El dodomeki (japonés: 百々目鬼; demonio de los cien ojos) es un
yokai de la mitología japonesa. Al igual que en español se utiliza la frase «tener las manos largas» para referirse a alguien con tendencia a robar, en Japón se utiliza la expresión «tener los brazos largos»; y de mujeres con los brazos largos se dice que nacen los dodomeki. De tanto robar, las monedas se adherían a sus brazos y se convertían en ojos. Esta extraña transformación podría venir de unas monedas agujereadas conocidas como
chōmoku, cuyo nombre significa «ojo de pájaro» por la similitud que tenían con el órgano de estos animales.
Una leyenda cuenta el encuentro entre un dodomeki y el
kuge Fujiwara no Hidesato.
Hidesato fue promovido a
kokushi de la provincia de
Shimotsuke por derrotar al rebelde
Taira no Masakado. Un día, mientras cazaba en sus nuevas tierras, un anciano le advirtió de que un
yokai aparecía por las noches en un cercano cementerio de caballos, por lo que
Hidesato fue hasta allí para investigar. Al llegar la noche, apareció el
yokai que resultó ser un dodomeki. Medía unos tres metros de altura y tenía los brazos cubiertos por cientos de ojos.
Hidesato no se amedrentó y, cogiendo su arco, disparó al ojo más brillante de la criatura haciendo que escapara y cayera cerca del
monte Myojin. Cuando
Hidesato siguió el rastro del
yokai, el dodomeki emitió una llamara desde su cuerpo y gas venenoso por la boca. Superado por el espíritu,
Hidesato huyó de aquella escena y regresó al día siguiente para encontrarse solamente con el suelo terriblemente calcinado.
Unos cuatrocientos años después, durante el
periodo Muromachi, se le encargó a un sacerdote llamado Chitoku el investigar una serie de inexplicables fuegos que salían del templo de un pueblo cercano al
monte Myojin. El sacerdote comenzó a prestar atención a una mujer que acudía a sus sermones cubierta totalmente con una túnica hasta que descubrió que se trataba del mismo dodomeki con el que se enfrentó
Hidesato años atrás. Al parecer, el espíritu había vuelto al lugar para succionar la sangre y el gas venenoso que perdió en su lucha, pero el templo se había edificado justo encima del lugar de la batalla y el dodomeki creaba los fuegos para espantar a los sacerdotes. Sin embargo, tras escuchar día tras días los sermones de Chitoku, se iluminó y juró que no volvería a cometer ningún acto malvado durante el resto de su vida.