Alarbe de Marsella

Durante la primera mitad del siglo XIX apareció entre los pliegos de cordel de toda España la historia del alarbe de Marsella, un relato con mensaje moralizante sobre un muchacho convertido en monstruo por castigo divino debido a sus múltiples crímenes.

El protagonista de este relato era un chico que, una vez cumplidos los quince años, se volvió tan cruel e indomable que comenzó a perpetrar toda clase de crímenes por pura diversión. Cuando debía estar dando clases con un tutor que le impuso su padre, éste se escabullía y se dedicaba a matar a todo el que encontrase, llegando a acabar con cinco personas hasta que fue atrapado por las autoridades. Su padre, gracias a su dinero e influencia con algunos nobles, logró sacarlo de la cárcel e intentó llevarlo por el buen camino con mil consejos, pero no tardó en llegar una noche en la que el muchacho se volvió contra su progenitor mientras dormía y lo mató junto a su hermano pequeño de siete años. A su madre la maniató y aprovechó para llevarse todas las joyas y el dinero que pudo de la casa.

Tras este crimen tan cruel se unió a otros diez compañeros con los que se dedicó a asaltar por los caminos a los viajeros. Después de que les negaran la entrada en una posada, le prendieron fuego y huyeron a Cataluña, donde siguieron cometiendo toda clase de delitos: violaron a una muchacha a la que encontraron junto a su viejo padre y, para deshacerse de ellos, los lanzaron al fuego; le robaron las mulas y el cargamento de tabaco a un arriero y, finalmente, mataron y le robaron todo lo que tenía a un mercader que se alojó en la misma posada donde estaban ellos. Después de este asesinato pusieron rumbo de nuevo a Marsella, donde por el camino asaltaron un convento de San Diego.

Nuestro alarbe, acompañado de sus amigos, regresó a su casa por la noche, donde encontró a su madre llorando de rodillas ante un crucifijo. Lleno de soberbia y maldad quiso acabar con ella, pero la mujer le rogó a Dios lo siguiente: «Permitid, Señor inmenso, que en una forma espantable vea yo este alarbe fiero, sin que se pueda mover, porque sirva de escarmiento a todos cuantos le vean; oídme, Señor, atento, pues ofendió tu bondad, y no contento con esto, quitó la vida a su padre, y a otro hermanito pequeño».

Terminada su súplica, una horrenda serpiente inmovilizó el cuerpo del chico, que se volvió todo peludo, con patas de asno, garras de león y cabeza de dragón. Lo único humano que quedó en él fue su rostro, que expulsaba por ojos, narices y boca llamaradas infernales. Como remate final, de su boca salía un rótulo en el que se podía leer: «Vengan a tomar ejemplo los hijos inobedientes a su padre, que por eso y haberle dado la muerte a mi padre, estoy ardiendo en las más ardientes llamas del abismo del infierno». Unos sacerdotes acudieron al lugar por el revuelo que se organizó y, con un estallido que dejó un fuerte olor a azufre, lograron expulsar tan macabra aparición con sus rezos. Los otros diez bellacos que acompañaban al alarbe, se asustaron tanto ante el prodigio divino que dejaron su mala vida e intentaron ganarse el perdón ordenándose en diferentes conventos.

Pliego de cordel publicado por la Imprenta de Mompié, Valencia (1841)

Fuentes

Anónimo: «El alarbe de Marsella: egemplar castigo que ha egecutado Dios nuestro Señor con un caballero de la ciudad de Marsella». Imprenta de Mompié, Valencia (1841).

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