Basilisco según Edward Topsell

El siguiente texto que vais a leer es una traducción del inglés moderno temprano de la obra de Edward Topsell, Historia de las bestias cuadrúpedas y las serpientes, donde reunió información de diferentes autores clásicos y varias leyendas y creencias populares sobre animales; en este caso en concreto, sobre los basiliscos. He intentado encontrar todos los personajes, lugares y mitos que cita Topsell para enlazaros información sobre ellos, pero desgraciadamente no he podido identificarlos todos. Aquellos términos de los que no he encontrado información están seguidos de «(?)».


Índice


Introducción y etimología

Esta bestia es llamada por los griegos basilisco y régulo por los latinos porque es el rey de las serpientes, no por su magnitud o grandeza, ya que hay muchas sierpes mayores que él, al igual que hay animales más grandes que el león, sino por su paso majestuoso y su altiva cabeza, pues no repta como el resto de serpientes, ya que avanza con la mitad del cuerpo erguido. Por esto las otras serpientes lo esquivan al verlo. Y parece que la naturaleza lo creó con el propósito de reinar, porque además de la fuerza de su veneno, el cual es incurable, tiene una diadema o corona sobre su cabeza, como se mostrará en su debido momento.

También es llamado síbilo (sibilus), como leemos en Isidoro: Sibilus ídem est qui et regulus, sibilo enim occidit antequam mordeat vel exurat, que traducido sería: «Otro nombre que se da al basilisco es el de Síbilo, pues antes de morder o de abrasar, mata con su silbido». Los hebreos lo llaman pethen, curman, zaphna y zaphnaini. Los caldeos, harmene y carmene. Los egipcios, ureus; los germanos, ein ertz schlengle; los franceses, un besilie; y los españoles y los italianos, basilisco.

Génesis

Existe cierto enigma entre los escritores sobre el génesis de esta serpiente: para algunos (muchos y muy letrados) afirman que eclosiona del huevo de un gallo. Éstos dicen que cuando un gallo alcanza la vejez pone un huevo que, en lugar de cascaron, está cubierto de una gruesa membrana capaz de resistir la fuerza de un golpe o una caída. Añaden también que sólo ponen este huevo en verano, al inicio de las canículas, y que no es ovalado, como el de las gallinas, sino totalmente redondo. A veces de un color amarillo fangoso, este huevo se genera de la semilla putrefacta del gallo, y tras ser incubado por una serpiente o un sapo, nace la cocatriz, de medio pie de largo, con la parte trasera de serpiente y la frontal de gallo, por la triple diadema de su frente.

Por otra parte, el vulgo de Europa opina que este huevo es cuidado sólo por un sapo y no por una serpiente, sin embargo, en el mejor de los casos, se dice que es empollado por el propio gallo, sobre lo cual trató Levinus Lemnius en el capítulo IV del tomo XII de su Libro de los milagros ocultos de la naturaleza (Book of the hidden miracles of nature). Según él, en la ciudad de Pirizaea(?) hubo dos viejos gallos que pusieron huevos, y los pueblerinos, por la creencia de que de esos huevos nacerían cocatrices, pusieron todo su empeño en evitar que los gallos los empollaran, pero al ver que no los espantaban ni con palos ni estacas, se vieron obligados a romper los huevos y a estrangular a los gallos.

Ahora bien, es digno de investigación si un gallo puede concebir un huevo y, tras cierto tiempo, deponerlo sin cáscara. Yo, por mi parte, puedo ser persuadido de que cuando un gallo envejece y deja de perseguir a sus hembras como dicta el curso ordinario de la naturaleza, lo cual sucede a los siete o nueve años, como mucho a los catorce, se genera cierta concreción en su interior por el calor putrefacto de su cuerpo y la acumulación de su simiente, la cual se endurece en un huevo y se cubre de la ya citada membrana: este huevo, al ser incubado por el gallo u otra bestia, engendra un gusano venenoso, al igual que los que se crían de los cadáveres de los hombres, o como las avispas, los tábanos y las orugas que nacen de los excrementos de caballo u otros humores pútridos de la tierra.

