Las yama-uba (japonés: 山姥; vieja de las montañas), también conocidas como yamanba y onibaba (japonés: 鬼婆; bruja oni/demoníaca), eran originalmente ancianas normales y corrientes, pero debido a fuertes sentimientos negativos, acabaron corrompiéndose y convirtiéndose en brujas horribles y caníbales. Son de estatura alta, se visten con kimonos andrajosos, sus cabelleras suelen ser rojizas o blancas y tienen una boca monstruosa que les llega de oreja a oreja, aunque al principio se muestran como ancianas amables sin ningún elemento sobrenatural. El mito de estas brujas pudo nacer de las habladurías que se generaban alrededor de aquellas mujeres que quedaban viudas o eran expulsadas por sus familias en tiempos de hambruna y se veían obligadas a morar en las montañas.
Suelen vagar sin rumbo por los montes, pero cuando nieva buscan alguna casa abandonada para refugiarse y calentarse ante el fuego. Según Shigeru Mizuki, en Año Nuevo bajan a lugares habitados para hacer algunas compras. Les gusta especialmente el sake y van de casa en casa pidiendo que les llenen una calabaza vacía que llevan consigo. Aunque parece pequeña, no tiene límite y cabe en ella todo el sake que le echen. Algunas yama-uba son buenas y hacen trueques con los humanos, intercambiando setas y hierbas que recolectan en la montaña por pasta de miso o salsa de soja. Se dice que la fortuna les sonríe a aquellos que hacen tratos con ellas sin conocer su verdadera naturaleza. También se cuenta que el célebre héroe Kintaro quedó huérfano y fue criado en los bosques por una yama-uba. Destacó tanto con su increíble fuerza que acabó convirtiéndose en uno de los mejores hombres de Minamoto no Yorimitsu bajo el nombre de Sakata Kintoki.
La más famosa de estas brujas sería la conocida como onibaba o demonio de Adachigahara, cuya leyenda inspiró varias obras noh y kabuki. Originalmente era una niñera llamada Iwate que trabajaba para una familia aristocrática. Por desgracia, la niña de la que estaba a cargo sufría una enfermedad de nacimiento y era incapaz de hablar aun habiendo cumplido cinco años. El único remedio para curar a la niña era dándole el hígado de un feto no nacido, así que Iwate, que quería a su protegida con toda su alma, se ofreció para encontrar uno. Antes de partir, le dejó a su propia hija recién nacida un amuleto para que la protegiera mientras ella estaba ausente.
Iwate buscó durante meses y años, pero ninguna familia accedía a su petición. Al final llegó a Adachigahara, donde se instaló en una cueva y decidió que, si no se lo ofrecían voluntariamente, lo tomaría por la fuerza y se dedicó a esperar a que pasara alguna mujer embarazada para asaltarla. Tras otros tantos años, por fin apareció una joven encinta, la rajó con su cuchilló y le extrajo el hígado al bebé de su interior. Una vez cometido el crímen, la niñera se fijó en un adorno que llevaba la mujer a la que acababa de matar: era el amuleto que le dio a su hija antes de irse. Itawe, en su locura por haber asesinado a su propia hija, acabó convirtiéndose en un demonio y desde entonces se dedicó a atraer y devorar a todos aquellos que pasasen cerca de sus dominios.
Esta bruja conoció su fin cuando alojó en su cueva a un monje budista que se vio a la interperie durante sus viajes en Adachigahara. La anciana se mostró muy amable con el monje y, como el fuego estaba ya casi apagado, salió a buscar más leña. Antes de dejar la cueva, le pidió al monje que, por favor, no mirase en un cubículo que había tapado por un biombo. El monje no pudo resistir la tentación, miró donde no debía y descubrió los restos de todas las víctimas que había matado la onibaba, por lo que salió huyendo de allí. Cuando la bruja regresó y vio que el monje ya no estaba allí, recobró su horrible aspecto y lo persiguió a toda velocidad. Ya casi lo tenía cuando el monje comenzó a rezar unos sutras y un rayo divino acabó fulminando al monstruo. El monje enterró los restos de la anciana cerca del río Abukuma y su tumba pasó a ser conocida como Kurozuka (japonés: 黒塚; montículo negro), nombre por el que también se acabó llamando a esta onibaba.
Suelen vagar sin rumbo por los montes, pero cuando nieva buscan alguna casa abandonada para refugiarse y calentarse ante el fuego. Según Shigeru Mizuki, en Año Nuevo bajan a lugares habitados para hacer algunas compras. Les gusta especialmente el sake y van de casa en casa pidiendo que les llenen una calabaza vacía que llevan consigo. Aunque parece pequeña, no tiene límite y cabe en ella todo el sake que le echen. Algunas yama-uba son buenas y hacen trueques con los humanos, intercambiando setas y hierbas que recolectan en la montaña por pasta de miso o salsa de soja. Se dice que la fortuna les sonríe a aquellos que hacen tratos con ellas sin conocer su verdadera naturaleza. También se cuenta que el célebre héroe Kintaro quedó huérfano y fue criado en los bosques por una yama-uba. Destacó tanto con su increíble fuerza que acabó convirtiéndose en uno de los mejores hombres de Minamoto no Yorimitsu bajo el nombre de Sakata Kintoki.
Yama-uba ilustrada en el Hyakkai Zukan |
Iwate buscó durante meses y años, pero ninguna familia accedía a su petición. Al final llegó a Adachigahara, donde se instaló en una cueva y decidió que, si no se lo ofrecían voluntariamente, lo tomaría por la fuerza y se dedicó a esperar a que pasara alguna mujer embarazada para asaltarla. Tras otros tantos años, por fin apareció una joven encinta, la rajó con su cuchilló y le extrajo el hígado al bebé de su interior. Una vez cometido el crímen, la niñera se fijó en un adorno que llevaba la mujer a la que acababa de matar: era el amuleto que le dio a su hija antes de irse. Itawe, en su locura por haber asesinado a su propia hija, acabó convirtiéndose en un demonio y desde entonces se dedicó a atraer y devorar a todos aquellos que pasasen cerca de sus dominios.
Esta bruja conoció su fin cuando alojó en su cueva a un monje budista que se vio a la interperie durante sus viajes en Adachigahara. La anciana se mostró muy amable con el monje y, como el fuego estaba ya casi apagado, salió a buscar más leña. Antes de dejar la cueva, le pidió al monje que, por favor, no mirase en un cubículo que había tapado por un biombo. El monje no pudo resistir la tentación, miró donde no debía y descubrió los restos de todas las víctimas que había matado la onibaba, por lo que salió huyendo de allí. Cuando la bruja regresó y vio que el monje ya no estaba allí, recobró su horrible aspecto y lo persiguió a toda velocidad. Ya casi lo tenía cuando el monje comenzó a rezar unos sutras y un rayo divino acabó fulminando al monstruo. El monje enterró los restos de la anciana cerca del río Abukuma y su tumba pasó a ser conocida como Kurozuka (japonés: 黒塚; montículo negro), nombre por el que también se acabó llamando a esta onibaba.
La onibaba de Adachigahara - Utagawa Kuniyoshi |
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