Naga

Naga (sánscrito: नाग; AITS: nāgá; pronunciación birmana: [nəɡá]) es la palabra en sánscrito y pali que se usa para designar una clase de deidades o seres que toman la forma de una gran serpiente, específicamente una cobra real, presente en el hinduismo, el budismo, el jainismo y el sijismo. Un Nāga hembra es llamada Nagi o Nagini.

En el gran texto épico Majábharata (siglo III a. C.), la representación de los nagás tiende a ser negativa. El texto los llama «perseguidores de todas las criaturas» y dice que «las serpientes tenían veneno virulento, gran poder y exceso de fuerza y siempre intentaban morder a otras criaturas» (Libro I: Adi Parva, sección 20). Al mismo tiempo, los nagás juegan un papel importante en las leyendas narradas en el texto, frecuentemente no más malvados o engañadores que los demás protagonistas, e incluso a veces del lado de los "buenos". 

Generalmente en el texto aparecen con forma mezcla de humanos y serpientes. Otras veces aparecen con forma humana y luego con forma de serpiente. Por ejemplo, la historia de cómo el príncipe nagá Shesha terminó sosteniendo al mundo sobre sus capuchas comienza con la escena en que él aparece como un dedicado asceta humano: «El cabello recogido con un rodete, la ropa hecha jirones, y su carne y piel seca debido a las austeridades que estaba practicando». El dios Brahmá queda complacido con Shesha, y le encarga sostener el mundo sobre su cabeza. En este punto, Shesha aparece con los atributos de una serpiente. Entra por un agujero en la Tierra y se desliza hasta el fondo, donde carga la Tierra sobre su cabeza  (Libro I: Adi Parva, sección 36).

El gran némesis de los nagás en el Majábharata es la gigantesca ave humanoide Garudá.

El Rishi (sabio) Kashiapa tenía dos esposas, Vinata y Kadru, que eran hijas del Prayápati Daksha. Kadru quería tener muchos hijos, y la segunda quería tener pocos pero muy poderosos. El sabio Kashiapa cumplió sus deseos: Kadru puso mil huevos, de los que nacieron serpientes, y Vinata puso dos huevos, de los que nacieron Aruna, el cochero del dios Sol Suriá, y Garudá. Por una estúpida apuesta, Vinata se convirtió en esclava de Kadru y el hijo de Vinata, Garudá, acabó como sirviente de las serpientes, a las que guardó un eterno rencor. Cuando le preguntó a las serpientes lo que tendría que hacer para ser liberado de su cautiverio, le dijeron que tendría que llevar amrita, el elixir de la inmortalidad. Garudá, tras superar todo tipo de trampas y peligros, robó el elixir de los dioses. En su camino de vuelta se encontró con el dios Indra, al que prometió que tras entregar el elixir a las serpientes haría todo lo posible por recuperarlo y devolvérselo a los dioses, a cambio, Indra le ofreció como alimento las serpientes.

Por fin, Garudá se posó frente a los nagas. Colocó el elixir sobre la hierba, y para conseguir la libertad de su madre Vinata, instó a las serpientes para que se purificasen antes de consumir el amrita. Las serpientes comenzaron sus rituales, Indra se abalanzó sobre el elixir, y cuando las serpientes volvieron vieron que del amrita sólo quedaban unas pequeñas gotas sobre la hierba. Al tratar de lamer las gotas sus lenguas se dividieron en dos. Debido a esto, todas las serpientes tienen la lengua bífida, y cambian de piel como una especie de inmortalidad.

Kuroi-kisin
Los nagas también sufrieron la maldición de su madre, Kadru, ya que para ganar la apuesta que hizo con su hermana Vinata le pidió a ayuda a sus hijos. Ellos se negaron, por lo que Kadru se enojó y los maldijo para que murieran en un «sacrificio de serpientes» que realizaría el rey Yánam Eyaiá, hijo del  Majarash Paríksit, a principios de la era kalí iugá (para la que faltaban unos 4 millones de años), nieto de Abhimaniu y bisnieto de Árjuna.

Vasuki, el rey de los nagás, estaba al tanto de la maldición y sabía que sus hermanos necesitarían un héroe que los salvara, por lo que fue a buscar al asceta Yárat Karu (‘vieja acción’) para ofrecerle en matrimonio a su hermana Manasa. De la unión del humano con la serpiente nació un niño humano con la piel estriada y brillante llamado Astika.

Tal como predijo la maldición de Kadru, Yánam Eyaiá preparó un sacrificio de serpientes siguiendo los Puranas. Erigió una plataforma de sacrificio y llamó a sacerdotes y otros profesionales necesarios para los ritos. Los sacerdotes encendieron el fuego del sacrificio debidamente alimentado con manteca clarificada, pronunciaron los mantras requeridos y comenzaron a pronunciar los nombres de las serpientes. El poder del rito era tal que las serpientes nombradas fueron atraídas al fuego y se consumieron en el mismo. Como el sacrificio tomó proporciones genocidas, Astika acudió en su ayuda. Se acercó Yánam Eyaiá y elogió el sacrificio con términos tan elocuentes que el rey le ofreció concederle cualquier favor que pidiera. Astika pidió rápidamente que finalizará el sacrificio. Aunque inicialmente se arrepintió de su oferta, Yánam Eyaiá fue fiel a su palabra y detuvo el sacrificio. (Libro I: Adi Parva, Secciones 13 a 58).

En la India, los nagas son considerados espíritus de la naturaleza y protectores de manantiales, pozos y ríos. Traen la lluvia, y por lo tanto la fertilidad, pero también se cree que traen desastres como inundaciones y sequías. En estas tradiciones son serpientes que pueden tomar forma humana. Tienden a ser muy curiosos y sólo son malévolos con los seres humanos cuando han sido maltratados o cuando son irrespetuosos con el medio ambiente.

En el budismo, los naga tienen generalmente la forma de una gran cobra de una o varias cabezas y usan sus poderes mágicos para adoptar forma humana. En la pintura budista son representados como un ser humano con una serpiente o dragón sobre su cabeza. Una leyenda cuenta que un naga con aspecto humano intentó convertirse en monje pero fue rechazado por su naturaleza sobrenatural. Buda, piadoso de él, le dijo cómo asegurarse para renacer como un humano tras su muerte y así poder convertirse en monje.

Satcitananda das

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