Lamia (folclore clásico)

Las lamias (griego: Λαμια; Gran tiburón; o, según Aristófanes, del griego: λαιμός; laimos; esófago/garganta) eran unos espíritus o demonios femeninos que, junto a las empusas y las mormolicias, servían como asustaniños en la mitología griega y romana. Según el antiguo folclore, se aparecían como hermosas y seductoras mujeres que atacaban a niños y jóvenes chupándoles la sangre o comiéndose su carne. Isidoro de Sevilla les dedica una frase en el libro VIII de sus Etimologías: «Las lamias, de quienes las fábulas narran que raptan a los niños y los cortan en pedazos». Posiblemente reciban su nombre por el mito de Lamia, reina de Libia amante de Zeus, que castigada por Hera se convirtió en un monstruo devora-niños.

En el libro I de la Geografía de Estrabón, el autor menciona a las lamias entre otros asustaniños a la hora de hablar de la utilidad y necesidad de los mitos: «Y ya que lo extraordinario es no sólo agradable sino también temible, hay en ello utilidad tanto para los niños como para los adultos en ambos aspectos. Pues, en efecto, a los niños les presentamos los mitos agradables como incentivo y los temibles como motivo de rechazo (mitos son la Lamia, la Gorgó, Efialtes y Mormólice)».

Horacio, al hablar de los objetivos de un poeta en su Arte poética, menciona muy brevemente a las lamias y su horrible dieta a base de infantes: «Los poetas pretenden o ser de provecho o brindar diversión; o bien hablar de cosas a un tiempo gratas y buenas para la vida [...] Lo que se inventa para deleitar debe ser verosímil: no pretenda la fábula que se crea cuanto ella quiera, y no le saque a una lamia recién comida un niño vivo del vientre».

Filostrato nos cuenta en su Vida de Apolonio de Tiana como Apolonio espantó a una lamia que acechaba a uno de sus seguidores en Corintio. Aquí el autor usa empusa como sinónimo de lamia y mormolicia, y ésta se le presentó al joven Menipo como una muchacha adinerada, creando sus riquezas con ilusiones:
«En Corintio practicaba precisamente por aquella época la filosofía Demetrio, hombre que había abarcado de Corinto toda la vitalidad de la doctrina cínica. De él hace luego mención Favorino en muchos de sus discursos, y no sin generosidad. Le ocurrió respecto a Apolonio lo que dicen que le ocurrió a Antistenes respecto a la sabiduría de Socrates; lo seguía, deseoso de ser su discípulo y pendiente de sus discursos, e incluso a los mas estimados de sus seguidores los dirigió en pos de Apolonio.
Uno de ellos era Menipo de Licia, de veinticinco años de edad, bastante dotado de inteligencia y bien proporcionado de cuerpo, pues parecía un atleta hermoso y de noble estirpe en su porte. La gente pensaba que a Menipo lo amaba una mujer extranjera. La mujer parecía hermosa y bastante elegante. Afirmaba que era rica, pero al parecer no era sencillamente nada de eso, sino solo lo parecía. Pues una vez que caminaba él solo por el camino de Cencreas, se le presentó una aparición y se convirtió en mujer. Lo tomó de la mano, asegurándole que lo amaba hacía tiempo; que era fenicia y vivía en un arrabal de Corinto. Dándole el nombre del arrabal, añadió:
—Si vas a la tarde, habrá para ti una canción, pues yo te cantaré, y vino como nunca lo bebiste. Ademas, no te molestará ningún competidor; sino que yo, hermosa, viviré con un hombre hermoso. Seducido por esto, el joven, que para la filosofia en general poseía gran vigor, pero de lo amoroso era un esclavo, la visitó por la tarde, y la frecuentó en adelante como a su amiga, sin reconocer al fantasma. Pero Apolonio, mirando a Menipo al modo de un escultor, delineó al joven y lo escrutó, así que, llegando a una conclusión negativa, dijo:
—Tú, hermoso sin duda, y objeto de acecho de las mujeres hermosas, acaricias una serpiente, y una serpiente, a ti— Y, ante la sorpresa de Menipo, añadió— Porque tu mujer no es una esposa. ¿Qué? ¿Piensas que eres amado por ella?
—Sí, por Zeus —contestó—, puesto que se comporta conmigo como quien ama.
—¿Y te casarías con ella?—añadió.
—Efectivamente, seria grato casarse con la que nos ama.
Así pues, preguntó:
—¿Y las bodas, cuando?
—Prontas —contestó—, quizá mañana.
Así que Apolonio, acechando el momento del banquete y presentándose a los comensales recién llegados, les dijo: —¿Dónde está esa elegante dama por la que habéis venido?
—Allí —dijo Menipo—, y al tiempo se levanto, ruborizado.
—¿Y la plata, el oro y lo demás con lo que está adornada la sala de banquetes, de quién de vosotros es?
—De mi mujer, pues esto es todo lo mio —contestó, señalando su manto de filosofo.
Apolonio dijo: —¿Conocéis los jardines de Tántalo, que son, pero no son?
—Sólo por Homero —contestaron—, ya que no hemos bajado al Hades.
—Pensad eso de esta ornamentación. Pues no es materia, sino apariencia de materia. Y para que sepáis lo que quiero decir, la buena novia es una de las empusas, a las que la gente considera lamias o mormolicias. Esas pueden amar, y aman los placeres sexuales, pero sobre todo la carne humana, y seducen con los placeres sexuales a quienes desean devorar.
Y ella dijo:
—¡Deja de decir cosas de mal agüero y márchate! —-y daba la impresión de estar irritada por lo que oía. De algún modo se burlaba de los filósofos, de que charlataneaban continuamente.
No obstante, cuando las copas de oro y lo que parecía plata demostraron ser cosas vanas y volaron todas de sus ojos, y los escanciadores, cocineros y toda la servidumbre de este jaez se esfumaron al ser refutados por Apolonio, la aparición pareció echarse a llorar y pedía que no se la torturara ni se la forzara a reconocer lo que era. Al insistir Apolonio y no dejarla escapar, reconoció que era una empusa y que cebaba de placeres a Menipo con vistas a devorar su cuerpo, pues acostumbraba a comer cuerpos hermosos y jóvenes porque la sangre de éstos era pura».
En un libro posterior de esta misma obra de Filostrato, Apolonio vuelve a referirse a la lamia que espantó en Corintio al defenderse de acusaciones de brujería: «¿Y te parece que alguien, si fuera un brujo, se encomendaría a Heracles? Pues esos desgraciados atribuyen tales prodigios a las fosas y a los dioses subterraneos, grupo del que hemos de separar a Heracles, pues es puro y benévolo para los hombres. También me encomendé a él una vez en el Peloponeso, pues el fantasma de una lamia andaba por allí devorando a jóvenes hermosos. Y él me ayudó en la lucha sin requerir espléndidos obsequios, sino sólo una torta de miel e incienso...».

