Una deidad o un dios es un ser presumiblemente sobrenatural al que normalmente se le atribuyen poderes importantes (aunque a algunas deidades no se les atribuye poder alguno). Puede ser adorado, concebido como santo, divino, sagrado o inmortal, tenido en alta estima, respetado o temido por sus adeptos y seguidores. Las deidades se representan con gran variedad de formas, pero con frecuencia con forma humana o animal; se les asignan personalidades y conciencias, intelecto, deseos y emociones como los humanos. Se le atribuyen fenómenos naturales tales como rayos, inundaciones y tormentas, así como milagros. Pueden ser concebidos como las autoridades o controladores de cada aspecto de la vida humana (tales como el nacimiento, la muerte o la otra vida). Algunas deidades son consideradas las directoras del tiempo y el propio destino, los dadores de la moralidad y las leyes humanas, los jueces definitivos del valor y el comportamiento humanos y los diseñadores y creadores de la Tierra o el Universo. Sin embargo, en las religiones monoteístas abrahámicas se considera blasfemo imaginar a la deidad con cualquier forma concreta.
Ra - Zeus - Odín |
De algunas deidades se piensa que son invisibles o inaccesibles para los humanos (morando principalmente en lugares sobrenaturales, remotos o apartados y sagrados, tales como el Cielo, el Infierno, el firmamento, el inframundo, bajo el mar, en la cima de montañas altas, en bosques profundos o en un plano sobrenatural o esfera celestial; o incluso en la mente y/o el subconsciente humano), revelándose o manifestándose en raras pero escogidas veces a los humanos y dándose a conocer principalmente por sus efectos.
En el monoteísta suele creerse que un único dios que mora en el Cielo también es omnipresente e invisible.
En el politeísmo los dioses se conciben como un contrapunto a los humanos. En el reconstruido e hipotético protoindoeuropeo los humanos eran descritos como tkonion, ‘terrenales’, en oposición a los dioses, que eran deivos, ‘celestiales’. Esta relación casi simbiótica está presente en muchas culturas posteriores: los humanos son definidos por su posición de súbditos a los dioses, a los que nutren con sacrificios, y los dioses son definidos por su soberanía sobre los humanos, castigándoles y recompensándoles, pero también dependientes de su adoración y en ocasiones la gente trata a su dios como alguien que les sirve a ellos.
El límite entre humano y divino no es en modo alguno absoluto en la mayoría de las culturas. Los semidioses son la descendencia de la unión entre un humano y una deidad, y las mayoría de las casas reales de la Antigüedad reclamaban ascendencias divinas. Comenzando con Neferirkara (siglo XXV a. C.), los faraones del Antiguo Egipto se hacían llamar «Hijos de Ra». Algunos gobernantes humanos, tales como los faraones del Imperio Medio, los emperadores japoneses y algunos emperadores romanos, han sido deidades adoradas por sus súbditos incluso en vida. El primer gobernante de quien se sabe que reclamó su divinidad es Naram-Sin (siglo XXII a. C.). En muchas culturas se cree que gobernantes y otras personas prominentes o santas se transforman en deidades tras su muerte (véase Osiris y canonización).
Se destaca también, que los panteones de diversas culturas cuentan tanto con deidades benefactoras como mundanas.
La mitología africana está compuesta por deidades provenientes del culto yoruba, cuyo rito se ha ido expandiendo desde Nigeria hacia diferentes lugares del mundo. El dios supremo y creador del universo es un ser único, pero con diferentes manifestaciones, comprendidas en la trilogía Oloddumare, Olorun y Olofi. De este ser supremo partieron las diferentes energías que gobiernan la naturaleza, y que están representadas por los diferentes Orishás, deidades a las que se les rinde culto a través de ofrendas y sacrificios, y que son las encargadas de mantener en armonía las diferentes fuerzas del universo, así como las relaciones de los seres humanos entre sí y con la naturaleza.
La mitología oriental está compuesta por aquellos dioses comprendidos en las milenarias tradiciones religiosas chinas y japonesas. Podemos encontrar divinidades provenientes de diferentes orígenes, tales como el budismo, el taoísmo chino, o el sintoísmo japonés. Algunas de estas deidades fueron en su vida terrenal, virtuosos soberanos que supieron gobernar en tiempos ancestrales y lograron adquirir divinidad mediante la iluminación; otras, corresponden a divinidades expresadas en los antiguos sistemas mitológicos que se mantuvieron en el tiempo hasta nuestros días.
Considerada una de las tradiciones religiosas más antiguas, el hinduismo no cuenta con un dogma unificado, sino que se trata de un conjunto de creencias y cultos, sin una organización centralizada ni órdenes sacerdotales, producto de la fusión de las diferentes tradiciones de los antiguos pueblos establecidos en la cuenca del río Ganges. En la creencia hindú, detrás del Maya, universo visible donde se suceden los ciclos de creación y destrucción, existe un universo eterno e inalterable, de carácter espiritual, al que los seres humanos aspiran alcanzar, para así abandonar el ciclo de reencarnación.
