Okiku (japonés: お菊人形; Muñeca de crisantemo) no es una criatura sobrenatural al uso, sino que se trata de una pequeña muñeca que sirve de recipiente a un alma humana. Su historia comienza en el mes de agosto de 1919, cuando un joven de 18 años llamado Eikichi Suzuki acudió a una gran exposición que se celebró en la isla de Hokkaido. Eikichi estaba muy unido a Kikuko, su hermana pequeña, que no pudo viajar con él debido a su corta edad, pues por aquel momento contaba con tan solo tres años. Eso no le impidió tenerla en sus recuerdos durante el viaje, ya que le compró como regalo en la famosa calle Tanuki-koji de Sapporo una preciosa muñeca vestida de seda y dotada de una corta melena al estilo okappa (japonés: おかっぱ; tazón).
A Kikuko le encantó la muñeca y comenzó a llevarla consigo a todos lados, incluso a la cama cuando iba a dormir. Desgraciadamente, ese invierno, justo después de Año Nuevo, Kikuko contrajo la gripe española y falleció el 24 de enero de 1920. Como es costumbre en el país, fue incinerada y la urna con sus cenizas fueron depositadas en el altar familiar. Eikichi, sabiendo lo muy unida que estaba su hermana con la muñeca, la colocó junto a sus cenizas y desde el altar podía obserbar cómo la familia rezaba por su alma diariamente. Con el paso del tiempo, Eikichi se percató de algo: el pelo de la muñeca estaba creciendo y los cortos mechones de su estilo tazón ahora le llegaban hasta los hombros. Ante esto, la familia supuso que el espíritu de su hija se había alojado en su muñeca y cuidaron de ella.
En 1938 fallecieron los padres de Kikuko y sólo quedó Eikichi para cuidar de la muñeca, pero desgraciadamente, años más tarde, fue reclutado en la armada para combatir en Sajalín. Antes de partir, dejó la muñeca en el templo de Mannenji, localizado en Iwamizawa, para que se encargaran de ella. Eikichi sobrevivió a la guerra y, cuando volvió al templo, se encontró con que a la muñeca ahora le llegaba el pelo casi hasta los pies. A partir de ahí, la fama de la muñeca se extendió por todo Japón y comenzaron a llamarla Okiku. A día de hoy, la muñeca permanece en el templo de Mannenji, donde todavía le cortan el pelo regularmente.
A Kikuko le encantó la muñeca y comenzó a llevarla consigo a todos lados, incluso a la cama cuando iba a dormir. Desgraciadamente, ese invierno, justo después de Año Nuevo, Kikuko contrajo la gripe española y falleció el 24 de enero de 1920. Como es costumbre en el país, fue incinerada y la urna con sus cenizas fueron depositadas en el altar familiar. Eikichi, sabiendo lo muy unida que estaba su hermana con la muñeca, la colocó junto a sus cenizas y desde el altar podía obserbar cómo la familia rezaba por su alma diariamente. Con el paso del tiempo, Eikichi se percató de algo: el pelo de la muñeca estaba creciendo y los cortos mechones de su estilo tazón ahora le llegaban hasta los hombros. Ante esto, la familia supuso que el espíritu de su hija se había alojado en su muñeca y cuidaron de ella.
En 1938 fallecieron los padres de Kikuko y sólo quedó Eikichi para cuidar de la muñeca, pero desgraciadamente, años más tarde, fue reclutado en la armada para combatir en Sajalín. Antes de partir, dejó la muñeca en el templo de Mannenji, localizado en Iwamizawa, para que se encargaran de ella. Eikichi sobrevivió a la guerra y, cuando volvió al templo, se encontró con que a la muñeca ahora le llegaba el pelo casi hasta los pies. A partir de ahí, la fama de la muñeca se extendió por todo Japón y comenzaron a llamarla Okiku. A día de hoy, la muñeca permanece en el templo de Mannenji, donde todavía le cortan el pelo regularmente.
Fotografía de la muñeca Okiku situada en el templo de Mannenjin |
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