El cuélebre es el dragón del folclore asturiano, también conocido como sierpe o culebrón en el Norte de Castilla y León y cúlebre en Cantabria. Se dice que es un culebro, una culebra macho que, al envejecer, le salían alas de murciélago y una crin por su lomo. Se dedicaban a guardar tesoros, como los de las xanas, y mujeres encantadas. Habitaban normalmente en cuevas y en fuentes desde las que lanzaban terribles silbidos y de las que salían para devorar gentes y ganado.
Las escamas de estos dragones eran impenetrables y se creía que no podían morir de viejos, que crecían sin parar. El folclorista Aurelio del Llano recogió lo siguiente de ellos:
La garganta era el único punto débil de estas serpientes, por lo que en las leyendas solían morir al hacerles comer mediante un engaño algo dañino, como una piedra al rojo vivo o pan relleno de alfileres. Los pueblerinos llegaban a usar esta técnica cuando se cansaban de entregarles ganado o personas como sacrificios.
Con este método acabaron con el cuélebre que vivía en una cueva cercana al convento de Santo Domingo, en Oviedo. Los frailes de este convento vivían atemorizados porque, sin saber por qué, cada día desaparecía uno de ellos tras labrar el pequeño huerto que poseían. Un día decidieron explorar sus terrenos y alrededores y dieron con una cueva oculta en la que vivía un cuélebre. Pese a descubrir al culpable de las misteriosas desapariciones, el prior no puso ninguna solución y los frailes iban a trabajar con el miedo de ser la siguiente víctima de la serpiente. Pasados los días, uno de los frailes que estaba al cargo de la cocina ideó un plan: elaboró un pan relleno de alfileres y lo colocó en la entrada de la cueva. Al día siguiente, cuando vieron que no hubo ninguna nueva desaparición, acudieron a la gruta y se encontraron al cuélebre moribundo y retorciéndose de dolor por haberse comido el pan.
En muchas partes de España existen leyendas de serpientes normales y corrientes que son adictas a la leche y que a veces maman de los pechos de vacas y mujeres para saciar su sed. El cuélebre parece compartir esta afición, ya que en algunos relatos se le puede calmar al ofrecerle esta bebida. Un ejemplo de este caso sería el cuélebre del monte Faedo, en Getino, el cual atemorizaba a las gentes del lugar hasta que un pastor comenzó a darle leche diariamente. El problema llegó cuando se olvidó de ella un día y pagó la ofrenda con su propia vida. Por suerte, este cuélebre no duró mucho, pues una riada lo arrastró durante una tormenta de verano y murió al estrellarse contra las rocas de La Cardosa.
En otro cuento, un pastorcillo recogió a una culebra y la crió alimentándola con leche de oveja. Ambos crecieron juntos, pero un día tuvo que irse para servir al rey. Cuando volvió al monte con su rebaño, buscó también a la serpiente, pero vio que se había convertido en un cuélebre furioso que se lo tragó después de preguntarle: «¿Por qué me abandonaste?».
El término Atalaya o Ayalga se utilizaba en Asturias para referirse a algún tesoro oculto, y con los mismos términos pasaron los folcloristas a llamar a algunas xanas o mujeres encantadas. Estas hadas, que ceñían en su talle una cinta de flores flores y adornaban su frente con una corona de violetas, podían verse en la lejanía como una tenue luz que se movía entre las ruinas de antiguos castillos, donde se veían obligadas a guardar tesoros bajo la perpetua vigilancia de un cuélebre. Sólo en San Juan se adormece el dragón y la luz de la Atalaya resplandece como una llamarada para llamar la atención de cualquier caballero que pueda desencantarla. Para esto bastaría con tocarla con una rama de sauce aprovechando que el cuélebre duerme. Otras xanas, para librarse de su encanto, se transforman en serpiente o cuélebre y el mozo que vaya a superar la prueba debe aguantar el miedo mientras se le enrosca en el cuerpo o besa a la serpiente.
