El Arquetu es un personaje del folklore cántabro creado por el escritor Manuel Llano. Se trata de un anciano de larga cabellera pelirroja que va vestido con un hábito blanco salpicado de pintas moradas. En la frente tenía pintada una cruz verde rodeada de llaves y candados, sobre su hombro derecho portaba un saco del color de las nubes cuando relumbra el sol y, debajo del brazo izquierdo, llevaba un arca de oro con adornos de plata y bronce pulido. Nadie sabía de donde venía, ni a donde iba, pero se aparecía por los caminos con aspecto enfadado pero lleno de compasión al mismo tiempo a los que lloraban los ahorros que habían perdido. Después de afearles su conducta derrochadora, el Arquetu les daba unas monedas de oro para que rehicieran su vida de manera honrada, pero si volvían a gastarlo todo, les castigaba a andar pidiendo limosna toda la vida.
En Brañaflor, obra donde aparece el cuento del Arquetu, un hombre de familia acaudalada heredó de sus padres una gran hacienda y muchos ahorros. Justo al año siguiente de la muerte de sus padres, perdió la buena voluntad y se fue a recorrer el mundo en busca de fiestas y experiencias, perdiendo así todo su dinero. Cuando volvió al pueblo, vendió las alhajas de la capilla, los pendietes y las sortijas de su difunta madre y todas las ropas que había en la casa. Con el dinero reunido, y sin haber aprendido nada, se marchó de nuevo con su actitud derrochadora. Al poco regresó a su pueblo totalmente arruinado, con las ropas destrozadas y las barbas mal cuidadas. Sus vecinos, compadecidos de él, le daban de comer con la mejor voluntad y misericordia. Pasando de una casa a otra, pasó el invierno agradecido y contento con su penitencia.
Una tarde, cuando iba por un sendero, se le apareció el Arquetu cuando comenzaba a anochecer. El viejo le tocó el hombro y le dijo: «Siempre se está a tiempo para arrepentirse de corazón como los hombres honrados. Toma estas monedas de oro, con ellas has de comprar mañana la casa y la huerta que tenía tu hortelano. Te vestirás como un labrador y sembrarás los terrenos. Compra también una pareja de bueyes, un carro, un arado y todo lo que haga falta para cultivar la huerta. Con lo que te quede, comerás como un pobre hasta que cojas la cosecha, que será buena si te portas bien y sigues mi consejo». Después de decir esto, el Arquetu sacó de su hábito un arca de oro con una llave de plata fina y volvió a decirle: «Toma esta arqueta y esta llave. En ella guardarás lo que ahorres después de cubrir tus necesidades. Al cabo de tres años te esperaré en este mismo sitio, a esta misma hora, para que me devuelvas algo de lo que ahora te he prestado y que me hará falta para ayudar a otros desgraciados. No te olvides de mis palabras. Trabaja y ahorra, piensa en la vejez, cuando tiemblan los brazos y las piernas y falta la salud».
Al llegar al pueblo, parecía que tuvo cierta intención de cambiar de actitud y trabajar en la huerta, pero los consejos del viejo se le quedaron en las orejas y no le llegaron a la consciencia. Tenía ganas de fiesta y jarana después de tantos días de pobreza y al día siguiente se fue a la venta de otro pueblo. Pidió los mejores platos y vinos hasta que acabó borracho. A la hora de pagar, echó mano del arca con total horror, pues se había vuelto de hierro herrumbroso al igual que la llave. Al abrirla, descubrió espantado que las monedas ahora eran piedras y hojarasca. Totalmente enfurecido, tiró el arca y echó a correr por el camino, pero tropezó y acabó cayendo al río, donde, antes de morir ahogado, oyó la voz del Arquetu maldiciéndole.
En Brañaflor, obra donde aparece el cuento del Arquetu, un hombre de familia acaudalada heredó de sus padres una gran hacienda y muchos ahorros. Justo al año siguiente de la muerte de sus padres, perdió la buena voluntad y se fue a recorrer el mundo en busca de fiestas y experiencias, perdiendo así todo su dinero. Cuando volvió al pueblo, vendió las alhajas de la capilla, los pendietes y las sortijas de su difunta madre y todas las ropas que había en la casa. Con el dinero reunido, y sin haber aprendido nada, se marchó de nuevo con su actitud derrochadora. Al poco regresó a su pueblo totalmente arruinado, con las ropas destrozadas y las barbas mal cuidadas. Sus vecinos, compadecidos de él, le daban de comer con la mejor voluntad y misericordia. Pasando de una casa a otra, pasó el invierno agradecido y contento con su penitencia.
Una tarde, cuando iba por un sendero, se le apareció el Arquetu cuando comenzaba a anochecer. El viejo le tocó el hombro y le dijo: «Siempre se está a tiempo para arrepentirse de corazón como los hombres honrados. Toma estas monedas de oro, con ellas has de comprar mañana la casa y la huerta que tenía tu hortelano. Te vestirás como un labrador y sembrarás los terrenos. Compra también una pareja de bueyes, un carro, un arado y todo lo que haga falta para cultivar la huerta. Con lo que te quede, comerás como un pobre hasta que cojas la cosecha, que será buena si te portas bien y sigues mi consejo». Después de decir esto, el Arquetu sacó de su hábito un arca de oro con una llave de plata fina y volvió a decirle: «Toma esta arqueta y esta llave. En ella guardarás lo que ahorres después de cubrir tus necesidades. Al cabo de tres años te esperaré en este mismo sitio, a esta misma hora, para que me devuelvas algo de lo que ahora te he prestado y que me hará falta para ayudar a otros desgraciados. No te olvides de mis palabras. Trabaja y ahorra, piensa en la vejez, cuando tiemblan los brazos y las piernas y falta la salud».
Al llegar al pueblo, parecía que tuvo cierta intención de cambiar de actitud y trabajar en la huerta, pero los consejos del viejo se le quedaron en las orejas y no le llegaron a la consciencia. Tenía ganas de fiesta y jarana después de tantos días de pobreza y al día siguiente se fue a la venta de otro pueblo. Pidió los mejores platos y vinos hasta que acabó borracho. A la hora de pagar, echó mano del arca con total horror, pues se había vuelto de hierro herrumbroso al igual que la llave. Al abrirla, descubrió espantado que las monedas ahora eran piedras y hojarasca. Totalmente enfurecido, tiró el arca y echó a correr por el camino, pero tropezó y acabó cayendo al río, donde, antes de morir ahogado, oyó la voz del Arquetu maldiciéndole.
Ilustración de Gustavo Cotera |
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