Huevo totalmente redondo de gallo en Historia serpenta et draconi - Ulisse Aldrovandi
Como de este huevo nace un gusano venenoso de aliento tan pestífero en proporción a su tamaño, es normal que recuerde a la cocatriz o basilisco africano, y aunque no se trata del mismo animal que aquí tratamos, lo reconoceremos como una especie de cocatriz, aunque esta especie es generada como otras serpientes de la tierra, tal y como escribió el antiguo Hermes(?): que resulta falso e imposible que una cocatriz eclosione del huevo de un gallo. El mismo autor hizo mención de un basilisco engendrado en estiércol, a través del cual representó el elixir de la vida, recurso que utilizan los alquimistas para transmutar los metales.

Los egipcios mantienen la opinión de que estas cocatrices nacen de los huevos de los pájaros conocidos como ibis, y por esto rompen sus huevos allá donde los encuentren. Debido a esto, en sus jeroglíficos, cuando van a firmar una ejecución legal tras un juicio justo y la sólida institución de sus antepasados, lo hacen con un ibis y una cocatriz.

Dónde se cría

Se dice que los países que crían estas cocatrices son estos: primero África, y allí los antiguos asentamientos o tierras de los turcos, Nubia, toda el África salvaje y las tierras cirenáicas. Sólo Galeno entre los físicos dudaba de si existían o no, pero su autoridad en este caso no debe ser seguida, viendo que nunca hubo un hombre mortal que lo viera y supiera todo, porque además de la ineludible autoridad de las Sagradas Escrituras, donde se hace mención de la cocatriz y sus huevos en las profecías de Isaías y Jeremías, también hay muchos autores humanos cuya autoridad es irrefutable y que afirman que no sólo existen las cocatrices, sino que también infectan el aire y matan con el aliento. Mercurial afirmó que, cuando estaba con Maximiliano el emperador, vio el cadáver de una cocatriz preservado en su colección de trofeos entre sus indudables monumentos. De esta serpiente, el poeta Georgius Pictorius escribe de esta manera:

Rex est Serpentum Basiliscus, quem modo vincunt Mustelae insultus, saevaque bella ferae. Lernaeum vermem Basilisoum foeda Cyrene Producit cunctis maximè perniciem. Et nasci ex ovogalli, si credere fas est, Decrepiti, in fimo, sole nitente, docent. Sed quoniam olyactu laedit, visuque ferarum Omne genus, credas nulla tenere bona. El rey de las serpientes es el basilisco, al que sólo vencen los ataques de la comadreja, bella y fiera bestia. La horrible Cirene engendra al gusano basilisco, máxima ruina para todos. Y, si ha de creerse lo que enseñan, nace sobre el estiércol por el calor del sol del huevo de un gallo anciano. Ya que hiere por su olor y vista a toda clase de bestias, no creas que tiene nada de bueno.


Leemos que, en Roma, en los días del papa León IV, hubo una cocatriz que se encontró en la cripta de una iglesia o capilla dedicada a Santa Lucía, y su pestífero aliento había infectado el aire a su alrededor, por lo que acaecía gran mortandad sobre Roma; aunque cómo llegó la susodicha cocatriz hasta allí nunca se sabrá. Lo más probable es que fuera creada y enviada por Dios como castigo de la ciudad, lo cual me parece más fácil de creer al afirmar Sigonious(?) y Julius Scaliger que dicha bestia fue muerta por los rezos de León IV.

Creo que lo que querían decir era que, por la autoridad de dicho obispo, toda la gente fue llevada al rezo, por lo que el todopoderoso Dios que fue llevado por sus pecados a enviar esta plaga, fue invitado por sus oraciones a matar a la bestia por la misma mano por la que fue creada, al igual que una vez en Egipto, por la mano de Moisés, trajo la plaga de las langostas y los piojos y las retiró.