Lamia según la descripción de Edward TopsellHistoria de las bestias cuadrúpedas y las serpientes
Esta anécdota sobre Apolonio inspiró La novia de Corinto, una historia que aparece en la Anatomía de la melancolía de Robert Burton, que a su vez sirvió de inspiración a John Keats para su poema Lamia. Puede que la imagen popular de que las lamias son mitad mujer y mitad serpiente se deba a este poema, en el que se cuenta cómo el dios Hermes escucha hablar sobre una ninfa que es la más hermosa de todas. Hermes busca a la ninfa, pero termina encontrándose con una lamia atrapada en la forma de una serpiente. Ella le ofrece revelarle a la hermosa ninfa, que era invisible, a cambio de que le devuelva su forma humana. El dios acepta el trato y se marcha con la ninfa, y una vez en forma humana la lamia va en busca de Licio, un joven de Corinto. Sin embargo, la relación entre Licio y la lamia es destruida cuando el sabio Apolonio de Tiana revela la verdadera identidad de ésta en su banquete de bodas, momento en que regresa a su forma de serpiente y Licio muere de dolor y pena.

Borges también las menciona con atributos de serpiente en El libro de los seres imaginarios, en el que dice que vivían en África atrayendo a los viajeros con sus encantos: «Las lamias habitaban en África, de la cintura para arriba su forma era la de una hermosa mujer; más abajo la de una sierpe. Algunos las definieron como hechiceras; otros como monstruos malignos. La facultad de hablar les faltaba, pero su silbido era melodioso. En los desiertos atraían a los viajeros, para devorarlos después».

Aristófanes se expresa a través del coro de su comedia La Paz para criticar directamente a Cleón de Atenas, donde lo describe ridículamente afirmando que sus «cojones» estaban tan sucios como los de una lamia, por lo que el autor les atribuye testículos, a pesar de ser espíritus femeninos, y una pésima higiene: «Ante todo, he luchado con el propio Cleón, el de los dientes de acero, desde cuyos ojos brillaban las espantosas pupilas de Cinna; cien cabezas de odiosos pelotilleros puestas en círculo lamían el contorno de su cabeza; su voz era mortífera, como de torrente devastador; su olor, de foca; sus cojones estaban sucios como los de una Lamia y su culo era como el de un camello».

En Las avispas, Aristófanes vuelve a usar a las lamias como recurso humorístico de mala higiene y escatología, donde uno de los personajes comenta las ventosidades de una lamia:
Tiracleón: —Bien. ¿Vas a saber pronunciar discursos serios en presencia de hombres bien instruidos y capaces?
Filocleón: —Yo sí.
Tiracleón: —¿Qué dirás?
Filocleón: —Muchas cosas. Contaría primero cómo una Lamia a la que iban a echar mano se tiró un pedo; luego, cómo Cardopión a su madre...
Fuera de los textos clásicos podemos encontrarnos a las lamias en la obra de Goethe, Fausto, donde un grupo de estos espíritus y una empusa intentan seducir mediante ilusiones y con cómicos resultados al demonio Mefistófeles cuando éste y Fausto visitaban un aquelarre en la antigua Grecia. En la obra, las lamias detienen a Mefistófeles con intención de enamorarlo, presentándose ante él en penumbras, por lo que las considera bellas y decide hablar con ellas. La empusa se presenta ante él presumiendo de que tiene una pata de asno, al igual que Mefistófeles, por ser demonio, tiene una de caballo, pero es expulsada por las lamias, acusándola de ser bella tan solo por embrujos, pero al acercarse desaparece su belleza y amabilidad. Mefistófeles sospecha y les comunica que bajo ellas también podría haber un hechizo que cambie su apariencia, pero éstas le incitan a coquetear con ellas para salir de dudas. Una a una las va abrazando y descubre sus verdaderas formas: una delgada como una escoba, otra de rostro horrible, etc... por lo que las va insultando y las lamias intentan atacarlo.

Más alejada de estos mitos está la lamia representada por Edward Topsell en su Historia de las bestias cuadrúpedas y las serpientes, donde aparece como una bestia cuadrúpeda con escamas de dragón, cabeza de mujer y pechos femeninos, las patas traseras de cabra y las delanteras de oso, además de contar con genitales masculinos. Topsell añadió en la descripción de esta bestia lo siguiente: «Cuando ven a un hombre, se tumban exponiendo sus pechos y, por la belleza de estos, los tientan a acercarse para apreciarlos y, cuando los tienen a su alcance, los devoran y los matan».

Lamia (con piel de serpiente en la cintura) - Herbert James Draper

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