Los bestiarios, compendios sobre bestias, alcanzaron su popularidad durante la Edad Media en volúmenes ilustrados donde se describían animales, ya fueran reales o fantásticos, junto a una lección moral. La editorial Siruela editó una recopilación con la información y leyendas que se encontraban en varios de estos antiguos bestiarios.
El basilisco es llamado en latín regulus, porque es el rey de las serpientes, que huyen en cuanto lo ven, pues las mata con el aliento. Si ve un hombre, lo mata. Ninguna ave voladora escapa si ve al basilisco, pues, incluso desde muy lejos, es quemada por el fuego de su boca. Sin embargo, es vencido por las comadrejas que colocan los hombres en los agujeros de la tierra donde se esconden. En cuanto ve una, escapa, pero ella lo persigue y lo mata. En efecto, el Padre común no ha creado nada sin su remedio. Tiene medio pie de largo (30 cm), y está manchado con líneas blancas. Como los escorpiones, busca los lugares áridos; si se acerca a las aguas y pica a alguien, éste se vuelve hidrófobo y linfático. Este mismo animal se llama también silbido, pues mata silbando, antes de morder o de abrasar. El basilisco es el rey de los reptiles; con su sola mirada mata al hombre; hace perecer con su aliento a las aves voladores, y está tan lleno de veneno que reluce; si el hombre lo ve primero, no puede hacerle daño, y el basilisco queda como único rey en la arena vacía.
Existe un animal llamado basilisco. El Fisiólogo nos dice, a propósito de su naturaleza, cómo nace; y nos da a entender que nace del huevo de un gallo. Cuando el gallo ha cumplido siete años, le nace un huevo en el vientre. Y cuando siente este huevo, permanece maravillado de sí mismo, y siente la mayor angustia que pueda sufrir un animal. Entonces, busca discretamente un lugar cálido, en un estercolero o en un establo, y araña con las patas hasta que excava un agujero en el que poner su huevo. Y cuando el huevo tenga su nido preparado, el gallo correrá allí más de diez veces diarias, pensando constantemente en desembarazarse de él. Y el sapo es de tal índole que percibe por su olfato el veneno que lleva el gallo en el vientre; inmediatamente se pone al acecho, de forma que no pueda el gallo ir al foso, sin que el sapo lo vea. Y en cuanto el gallo se aparta del lugar en el que debe poner el huevo, allá está inmediatamente el sapo, por ver si el huevo está puesto. Pues el sapo es de tal índole que toma el huevo y lo incuba, si puede acercarse a él de alguna manera. Y cuando lo ha incubado tanto que ha llegado el tiempo de la eclosión, resulta un animal que tiene cabeza, cuello y pecho como los de un gallo; y desde el pecho hacia abajo, es como una serpiente. Y en cuanto puede valerse este animal, busca un lugar oculto en una vieja grieta, o en una cisterna abandonada; y allí permanece, para que nadie pueda verle. Pues es de tal naturaleza que, si el hombre puede verlo antes de que él vea al hombre, muere; y si él ve al hombre antes, es el hombre quien morirá. Pues el animal es de tal naturaleza que arroja su veneno por los ojos; y tiene la mirada tan venenosa que mata a las aves que vuelan por encima de él, si puede mirarlas entre los ojos. Este animal es el rey de todos los demás reptiles, y temido por ellos, igual que el león es más poderoso y temido que todas las demás bestias. Y no puede pasar por un lugar sin que éste pierda su virtud; pues jamás volverá a producir ni hierba ni otra cosa alguna. Y si toca un árbol, éste pierde su virtud, y jamás dará fruto; ha de perecer y secarse. No obstante, es un bello animal, de hermoso color manchado de blanco. Pero otro tanto sucede con muchas cosas que son atractivas, pero malas. Quien desee matar a este animal deberá tener un claro recipiente de cristal o de vidrio, a través del cual pueda ver a la bestia. Pues al tener el hombre la cabeza tras el vidrio o el cristal, el basilisco no puede distinguirlo, y su mirada es detenida por el cristal o el vidrio; cuando el basilisco arroja su veneno por los ojos, es de tal naturaleza que, si choca contra algún objeto, rebota hacia atrás contra él y ha de morir.
