Finvarra

Fin Bheara, también llamado Finvarra, Finvara, Finbeara o Fionnbharr, es el rey de los daoine sídhe, las hadas de Irlanda. El pueblo oculto de los seres feéricos está relacionado con el inframundo en diversas culturas, por lo que, al igual que Gwyn ap Nud, el rey de las hadas de Gales, Finvarra también tenía dominio sobre los muertos. Su palacio se encontraba bajo la colina Cnoc Meadha, en Tuam, donde reinaba junto a su esposa Oona, más bella que cualquier mujer mortal. Esta reina tenía una larga melena dorada que rozaba el suelo y estaba vestida con telas plateadas cubiertas por gotas de rocío que brillaban como diamantes.

Jane Wilde recoge en Ancient legends of Ireland una pequeña historia centrada en Hugh King, un hombre que se quedó hasta tarde pescando en el día todos los Santos, fecha especialmente peligrosa porque las hadas y espíritus estaban más activos. Hugh no creía en estas supersticiones hasta que esa noche vio a una muchedumbre que se dirigía a una fiesta y se unió a ellos. Mientras bailaba y bebía con estas gentes, sonó un cuerno y, de un carro tirado por cuatro caballos blancos, bajó un caballero vestido de negro junto a una hermosa dama con el rostro cubierto por un velo de plata. Eran Finvarra y su esposa Oona. Cuando el rey se fijó en Hugh y preguntó por él, éste se estremeció de miedo y se incó de rodillas, pero todos empezaron a reír y siguieron bailando. Hugh entonces se fijó bien y reconoció que toda esa multitud estaba conformada por muertos que conoció en vida. Aunque intentó huir presa del pánico, lo cercaron bailando en coro a su alrededor y no lo liberaron hasta el amanecer.

Finvarra, aunque estaba casado, solía secuestrar mujeres humanas para que lo acompañaran en su mundo subterráneo. Tal fue el caso de Ethna, una hermosa joven desposada con el señor de unas tierras que estaban cerca del palacio de Finvarra. Tal era el regocijo de este señor por estar casado con Ethna que festejaba día y noche su unión. Todo iba bien hasta que una noche, en pleno baile, Ethna se desplomó y no se despertó hasta la mañana siguiente, cuando narró las visiones que tuvo de un fantástico país al que esperaba regresar.

Aquella noche se encargó de hacer guardia su vieja niñera para vigilarla mientras dormía, pero ella también acabó sumida en un profundo sueño y cuando despertó al amanecer descubrió que Ethna había desaparecido. Todos los criados registraron el castillo de arriba a abajo, pero no había ni rastro de la joven muchacha, por lo que su esposo decidió acudir a Cnoc Meadha para preguntarle al rey de las hadas, ya que ambos tenían amistad. Cuando llegó a la colina, pudo oír cómo unas voces en el aire comentaban lo feliz que era Finvarra ahora que tenía junto a él a Ethna y que ésta jamás regresaría junto a su marido. Por suerte, otra voz dijo que sólo podría recuperarla si excavaba hasta el centro de la fortaleza y hacía un agujero por el que pasara la luz del sol, pero que nunca lo lograría porque Finvarra era más poderoso que cualquier mortal.

Así pues, el esposo de Ethna reunió a sus hombres para cavar un enorme agujero sobre la colina. Llevaban todo el día cavando cuando comenzó a oscurecer y, creyendo que les quedaría poco para alcanzar el palacio de las hadas, decidieron terminar su tarea al día siguiente. No obstante, cuando regresaron al amanecer, se encontraron con que el agujero había desaparecido e incluso había crecido hierba sobre la tierra removida. Esto se repitió durante dos noches más hasta que por fin una voz le aconsejó al señor del castillo que echara sal sobre la tierra para que su trabajo no fuera en vano. Así lo hizo y la excavación progresó tanto que ya se podía oír música y voces provenientes del país de las hadas. Un par de estas voces decía que ahora Finvarra estaba triste porque si lograban atravesar los muros de su palacio, éste se convertiría en polvo, pero si liberaba a Ethna todos se salvarían. Entonces oyeron la voz de Finvarra diciéndoles que se detuvieran, que devolvería a Ethna cuando se pusiera el sol. Tal y como prometió, Ethna hizo acto de presencia al anochecer, pero volvió en estado catatónico, incapaz de hablar o de moverse.

Una noche, mientras el señor del castillo cabalgaba triste y solitario, volvió a oír aquellas voces en el aire que decían que ya había pasado un año y un día desde que Ethna volvió con su esposo pero totalmente inmóvil porque su alma seguía con Finvarra bajo Cnoc Meadha. A esto, otra respondió que aún podía recuperarla si le quitaba el cinto y el alfiler que lo sujetaba; luego debía enterrar el alfiler, quemar el cinto y esparcir sus cenizas frente su puerta. Así lo hizo y Ethna volvió en sí, asegurando que no recordaba el año que había pasado en el país de las hadas. Desde entonces, Finvarra no les molestó más.

Ilustración de Sueño de una noche de verano - Arthur Rackham

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