Basilisco

El basilisco (griego: βασιλίσκος; latín: regulus; reyezuelo) era en su origen una pequeña serpiente cargada de veneno letal, capaz de matar con la simple mirada o el aliento, al igual que el catoblepas. Posteriormente, en la Europa medieval, fue representado de diversas maneras con características de gallo, siendo llamado cocatriz en ocasiones por errores en traducciones y transcripciones.

El nombre de esta serpiente significa reyezuelo o pequeño rey porque es el rey de las serpientes, por eso se desplaza siempre con medio cuerpo erguido, espanta a las de su clase con su silbido y tiene una mancha blanca o unas protuberancias en la cabeza a modo de corona. Su cuerpo es amarillo con franjas blancas y sus ojos son de un color rojo mezclado con una especie de negrura brumosa, como si fuese fuego mezclado con humo. A pesar de su pequeño tamaño, pues se decía que apenas alcanzaba los treinta centímetros de longitud, era tan mortal que mataba todo lo que había a su alrededor, ya fuera al contacto o con su aliento; también podía matar con la mirada e incluso morían todos aquellos que tocaran el cadáver de alguna de sus víctimas, por eso ninguna bestia se alimentaba de los restos que dejaba un basilisco. A su paso, la hierba se secaba y las rocas se resquebrajaban, llevando consigo el desierto y la muerte allá a donde fuera.

Comadreja envuelta en ruda enfrentándose a un basilisco - Václav Hollar
Sobre su peligroso veneno se trató en varios textos de médicos antiguos, como en la Triaca de Galeno: «Pues el basilisco es un fiera amarillenta que posee sobre la cabeza tres prominencias que, según dicen, al ser visto o cuando se le escucha silbando destruye a los que lo escuchan o lo miran. Y del resto de animales, si alguno toca a este animal muerto, lo mata en seguida y por eso todas las otras clases de animales se guardan de estar cerca». El médico Aecio de Amida amplió esta información heredada de Galeno en el libro XIII de su Dieciseis libros médicos, describiendo los síntomas de la mordedura de un basilisco:
El basilisco tiene un tamaño de tres palmos y es amarillento y de cabeza puntiaguda. Tiene sobre la cabeza tres prominencias y detenta un grandísimo poder sobre todas las demás serpientes, hasta el punto que ninguna de ellas puede ni siquiera soportar su silbido. Y aunque alguna de los otros animales venenosos se vea impulsado a comer o beber, si percibe la presencia del basilisco, se retira, sin preocuparse del alimento necesario para vivir. Y a los que son mordidos por él les sobreviene una inflamación de todo el cuerpo y lividez. Se les caen los cabellos del cuerpo al punto y en un corto espacio de tiempo sigue la muerte. Pero ni siquiera un animal carnívoro toca el cuerpo muerto. Y, si impulsado por el hambre, lo toca, al punto la muerte cae sobre él. Y dicen que con sólo ser visto o con sólo ser oído cuando silba, destruye a los que lo miran, a los que son vistos por él y a los que lo escuchan. Por lo que creemos que es inútil y vano prescribir remedios contra ello.
Dioscórides, otro médico de la antigüedad, dedicó unos fragmentos de su obra al basilisco, en especial a los mordidos por éste: «Erasistrato en el libro que hizo de los remedios, y de los venenos mortíferos, habla muy brevemente del llamado basilisco, diciendo si el basilisco mordiere, la herida se vuelve luego amarilla, y casi de la color del oro». Aunque para Aecio de Amida no existía remedio alguno para su veneno, Dioscórides afirmaba, citando a Erasistrato, que «una drama de castoreo bebida con vino: y así mismo el opio» debían bastar para curar su ponzoña. Otra leyenda dice que la única planta que sobrevive al paso de un basilisco es la ruda; planta que comían las comadrejas para curarse si un basilisco les mordía.