Este animal representa al diablo, al mismo Satanás que se escondió en el paraíso, que engañó a Eva y a Adán; así comieron del fruto prohibido. Por eso fueron expulsados del paraíso, y cuando murieron, fueron a caer a la cisterna del infierno. Así fueron envenenados ellos y todos los descendientes de Adán durante cuatro mil años, que murieron todos y cayeron a la cisterna, con el basilisco, es decir, al infierno, con el demonio. El hijo de un rey se dolió de que este animal fuera tan venenoso, y que matase a todo el mundo; y que nadie pudiese matar o contemplar a la bestia. Entonces, entró el hijo del rey a un recipiente mucho más transparente que el vidrio o el cristal; entended que el Hijo de Dios entró en el cuerpo bendito de Nuestra Señora, la Virgen más clara y limpia, María su madre. Entonces, el basilisco arrojó por los ojos su veneno, al contemplar el recipiente en el que se encontraba el hijo del rey; y el veneno chocó contra el recipiente, sin poder hacer daño a nadie, salvo a la bestia. Entonces, rebotó el veneno sobre el animal, y éste permaneció languideciente hasta que el hijo del rey se encontró fuera del recipiente en el que se hallaba; entended que Nuestro Señor Jesucristo estuvo en el vientre de su madre, por lo que el Enemigo languidecía hasta que fue clavado en la Cruz, donde murió. Y cando el hijo del rey, Jesucristo, entró en la cisterna vieja, y sacó de ella a todos sus amigos, a los que el basilisco había atraído y matado con su veneno, desde que Adán cayera dentro; y condujo a la claridad y a la alegría a todos los que se llevó consigo. Entended que Dios arrebató a sus amigos del infierno, merced a la muerte que quiso sufrir por Su pueblo.
Su tamaño es de medio pie, lleva manchas blancas, y tiene una cresta semejante a la de un gallo. Cuando avanza, la mitad anterior de su cuerpo se yergue verticalmente, y la otra mitad queda como en las demás serpientes. Y por muy feroz que sea el basilisco, lo matan las comadrejas, animales un poco mayores que un ratón y de vientre blanco. Y sabed que Alejandro los vio; mandó hacer entonces unas grandes ampollas de vidrio, en las que entraban hombres que podrían ver a los basiliscos, mientras que éstos no los veían, y los mataban con sus flechas; y mediante tal añagaza, libró de ellos a sí mismo y su ejército.
El besalís es un animal pequeño, pero tan ponzoñoso que mata a los hombres solamente con la mirada. Y son reyes de las serpientes; y no hay en el mundo bestia que se les quiera enfrentar. Y allá por donde pasan, debido al gran veneno que tienen, secan los árboles y las hierbas. Y todos los años mudan de piel, como hace la serpiente, y después la renuevan.
A continuación, puedo mencionar al Cockatrice o basilisco, pasando así a las serpientes. Éste es el rey de las serpientes; no por su tamaño o su grandeza, sino por su avanzar majestuoso y su talante magnánimo: pues siempre lleva erguidas la cabeza y la mitad de su cuerpo, y tiene una especie de cresta como una corona sobre la cabeza. De espesor, esta criatura alcanza el de la muñeca de un hombre, y su longitud es proporcional al grosor; tiene los ojos rojos, entre una especie de negrura brumosa, como si fuese fuego mezclado con humo. Su veneno es muy caliente y ponzoñoso, capaz de secar y requemar la hierba, como si de fuego se tratase; infecta el aire a su alrededor, de forma que ninguna otra criatura puede vivir a proximidad: en eso se parece a la Gorgona, del que acabo de tratar.
Y entre todas las criaturas vivas, ninguna hay que perezca antes por el veneno del basilisco que el hombre; pues con su vista lo mata: es decir, que los rayos de los ojos del basilisco corrompen el espíritu visible del hombre, según se afirma. Corrompido éste, todos los demás espíritus vitales que proceden del corazón y del cerebro se ven corrompidos también, y así el hombre muere. Se dice que su silbido es igualmente malo, ya que destruye árboles, mata pájaros, etc., emponzoñando el aire. La víctima del basilisco también resulta venenosa para quien la toque. Sólo una comadreja puede matarlo (…).