Aspecto y tamaño

Hay algunas pequeñas diferencias entre los autores sobre longitud de esta serpiente que intentaré reconciliar brevemente. Primero, Eliano dijo que la cocatriz no mide más que un palmo (7cm): esto es más o menos lo que un hombre puede abarcar con su mano; Plinio aseguró que mide doce dedos (22cm); y Solino e Isidoro que alcanza medio pie de largo (14cm).

Avicena decía que el harmena árabe, la cocatriz, mide dos codos y medio de largo (110 cm); Nicandro: et tribus extensus porrectus corpore palmis, lo que significa que en su extensión alcanza los tres palmos, al igual que dijo Actius(?) (22 cm). Ahora, para reconciliar todos estos datos, hay que entender que Plinio y Eliano hablaron del gusano que nace del huevo del gallo y en lo relativo a su longitud. El largo de esta serpiente debe ser de tres (88 cm) o cuatro (118 cm) pies como mínimo; de lo contrario, ¿cómo podría provocar tal terror a otras serpientes, o cómo podría alzar el cuerpo tan eminentemente sobre la tierra, si la cabeza no se levanta al menos un pie (30 cm) del suelo? Entonces daremos por sentado que esta serpiente es tan ancha como la muñeca de un hombre, y la longitud de la misma responde a esa proporción.

Es también cuestionable si la cocatriz tiene alas o no. Al ser concebida por un gallo, muchos la han descrito con la parte delantera alada y la trasera con una cola de serpiente. La aparición de las alas parece venir de las Santas Escrituras, porque está escrito en Isaías 14:29: «No te alegres tú, Filistea toda, por haberse quebrado la vara del que te hería; porque de la raíz de la culebra saldrá basilisco, y su fruto, ceraste volador». Pero Tremellius, el mejor interprete, traduce el hebreo de esta manera: de radice Serpentis prodit haemorrhus & amp; fructus illius prester volans, que significa, palabra por palabra, lo siguiente: «de la raíz de la serpiente vendrá el hemorrhe, y el fruto del mismo, un prester volador». Ahora sabemos que el hemorrhe y el prester son dos tipos de serpientes diferentes a la cocatriz. Por lo tanto, haremos más caso a la traducción de las Sagradas Escrituras de este interprete, al ser más fiel y erudito, que a la traducción del latín vulgar, la cual está corrupta en varias partes, como en Isaías 30:6, donde vuelve a aparecer prester traducido como cocatriz. Debido a esto, no tenemos descrita a la cocatriz con alas al no encontrar suficiente autoridad que garantice esto.

Los ojos de la cocatriz son rojos o inclinados de algún modo al negro, y la piel y el cadáver de esta bestia han sido considerados objetos preciosos. Los habitantes de Pérgamo compraron los restos de una cocatriz por dos libras y media de plata, y como existe la creencia de que ningún pájaro, araña o bestia venenosa podía ver a esta serpiente, la colgaron en los templos de Apolo y Diana en una delgada red hecha de oro: por esto se dice que ninguna golondrina, araña u otra serpiente entraron nunca en estos templos. Y no solo la piel o la visión de la cocatriz producen este efecto, sino que también su carne al ser frotada sobre el suelo, columnas o paredes de cualquier casa. Además, si se frota la plata con las cenizas de la carne de la cocatriz, se dice que le da una tintura similar a la del oro. A parte de estas cualidades, no recuerdo ninguna otra relativa a la carne o piel de esta serpiente.

