Nuberu

En el norte de la península ibérica son comunes las lluvias y tormentas, por eso no es de extrañar que por gran parte de esta zona nos encontremos con personajes como el Nuberu, Nubeiru o Reñubreiru asturiano, señor de las precipitaciones.

De mal genio, el Nuberu aparece como un anciano de alta figura, casi gigantesco cuando está en los cielos, pero cuando cae a tierra es bajito y de tez oscura. Sea cual sea su tamaño, siempre destaca por su gran fealdad; es barbudo, viste con pieles de animales y lleva un sombrero de ala ancha, lo que le da una apariencia bastante similar a la del Odín o Wotan del norte europeo. Se desplaza por los cielos montado en nubarrones cargados de lluvia o en un macho cabrío. En Galicia se dice que lleva zuecos, con los que al andar por el cielo produce los truenos, y unas tenazas con las que sujeta los rayos. En otras regiones de España se le conoce como Reñubero, Renubero, Reñubeiro, Renubeiro, Reñubreiro, Nubeiro o Nubero, mientras que él mismo se hace llamar Juan/Xuan Cabrito o Marfellao. En Extremadura existe un personaje similar, el duende Entiznáu, un gigante que tiene dominio sobre el temporal, mientras que en Portugal tienen al Escolarão o Secular/Escolar das nuvens. Reconocer sus artes era algo fácil, ya que a veces caían sapos en sus lluvias o el granizo venía con pelos de cabra.

Si vas a Egipto...

Los cuentos dicen que el Nuberu vive con su mujer e hijos en la cima de una montaña, pero la localización de ésta varía según la versión. El folklorista Aurelio del Llano recogió diversas leyendas a cerca de este personaje en Del folklore asturiano, donde decía que su hogar se ubicaba en ciudades tan dispares como Tudela o en las ficticias Brita, Orito o Grito, que se encontraban en las lejanas tierras de Egipto. Una de las historias más comunes dice que una vez se le escaparon unas nubes al Nuberu y cayó a tierra. Como ya estaba anocheciendo y era muy tarde para subir a la montaña y montar en sus nubes, se vio obligado a pedir hospedaje entre los aldeanos del lugar. Se dirigió a la casa de un labrador rico, pero éste le rechazó diciendo que no admitía mendigos. Después fue a la de un campesino muy pobre que lo acogió gustoso con lo poco que tenía. Al pasar la noche, el Nuberu le agradeció su hospitalidad y le dijo que preguntase por Juan Cabrito si alguna vez acababa en tierras egipcias. Tras esto, se subió a una nube, agrupó toda clase de truenos y granizos y los soltó como venganza en las tierras del labrador rico que le había rechazado; y como premio para el campesino pobre, se encargó personalmente de regar sus campos con buenas lluvias.

El campesino pobre, en busca de aventuras, dejó su hogar y se hizo escudero de un caballero que partía a Jerusalén, pero fue capturado por el enemigo y acabó como esclavo en Egipto. Allí preguntó por Juan Cabrito y todos se mostraban asombrados de que se atreviera a mencionar ese nombre. Finalmente averiguó que el Nuberu vivía en lo alto de una montaña y se dirigió hacia allí, donde, al presentarse como un asturiano que deseaba saludar al amo de ese lugar, fue introducido en la casa por el sirviente que le atendió. El Nuberu le trató con gran atención y le comunicó que justo esa noche había vuelto de descargar sus lluvias en Asturias. Allí comprobó que su hacienda y su familia se encontraban bien, pero como había pasado tanto tiempo fuera, todos le habían dado por muerto y su mujer iba a casarse con otro a la mañana siguiente. Para ayudarlo, le prestó un macho cabrío que le llevó volando hasta su aldea natal justo antes de que se diera la boda, reencontrándose felizmente con su esposa. En otras versiones, el labrador es recibido por la mujer del Nuberu mientras está fuera descargando lluvias. Cuando llega a casa, detecta al labrador diciendo que «huele a cristiano», pero al ver de quién se trata lo recibe de buen grado.