Que nazca de un huevo puesto por un gallo viejo, es difícilmente creíble: no obstante, algunos afirman con gran confianza que, cuando el gallo se vuelve viejo y cesa de montar a sus gallinas, nace en su interior, de su simiente corrompida, un huevecillo cubierto con una delgada película en vez de cáscara; incubado por un sapo o alguna criatura semejante, el huevo produce un gusano venenoso, aunque no este basilisco, este rey de las serpientes. Plinio describe el basilisco como de no más de doce pulgadas de largo (30 cm), a cuyo respecto el Señor Topsell opina que éste no es el gran basilisco principal, sino más bien aquel gusano nacido del huevo; por eso, sugiero que cada persona formule su propia opinión sobre esto.
De Bestiis, 214
Existe un animal llamado basilisco. El Fisiólogo nos dice, a propósito de su naturaleza, cómo nace; y nos da a entender que nace del huevo de un gallo. Cuando el gallo ha cumplido siete años, le nace un huevo en el vientre. Y cuando siente este huevo, permanece maravillado de sí mismo, y siente la mayor angustia que pueda sufrir un animal. Entonces, busca discretamente un lugar cálido, en un estercolero o en un establo, y araña con las patas hasta que excava un agujero en el que poner su huevo. Y cuando el huevo tenga su nido preparado, el gallo correrá allí más de diez veces diarias, pensando constantemente en desembarazarse de él. Y el sapo es de tal índole que percibe por su olfato el veneno que lleva el gallo en el vientre; inmediatamente se pone al acecho, de forma que no pueda el gallo ir al foso, sin que el sapo lo vea. Y en cuanto el gallo se aparta del lugar en el que debe poner el huevo, allá está inmediatamente el sapo, por ver si el huevo está puesto. Pues el sapo es de tal índole que toma el huevo y lo incuba, si puede acercarse a él de alguna manera. Y cuando lo ha incubado tanto que ha llegado el tiempo de la eclosión, resulta un animal que tiene cabeza, cuello y pecho como los de un gallo; y desde el pecho hacia abajo, es como una serpiente. Y en cuanto puede valerse este animal, busca un lugar oculto en una vieja grieta, o en una cisterna abandonada; y allí permanece, para que nadie pueda verle. Pues es de tal naturaleza que, si el hombre puede verlo antes de que él vea al hombre, muere; y si él ve al hombre antes, es el hombre quien morirá. Pues el animal es de tal naturaleza que arroja su veneno por los ojos; y tiene la mirada tan venenosa que mata a las aves que vuelan por encima de él, si puede mirarlas entre los ojos. Este animal es el rey de todos los demás reptiles, y temido por ellos, igual que el león es más poderoso y temido que todas las demás bestias. Y no puede pasar por un lugar sin que éste pierda su virtud; pues jamás volverá a producir ni hierba ni otra cosa alguna. Y si toca un árbol, éste pierde su virtud, y jamás dará fruto; ha de perecer y secarse. No obstante, es un bello animal, de hermoso color manchado de blanco. Pero otro tanto sucede con muchas cosas que son atractivas, pero malas. Quien desee matar a este animal deberá tener un claro recipiente de cristal o de vidrio, a través del cual pueda ver a la bestia. Pues al tener el hombre la cabeza tras el vidrio o el cristal, el basilisco no puede distinguirlo, y su mirada es detenida por el cristal o el vidrio; cuando el basilisco arroja su veneno por los ojos, es de tal naturaleza que, si choca contra algún objeto, rebota hacia atrás contra él y ha de morir.
Este animal representa al diablo, al mismo Satanás que se escondió en el paraíso, que engañó a Eva y a Adán; así comieron del fruto prohibido. Por eso fueron expulsados del paraíso, y cuando murieron, fueron a caer a la cisterna del infierno. Así fueron envenenados ellos y todos los descendientes de Adán durante cuatro mil años, que murieron todos y cayeron a la cisterna, con el basilisco, es decir, al infierno, con el demonio. El hijo de un rey se dolió de que este animal fuera tan venenoso, y que matase a todo el mundo; y que nadie pudiese matar o contemplar a la bestia. Entonces, entró el hijo del rey a un recipiente mucho más transparente que el vidrio o el cristal; entended que el Hijo de Dios entró en el cuerpo bendito de Nuestra Señora, la Virgen más clara y limpia, María su madre. Entonces, el basilisco arrojó por los ojos su veneno, al contemplar el recipiente en el que se encontraba el hijo del rey; y el veneno chocó contra el recipiente, sin poder hacer daño a nadie, salvo a la bestia. Entonces, rebotó el veneno sobre el animal, y éste permaneció languideciente hasta que el hijo del rey se encontró fuera del recipiente en el que se hallaba; entended que Nuestro Señor Jesucristo estuvo en el vientre de su madre, por lo que el Enemigo languidecía hasta que fue clavado en la Cruz, donde murió. Y cando el hijo del rey, Jesucristo, entró en la cisterna vieja, y sacó de ella a todos sus amigos, a los que el basilisco había atraído y matado con su veneno, desde que Adán cayera dentro; y condujo a la claridad y a la alegría a todos los que se llevó consigo. Entended que Dios arrebató a sus amigos del infierno, merced a la muerte que quiso sufrir por Su pueblo.
