La Colección de hechos memorables de Solino, aunque concebida como una chorographia o geografía descriptiva, acabaría siendo la más popular aportación latina al género paradoxográfico, cuyo objeto eran las reales o supuestas rarezas y maravillas del mundo y de la humanidad. Aunque la cuestión de sus fuentes sigue siendo discutida, parece claro que Solino se sirvió ampliamente de la Historia natural de Plinio, de la Corografía de Mela, y de obras enciclopédicas hoy perdidas, como los Prados de Suetonio. El resultado es esta obra variopinta, en la que la información veraz se mezcla a menudo con noticias fantasiosas o exageradas, y en la cual, en todo caso, tenemos asegurado un rico filón de amena lectura.
Sobre los dragones
Entre estos incendios (de Etiopía) propios del constante calor tórrido se mueve un gran número de dragones. Los verdaderos dragones poseen una boca pequeña y que no se abre para morder, así como unos estrechos conductos por donde respiran y sacan la lengua: porque su fuerza no se halla en los dientes, sino en la cola, y mayor daño causan propinando golpes que con la boca.
Sobre la piedra dragontía
Se extrae del cerebro de los dragones la piedra dragontía, mas la piedra no existe salvo cuando es sacada de un ejemplar vivo: en efecto, si la serpiente muere antes, la piedra se disipa junto con la vida después de haber perdido su dureza. Los reyes de Oriente, sobre todo, se precian de lucir esta gema, aunque su consistencia no admite ninguna afectación de artífice y cuanto tiene de excelente no lo hacen las manos, ni debe su blancura resplandeciente a ninguna otra causa sino a su propio natural. El historiador Sótaco confirma en sus escritos que él ha visto esta gema y explica de qué forma se obtiene por sorpresa. Algunos hombres de inconmensurable osadía espían los antros y refugios de estas serpientes: aguardan luego la ocasión en que salen a comer y mientras pasan por delante de ellas en excitada carrera arrojan hierbas impregnadas, lo mejor que pueden, con drogas, para provocarles el adormecimiento: sumidos de ese modo en el letargo, les cortan la cabeza, y de los despojos de su peligrosa hazaña traen consigo el botín de su temeridad.
Su lucha con los dragones
Entre éstos (los elefantes) y los dragones existe una perenne lucha y les tienden sus celadas con la siguiente astucia: las serpientes se ocultan junto a las sendas por donde los elefantes discurren en su ruta habitual. Y entonces, después de dejar pasar a los primeros, atacan a los últimos, para evitar que quienes fueron por delante puedan ayudarles. Y empiezan trabándoles los pies con sus nudos, de modo que les privan de la posibilidad de andar al tener las patas amarradas. Pues los elefantes, si no se les anticipan con la traba de sus espiras, se apoyan en los árboles o en las rocas para matar a las serpientes, estrujadas bajo su peso abrumador. La principal razón de esa guerra estriba en que los elefantes tienen, según dicen, la sangre más fría, y por ello los dragones la buscan, en el ardiente rigor del estío, con verdadera avaricia. De ahí que nunca acometan sino cuando el elefante ya se ha hartado de beber: y es que persiguen, estando las venas mucho mejor regadas, saciarse más cuando las comprimen. Y no atacan en otro lugar del cuerpo que no sean los ojos, pues saben que únicamente aquéllos son vulnerables, o dentro de las orejas, pues sólo esta parte no hay manera de defenderla con la trompa. Y así, al caer cuando les han chupado la sangre, las bestias aplastan a los dragones.
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