Los antiguos historiadores lo situaban en la provincia de Cirene, donde ahora se encuentra la actual Libia. Según Lucano, nació junto a otras muchas horribles serpientes cuando la sangre de la cabeza cercenada de Medusa cayó sobre el desierto al volver el héroe Perseo de realizar su tarea. La única criatura que podía hacerle frente era la comadreja, que perseguía al basilisco hasta su madriguera y lo mataba, aunque también acababa muriendo por el aire emponzoñado de su cubil. El canto del gallo era mortal para los basiliscos, que al oírlo morían entre espasmos, y del mismo modo morían si veían su propio reflejo en un espejo, como le ocurrió al basilisco de Varsovia o, según algunas tradiciones, si un hombre los veía antes.

Basilisco naciendo de un huevo de ibis
Hieroglyphica de Piero Valeriano
Basilisco representando la Eternidad
Hieroglyphica de Horapolo
En la Edad Media, sobre el siglo XIII, el basilisco adoptó características de gallo, siendo a veces llamado basilicock o cocatriz. En esta versión del mito se creía que cuando un gallo alcanzaba la vejez y ya no podía reproducirse, generaba dentro de sí un huevo de color amarillento totalmente redondo y sin cáscara, cubierto solamente por una resistente membrana. El gallo depositaría este huevo en verano, al inicio de las canículas, sobre un montón de estiércol y sería empollado por un sapo, una serpiente o incluso por el propio gallo. De este proceso nacería el basilisco, que tendría cuerpo de gallo, corona y cola de serpiente, además del mismo veneno mortal que el anteriormente descrito. Por su parte, los antiguos egipcios creían que nacían de los huevos de los ibis; en algunas regiones de España, como Cataluña, se decía que su germen estaba en el oro, de cuyos gases nacían y se quedaban junto a él para protegerlo con su mortal mirada, mientras que en otros lugares, como en Castilla y León, se pensaba que nacían de los cabellos de las mujeres o de las yeguas que caían al agua, convirtiéndose el bulbo o raíz en la cabeza y el resto del pelo en el cuerpo.

En la Hieroglyphica de Horapolo encontramos que los egipcios llamaban a esta serpiente ureo y cuando querían representar la eternidad, a parte de utilizar un sol y una luna, también pintaban un basilisco de oro ciñendo a los dioses. Representaban la eternidad de esta manera porque consideraban al basilisco como una serpiente inmortal y que además tenía el don de dar la muerte a cualquiera con su aliento. Para los cristianos, tal y como se indica en el Bestiario de Pierre de Beauvais, pasó a ser identificado con el Diablo, la serpiente que se coló en el Paraíso y envenenó a Adán y Eva con el pecado. Piero Valeriano elaboró otra Hieroglyphica como Horapolo, en ella el basilisco aparecía como símbolo de la calumnia: «los sacerdotes Egipcios simbolizaban con este animal a la calumnia. Pues así como el Basilisco, sin necesidad de morder, daña al hombre a distancia con solo mirarlo, así también el calumniador –hablando secretamente al oído de los Príncipes, o de cualquier particular–, perjudica fraudulentamente al acusado, que recibe por su causa daños, tormentos y desazones, y aun muchas veces la muerte, sin poderse defender siquiera, pues desconoce el daño recibido, ya que se le acusó sin estar presente».

En algunas leyendas europeas, los basiliscos que se encontraban en ruinas, pozos o sótanos presentaban aspectos que variaban más o menos de la serpiente o el híbrido de reptil y gallo antes mencionados. Cardano habló de un basilisco que habitaba entre las paredes de una vieja casa de Milán que tenía cabeza de gallo, cuerpo de lagarto y una cola tan larga como el cuerpo. Tenía dientes en cada mandíbula, como los de las serpientes, alas emplumadas y dos patas que acababan en garras similares a la de los gatos. Bajo esta descripción, Ulisse Aldrovandi lo plasmó como una criatura con cabeza de gallo tocada con una corona, un cuerpo escamoso y abultado, ocho patas y una larga cola retorcida en su Historia serpenta et draconi.

Fuentes y textos originales

Comisión encargada a Caymartworks

1 comentario :

  1. Hice un vídeo que habla sobre el áspid que tanto se nombra junto al basilisco, está genial, solo velo.
    https://www.youtube.com/watch?v=7iFAUaqu5Gc

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