PB: Cahier II, 213-215
Su tamaño es de medio pie, lleva manchas blancas, y tiene una cresta semejante a la de un gallo. Cuando avanza, la mitad anterior de su cuerpo se yergue verticalmente, y la otra mitad queda como en las demás serpientes. Y por muy feroz que sea el basilisco, lo matan las comadrejas, animales un poco mayores que un ratón y de vientre blanco. Y sabed que Alejandro los vio; mandó hacer entonces unas grandes ampollas de vidrio, en las que entraban hombres que podrían ver a los basiliscos, mientras que éstos no los veían, y los mataban con sus flechas; y mediante tal añagaza, libró de ellos a sí mismo y su ejército.
Brunetto, 134 (I:140)
El besalís es un animal pequeño, pero tan ponzoñoso que mata a los hombres solamente con la mirada. Y son reyes de las serpientes; y no hay en el mundo bestia que se les quiera enfrentar. Y allá por donde pasan, debido al gran veneno que tienen, secan los árboles y las hierbas. Y todos los años mudan de piel, como hace la serpiente, y después la renuevan.
Bestiariis II, 118 (ms. G)
A continuación, puedo mencionar al Cockatrice o basilisco, pasando así a las serpientes. Éste es el rey de las serpientes; no por su tamaño o su grandeza, sino por su avanzar majestuoso y su talante magnánimo: pues siempre lleva erguidas la cabeza y la mitad de su cuerpo, y tiene una especie de cresta como una corona sobre la cabeza. De espesor, esta criatura alcanza el de la muñeca de un hombre, y su longitud es proporcional al grosor; tiene los ojos rojos, entre una especie de negrura brumosa, como si fuese fuego mezclado con humo. Su veneno es muy caliente y ponzoñoso, capaz de secar y requemar la hierba, como si de fuego se tratase; infecta el aire a su alrededor, de forma que ninguna otra criatura puede vivir a proximidad: en eso se parece a la Gorgona, del que acabo de tratar.
Y entre todas las criaturas vivas, ninguna hay que perezca antes por el veneno del basilisco que el hombre; pues con su vista lo mata: es decir, que los rayos de los ojos del basilisco corrompen el espíritu visible del hombre, según se afirma. Corrompido éste, todos los demás espíritus vitales que proceden del corazón y del cerebro se ven corrompidos también, y así el hombre muere. Se dice que su silbido es igualmente malo, ya que destruye árboles, mata pájaros, etc., emponzoñando el aire. La víctima del basilisco también resulta venenosa para quien la toque. Sólo una comadreja puede matarlo (…).
Que nazca de un huevo puesto por un gallo viejo, es difícilmente creíble: no obstante, algunos afirman con gran confianza que, cuando el gallo se vuelve viejo y cesa de montar a sus gallinas, nace en su interior, de su simiente corrompida, un huevecillo cubierto con una delgada película en vez de cáscara; incubado por un sapo o alguna criatura semejante, el huevo produce un gusano venenoso, aunque no este basilisco, este rey de las serpientes. Plinio describe el basilisco como de no más de doce pulgadas de largo (30 cm), a cuyo respecto el Señor Topsell opina que éste no es el gran basilisco principal, sino más bien aquel gusano nacido del huevo; por eso, sugiero que cada persona formule su propia opinión sobre esto.
Swan, 486-487
Basilisco ante un espejo - Allegory of the strength of faith de Johann Michael Zinck |
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