La pesanta (catalán: pesada) es un espíritu o bruja de la mitología catalana. Toma el aspecto de un enorme perro negro, grueso y muy peludo, con una de sus patas de hierro y agujereada. La pesanta se cuela en las casas por la noche y se sienta sobre el pecho de los que están durmiendo, causándoles así pesadillas y fallos en la respiración. Dicen que habita en iglesias abandonadas y casas en ruinas; cuando entra en una casa, genera una corriente de aire a su paso y, si alguien la descubre e intenta atraparla, huiría rápidamente.
El folclorista Joan Amades dice en el tomo I de su Costumari català que la pesanta es un perrazo negro, peludo y muy pesado en el que creen en Garrotxa y en los valles de Olot. Este ser cuenta con una terrible pata de hierro con la que golpea a quienes encuentra a su paso de noche por la calle. Se mete en las casas y se sienta sobre el pecho de los que duermen, dándoles así pesadillas y sueños pesados e ingratos. La única noche en la que no sale a hacer sus fechorías es en la de Navidad para no asustar a los devotos que van a misa. En «Los ogros infantiles» (Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 13, 1957) añade que se cuela en las casas pasando por el ojo de las cerraduras, por debajo de las puertas e incluso filtrándose por las paredes.
Existe una leyenda en Vall de Vianya (Garrotxa) en la que se dice que la pesanta entra por la noche en las casas y lo revuelve todo: los platos, la ropa, los muebles, los cuadros, etc. Cuando ha terminado de poner patas arriba los enseres del hogar, se dispone a descansar tumbándose en el pecho de cualquiera de los que duermen en la casa, oprimiéndole de tal manera el pecho que no le permite casi respirar. Si habitúa con frecuencia una casa, elegirá siempre a la misma persona sobre la que tumbarse, lo que causaría que la víctima enferme de los pulmones por la presión en el pecho.
Una niña del municipio anteriormente nombrado comenzó a sufrir las visitas de la pesanta tan asiduamente que temía la hora de ir a dormir. Una noche intentó mantenerse en vela de cualquier manera hasta que en cierto punto oyó en la calle a alguien andando con unos zuecos. Creyendo que ya había llegado el día y que serían amigos suyos, corrió las cortinas y se asomó por la ventana, pero todavía era noche cerrada y en la calle no había nadie. Cuando se acostó otra vez, escuchó de nuevo los zuecos, aunque esta vez dentro de su casa. La niña se levantó y vio cómo las cosas de su casa cambiaban de un sitio a otro sin que nadie las moviese, así que se metió bajo las sábanas de su cama totalmente aterrada, pero al instante la pesanta se sentó sobre su pecho y no se fue hasta que comenzó a clarear el día. La madre, al oír el testimonio de su hija, consultó el caso con una vieja vecina que le recomendó dejar semillas de mijo en la puerta para que la pesanta se entretuviera contándolas, algo similar a lo que ocurre con otros duendes o espíritus como los trasgos.
Juan Perucho también habló de la pesanta en su Bestiario fantástico, diciendo que era un animal de pelaje muy fino y del tamaño de un perro, capaz de producir pesadillas y de colarse en las casas a través de las cerraduras cambiando de tamaño a voluntad. También dice que era invisible y que, a diferencia de lo dicho por Amades, tenía las cuatro patas de hierro en lugar de una sola. La pesanta de su relato acosaba cada noche a José Finestres hasta que acabó debilitándolo físicamente, pero la criatura también se vio afectada por la devoción cristiana que su víctima profesaba y se ocultó en una caja de madera que Finestres pensaba enviar a Mayans Siscar, un amigo suyo. Al mismo llegar a su nuevo hogar, la pesanta se dispuso a alterar el sueño de Mayans, que al despertarse en una ocasión de su horrible sueño, la criatura se deslizó de su pecho a sus piernas y se las entumeció con su peso. Al final, el médico Diophanes Capdevila consiguió curarle y expulsó al espíritu con fuego de virutas y con agua de flor carqueixa.
Captura del cortometraje Pesanta, de Ángel Valera |
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