En la antigua Grecia la religión estaba estrechamente vinculada con la mitología, de modo que no existía una religión unívoca, sino un conjunto de cultos y mitos que, documentados por primera vez en la cultura micénica, alcanzaron una estructura definida en la Época Arcaica. Los dioses griegos eran antropomórficos e inmortales, y constituían una sociedad organizada jerárquicamente, donde Zeus estaba a la cabeza, ocupando el trono del Olimpo. Los dioses griegos no tenían sangre sino icor y se alimentaban de ambrosía, néctar y humo de los sacrificios. Solían intervenir caprichosamente en el destino de los mortales, por ello las polis rendían culto a los dioses que les ofrecían sus favores.
La mitología nórdica tiene su origen en la antigua mitología germana, compartida por muchos de los pueblos del norte de Europa. Sus creencias y mitos, fueron transmitidos de generación en generación a través de poesías que se recitaban oralmente, y se extendió durante la era vikinga. Muchas de estas creencias fueron registradas durante el medioevo en las Eddas, recopilaciones literarias elaboradas en prosa o en poesía, que concentran gran parte de la mitología nórdica. Si bien muchas de estas creencias y ritos fueron perdiéndose con el tiempo, en algunas zonas rurales, aún se conservan ciertas tradiciones y leyendas propias de este milenario pueblo.
Los dioses de la mitología egipcia poseían características humanas combinadas con elementos animales, por lo que ya desde épocas tempranas, eran representados como seres humanos con rasgos zoomórficos, y cualidades sobrenaturales. Al comienzo de la dinastía faraónica cada nomos (o distrito) rendía culto a sus propios dioses, siendo los más importantes los once dioses de la Heliópolis, los ocho de la Hermópolis, y las tríadas de Elefantina, Tebas y Menfis. Las tríadas divinas eran las más populares, debido a que se les atribuía características humanas, tales como la constitución familiar, lo que hacía que fueran agrupadas en parejas con un hijo.
Si bien los pueblos celtas, que ocuparon la Europa occidental y central durante la edad de hierro, no conformaban una unidad política y social, sí constituyeron un conjunto de creencias compartidas que logró expandirse a lo largo de todo el territorio en donde prevaleció esta cultura. Uno de sus mitos fundacionales narra la odisea de los Tuatha Dé Danann, (“los hijos de Dana”, diosa madre del panteón celta). Ellos arribaron a la isla de Irlanda en barcos voladores, y vencieron a los Fir Bolg y a los Fomorianos, para luego perder la batalla contra los Milesianos y ser confinados al mundo subterráneo.
Desde los albores monárquicos de la civilización romana, a medida que se conquistaban terrenos vecinos, los romanos fueron incorporando divinidades extranjeras a su panteón, fue así que paulatinamente adoptaron los dioses y relatos mitológicos griegos asimilándolos a los propios, de este modo, Júpiter representó a Zeus, soberano del Olimpo, así como Marte a Ares, Juno a Hera y Minerva a Atenea, entre otros. La religión estaba dividida en el culto público y el privado. Las ceremonias eran oficiadas en cada casa por el pater familias en un altar llamado lararium. Allí se rezaban oraciones y se realizaban ofrendas a los dioses que estaban representados en el altar mediante pequeñas estatuas.
La cosmovisión andina se caracterizó por ser totémica y animista, con adoración a los fenómenos naturales. Si bien en la mitología inca Inti fue el dios principal, al que consideraron fuente de toda la existencia, y creador de todos los dioses, cabe destacar que en realidad se trató de un culto difundido a través del Sapa Inca Pachacútec, que lo jerarquizó como deidad oficial del Tahuantinsuyo (Imperio Inca). Entretanto, Viracocha fue un dios primordial para toda la región de los Andes, y figura de culto central también para los nobles cuzqueños, que forjaron los inicios del pueblo Inca. El mito tribal lo narra como creador del cielo y de la tierra, tras surgir de las aguas del sagrado lago Titikaka.
La mitología maya abarca un conjunto de dioses adorados al unísono. Los mayas basaron sus creencias en la observación de los fenómenos naturales, lo que denotó un carácter místico con claves naturalistas, en el que el conocimiento científico y las creencias religiosas, constituyeron un todo indisoluble, sobre el cual organizaron la sociedad, la política y las distintas actividades humanas. Hunab Ku, dios principal en el universo maya, centro de la galaxia, y mente y corazón del creador, reúne el aspecto masculino y femenino de la naturaleza, constituyendo la deidad creadora por excelencia.
La religión azteca, al igual que en otras civilizaciones, resultó ser una síntesis de culturas y tradiciones milenarias de los distintos pueblos que conformaron esta civilización. Su cosmogonía fue compleja, al intentar responder profundos dilemas sobre la existencia, la creación del cosmos y del hombre, desde la perspectiva divina, asociada a fenómenos naturales tales como las lluvias y los astros. Los dioses mantenían una comunicación constante con los hombres y, al igual que estos, poseían componentes claroscuros; todo lo habido sobre la tierra estaba atravesado por esta dualidad, establecida en un equilibrio dinámico entre el micro y el macrocosmos; paridad que debía ser mantenida a fuerza de cultos y ofrendas.
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