Polevik

El polevik, también llamado polevoi, es un espíritu del folclore eslavo. Su nombre proviene del término pole, que quiere decir «campo», ya que habita en estos lugares y los protege de ladrones y de los que no respeten las costumbres, de modo similar a lo que hace el leshi con los bosques. En algunas regiones es sustituido por la poludnica, una contrapartida femenina. La hora favorita de los espíritus de campo, a diferencia de otros espíritus, era la del mediodía. Era a esta hora cuando los campesinos solían avistarlos con más frecuencia, pero después de verlos sufrían tal conmoción que apenas recordaban los detalles.

Su aspecto varía de una región a otra, pero por lo general se le describe como un hombre pequeño y feo, su cuerpo es oscuro, del color de la tierra, tiene cada ojo de un color diferente y su melena está conformada por hierba en lugar de pelo. En algunas versiones se cuenta que va totalmente desnudo, pero en otras aparece vestido de blanco. Se dice que tiene aproximadamente la altura de un tallo de maíz hasta que llega la cosecha, pero tras esta se encoge al tamaño de un rastrojo. Al igual que ocurre con otros espíritus del folclore eslavo, se creía que el polevik tenía su origen en un alma impura, es decir, el alma de un pagano, de un bebé sin bautizar o de alguien que muriera de forma violenta.

A veces se le atribuían características del domovoy y del leshi y no se le consideraba como un ente puramente malvado. Le gustaba gastar jugarretas a los campesinos y los perdía cuando se adentraba en sus dominios, pero aquellos que intentaran robar de sus cultivos, gandulearan o pasaran la noche durmiendo en el campo podían ser asfixiados como castigo. Cuando esto ocurría, al polevik solían asistirle sus niños, que se pasaban el día atrapando pájaros y animalillos para dárselos a sus padres como alimento. A este espíritu también le gustaba hacer correrías nocturnas a lomos de caballos, por lo que se corría el riesgo de ser arrollado si se pasaba la noche en el campo. En regiones como el óblast de Yaroslavl también se le atribuía un carácter oracular, siendo su avistamiento un mal presagio. Para ganarse el favor del polevik se le podía hacer una ofrenda colocando en una zanja dos huevos y un gallo anciano que ya no pudiera cantar, pero debía hacerse sin que nadie presenciara el sacrificio.

Ilustración de Angus McBride para la revista Finding Out (volumen 18, nº 09)

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