El trasgo es el duende más conocido y extendido del folklore español, recibiendo diversos nombres según la localidad. Su descripción apenas varía de una región a otra: en Asturias se le conoce como trasgu, donde aparece como un ser pequeño, cojo de la pierna derecha, de entre cuarenta y ochenta centímetros; su piel y cabellos son negros; lleva un gorro y una blusa roja; tiene un par de pequeños cuernos, cola y un agujero en la palma de la mano izquierda, por eso también se le conoce como Cornín (por los cuernos), gorru colorau o Pisadiel de la mao furada/el de la man furá (Pisadiel de la mano agujereada).
A diferencia de los diañus burlones, que habitan en bosques y caminos, los trasgos viven con los humanos en sus casas, a los que suelen molestar por la noche. No son maliciosos y sus jugarretas van más dirigidas a molestar que a dañar: rompen platos, desordenan la casa, esparcen la harina, se beben la leche, esconden objetos o pellizcan a los que están durmiendo. Algunos hasta arman jaleo jugando por la noche a los bolos en el desván mientras gritan las puntuaciones que logran. Sus lugares favoritos son la cocina, en la que entran por la chimenea descolgándose por las cadenas del pote, y el establo, porque ni a los animales dejan en paz cuando quieren divertirse, ya sea espantando a las vacas o anudando las crines de los caballos.
Muchas leyendas cuentan la historia de familias que se hartaron de tener que convivir con este duende y decidieron mudarse. Con todo el sigilo del mundo sacaban los enseres de la casa y los cargaban en una carreta, pero, a mitad de camino, un miembro de la familia exclamaba preocupado porque se habían dejado algo importante. Era entonces cuando saltaba el trasgo y les decía: «¡No os preocupéis, que lo he cogido yo!». Al ver que el trasgo se había metido con ellos en la carreta, la mudanza se volvía inútil y tenían que volver a su casa original. En otras versiones no les da tiempo ni a marcharse de la casa, porque un vecino que pasaba por allí se percata de que el trasgo está bajando por las escaleras para embarcarse con la familia.
Como ya hemos visto, mudarse de casa es algo inútil para librarse de este duende cuando se pone excesivamente pesado, pero no es imposible conseguir que te deje en paz. Los trasgos, igual que otros muchos espíritus y duendes, tienen cierta manía con el orden y se ven obligados a contar semillas, por eso era costumbre dejar un cuenco con mijo o linaza para que el trasgo lo volcase. Cuando esto ocurría, tenía que recogerlo o contarlo, pero como tiene la mano agujereada, la tarea se le hace imposible y acaba desistiendo, abandonando la casa por pura vergüenza. El trasgu cántabro y el trasno, que es como se conoce a este duende en Galicia, no tienen un agujero en la palma de la mano, pero eso no es impedimento para que este método no funcione, porque no saben contar pasada cierta cifra (por lo general cien) y se ven obligados a empezar de nuevo hasta que se aburren y se van.
Estos duendes también son muy orgullosos y les gusta apostar, por lo que bastaría con mandarles una tarea imposible para que se marchen avergonzados. Una de estas consistiría en mandarles recoger semillas, que llenen de agua un paxu (cesto de mimbre) o que laven lana negra hasta que se vuelva blanca. Por otra parte, a los trasgos les gusta que les dejen encendidas unas brasas en la chimenea para calentarse por la noche; por eso, si la familia con la que vive tiene ese detalle, se portarán bien y ayudarán con las tareas domésticas. En cambio, si son tratados mal, no tendrán ningún reparo en molestar todo lo que puedan.
A diferencia de los diañus burlones, que habitan en bosques y caminos, los trasgos viven con los humanos en sus casas, a los que suelen molestar por la noche. No son maliciosos y sus jugarretas van más dirigidas a molestar que a dañar: rompen platos, desordenan la casa, esparcen la harina, se beben la leche, esconden objetos o pellizcan a los que están durmiendo. Algunos hasta arman jaleo jugando por la noche a los bolos en el desván mientras gritan las puntuaciones que logran. Sus lugares favoritos son la cocina, en la que entran por la chimenea descolgándose por las cadenas del pote, y el establo, porque ni a los animales dejan en paz cuando quieren divertirse, ya sea espantando a las vacas o anudando las crines de los caballos.
Muchas leyendas cuentan la historia de familias que se hartaron de tener que convivir con este duende y decidieron mudarse. Con todo el sigilo del mundo sacaban los enseres de la casa y los cargaban en una carreta, pero, a mitad de camino, un miembro de la familia exclamaba preocupado porque se habían dejado algo importante. Era entonces cuando saltaba el trasgo y les decía: «¡No os preocupéis, que lo he cogido yo!». Al ver que el trasgo se había metido con ellos en la carreta, la mudanza se volvía inútil y tenían que volver a su casa original. En otras versiones no les da tiempo ni a marcharse de la casa, porque un vecino que pasaba por allí se percata de que el trasgo está bajando por las escaleras para embarcarse con la familia.
Como ya hemos visto, mudarse de casa es algo inútil para librarse de este duende cuando se pone excesivamente pesado, pero no es imposible conseguir que te deje en paz. Los trasgos, igual que otros muchos espíritus y duendes, tienen cierta manía con el orden y se ven obligados a contar semillas, por eso era costumbre dejar un cuenco con mijo o linaza para que el trasgo lo volcase. Cuando esto ocurría, tenía que recogerlo o contarlo, pero como tiene la mano agujereada, la tarea se le hace imposible y acaba desistiendo, abandonando la casa por pura vergüenza. El trasgu cántabro y el trasno, que es como se conoce a este duende en Galicia, no tienen un agujero en la palma de la mano, pero eso no es impedimento para que este método no funcione, porque no saben contar pasada cierta cifra (por lo general cien) y se ven obligados a empezar de nuevo hasta que se aburren y se van.
Estos duendes también son muy orgullosos y les gusta apostar, por lo que bastaría con mandarles una tarea imposible para que se marchen avergonzados. Una de estas consistiría en mandarles recoger semillas, que llenen de agua un paxu (cesto de mimbre) o que laven lana negra hasta que se vuelva blanca. Por otra parte, a los trasgos les gusta que les dejen encendidas unas brasas en la chimenea para calentarse por la noche; por eso, si la familia con la que vive tiene ese detalle, se portarán bien y ayudarán con las tareas domésticas. En cambio, si son tratados mal, no tendrán ningún reparo en molestar todo lo que puedan.
El trasgo cántabro
Manuel Llano habló de la versión cántabra del trasgu en su obra Brañaflor. Son casi iguales a los asturianos: cojos y con la piel y el cabello negros, pero a diferencia de éstos, no tienen la palma de la mano agujereada, su gorro es blanco y llevan un bastón fabricado con una madera desconocida. Su ropa está hecha con corteza de aliso del revés y cosida con hiedra, por eso es de color rojo. Por el día descansan encaramados a los árboles, desde donde les tiran piedras a los incautos que pasan por debajo de ellos. Cuando llega la noche, se meten en las casas y molestan lanzando quejidos, risotadas o imitando el maullido de gatos o el rebuzno de los borricos. En Cantabria también se habla del trastolillu, llamado a veces brujo o diablillo cernedor,otro duende totalmente idéntico al trasgu pero que tenía los cuernos y el rabo más largos, aunque algunos relatos decían que su cola era tan pequeña que apenas era perceptible.Ilustración para el libro Mitología asturiana, de Alberto Álvarez Peña |
No hay comentarios:
Publicar un comentario