De su poder y sus enemistades

El silbido de la cocatriz, su natural voz, es terrible para el resto de serpientes y, por lo tanto, tan pronto como lo escuchan, se escabullen según estos versos de Nicandro:

Illius auditos expectant nulla susurros, Quantumvis magnas sinuent animalia spiras, Quandovel in pastum, vel opacae devia silvae, Irriguósve locos, mediae sub luce diei Excandescenti succensa furore feruntur, Sed turpi conversa fugae dant terga retror sum. Nadie desea oír sus siseos. Por más que los animales se encojan en grandes espiras, bajo la luz del mediodía son llevados a una locura ardiente. Le dan las espaldas a la horrible bestia y huyen, ya sea en el pasto, en oscuras y lejanas selvas o en apacibles lugares provistos de agua.

Leemos también que muchas veces en África las mulas caen muertas de sed o yacen en el suelo por otras causas, y a cuyos cadáveres acuden innumerables serpientes para alimentarse; pero cuando se acerca el basilisco al cuerpo, hace sonar su voz, y al instante se esconden todas las serpientes en la arena o en sus madrigueras, sin atreverse a salir de nuevo hasta que la cocatriz se haya satisfecho con el festín. Al terminar, da otro silbido avisando de su partida: es entonces cuando salen de sus escondites, pero nunca se atreven a tocar los restos que haya dejado del animal muerto y se marchan en busca de otra presa. Y si ocurriera que otra pestífera bestia entrara en el agua para beber cerca de donde se aloja, tan pronto percibe su presencia, aunque no la haya visto ni oído, sale del agua sin beber, descuidando su sustento, para salvarse de un peligro mayor, sobre lo que Lucano escribió: «Ahuyenta a su paso en una gran extensión, a toda la turbamulta de reptiles y reina en las arenas desiertas: el basilisco».

Basilisco luchando contra una comadreja en un bestiario medieval (Royal MS 12 C XIX; 1200-1210)
Por lo tanto, ha quedado patente que el siseo de la cocatriz es terrible para todas las serpientes, y su aliento y veneno, mortal para toda clase de bestias; pero no ha dejado Dios en la naturaleza a esta vil serpiente sin un enemigo, pues la comadreja y el gallo son sus triunfantes vencedores. Plinio hizo bien al decir: Huic tali monstro quod saepe enectum concupivere reges videre, mustelaerum virus exitio est, adeò naturae nihil placuit esse sine pari; lo que en castellano significa: «el veneno de las comadrejas es mortal para un monstruo como éste, al que frecuentemente los reyes han deseado verlo muerto, hasta tal punto no le gusta a la naturaleza que exista nada sin su contrario».

Era común que la gente cogiera comadrejas y, tras encontrar las madrigueras y lugares que habitúan las cocatrices, reconocibles por la tierra de su alrededor que está quemada por su ardiente veneno, las metieran en ellas; al verlas, las cocatrices huían de un adversario tan fuerte, pero las comadrejas las perseguían y las mataban. También hay que resaltar que las comadrejas, antes de su lucha, se arman comiendo ruda, sin la cual serían envenenadas por el aire contagioso que rodea a la cocatriz. A parte de la comadreja, no existe ninguna otra bestia en el mundo capaz de entrar en contacto con la cocatriz, según Lemnius.

Del mismo modo que el león teme al gallo, lo mismo le ocurre al basilisco, aunque no ante su visión, sino que muere al oír su canto, cosa que es notoriamente conocida en toda África. Debido a esto, todos los viajeros que se adentran en el desierto llevan consigo un gallo para mantenerse a salvo del veneno del basilisco, y de igual manera que el canto del gallo aterroriza al león y mata al basilisco, el mismo gallo teme a los milanos.

