Taraxippos

En la mitología griega, el Taraxippus (plural: taraxippoi; latín: equorum conturbator;  "perturbador de caballos") era una presencia, identificado normalmente como un fantasma o un sitio peligroso, al que se le culpaba de aterrar a los caballos de los hipódromos de toda Grecia. Algunos taraxippoi eran asociados con Poseidón como dios de los caballos (Poseidón Hippios), que envió un monstruo marino para asustar al caballo de Hipólito, provocando su muerte. Pausanias, la fuente más antigua que ofrece el mayor número de explicaciones, lo considera como un epíteto en lugar de una sola entidad.

El más notorio de los taraxippoi fue el Olympios Taraxippos de Olimpia. Pausanias describe el sitio:
La pista de carreras [de Olimpia] tiene un lado más largo que el otro, y en el lado más largo, que es un banco, allí está, en el paso a través del banco, el Taraxippos, el terror de los caballos. Tiene la forma de un altar redondo y allí los caballos son presa de un fuerte y repentino pavor sin motivo aparente, y ese temor conlleva a la perturbación. Los carros generalmente descarrilan y los aurigas se lesionan. Por lo tanto los conductores ofrecen sacrificios y rezan al Taraxippos para que sea propicio con ellos.
En los Juegos ístmicos, el Taraxippos Isthmios era el fantasma de Glauco, hijo de Sisifo, que fue destrozado por sus propios caballos. 

El Taraxippos Nemeios causó el pánico entre los caballos que participaron en los Juegos Nemeos:
En la Nemea de los argivos no había héroe que dañase a los caballos, pero por encima del punto de inflexión de los carros se alzó una roca, de color rojo, y el destello de ésta aterrorizó a los caballos, como si de un incendio se tratase.
Según Estacio, poeta romano del siglo primero D.C., losTaraxippoi poseían un «terrible rostro para contemplar... dotado de innumerables terrores». Incluso son capaces de aterrar al mismísimo caballo de Ares: «Cuando el dorado Arion lo vio, sus crines se erizaron en el acto y se detuvo con las ancas en el aire, arrastrando a los corceles que le acompañaban en el yugo».

Peter Paul Rubens - La muerte de Hipólito

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