Garudá

Garudá, el rey de las aves, es un pájaro mítico, considerado un dios menor en el hinduismo y en el budismo. Es la montura (vajana) del dios Visnú y generalmente es iconizado como un híbrido entre hombre y águila: cuerpo humano de color dorado, rostro blanco, pico de águila y grandes alas rojas. Esta antigua deidad era tan enorme que podía tapar la luz del Sol.

Garudá es conocido por ser el eterno enemigo de los Nāga, deidades serpientes, de las que se alimentaba únicamente. Su imagen sirve como amuleto protector contra las serpientes y su veneno. El mantra que se recita contra el veneno de las serpientes y librarse de todo mal es Garudi Vidya, y recibe su nombre por esta deidad.

Su nacimiento y hazañas se encuentran en el primer libro de la gran epopeya Majabhárata. De acuerdo a la leyenda, cuando Garudá salió del huevo, apareció como un furioso infierno, semejante a la conflagración cósmica que consumirá el mundo al final de todas las edades. Los dioses asustados le suplicaron clemencia, y Garudá, viendo su temor, redujo su tamaño y energía.

El padre de Garudá fue el Rishi (sabio) Kashiapa. Tenía dos esposas, Vinata y Kadru, que eran hijas del Prayápati Daksha. Kadru quería tener muchos hijos, y la segunda quería tener pocos pero muy poderosos. El sabio Kashiapa cumplió sus deseos: Kadru puso mil huevos, de los que nacieron serpientes, y Vinata puso dos huevos, de los que nacieron Aruna, el cochero del dios Sol Suriá, y Garudá.

Ambas mujeres pusieron los huevos a la vez, pero los mil huevos de Kadru se abrieron prematuramente, ya que los coció al vapor para que eclosionaran antes. Kasyapa le prometió a Vinata que si incubaba adecuadamente sus huevos, sus hijos llegarían a ser grandes personalidades. Pero Vinata, impaciente, abrió uno de los huevos antes de que madurara. Del huevo roto surgió un intenso destello de luz rojiza como el amanecer, Aruná (‘el rojo’). Era tan radiante y rojizo como el sol de la mañana. Pero, debido a la ruptura prematura del huevo, Aruná no fue tan brillante como el sol del mediodía, como había prometido Kasiapa. En cambio el hermano menor de Aruná, Garudá, nació de manera normal, por lo que se convirtió en el principal vehículo del dios Visnú.

Su hijo prematuro la maldijo, diciendo que sería esclava de su hermana y rival Kadru, y que sólo se salvaría después de mucho tiempo gracias a su segundo hijo, Garudá, el cual todavía no había salido del cascarón. Tal y como profetizó Aruná, Vinata se convirtió en esclava de Kadru al perder una apuesta, y Garudá acabó como sirviente de las serpientes, a las que guardó un eterno rencor. El rey de las aves le preguntó a las serpientes qué debía hacer para conseguir su libertad y la de su madre. La respuesta de las serpientes fue clara, debía llevarles amrita, el elixir de la inmortalidad.

El amrita estaba en poder de los dioses, que guardaban celosamente, ya que era la fuente de su inmortalidad. Los dioses, para guardar el amrita, lo rodearon con un enorme incendio que cubrió el cielo, bloquearon el paso hacia éste con trampas de cuchillas afiladas, y, por último, colocaron dos gigantescas serpientes venenosas al lado del amrita como mortales guardianes.

Garudá se apresuró hacia la morada de los dioses decidido a robarles su tesoro. Estos sabían de sus intenciones, así que se enfrentaron a él con todo su arsenal. Garudá, sin embargo, los derrotó a todos. Extinguió el fuego que colocaron los dioses en el cielo escupiendo el agua de varios ríos que se había tragado. Redujo su tamaño para esquivar las cuchillas mortales. Y, por último, estranguló a las dos gigantescas serpientes que custodiaban el elixir.

Superados todos los obstáculos, cogió el elixir con su boca y voló raudo hasta las serpientes, que lo esperaban ansiosamente. Durante el trayecto se encontró con Visnú, y en lugar de luchar intercambiaron promesas. Visnú le prometió a Garudá el don de la inmortalidad, incluso sin beber del elixir, y Garudá le prometió convertirse en su montura. Más adelante conoció a Indra, el dios del cielo, con el que también intercambió promesas. Garudá le prometió que tras entregar el elixir a las serpientes haría todo lo posible por recuperarlo y devolvérselo a los dioses, a cambio, Indra le ofreció como alimento las serpientes.

Por fin, Garudá se posó frente a las serpientes. Colocó el elixir sobre la hierba, y para conseguir la libertad de su madre Vinata, instó a las serpientes para que se purificasen antes de consumir el amrita. Las serpientes comenzaron sus rituales, Indra se abalanzó sobre el elixir, y cuando las serpientes volvieron vieron que del amrita sólo quedaban unas pequeñas gotas sobre la hierba. Al tratar de lamer las gotas sus lenguas se dividieron en dos. Debido a esto, todas las serpientes tienen la lengua bífida, y cambian de piel como una especie de inmortalidad. Así Garudá se convirtió en aliado de los dioses, en la montura de Visnú y en el implacable enemigo de las serpientes.

Según el Majabhárata, Garudá tuvo seis hijos, protegidos por Visnú: Sumukha, Suvarna, Subala, Sunaama, Sunethra y Suvarchas, de los que descienden todas las aves.

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