Pigmeos

Los pigmeos (Griego: Πυγμαῖοι; Pygmaioi; La longitud del antebrazo/De medio pie de alto) fueron una tribu de diminutos humanos que vivían en la costa sur del gran río Océano, que rodeaba toda la tierra, y estaban en guerra con las grullas. Eran descritos como pequeños hombres de piel negra que no crecían más de un pigme (Griego: πυγμή), lo que correspondía a la distancia que hay desde el codo hasta los nudillos (medio pie). La tribu africana de los pigmeos, caracterizados por su baja estatura, recibió este nombre por los exploradores europeos del siglo XIX en referencia a los hombrecillos de la mitología griega.

Los antiguos griegos localizaron a los pigmeos en la India (al este de Etiopía) y en el África subsahariana (al oeste de Etiopía), dos reinos que se creían estar en el lejano sur a lo largo de la orilla de la corriente de Océano. Los historiadores que los situaban en la India siempre concordaban con que vivían al otro lado del río Ganges. Homero ya los citó en su Ilíada, mencionando su enemistad con las grullas: «Una vez ordenado cada ejercito con sus príncipes, los troyanos marchaban con vocerío y estrépito igual que pájaros, tal como se alza delante del cielo el chillido de la grullas que, cuando huyen del invierno y del indecible aguacero, entre graznidos vuelan hacia las corrientes del Océano, llevando a los pigmeos la muerte y la parca, y a través del aire les tienden maligna disputa».

En el arte es popular retratar a los pequeños pigmeos armados con lanzas y ondas montando sobre cabras y batallando contra las grullas. La tumba del siglo II A.C. cerca de PanticapeoCrimea, muestra la batalla entre pigmeos y una bandada de garzas.


Claudio Eliano fue más allá, y en su obra Sobre la naturaleza de los animales narra el origen de esta guerra: «Tocante a la raza de los pigmeos he oído decir que se gobiernan de una manera peculiar a ellos y que, por faltar sucesión masculina, cierta mujer llegó a ser reina y reinó sobre los pigmeos. Esa mujer se llamaba Gérana, y los pigmeos la adoraban como a diosa y le tributaban honores excesivamente reverentes para un mortal. Resultó de esto —según dicen— que se volvió tan engreída, que consideraba a las diosas una nonada. Decía que especialmente Hera, Atenea, Ártemis y Afrodita no podían compararse con ella en belleza. Pero ella no había de escapar a la desgracia, que era consecuencia de su alma enfermiza, porque, por efecto de la cólera de Hera, su forma exterior se trocó en la de un ave feísima, la grulla actual, que entabla guerra contra los pigmeos, porque con sus excesivos honores la sacaron de sus casillas y causaron su perdición.». Ovidio narró de forma resumida esta misma historia en su La metamorfosis: «La otra parte tiene el hado lamentable de la pigmea madre; a ella Juno, vencida en certamen, le mandó ser grulla y a los pueblos suyos declarar la guerra».

Antonino Liberal añadió en su única obra conservada, Metamorfosis, más detalles sobre la reina de los pigmeos y su transformación: «Entre los hombres denominados pigmeos nació una niña llamada Énoe. Su aspecto físico era irreprochable, pero tenía un carácter desagradable y orgulloso; no prestaba, además, la menor atención a Ártemis ni a Hera. Casada con Nicodamante, un ciudadano mesurado y discreto, dio a luz a un niño, Mopso. Como prueba de gentileza, todos los pigmeos la obsequiaron con muchos presentes por el nacimiento de su hijo. Pero Hera, contrariada con Énoe porque no se había ocupado de ella, la convirtió en grulla, y alargó su cuello, haciendo de la mujer un pájaro de vuelo alto. Y suscitó la guerra entre ella y los pigmeos. Énoe, debido a la añoranza que sentía por su hijo Mopso, revoloteaba por los tejados de las casas y no levantaba el vuelo a parte alguna; los pigmeos se armaron todos y trataban de ahuyentarla. Y, a raíz de esta historia, perdura hasta nuestros días la rivalidad entre las grullas y los pigmeos.».


