La Guaxa es una bruja del folclore asturiano. Su leyenda fue recogida por primera vez por Jove y Bravo en Mitos y supersticiones de Asturias, donde decía de ella que era una mujer muy delgada, enjuta y fea. Podía entrar en cualquier habitación colándose por las cerraduras de las puertas, donde le chupaba la sangre a los niños o a las mujeres jóvenes con su único y afilado diente. A esta bruja se le solía relacionar con ciertas aves nocturnas, tal y como hizo Aurelio del Llano en su Libro de Caraviacon la lechuza o el cárabo, teniendo así cierta similitud con la estrige y otras brujas que se transformaban en aves para realizar sus fechorías por la noche.
La Guaxa va drenando poco a poco la sangre de los niños cada noche hasta que los consume totalmente a no ser que se le exorcice o se proteja a la víctima con amuletos, por esto existe en Asturias la expresión paez que lu tragó la Guaxa o comiolu/a la Guaxa para referirse a alguien que a adelgazado mucho o que ha desaparecido. Algunos remedios consistían en dar a la víctima un preparado a base de alicornio (cuerno de unicornio) dejando al sereno durante nueve noches seguidas una medida de agua en la que se ha puesto en maceración trozos de asta de ciervo y alguna porción de plata. Si este remedio no funcionaba, se medía al niño con un hilo negro, luego se le hacía nueve nudos pequeños y otro más grande y se le colgaba a modo de collar en la garganta junto a una bolsita en la que iban diez gramos de arroz. Se decía que era más efectivo si la víctima pisaba todas las mañanas el rocío de los campos. Como amuletos protectores servían la higa o la piedra de San Pedro (quiastolita).
En Cantabria existe otra versión de esta bruja, la Guajona, que fue descrita por Manuel Llano en su obra Brañaflor. Decía de ella que era una vieja muy delgada y consumida que iba tapada con un manto negro de la cabeza a los pies; sus ojos relumbraban como estrellas y solo tenía un diente muy largo, negro y afilado. Nunca se le veía por el día, por lo que se creía que se escondía bajo tierra como los topos. De noche sale de su escondite y vaga por los pueblos como un fantasma para colarse en las casas donde dormían jóvenes sanos y fuertes. Una vez en sus cuartos, les clavaba su único diente en una vena y les chupaba la sangre hasta debilitarlos. Se dice que tenía patas de ave y en algunas regiones de Cantabria también se le llamaba Lamia.
También se le conoce como meiga Xuxona en Galicia, y se decía de los que sufrían sus ataques que tenían el "enguenido" o "enganido", que en realidad se trataba del raquitismo. Para exorcizarlas era necesario que tres mujeres llamadas María dijesen de noche y en un lugar sagrado el siguiente diálogo: «Toma, María. Ti que me das María. O enganido. O enganido que nono queria». Tras esto se debe pasar a la víctima por debajo de un arco o una mesa. Las meigas xuxonas no se limitaban sólo a la extracción de sangre, ya que realizaban otro tipo de actos típicos de las brujas, como matar ancianos, echar mal de ojo, confeccionar pomadas con ojos, etc., además de poder transformarse en moscardones. Se dice que Comba, una santa gallega, fue en su día una de estas meigas y que acabó convirtiéndose en su patrona.
La Guaxa va drenando poco a poco la sangre de los niños cada noche hasta que los consume totalmente a no ser que se le exorcice o se proteja a la víctima con amuletos, por esto existe en Asturias la expresión paez que lu tragó la Guaxa o comiolu/a la Guaxa para referirse a alguien que a adelgazado mucho o que ha desaparecido. Algunos remedios consistían en dar a la víctima un preparado a base de alicornio (cuerno de unicornio) dejando al sereno durante nueve noches seguidas una medida de agua en la que se ha puesto en maceración trozos de asta de ciervo y alguna porción de plata. Si este remedio no funcionaba, se medía al niño con un hilo negro, luego se le hacía nueve nudos pequeños y otro más grande y se le colgaba a modo de collar en la garganta junto a una bolsita en la que iban diez gramos de arroz. Se decía que era más efectivo si la víctima pisaba todas las mañanas el rocío de los campos. Como amuletos protectores servían la higa o la piedra de San Pedro (quiastolita).
En Cantabria existe otra versión de esta bruja, la Guajona, que fue descrita por Manuel Llano en su obra Brañaflor. Decía de ella que era una vieja muy delgada y consumida que iba tapada con un manto negro de la cabeza a los pies; sus ojos relumbraban como estrellas y solo tenía un diente muy largo, negro y afilado. Nunca se le veía por el día, por lo que se creía que se escondía bajo tierra como los topos. De noche sale de su escondite y vaga por los pueblos como un fantasma para colarse en las casas donde dormían jóvenes sanos y fuertes. Una vez en sus cuartos, les clavaba su único diente en una vena y les chupaba la sangre hasta debilitarlos. Se dice que tenía patas de ave y en algunas regiones de Cantabria también se le llamaba Lamia.
También se le conoce como meiga Xuxona en Galicia, y se decía de los que sufrían sus ataques que tenían el "enguenido" o "enganido", que en realidad se trataba del raquitismo. Para exorcizarlas era necesario que tres mujeres llamadas María dijesen de noche y en un lugar sagrado el siguiente diálogo: «Toma, María. Ti que me das María. O enganido. O enganido que nono queria». Tras esto se debe pasar a la víctima por debajo de un arco o una mesa. Las meigas xuxonas no se limitaban sólo a la extracción de sangre, ya que realizaban otro tipo de actos típicos de las brujas, como matar ancianos, echar mal de ojo, confeccionar pomadas con ojos, etc., además de poder transformarse en moscardones. Se dice que Comba, una santa gallega, fue en su día una de estas meigas y que acabó convirtiéndose en su patrona.
Alberto Álvarez Peña |
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