Robin el Bueno o el Buencompañero (inglés: Robin Goodfellow), también conocido como Puck, era el hobgoblin más conocido de Inglaterra entre los siglos XVI y XVII. Tal era su fama que hasta William Shakespeare utilizó a este personaje en su obra Sueño de una noche de verano. Podría tener relación con el phooka irlandés y el pwca galés, otros espíritus traviesos de las islas británicas.
En 1628 se publicó un librillo de poemas, Robin el Bueno: sus locas travesuras y alegres bromas, en el que se cuenta su vida. Este personaje, al que se le representa como un pequeño fauno con patas y cuernos de cabra, era mestizo, hijo de Oberon, rey de las hadas, y de una bella campesina. Por su naturaleza feérica, Robin era muy travieso e inquieto, pero no tenía ningún poder mágico. Con seis años, se escapó de casa para ver el mundo y probar fortuna; fue entonces cuando en un sueño se le aparecieron las hadas y le dijeron que su padre le había otorgado la capacidad de obtener lo que quisiera y de cambiar de forma, pero con la condición de que usara esos dones para castigar a los malintencionados y ayudar a los buenos. Si hacía un uso digno de sus poderes, podría ir con Oberon a vivir en el País de las Hadas. De esta manera, Robin se dedicó a reunir a amantes, a gastar bromas a los viajeros, castigó a un lujurioso que intentaba abusar de una joven y ayudó en trabajos a diferentes personas. Al final de cada capítulo, Robin se marchaba soltando su carcajada típica: «ho ho ho!». Finalmente, Oberon, viendo las acciones de su hijo, lo llamó a su corte, donde el resto de hadas se presentaron ante él.
En 1628 se publicó un librillo de poemas, Robin el Bueno: sus locas travesuras y alegres bromas, en el que se cuenta su vida. Este personaje, al que se le representa como un pequeño fauno con patas y cuernos de cabra, era mestizo, hijo de Oberon, rey de las hadas, y de una bella campesina. Por su naturaleza feérica, Robin era muy travieso e inquieto, pero no tenía ningún poder mágico. Con seis años, se escapó de casa para ver el mundo y probar fortuna; fue entonces cuando en un sueño se le aparecieron las hadas y le dijeron que su padre le había otorgado la capacidad de obtener lo que quisiera y de cambiar de forma, pero con la condición de que usara esos dones para castigar a los malintencionados y ayudar a los buenos. Si hacía un uso digno de sus poderes, podría ir con Oberon a vivir en el País de las Hadas. De esta manera, Robin se dedicó a reunir a amantes, a gastar bromas a los viajeros, castigó a un lujurioso que intentaba abusar de una joven y ayudó en trabajos a diferentes personas. Al final de cada capítulo, Robin se marchaba soltando su carcajada típica: «ho ho ho!». Finalmente, Oberon, viendo las acciones de su hijo, lo llamó a su corte, donde el resto de hadas se presentaron ante él.
Ilustración de Arthur Rackham |
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