Filostrato de Lemnos relató cómo Heracles tuvo un encuentro con esta tribu de pequeñas gentes en su obra Las imágenes, dejando entrever que esta tribu descendía de la primigenia Gea: «Estando Heracles en Libia, durmiendo después de derrotar a Anteo, los pigmeos se rebelan contra él y proclaman que van a vengar a Anteo; son hermanos de Anteo, gente noble, pero ni son atletas ni se asemejan a Anteo en la lucha; con todo, son hijos de la Tierra y robustos, a su manera. Cuando surgen de la Tierra, la arena se ondula como el mar. Los pigmeos habitan en la Tierra como las hormigas y entierran sus provisiones, pero no se nutren de bienes ajenos, sino de lo suyo propio pues se autoabastecen: siembran, cazan y atan arados con un yugo pigmeo; se dice también que usan hachas para talar espigas, ya que las consideran árboles. Pero, ¡qué valientes son! Hételos aquí, marchando contra Heracles para matarlo mientras duerme; no le temerían aunque estuviera despierto. Heracles duerme sobre la fina arena y reposa las fatigas de la lucha; con la boca abierta, inspira aire por todo el pecho, lleno de Sueño; el Sueño personificado con gran tamaño está a su lado, orgulloso de haber derribado a Heracles. También Anteo yace en el suelo, pero la magistral técnica del artista dibuja a Heracles lleno de vida y cálido, mientras Anteo aparece muerto, frío, abandonado a la Tierra. El ejército de pigmeos ya ha rodeado a Heracles; una de sus falanges ataca la mano izquierda, mientras estas otras dos facciones emprenden campaña hacia la derecha por ser la más fuerte; los arqueros ponen sitio a sus pies y una falange con hondas golpea sus muslos tanto como puede; el ataque a la cabeza requiere una táctica precisa: a ello se dedica el rey de los pigmeos acompañado de un cuerpo de elite: usan maquinaria como si se tratara de tomar una ciudadela, fuego para los cabellos, dobles punzones para los ojos, una especie de puertas para la boca y estos portalones son, creo, para la nariz con el objeto de que Heracles no pueda respirar, cuando ya hayan tomado la cabeza.  Todos estos preparativos tienen lugar mientras Heracles duerme, pero he aquí que se incorpora y suelta una risotada ante el peligro que representan tales enemigos; entonces, recogiéndolos con sus manos a todos de una vez, los mete en su piel de león y se los lleva, creo, a Euristeo». Esta historia inspiró a Jonathan Swift para crear a los liliputienses de Los viajes de Gulliver.

Hércules y los pigmeos - Dosso Dossi
Plinio el Viejo describió a esta tribu en el libro VII de su Historia Natural:
«Se dice que, más allá de éstos, en la parte más lejana de las montañas, están los trispitamos y los pigmeos, que no sobrepasan los tres palmos (70 cm) de altura, es decir, tres dodrantes, con un clima saludable y siempre primaveral, protegidos del aquilón por las montañas; Homero también contó que los atacan las grullas. Es fama que, en primavera, sentados a lomos de carneros y cabras, armados con flechas, descienden en tropel hasta el mar y destruyen los huevos y polluelos de esas aves; la expedición se lleva a cabo en tres meses; de otro modo no resistirían a las siguientes bandadas; sus chozas se construyen de barro, plumas y cáscaras de huevo. Aristóteles cuenta que los pigmeos viven en cuevas, todo lo demás acerca de ellos, como el resto de los autores».
Ctesias también describió a los pigmeos en su obra Índica:
«En el medio de la India viven unos hombres negros llamados pigmeos, que hablan la misma lengua que el resto de indios. Son muy pequeños; midiendo el más alto de ellos dos codos (90cm), mientras que la mayoría, hombre y mujer, miden codo y medio de altura (70cm). Tienen el pelo tan largo que les llega a las rodillas o más abajo y sus barbas son más largas que cualquier hombre. Ya que dejan crecer tanto sus barbas no necesitan llevar ropas; peinan sus cabellos a lo largo de toda su espalda hasta llegar a sus rodillas y luego estiran sus barbas hasta que llegan a sus pies, pasan sus barbas entre sus piernas y las anudan con sus cabellos, usando así su pelo en lugar de ropa. Sus penes son tan largos que les llegan a los tobillos, además de ser gruesos, pero en aspecto son chatos y feos. Sus ovejas son como corderos, sus asnos y bueyes son de un tamaño similar al de los carneros, al igual que sus caballos, mulas y otros animales de ganado. Tres mil de esos pigmeos acompañan al rey de los indios, ya que son excelentes arqueros. Son muy justos y todos siguen las mismas leyes que los indios. Cazan liebres y zorros sin la ayuda de perros, sino que emplean cuervos, milanos y águilas».
En el libro Los viajes de Juan de Mandeville también se mencionaron a los pigmeos, y a pesar de su carácter totalmente ficticio, cuando el libro fue publicado muchos creyeron que de verdad existía Mandeville, y el libro era considerado una verdadera referencia geográfica:
«Este río pasa por la tierra de los pigmeos, donde son las personas pequeñas y no alcanzan sino tres palmos de alto, son gentiles y graciosos; y se casan entre ellos y tienen hijos cuando cumplen el medio año. No viven más de seis o siete años, siendo considerados muy viejos los que llegan a los ocho. Estos hombres son los mejores en el mundo trabajando el oro, la plata, el algodón, la seda y otras tantas cosas. Entran muchas veces en guerra con las aves del país, a las que atrapan y devoran. Este pequeño pueblo ni trabaja la tierra ni las vides, pero tienen hombres grandes entre ellos de nuestra estatura que labran la tierra y trabajan entre las vides por ellos. A estos hombres de nuestra estatura tienen gran desprecio y se burlan de ellos como haríamos si tuviéramos gigantes entre nosotros. Hay una buena ciudad, entre otras, donde habita una gran cantidad de estas pequeñas gentes, y esta ciudad es hermosa y justa. Y los hombres grandes que habitan entre ellos, cuando engendran hijos, son tan pequeños como los pigmeos. Es por esto por lo que son, en su mayor parte, todos pigmeos; por la naturaleza de esta tierra. El gran Can mantiene esta ciudad tan bien, por esto es suya. A pesar de que los pigmeos sean pequeños son más que razonables, y pueden ser tanto ingeniosos y buenos como maliciosos».
Grabado de un pigmeo luchando contra una grulla en un enócoe

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