace el demonio en el aquelarre. Después le entrega los sapos vestidos que dio a su maestra cuando abjuraron de Cristo, y a partir de entonces ya podrán obtener de ellos el agua hedionda con la que se han de untar para volar al aquelarre y los polvos y ponzoñas para matar personas y ganado y para destruir frutos y cosechas. «En adelante no tendrán necesidad de padrinos ni maestras, irán solos a las juntas nocturnas y serán admitidos a mayores secretos y maldades. Son ya brujos y miembros con pleno derecho de la secta; gozarán de interacción directa, personal y mutua con su dios y señor». Cuando se untan para volar recitan una frase que expresa la fusión con el demonio (lo que entre otras cosas les impide ver el Sacramento en el altar): 
Señor, en tu nombre me unto; de aquí en adelante yo he de ser una misma cosa contigo, yo he de ser demonio.
A través de ese pacto o iniciación, ambas partes se comprometían a respetar una especie de contrato jurídico, que obligaba al diablo a abastecer de riquezas y de poderes a la bruja, quien a cambio prometía sumisión, y se comprometía a entregar su alma después de su muerte.


Las brujas vivían rodeadas de sus animales favoritos, los que las servían aportando ciertas y determinadas ayudas mágicas. Esos animales (el gato negro, el cuervo, el sapo, la araña, la rata, la liebre) tenían en común con su dueña, de ser temidos y mal queridos, ya que en muchos aspectos eran fiel reflejo de la bruja misma. Paul Sébillot señalaba que se podía reconocer a una bruja que iba al sabbat, porque siempre tenía «un pequeño sapo sobre la parte blanca del ojo o sobre la pupila, o en un pliegue de la oreja».

También, estos seres tenían el poder de metamorfosearse, lo que en muchos casos les permitía cometer más fácilmente sus fechorías sin ser reconocidas. La superstición de que cruzarse con un gato negro da mala suerte viene de la creencia de que muchas brujas adoptaban esa forma. 

Con forma de liebre, las brujas tenían costumbre de reunirse en congreso. Y la rapidez que esa forma les ofrecía, les permitía escapar con más facilidad de posibles perseguidores. Las orejas grandes de esos animales también eran una ayuda preciosa para espiar de lejos sin ser percibidas. Y una pata de liebre era considerada como una especie de amuleto, y prueba de que una bruja había quedado manca, y por tanto privada de sus poderes.

El búho con frecuencia también ha sido asociado con las brujas, porque es un animal nocturno, con grandes ojos para espiar, y con capacidad de emitir gritos escalofriantes, presagio de acontecimientos funestos. Los citados animales servían de compañía a las brujas, que generalmente vivían solas y sin familia conocida.

Las brujas solían reunirse en los llamados aquelarres (o sabbat). Esta reunión nocturna de brujas y brujos era presidida por Satanás que generalmente se presenta en forma de macho cabrío. Los aquelarres más famosos conocidos eran los dados en Zugarramurdi, en el prado berroscoberro que estaba a poca distancia de la aldea.

Para llegar a estos puntos de reunión se decía que las brujas utilizaban el poder del diablo para desplazarse rápidamente. En resumidas cuentas, las brujas se desplazaban volando, o bien se dejaban transportar por una ráfaga de viento, o bien viajaban en el espacio y el tiempo por el solo efecto de sus poderes mágicos. En ciertos casos especiales, las brujas se servían de un ungüento mágico para poder volar. Pero la creencia más extendida, era que las brujas utilizaban una escoba para ir volando de un lado a otro. También se admitía que se apoyaban en animales mágicos para desplazarse con ellos o sobre ellos, o bien que el propio diablo directamente las transportaba.


Según la relación inquisitorial, la asistencia al aquelarre era obligatoria para todos los brujos y brujas. Según se cuenta en ella, una bruja fue azotada y maltratada por no haber acudido a uno de ellos. En Zugarramurdi se celebraba tres veces por semana, los lunes, miércoles y viernes después de las nueve de la noche. El sapo que tenía y cuidaba cada brujo y bruja, incluso alimentándolo con su propio pecho, era el que les avisaba y a continuación se untaban con un agua verdinegra y repugnante obtenida del sapo. Para conseguirla azotaban al sapo con una varilla y una vez que estaba bien hinchado lo apretaban con el pie contra el suelo hasta que vomitaba el agua hedionda que cuidadosamente recogían y guardaban. Gracias al ungüento podían salir volando por ventanas, agujeros o grietas que abre el demonio. En el viaje por el aire la bruja normalmente lleva el sapo en el lado izquierdo, aunque a veces van andando siguiendo al sapo.

