La Osa de Ándara es un personaje de folklore cántabro identificado como una mujer velluda de gran estatura y fuerza que habitaba en la región montañosa de Ándara. Este ser de leyenda podría tener su origen en una mujer real que vivió en las faldas de los Picos de Europa durante la segunda mitad del siglo XIX. En el Bestiario del norte se dice que se trataría de una pastora de Bejes nacida alrededor del 1818. Afectada por algún tipo de hirsutismo o hipertricosis, dejó atrás el contacto humano por vergüenza y se aisló en las montañas, donde subsistía a base del pastoreo y los frutos del bosque.
El etnólogo Adriano García-Lomas dice de ella en su Mitología y supersticiones de Cantabria que era sumamente forzuda y brava, pero rara vez mostraba su agresividad a no ser que la atacaran. Se vestía con viejos harapos hechos con las pieles de los cabritillos de su pequeño rebaño. Este personaje contaba con una larga melena enmarañada; su rostro recordaba al de una mujer madura de facciones desdibujadas posiblemente por el vello; cuando se irritaba se ponía medio bizca; sus brazos y piernas estaban cubiertos de una pelambrera semejante a la de los osos y sus manos eran terrosas, grandes y gruesas.
En verano vivía en el pico del Grajal y la peña del Mancondio y, de octubre a marzo, conforme llegaba el invierno, se trasladaba a las cavernas de la entrada de Ujo, por la parte de la Hermida, ahuyentada por las nieves. Se alimentaba de leche, castañas, raíces, maíz crudo, panales de miel, madroños, bayas y grosellas. Además, tenía bajo su cuidado un pequeño rebaño de ovejas y cabritos, el cual solía aumentar raptando algún rebeco recién nacido. Cuando contaba con otra cría para sustituir sus reses, se daba el lujo de comerse cruda una de sus cabras rugiendo como una fiera. Según dicen, cada tres o cuatro años se afeitaba todo el cuerpo, cuando tocaba esquilar sus ovejas, y se recogía como un anacoreta en la llamada Cueva de la Mora, en la Peña Ventosa.
El etnólogo Adriano García-Lomas dice de ella en su Mitología y supersticiones de Cantabria que era sumamente forzuda y brava, pero rara vez mostraba su agresividad a no ser que la atacaran. Se vestía con viejos harapos hechos con las pieles de los cabritillos de su pequeño rebaño. Este personaje contaba con una larga melena enmarañada; su rostro recordaba al de una mujer madura de facciones desdibujadas posiblemente por el vello; cuando se irritaba se ponía medio bizca; sus brazos y piernas estaban cubiertos de una pelambrera semejante a la de los osos y sus manos eran terrosas, grandes y gruesas.
En verano vivía en el pico del Grajal y la peña del Mancondio y, de octubre a marzo, conforme llegaba el invierno, se trasladaba a las cavernas de la entrada de Ujo, por la parte de la Hermida, ahuyentada por las nieves. Se alimentaba de leche, castañas, raíces, maíz crudo, panales de miel, madroños, bayas y grosellas. Además, tenía bajo su cuidado un pequeño rebaño de ovejas y cabritos, el cual solía aumentar raptando algún rebeco recién nacido. Cuando contaba con otra cría para sustituir sus reses, se daba el lujo de comerse cruda una de sus cabras rugiendo como una fiera. Según dicen, cada tres o cuatro años se afeitaba todo el cuerpo, cuando tocaba esquilar sus ovejas, y se recogía como un anacoreta en la llamada Cueva de la Mora, en la Peña Ventosa.
Grabado de Mitología y supersticiones de Cantabria - Adriano García-Lomas |
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