Sirenas

En la mitología griega, las Sirenas (Griego: Σειρῆνες; Las que atan/encadenan) eran unas peligrosas y bellas criaturas que encantaban a los marineros con sus voces para que encallaran en sus islas. Según los mitos, eran criaturas mitad mujer, mitad pájaro.

La genealogía de las Sirenas y el origen de su aspecto de ave varía según el autor. En la obra de Eurípides, Helena, se las llama «damas aladas, virginales hijas de Gea». En la Argonauticas de Apolonio de Rodas se dice: «La adorable Terpsícore, una de las Musas, le dio a Aqueloo las Sirenas, y por un tiempo fueron sirvientes de la galante hija de Deméter, antes de que se casara, y cantaron para ella en coro. Pero ahora, medio humanas y medio pájaro, pasan el tiempo observando las naves desde lo alto de su excelente puerto, y muchos viajeros, reducidos a pieles y huesos, perdieron la alegría de llegar a casa».

Higinio, en sus Fabulas, también las hace hijas de Aqueloo y una musa, pero en este caso cita a Melpómene: «Las sirenas, hijas del río Aqueloo y la musa Melpómene, vagando tras la violación de Perséfone, llegaron a la tierra de Apolo, y aquí fueron convertidas en criaturas voladoras por la voluntad de Deméter, ya que no ofrecieron ayuda a su hija. Fue predicho que sólo vivirían hasta que alguien que las oyera cantar las resistiese». Apolodoro también mencionaba a Aqueloo y Melpómene como padres de las sirenas en la Biblioteca mitológica, aunque también menciona a Estérope, hija de Potaón y Éurite, como madre de estas criaturas aladas.

Ovidio, en su Metamorfosis, también mencionó el origen de las sirenas: «Las Aquelonides (hijas de Aqueloo), ¿por qué las sirenas de dulce voz tienen ahora plumas y pies de ave a pesar de tener la faz de una muchacha? ¿No fue porque, cuando Perséfone estaba recogiendo flores, ellas estaban a su lado, y, cuando en vano la buscaron por todas las tierras, rezaron por alas que las llevaran sobre las olas, para que los mares supieran de su búsqueda, encontraron a los graciosos dioses y de repente vieron un dorado plumaje vistiendo sus muslos? Sin embargo, todavía conservan el don de una gloriosa voz, el encanto de sus melodías, mantienen sus bellas caras y voces humanas». Por lo que hemos visto, las Sirenas eran originalmente humanas, pero fueron convertidas en criaturas aladas por Deméter, ya sea por no haber ayudado a Perséfone cuando la raptó Hades o para que pudieran buscarla por los aires. Al no encontrarla se instauraron en la isla Antemusa.

Zu Ihren Füssen im Sand Knochen und Totenschädel liegend - Hans Thoma
No sólo su parentesco era motivo de discusión entre diferentes autores, sino que su número y nombres también daba de que hablar. Homero, en la Odisea, no citaba ni su número, sus nombres ni orígenes. Eustacio de Tesalónica mantenía la idea de que había dos sirenas: Aglaofono y Telxiepia, pero para Estrabón eran: Parténope y Leucosia. Para Apolodoro eran tres: Pisínoe, Agláope y Telxiepia, tal y como mantenía Hesíodo, aunque él las llamaba: Telxíope (o Telxínoe), Molpe y Aglaofono. Licofrón también decía que había tres sirenas: Parténope, Ligeia y Leucosia. Finalmente, la enciclopedia Suda cita de nuevo tres sirenas con estos nombres: Telxiepia, Pisíone y Ligeia. En una antigua vasija griega se dan dos nombres: Himerope y Telxiepia.


Nombre
Griego
Significado
Telxíope ΘελξιοπηVoz cautivadora
TelxínoeΘελξινοηCautivadora de mentes
TelxiepiaΘελξιεπειαCautivadora
MolpeΜολπηCanción
Pisíone ΠεισινοηLa que afecta a la mente
AglaofonoΑγλαοφωνοςDe sonido espléndido
Agláope ΑγλαοπηVoz espléndida
LigeiaΛιγειαTono claro
LeucosiaΛευκωσιαBlanca sustancia
ParténopeΠαρθενοπηVoz de doncella

Los poetas romanos las situaron en unas pequeñas islas llamadas Sirenum scopuli (rocas de las sirenas), y más tarde fueron localizadas en la ficticia isla Antemusa o Antemóesa, cuyos prados estaban llenos de flores y sus costas eran rocosas y escarpadas. Posteriormente, diversos lugares fueron asignados a las islas de las Sirenas por diferentes personajes. Según Homero, en la Odisea, estaban entre Eea y la roca de Escila. A menudo han sido situadas en el mar Tirreno, frente a las costas del suroeste de Italia, cerca de la ciudad de Paestum o entre Sorrento y la Isla de Capri. Otras tradiciones apuntan a las islas Punta del Faro o a las islas Li Galli. Todas estas ubicaciones fueron descritas en lugares rodeados de acantilados y rocas.

