Las lavanderas (gallego: lavandeiras; asturiano: llavanderes; escocés: bean-nighe; bretón: kannerezed noz) son unos espíritus femeninos de la mitología celta presentes por el norte de España, en Bretaña, Irlanda y parte de Reino Unido. Solían aparecerse en noches de luna llena junto a ríos o arroyos en los que lavaban ropajes, normalmente manchados de sangre.
Aurelio del Llano decía de estos espectros que eran una invención introducida en Asturias a mediados del siglo XIX porque no se conservaban testigos o gentes que conocieran a estos personajes, pero Constantino Cabal, citando a Tomás Cipriano Agüero, dijo que, aunque es cierto que ya no se conservan leyendas suyas, eran conocidas por los ancianos del pasado y, por lo tanto, pertenecían a la mitología asturiana, añadiendo además que también aparecían en otras partes del noroeste de la península, como Galicia.
Tomás Cipriano las describió por primera vez en 1853 como viejas vestidas con túnicas amarillentas, de rostros arrugados y enjutos, con los cabellos blancos como la nieve y de voz lúgubre, como el canto de un búho. Sus ojos despedían un brillo sombrío y aterrador. Como su nombre indica, se dedican a lavar ropajes en los ríos o arroyos que frecuentan, habitando en los huecos de grandes y robustas encinas. Se las puede ver cuando se desbordan los ríos, columpiándose sobre las olas con sus blancos cabellos ondulando al aire y golpeando árboles o rocas con sus palas para realizar su macabra colada. Dan muerte a todo aquel curioso que las espía arrastrándolo al agua, pero no son totalmente malignas, porque cuando sucede algún incendio en castillos abandonados o en viejas aldeas, lo sofocan con el golpe de sus palas cargadas de agua para salvar a niños y ancianos inválidos.
Tal y como dice el folclorista Alberto Álvarez Peña, actualmente es casi imposible encontrar mitos puros sobre la lavanderas porque se han entremezclado con las de otras criaturas encantadas, como las xanas asturianas o las encantarias aragonesas. En Bretaña y en Los Vosgos (Francia) también existe el mito de las lavanderas. Estas ruegan a quien las encuentre que les ayude a retorcer la ropa que están lavando. Si el requerido lo hace en sentido contrario a como ellas lo hacen no ocurre nada, pero si lo hace en el mismo sentido entonces morirá ahogado.
Para la escritora George Sand, estos espíritus franceses son los fantasmas de las madres que mataron a sus hijos y ahora están malditas. Parece que se dedican a escurrir y atizar trapos, pero en realidad se tratan de los hijos que mataron en vida. Si se les molesta o espía, te atrapan para ahogarte y retorcerte los miembros hasta la muerte.
En Cataluña aparece otra versión del mito donde se les conocen como bugaderas. Joan Amades recogió esta leyenda en el tomo II de su Costumari Catalá, donde una mujer, desoyendo los consejos de sus vecinas, ignoró la santidad del Jueves Santo y se fue al río a lavar. Como castigo, la corriente del río se la llevó y, según se dice, si se presta atención, aún se pueden oír en la lejanía los golpes de la lavandera condenada, que debe atizar su ropa para toda la eternidad. Se cree que esta historia se dio en la riera de Horta, donde las gentes del lugar, a la hora indicada, podían oír los golpes de esta lavandera o verla pasar rápidamente sobre el río como una figura brumosa y etérea arrastrada por la corriente.
Según Hadas, de Brian Froud y Alan Lee, en Escocia e Irlanda son conocidas como bean-nighe, donde lavan las prendas manchadas de sangre de los que están a punto de morir, sirviendo de presagio de muerte de un modo similar a las banshee. Se decía de ellas que eran los fantasmas de las mujeres que murieron en el parto y están condenadas a realizar su labor hasta el día en que normalmente hubieran muerto.
Aurelio del Llano decía de estos espectros que eran una invención introducida en Asturias a mediados del siglo XIX porque no se conservaban testigos o gentes que conocieran a estos personajes, pero Constantino Cabal, citando a Tomás Cipriano Agüero, dijo que, aunque es cierto que ya no se conservan leyendas suyas, eran conocidas por los ancianos del pasado y, por lo tanto, pertenecían a la mitología asturiana, añadiendo además que también aparecían en otras partes del noroeste de la península, como Galicia.
Tomás Cipriano las describió por primera vez en 1853 como viejas vestidas con túnicas amarillentas, de rostros arrugados y enjutos, con los cabellos blancos como la nieve y de voz lúgubre, como el canto de un búho. Sus ojos despedían un brillo sombrío y aterrador. Como su nombre indica, se dedican a lavar ropajes en los ríos o arroyos que frecuentan, habitando en los huecos de grandes y robustas encinas. Se las puede ver cuando se desbordan los ríos, columpiándose sobre las olas con sus blancos cabellos ondulando al aire y golpeando árboles o rocas con sus palas para realizar su macabra colada. Dan muerte a todo aquel curioso que las espía arrastrándolo al agua, pero no son totalmente malignas, porque cuando sucede algún incendio en castillos abandonados o en viejas aldeas, lo sofocan con el golpe de sus palas cargadas de agua para salvar a niños y ancianos inválidos.
Tal y como dice el folclorista Alberto Álvarez Peña, actualmente es casi imposible encontrar mitos puros sobre la lavanderas porque se han entremezclado con las de otras criaturas encantadas, como las xanas asturianas o las encantarias aragonesas. En Bretaña y en Los Vosgos (Francia) también existe el mito de las lavanderas. Estas ruegan a quien las encuentre que les ayude a retorcer la ropa que están lavando. Si el requerido lo hace en sentido contrario a como ellas lo hacen no ocurre nada, pero si lo hace en el mismo sentido entonces morirá ahogado.
Les Lavandières de la nuit - Yan' Dargent |
En Cataluña aparece otra versión del mito donde se les conocen como bugaderas. Joan Amades recogió esta leyenda en el tomo II de su Costumari Catalá, donde una mujer, desoyendo los consejos de sus vecinas, ignoró la santidad del Jueves Santo y se fue al río a lavar. Como castigo, la corriente del río se la llevó y, según se dice, si se presta atención, aún se pueden oír en la lejanía los golpes de la lavandera condenada, que debe atizar su ropa para toda la eternidad. Se cree que esta historia se dio en la riera de Horta, donde las gentes del lugar, a la hora indicada, podían oír los golpes de esta lavandera o verla pasar rápidamente sobre el río como una figura brumosa y etérea arrastrada por la corriente.
Según Hadas, de Brian Froud y Alan Lee, en Escocia e Irlanda son conocidas como bean-nighe, donde lavan las prendas manchadas de sangre de los que están a punto de morir, sirviendo de presagio de muerte de un modo similar a las banshee. Se decía de ellas que eran los fantasmas de las mujeres que murieron en el parto y están condenadas a realizar su labor hasta el día en que normalmente hubieran muerto.
Lavandera (bean-nighe) ilustrada en Hadas, de Brian Froud y Alan Lee |
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