Protegerse de los Nuberos

Como los Nuberus suelen traer granizos y tempestades, los aldeanos hacían todo lo posible para espantarlos o evitar su llegada. Lo más común era hacer sonar las campanas de la iglesia, que espantaban a cualquier tronante con el rezo que lanzaban a las nubes con su tañido:

ASTURIANOCASTELLANO
«Tente, nube y nublado
que Dios puede más que'l diablo.
Tente, nube.
Tente, tú;
que Dios puede
más que tú»
«Detente, nube y nublado
que Dios puede más que el diablo.
Detente, nube.
Detente, tú;
que Dios puede
más que tú»

De este modo, un Nuberu que se dirigía con sus nubes a Belmonte fue espantado por los vecinos que comenzaron a tocar la campana de la capilla de San Bartuelu. Como no podía descargar su lluvia, una vieja que le vio pasar sobre su casa le dijo: «Vé con ello a las sierras y a los valles, dexa a los probes vaqueiros en estos carrascales». Así que el Nuberu echó todo el pedrisco sobre un sitio al que ahora llaman Barrublancu, porque la nube arrastró todo vegetal y desde entonces no ha vuelto a crecer nada allí.

También podía conjurarlo el cura o sacerdote del lugar con rezos, aunque el Nubero se resistía con tal violencia que un par de hombres fuertes debían asistirle para agarrarlo y que no se lo llevara la tempestad. Esto pasó en Vigaña del Monte, donde el Nuberu, al verse expulsado, le preguntó al cura: «¿Aou descargo, que m'arrevientan los machos?», refiriéndose a sus nubes cargadas de granizo. El cura lo mandó al Gallu Carriceu y, cuando llegó al lugar conocido como La Seita, arrasó con tal fuerza el monte que ya no volvió a crecer vegetación. A veces, si el Nubero se negaba a abandonar el lugar, el clérigo podía espantarlo lanzándole un zapato, tal y como hizo un cura de Villanueva de Teverga. Un caso curioso fue el del cura de San Martín de Ondés, que, descalzándose, le ordenó al Nubero que descargara los nubarrones sobre su zapato, dejando caer sobre él tal pila de granizo que tardó quince días en derretirse.

El vulgo, por su parte, tenía sus propios métodos para espantar a los Nuberus, como prender una rama de laurel o romero, plantas sobre las que no podían caer los rayos; encender una vela tenebraria sacada de las misas de Jueves Santo, formar una cruz con la pala del horno y el xurradoriu fuera de casa; colocar un hacha o unas tijeras con el filo hacia arriba, apuntando a los nubarrones para cortarlos; volver un carro del revés o rezar a santa Bárbara o a San Bartolomé, protectores contra las tormentas:

REZO A SANTA BÁRBARAREZO A SAN BARTOLOMÉ
«Santa Bárbara bendita
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita.
Guarda el pan,
guarda el vino,
guarda a la gente del peligro»
«San Bartolomé se levantó
y con Jesucristo encontró:
—¿A donde vas, Bartolomé?
—Yo, Señor, con Vos iré.
—Pues te voy a dar un don
que nunca di a varón:
Donde fueres nombrado,
no caigan rayos ni centellas,
ni mujer muera de parto,
ni criatura de espanto»

Brujos y hechiceros

En tierras gallegas y leonesas, los Nubeiros, a parte de ser genios o demonios de la lluvia, también podían ser humanos que han aprendido artes mágicas en la Cueva de Salamanca. Estos reciben varios nombres, como nubleros, regulares, tronantes, tronadores, negrumantes, degrumantes, legrumantes, nigromantes, tempestarios o escoleres. Para subir a las nubes se valían de tres métodos: el meco, la polvoriña y la fumieira. Con el primero, creaban mágicamente un remolino de aire al que se agarraban para ascender a los cielos. Con el método de la polvoriña hacían un montoncito de tierra, orinaban sobre él formando un círculo y subían por los aires aprovechando el remolino de polvo que se formaba. En el último caso, encendían un fuego en una topera, se desnudaban y subían aprovechando el humo.

También había brujas capaces de controlar las lluvias, eran las nubeiras o meonas, que aprendían esas artes por herencia. En Vilalba sucedió que una niña presumía de cómo podía crear una buena tormenta de granizo como le había enseñado su abuela. El padre, por curiosidad, la animó a ello, pero cuando vio la borrasca que se estaba formando se asustó y le ordenó que la deshiciera. Como era muy niña, la chica no sabía cómo hacerlo, así que el padre le pidió que la descargase sobre sus tierras para no arruinar las cosechas del resto de vecinos.

En Avedillo de Sanabria se dio el caso de un cura que intentaba por todos los medios deshacer una terrible nube que se acercaba a su población. Rezando a Dios de rodillas vio caer del cielo a un hombre al que pudo reconocer de inmediato. Se trataba de un antiguo compañero de seminario que fue expulsado por su mala conducta. Al parecer, se había descarriado del todo y aprendió brujería para invocar tormentas.

Ilustración de Mitología asturiana - Alberto Álvarez Peña

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