Las Sirenas contaban con una extraordinaria voz con la que atraían a cualquier marinero que las escuchase cantar y, durante el transcurso de sus aventuras, varios héroes tuvieron que enfrentarse a sus mortales cantos. Jasón y los argonautas se toparon con ellas, pero gracias a Orfeo, que entonó una canción más bella que las suyas, consiguieron sobrevivir. Así lo relata Apolodoro: «Cuando pasaron cerca de las sirenas, Orfeo retuvo a los argonautas entonando un canto contrario. Sólo Butes se arrojó hacia ellas, si bien Afrodita lo rescató y lo instaló en Lilibeo».

En las Argonáuticas de Apolonio de Rodas encontramos más detalles. El sabio centauro Quirón le advirtió a Jasón que necesitaría a Orfeo en su travesía para sortear a las Sirenas:
«En poco tiempo avistaron la hermosa isla de Antemusa, donde las Sirenas de claras voces, hijas de Aqueloo, las usaban para hechizar con sus seductoras melodías a los marineros que allí anclaban. La adorable Terpsícore, una de las Musas, le dio a Aqueloo las Sirenas, y por un tiempo fueron sirvientes de la galante hija de Deméter, antes de que se casara, y cantaron para ella en coro. Pero ahora, medio humanas y medio pájaro, pasan el tiempo observando las naves desde lo alto de su excelente puerto, y muchos viajeros, reducidos a pieles y huesos, perdieron la alegría de llegar a casa. Las Sirenas, esperando añadir a los argonautas a estos, se apresuraron a recibirlos con una fluida melodía; y los jóvenes habrían echado amarras con prontitud en su playa si el tracio Orfeo no hubiera intervenido. Alzando su lira bistonia entonó la vivaz melodía de un canto ligero, a fin de que sus oídos zumbasen con la ruidosa interferencia de sus acordes. Y la lira superó su voz virginal. A un tiempo el Céfiro y el sonoro oleaje, que se alzaba de popa, empujaron la nave; y aquéllas emitían un confuso rumor. Pero, aun así, el noble hijo de Teleonte, Butes, el único entre sus compañeros, se adelantó y de su pulido banco saltó al mar, fascinado en su ánimo por la armoniosa voz de las Sirenas; y nadaba entre el borbollante oleaje, para alcanzar la orilla, el desdichado. En verdad que al instante allí mismo le hubieran privado del regreso, pero compadeciéndose de él la diosa Cipris, protectora de Erice, lo arrebató aún en medio de los torbellinos y lo salvó, acudiendo benévola, para que habitase el cabo Lilibeo».
Un pequeño mito de Pausanias dice que Hera persuadió a las Sirenas para que compitieran con las Musas en canto. Las Musas ganaron y les arrancaron las plumas, con las que se hicieron coronas. Pero quizás su aparición más famosa fue en el canto XII de la Odisea, donde Odiseo, que quería escuchar su canto y sobrevivir, se ató al mástil de su nave y taponó los oídos de sus hombres con cera por consejo de Circe:
«"¡Oh amigos! No está bien que uno solo ni dos los oráculos sepan que me ha hecho, prolija, a mí Circe, la diosa entre diosas. Así a todos los he de contar, que quedéis enterados, ya nos toque morir, ya rehuyamos la parca y la muerte. Lo primero exhortóme a evitar a las magas Sirenas, su canción hechicera, sus prados floridos, yo sólo escucharlas podré, pero antes habéis de trabarme con cruel atadura que quede sujeto a mi puesto. Bien erguido del mastil al pie me ataréis con maromas y, si acaso os imploro u os mando aflojar esas cuerdas, me echaréis sin piedad nuevos nudos". Con estas palabras declarábales yo  cada cosa a mis fieles amigos.
Entre tanto la sólida nave  en su curso ligero se enfrentó a las Sirenas [...] Yo entretanto cogí el bronce agudo, corté un pan de cera y, partiéndole en trozos pequeños, los fui pellizcando con mi mano robusta [...] Uno a uno a mis hombres con ellos tapé los oídos y, a su vez, a la nave me ataron de piernas y manos en el mástil, derecho, con fuertes maromas y, luego, a azotar con los remos volvieron el mar espumante.
Ya distaba la costa no más que el alcance de un grito y la nave crucera volaba, mas bien percibieron las Sirenas su paso y alzaron su canto sonoro: "Llega acá, de los dánaos honor, gloriosísimo Ulises, de tu marcha refrena el ardor para oír nuestro canto, porque nadie en su negro bajel pasa aquí sin que atienda a esta voz que en dulzores de miel de los labios nos fluye. Quien la escucha contento se va conociendo mil cosas: los trabajos sabemos que allá por la Tróade y sus campos de los dioses impuso el poder a troyanos y argivos y aun aquello que ocurre doquier en la tierra fecunda.
Tal decían exhalando dulcísima voz y en mi pecho yo anhelaba escucharlas. Frunciendo mis cejas mandaba a mis hombres soltar mi atadura; bogaban doblados contra el remo y en pie Perimedes y Euríloco, echando sobre mí nuevas cuerdas, forzaban cruelmente sus nudos. Cuando al fin las dejamos atrás y no más se escuchaba voz alguna o canción de Sirenas, mis fieles amigos se sacaron la cera que yo en sus oídos había clocado al venir y libráronme a mí de mis lazos».
Apolodoro recogió este mismo mito en su Biblioteca Mitológica y añadió algunos detalles: «Se fue luego con Circe y enviado por ella se hizo a la mar y sorteó la isla de las Sirenas. Las Sirenas eran hijas de Aqueloo y Melpómene, una de las musas, eran: Pisínoe, Agláope y Telxiepia. Una de ellas tocaba la cítara, otra cantaba y la tercera tocaba la flauta, y con estas artes persuadían a los navegantes para que se quedasen; tenían de los muslos para abajo formas de pájaros [...] Tenían las Sirenas un oráculo según el cual si una nave pasaba de largo, morirían; por tanto murieron (con el paso de Odiseo)».