Otras especies de basilisco

Hay ciertos escritores eruditos en Sajonia que afirman que existen muchos tipos de serpientes en sus bosques, de las cuales una no es muy diferente de una cocatriz: dicen que tiene una cabeza aguda, de color amarillo y cuyo largo no excede los tres palmos (70 cm), de gran grosor y con la tripa manchada y adornada con muchas pintas blancas; la espalda es azulada y su cola retorcida y levantada, pero el ancho de su boca excede las proporciones que su cuerpo parece soportar. Estas serpientes podrían ser bien dichas cocatries, aunque su veneno no es tan grande como el del basilisco de África. Cierto es que todas las otras serpientes de los países calurosos son más pestíferas que las de los países fríos, así que esto fue lo que me persuadió a pensar que, aunque tenga diferencias en su aspecto y en la cualidad de su veneno con la cocatriz de África, podría tratarse de otra de su especie. Además de esto, hay otra razón dada por Lemnius que podría persuadir al lector de que no son cocatrices; porque cuando los aldeanos se lanzaron sobre ellos para matarlos con garrotes y horcas, no recibieron daño alguno, ni siquiera por la contaminación del aire: pero ya respondí a esto, pues el veneno en los países fríos no es tan grande como en los calurosos; y por lo tanto, en Sajonia deben temer su mordida y no que infecten el aire.

Cardano relató otra historia de cierta serpiente encontrada en los muros de una vieja casa en Milán. Su cabeza era tan grande como un huevo, muy grande para su cuerpo, que en forma y tamaño recordaba a un lagarto (Stellagama stellio). Tenía dientes en cada mandíbula, como una víbora, también tenía dos patas que, aunque cortas, eran poderosas, y sus pies tenían garras como un gato. Al erguirse recordaba a un gallo, ya que tenía una cresta en la cabeza y estaba dotado de plumas y alas; la cola era tan larga como el cuerpo, el cual tenía un bulto redondo tan grande como la cabeza de un lagarto italiano (stellio). Es muy posible que esta bestia fuera una especie de cocatriz.

Del veneno del basilisco

Ahora vamos a tratar sobre el veneno de esta serpiente, el cual es tan ardiente y ponzoñoso que infecta el aire a su alrededor y hace que ninguna otra criatura pueda vivir junto a él. No solo mata con su silbido y por su visión, como se dice de la bestia Gorgona, sino que también por el contacto y de manera inmediata o incluso indirecta, esto es: no sólo cuando un hombre toca su cuerpo, sino al sujetar un arma con la que se mató a uno o al tocar a cualquier otra bestia muerta por él. Tenemos una historia bastante corriente en la que un caballero, armado con una lanza, atravesó a una cocatriz y su veneno no sólo trepó por el arma hasta llegar al hombre y matarlo, sino que llegó a infectar al caballo sobre el que iba montado. Lucano escribió:

Quid prodest miseri Basiliscus cuspide Mauri transactus? Velox currit per tela venenum, Invadit manum equumque. ¿De qué sirve que un basilisco fuera atravesado por la punta de la lanza del desdichado Murro? Veloz corre el veneno por el astil, invade su mano y al caballo.

La cuestión radica en qué parte de la serpiente reside su veneno; algunos dicen que sólo en la cabeza, y que por esto el basilisco es sordo, porque el aire que sirve a sus órganos auditivos es distorsionado por su intensa calidez. Pero parece que es falso que el veneno sólo esté en su cabeza, porque también mata con los vapores de todo su cuerpo, y aunque cuando está muerto, sólo mata con el contacto, del mismo modo mueren todos aquellos que tocan a un hombre o una bestia muertos de este modo. Otros dicen que tiene el veneno en su pecho y que lo transpira por sus costados y a cualquier lugar de su cuerpo, deslizándose entre las escamas; y parece ser cierto que también lo expulsa por su aliento. De otro modo, el ardiente vapor que procede de esta ponzoñosa bestia quemaría sus entrañas si saliera por los lugares comunes; así, Dios todopoderoso lo ha ordenado, el basilisco debe tener orificios respiratorios por todo su cuerpo para ventilar el calor.

Para omitir la indagación de en qué parte de su cuerpo yace el veneno, viendo que es manifestado por mayoría que es universal, dejaremos el asunto y disputaremos sobre sus partes y efectos.