En otras zonas los mecanismos más usuales para convocar el aquelarre eran una campana que sólo oían los adeptos y un escozor en la llamada marca del Diablo, que el brujo ocultaba y que los inquisidores utilizaban como prueba en los juicios por brujería.

En cuanto llegaban los brujos y brujas al lugar del aquelarre adoraban al diablo postrándose de rodillas ante él y besándole en sus partes pudendas. Después se mezclaban entre ellos y comenzaban a danzar y a bailar. «Pero pronto comienzan sus escapadas para asustar a pasajeros nocturnos, a pastores, marineros, molineros, amigos y enemigos, para romper platos en las cocinas y tejas en las casas, destruir granos, frutos y ganado, y también para causar muertes especialmente de niños». Por otro lado, si a algún brujo o bruja se le escapaba el nombre de Jesús el aquelarre se desvanecía, por lo que en la próxima reunión era severamente castigado. En otras zonas el homenaje al demonio va acompañado de ofrendas, aunque éstas no siempre tienen un carácter siniestro, sino que pueden ser simplemente objetos producto de un robo o la prueba de que se ha cometido un acto ilícito a ojos de la ley divina. Los primeros en ofrecer estos votos son los brujos de mayor jerarquía, los últimos los brujos novicios o recién iniciados. 

En cuanto al baile, en otras zonas los asistentes se abandonan a una danza que comienza con movimientos organizados; pueden danzar en círculo, unidos por los hombros, o formando el ouroboros, la serpiente que se muerde la cola. De a poco la danza pierde unidad y se va transformando en una sucesión frenética de sacudidas.


En algunas noches señaladas como la víspera de Reyes, de la Ascensión, del Corpus Christi, de Todos los Santos, de la Asunción de la Virgen o de San Juan se celebraba un ritual especial, que constaba de dos partes. En la primera los brujos y brujas se confesaban ante el demonio y se acusaban de haber entrado en una iglesia, de haber oído misa... y de los males que habían podido hacer y no habían causado. La segunda era la misa sacrílega celebrada por el demonio revestido con ornamentos negros, feos y sucios. Durante la misma se seguían los mismos pasos que en la misa cristiana. Tras el sermón en el que el demonio exhortaba a los brujos y brujas a hacer el mal, prometiéndoles a cambio el paraíso, los "feligreses" uno por uno se acercaban al demonio y se arrodillaban ante él besándole la mano izquierda, los pechos, los genitales y el llamado osculum infame.

Cuando llegaba el momento de la consagración el demonio alzaba algo parecido a una suela de zapato donde estaba su figura y decía Esto es mi cuerpo y a continuación un cáliz de madera, negro y feo, mientras los brujos lo adoraban arrodillados. Después los brujos y brujas se acercaban al "altar", que estaba cubierto con un viejo paño negro, feo y deslucido y comían y bebían lo que el oficiante había "consagrado". Hasta aquí la misa negra había sido una réplica exacta de la misa cristiana, pero el final era completamente diferente. El demonio copulaba con las brujas y sodomizaba a los brujos y después comenzaba la orgía, en la que volvía a participar el diablo. «Brujos y brujas se mezclan sexualmente y aparean unos con otros en total promiscuidad, sin consideraciones de sexo ni grados de parentesco».

Para algunos inquisidores, la razón última del sabbat era precisamente el emparejamiento sexual con el Diablo y el de los brujos entre sí. Cuanto más repugnante y ofensivo fuera el acto sexual, más favorable era a los ojos de Satanás, concluían.

Durante el aquelarre los brujos y brujas celebraban un "banquete" en el que comían cadáveres de brujos fallecidos recientemente o de víctimas de sus actos maléficos, especialmente niños, que desenterraban de las sepulturas acompañados del demonio y de sus criados. «Allí mismo y sobre la sepultura les sacan las tripas y los descuartizan; cubren la sepultura para que no se advierta la profanación y se ponen en camino de vuelta al aquelarre con gran regocijo y contento, llevando los padres los cadáveres de los hijos o los hijos a los de sus padres y hermanos y las mujeres a sus maridos. Allí los despedazan y los dividen en tres partes: una la asan, otra la cuecen y la tercera la dejan cruda; puesto todo sobre una mesa de manteles sucios y negros, reparten las viandas los parientes más cercanos, reservando el corazón para el demonio». Algunos de los interrogados por los inquisidores confesaron también que raptaban niños y les chupaban la sangre, mientras el demonio les decía: «Chupa y traga eso, que es bueno para vosotras». El aquelarre acaba al amanecer cuando suenan las primeras campanadas de la iglesia o con el canto del gallo.

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