Sirena - Hans Thoma

Con el tiempo, las Sirenas pasaron a formar parte de la obra de historiadores y de bestiarios medievales, donde se les añadieron características de pezPhilippe de Thaon, por ejemplo, ilustró una Sirena con patas de pájaro y cola de pezPlinio el Viejo decía que no se le debía dar crédito a las historias sobre Sirenas, aunque mencionó que supuestamente vivían en la India, donde atacaban a los hombres después de atraerlos con sus canciones.

Isiodoro de Sevilla decía en sus Etimologías que: «Las Sirenas tienen alas y garras porque el Amor vuela y hiere: se mantienen en el agua porque de una ola se gestó Venus. Es de imaginar que hay tres sirenas, en parte mujer, en parte ave, que tienen alas y garras. Una de ellas toca el laúd, otra la flauta y mientras la tercera canta; atraen a los marineros para que naufraguen. Pero todo esto no es cierto; en realidad son prostitutas que llevaron a los viajeros a la ruina». Isidoro también llamaba «sirenas» a ciertas serpientes aladas, cuya picadura era tan venosa que la muerte llegaba antes que de la víctima notara dolor alguno».

En el Bestiario de Guillaume le Clerc se dice de las sirenas lo siguiente: «La sirena es un monstruo de extraña apariencia, de cintura para arriba es la criatura más bella del mundo, con la forma de una mujer. El resto del cuerpo es como un pez o pájaro. Tan dulce y hermosa es la manera en que canta que aquellos que se adentren en el mar, tan pronto oigan su canción, no podrán alejarse de ella. Fascinados por la música, se dormirán en su barco y la sirena los matará antes de que puedan lanzar cualquier grito.

Para finalizar, Bartholomeus Anglicus recogía esto de las sirenas: «La sirena es una bestia marina de maravillosas formas, y atrae a los navegantes al peligro mediante la dulzura de su canción. Algunos hombres dicen que son peces del mar con aspecto de mujer. Otros hombres fingen que hay tres sirenas similares a doncellas, con algún tipo de garras y alas; una de ellas canta con hermosa voz, otra toca la flauta y la tercera el harpa, y piden por favor a los marineros, con el retrato de su canción, que se lancen al peligro de encallar; pero la verdad es que son tres grandes prostitutas que atraen a los hombres que pasan a la pobreza y al mal. El Physiologus también dice que es una bestia marina, con la maravillosa forma de una doncella de cintura para arriba y un pez de cintura para abajo, y esta maravillosa bestia está contenta y feliz durante las tempestades, y triste y molesta con el buen tiempo. Con la dulzura de la canción esta bestia duerme a los navegantes, y cuando ve que han caído en su sueño, sube al barco y encanta a aquel que quiera llevarse con ella; llevándolo a un lugar seco y obligándole a yacer con ella. Si el hombre la rechaza, lo mata y se come su carne».

Ulises y las Sirenas - John William Waterhouse

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