Fiera Malvada

En 1860 se dio a conocer a través de un pliego de cordel la historia de una bestia que aterrorizaba las tierras de Jerusalén y sus alrededores. Esta criatura, a la que se referían como Fiera Malvada o Animal Silvestre, fue la causante de múltiples desapariciones hasta que fue avistada un día por dos soldados cuando salía de su cueva. El animal estaba provisto de dos cuernos caprinos, orejas de caballo, hocico de vaca, patas de gallo con afilados espolones y garras curvas como ganchos de romana; además poseía dos alas como de pez de dos palmos y medio de largo (60 cm) y tenía el cuerpo acorazado como una tortuga, lo cual le hacía inmune al impacto de las balas. Su cola era como una lanza y tenía el pelo fino y duro como alfileres, por lo que sonaba a vídrio al rozarse. Ayudada con sus alas podía dar saltos de 15 palmos (3,40 m) y, cuando le dieron muerte, comprobaron que medía más de 10 palmos de larga (2,20 m), contando su cola con cuatro palmos y medio (1 m) de longitud.

Cuando los soldados encontraron a la terrible criatura, le dispararon fútilmente con sus armas, pues las balas no le hicieron ningún daño. Entonces, la fiera se avalanzó sobre uno de ellos y lo despedazó de un zarpazo; el otro, por suerte, pudo huir con su caballo hasta la ciudad vecina de Urben, donde informó al gobernador de lo sucedido. Tras esto, fueron a dar muerte al monstruo trescientos paisanos, quinientos ochenta soldados a pie y cuarenta y tres a caballo guiados por el soldado que escapó. Como ya se dijo antes, las balas no le hacían nada y la criatura hirió a más de cuarenta personas y llegó a matar a setenta. La caballería no podía actuar por lo irregular del terreno, pero uno de ellos salió al llano y pudo embestirla con una lanza, atravesándole la boca hasta el vientre mientras volaba. Finalmente, llevaron el cadáver del animal hasta la plaza de Urben, donde fue expuesta durante ocho días.

Ilustración del pliego de cordel dispuesto a la venta en casa Antonio Bosch, calle baja de San Pedro, núm. 71

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