En la mitología griega, el león de Nemea (griego: Λέων της Νεμέας) era un despiadado monstruo que vivía en
Nemea y que halló la muerte a manos de
Heracles.
Hesíodo lo nombró en su
Teogonía, no dejando claro si era hijo de
Orto y
Quimera o fruto de la unión de Orto con
Equidna.
Apolodoro, en cambio, menciona en la
Biblioteca Mitológica que era prole de
Tifón, sin mencionar a la madre, por lo que se podría sobreentender que se trataba de Equidna.
«Ésta (Quimera o Equidna), amancebada con Orto, parió a la funesta Esfinge, ruina para los cadmeos, y al león de Nemea, al que Hera, célebre esposa de Zeus, crió y puso en los montes de Nemea, calamidad para los hombres. Allí devastaba las tribus de hombres que habitaban el lugar y era dueño de Treto, Nemea y Apesante. Pero lo mató el vigor del fornido Heracles.
Teogonía, Hesíodo.
Por el contrario, en
De los animales de
Claudio Eliano y en las
Fábulas de
Higinio se dice que el León de Nemea era hijo de
Selene, la Luna.
«Y dicen, además, que el león de Nemea cayó de la luna. En efecto, también Epiménides dice: "...porque también yo provengo de la luna de hermosas trenzas, la cual en medio de terribles conmociones se liberó del fiero león de Nemea y le trajo por orden de la augusta Hera"».
El primero de los
doce trabajos que
Euristeo le impuso a Heracles fue el de matar al león de Nemea y llevarle su piel. Este animal había estado aterrorizando los alrededores de Nemea, y tenía una piel tan gruesa que resultaba impenetrable a las armas. Cuando Heracles se dirigía a cazar al león se hospedó en la casa del pastor Molorco. Cuando Morloco se disponía a hacer un sacrificio, Heracles se lo impidió, diciéndole que esperase treinta días, y si regresaba con vida tras enfrentarse al león, debería ofrecerle el sacrificio a Zeus Salvador, y si no volvía debería ofrecérselo a él como héroe. Apolodoro sigue narrando la cacería del león en su
Biblioteca Mitológica:
«Llegó pues a Nemea y buscó al león; hallado, primero lo asaetó. Pero cuando comprendió que era invulnerable, empezó a perseguirlo maza en alto; al meterse en una caverna de doble boca, Heracles taponó una de las entradas y se metió él por la otra a por la fiera, a la que rodeándole el cuello con una mano atrapó y apretó hasta estrangularla; se la echó a los hombros y la llevó a Cleonas. Sorprendió a Molorco en el último día a punto de sacrificarle una víctima como si hubiera muerto; así, sacrificó a Zeus Salvador y llevó el león a Micenas. Euristeo, atónito por su valor, le prohibió que en adelante entrase en la ciudad y le ordenó exponer ante las puertas sus trabajos. Dicen que por miedo se había preparado una tinaja de bronce escondida bajo tierra y que enviando un mensajero, Copreo, hijo de Pélope el eleo, le ordenó los trabajos».
Diodoro Sículo añadió que el león pasaba la mayor parte del tiempo entre Micenas y Nemea, en los alrededores de un monte que recibía el nombre de Treto («Perforado»). Todos los autores coinciden en que el héroe se vistió con la piel impenetrable del león, pero el único que describe cómo consiguió desollarlo fue
Teócrito, ya que ni los cuchillos de piedra o de hierro conseguían atravesarla. En el
Idilio XXV cita que a Heracles, por inspiración divina, se le ocurrió emplear las propias garras del animal para dicha acción, consiguiendo así su característico atuendo y un manto que le sirvió como armadura mientras empleaba la cabeza como yelmo. En la
Astronomía de Higinio, fuera del mito, el autor comenta que el león está entre las estrellas (
constelación de Leo) porque es el rey de la bestias, además de honrar la hazaña de Heracles por derrotar al león de Nemea totalmente desarmado.
Tan identificado estaba Heracles con la piel del león que se llegó a dar una cómica situación durante el año que sirvió como esclavo a
Ónfale, pues, aunque no ha llegado hasta nuestros tiempos ninguna fuente escrita, sí tenemos
imágenes de estos dos personajes intercambiando roles, mostrando a Heracles con finos vestidos y siendo acicalados por sirvientas, y a Ónfale llevando la maza, el arco y la piel de león.
Ovidio, en el libro II de su
Fastos narra una historia relacionada con este hecho:
«Casualmente iba el joven tirintio (Heracles) de acompañante de su dueña; Pan vio a ambos desde un elevado otero. Los vio y se llenó de fuego, diciendo: "Deidades del monte, nada tengo yo con vosotras; ésta será mi pasión". Iba la meónide (Ónfale) con el pelo perfumado echado sobre los hombros y digna de admirar por su áureo seno. Una sombrilla áurea alejaba los cálidos rayos del sol, si bien eran las manos de Heracles las que la llevaban [...] Y mientras los sirvientes preparaban la comida y vino para beber, ella equipa al Alcida con su propio atuendo. Le da una túnica transparente teñida de múrice getulo (púrpura de los getulos, pueblo africano); le da un cinturón torneado con el que antes se sujetaba. El cinturón era pequeño para su vientre; aflojó los lazos de la túnica para poder sacar sus grandes manos. Había roto unos brazaletes que no estaban hechos para aquellas manos; sus grandes pies reventaban las pequeñas correas. Ella misma tomó la pesada clava y la piel de león y las armas menores guardadas en su aljaba. Así, terminada la comida, dan con su cuerpo en el sueño, acostándose separados, pero cerca, en los lechos extendidos. La causa era que preparaban la ceremonia del descubrimiento de la vid, la cual querían hacer con pureza cuando el día fuese venido. Era media noche. ¿A qué no se atreve el amor desenfrenado? Pan llegó en la oscuridad a la cueva rezumante y, al ver a los acompañantes sumidos en el sueño y en el vino, concibió la esperanza de que el mismo sopor embargase a los señores. [...] Había llegado ya tanteando a la cámara donde estaba extendido el lecho y se las prometía felices a la primera oportunidad. Cuando tocó la piel hirsuta de las cerdas del pardo león, sintió temor y detuvo la mano y se volvió, atónito de miedo, como el caminante da macha a trás muchas veces azorado al ver una culebra. A continuación tocó las tiernas mantas de la cama próxima y una característica falaz le engañó. Se subió y se recostó en la parte más cercana de la cama a él, y su miembro hinchado estaba más duro que un cuerno. Mientras tanto, arremangó la túnica, tirando de la parte más baja: unas piernas ásperas estaban erizadas de pelos espesos. Al ir a probar el resto, de repente, el héroe tirintio lo empujó para atrás. El otro cayó de lo alto de la cama. Se formó un griterío. La meónide llamó a sus acompañantes pidiendoles luz. Cuando trajeron la luz se descubrió lo que había pasado. El dios se lamentaba por haber caído pesadamente de lo alto de la cama, y aduras penas consiguio levantar el cuerpo de la dura tierra. El Alcida y los que lo vieron tirado se echaron a reír. La muchacha lidia se echó a reír de su amante».
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