Lo primero de todo: mata a los de su clase a través de la vista, el oído y el contacto. Por su propia clase me refiero a otras serpientes y no a otras cocatrices, ya que pueden vivir unas junto a otras [...] Las cocatrices son engendradas de huevos, según las Santas Escrituras; por lo tanto, una de ellas no mata a otra por el contacto, el siseo o la vista, porque una de ellas engendró a la otra. Pero ha de preguntarse por qué la cocatriz muere por su propia vista: algunos lo han afirmado mucho, pero no me atrevo a proclamarme sobre esto, pues es imposible que cualquier cosa se hiera a sí misma cuando no hiere a otros de su misma clase, pero si en el secreto de la naturaleza Dios ha ordenado que suceda tal cosa, no rebatiré a aquellos que puedan mostrarlo.

No puedo más que reír al recordar las historias sobre las cocatrices que había en Inglaterra; pues he oído en ocasiones que una vez nuestra nación estuvo plagada de cocatrices y que cierto hombre las destruyó paseándose cubierto en cristal, por lo que vieron reflejada su imagen y murieron. Esta fábula no es digna de refutar, pues es más que probable que ese hombre muriera debido a la corrupción del aire provocada por las cocatrices antes de que éstas perecieran por el reflejo de su imagen; a no ser que se pueda demostrar que el aire ponzoñoso no podía entrar en el cristal donde el hombre respiraba.

Entre todas las criaturas vivas no hay otra que perezca antes que el hombre por el veneno de la cocatriz. A través de su vista lo mata porque los rayos que emanan de sus ojos corrompen el espíritu visible de un hombre, el cual, una vez corrompido, el resto de espíritus provenientes del cerebro y el corazón, sufren la misma suerte, y el hombre muere: de igual modo las mujeres estropean los espejos durante su ciclo menstrual o como cuando un lobo le arrebata la voz a un hombre cuando lo ve.

Para concluir, esta ponzoña infecta el aire y, al estar tan cargado de veneno, mata a todos los seres vivos, al igual que a todas las plantas y frutos de la tierra: quema la hierba allá por donde pasa y los pájaros caen muertos cuando pasan cerca de su madriguera. A veces muerden a los hombres o a las bestias, y por esta herida la sangre se vuelve bilis y todo el cuerpo se torna amarillo como el oro, matando todo aquello que lo toque o pase cerca de él. Los síntomas fueron descritos por Nicandro, con cuyas palabras concluiré esta historia de la cocatriz escribiendo lo siguiente:

Quod ferit hic, multo corpus succenditur igne. A membris resoluta suiscaro delfuit et fit lurida, et obscuro nigrescit opaca colore. Nullae etiam volucres, quae foeda cadavera pascunt, sic occisum hominem tangunt, ut vultur, et omnes huic similes aliae, pluviae quoque nuntius aurae corvus; nec quaecumque ferae per devia lustra degunt, e tali capiunt sibi pabula carne. Tum teter vacuas odor hinc exhalat in auras, atque propinquantes penetrant non segniter artus, sin cogente fame veniens approximet ales, tristia fata refert, certamque ex aere mortem. A quien éste hiere, el cuerpo se le incendia con mucho ardor. De sus miembros la carne cae desprendida, se vuelve lívida y de un umbroso color negro se torna. Aún ninguna de las bestias aladas, las cuales comen horribles cadáveres, tocan a los hombres muertos de este modo, como el buitre y todas las otras similares a éste, incluido el cuervo mensajero de lluvia; ni las fieras que viven por apartados cubiles toman para sí los sustentos de tal carne. Entonces un repugnante olor llena los vacíos aires y penetra en los que se acercan. Si una bestia alada se aproxima por el hambre, tristes hados acarrea, pues ciertamente por el aire es muerta.

Basilisco ilustrado en la Historia de las bestias cuadrupedas y serpientes de Edward Topsell

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