También existe en Asturias y León un mito sobre la piedra de la culiebra, una gema que se forma cuando siete serpientes se enroscan entre ellas. La más larga del tumulto es el culebro, el macho que es más grande y viejo. Mientras giran alrededor de éste, depositan saliva en su frente hasta que se solidifica y forma una gema que según algunos es verde o porosa y azulada, aunque lo más destacable de ella eran sus propiedades mágicas, capaces de curar cualquier picadura venenosa. Este mito sería similar al de la draconita, otra piedra preciosa que se forma en la cabeza de los dragones, y a uno recogido por Plinio el Viejo en el libro XXIX de su Historia Natural, donde en la Galia, de la misma manera, se agrupaban siete serpientes para formar una joya.
Las escamas de estos dragones eran impenetrables y se creía que no podían morir de viejos, que crecían sin parar. El folclorista Aurelio del Llano recogió lo siguiente de ellos:
Cuando es viejo y está muy encascarado, es decir, cuando su escama está muy dura y crecida, le prohíbe Dios permanecer aquí y se va volando a la mar cuajada, donde viven los cuélebres que, por ser viejos, han sido expulsados de sus viviendas. En el fondo de este mar hay montones de riquezas, pero los hombres no pueden apoderarse de ellas por causa de la vigilancia de los cuélebres.De estos tesoros submarinos oyó Constantino Cabal en Covadonga (Cangas de Onís) que los pescadores robaban los diamantes y otras piedras preciosas arrojando grandes trozos de carne amarrados con maromas. Las gemas se pegaban a la carne y así podían subirlas al barco sin preocuparse de los cuélebres.
La garganta era el único punto débil de estas serpientes, por lo que en las leyendas solían morir al hacerles comer mediante un engaño algo dañino, como una piedra al rojo vivo o pan relleno de alfileres. Los pueblerinos llegaban a usar esta técnica cuando se cansaban de entregarles ganado o personas como sacrificios.
Con este método acabaron con el cuélebre que vivía en una cueva cercana al convento de Santo Domingo, en Oviedo. Los frailes de este convento vivían atemorizados porque, sin saber por qué, cada día desaparecía uno de ellos tras labrar el pequeño huerto que poseían. Un día decidieron explorar sus terrenos y alrededores y dieron con una cueva oculta en la que vivía un cuélebre. Pese a descubrir al culpable de las misteriosas desapariciones, el prior no puso ninguna solución y los frailes iban a trabajar con el miedo de ser la siguiente víctima de la serpiente. Pasados los días, uno de los frailes que estaba al cargo de la cocina ideó un plan: elaboró un pan relleno de alfileres y lo colocó en la entrada de la cueva. Al día siguiente, cuando vieron que no hubo ninguna nueva desaparición, acudieron a la gruta y se encontraron al cuélebre moribundo y retorciéndose de dolor por haberse comido el pan.
En muchas partes de España existen leyendas de serpientes normales y corrientes que son adictas a la leche y que a veces maman de los pechos de vacas y mujeres para saciar su sed. El cuélebre parece compartir esta afición, ya que en algunos relatos se le puede calmar al ofrecerle esta bebida. Un ejemplo de este caso sería el cuélebre del monte Faedo, en Getino, el cual atemorizaba a las gentes del lugar hasta que un pastor comenzó a darle leche diariamente. El problema llegó cuando se olvidó de ella un día y pagó la ofrenda con su propia vida. Por suerte, este cuélebre no duró mucho, pues una riada lo arrastró durante una tormenta de verano y murió al estrellarse contra las rocas de La Cardosa.
En otro cuento, un pastorcillo recogió a una culebra y la crió alimentándola con leche de oveja. Ambos crecieron juntos, pero un día tuvo que irse para servir al rey. Cuando volvió al monte con su rebaño, buscó también a la serpiente, pero vio que se había convertido en un cuélebre furioso que se lo tragó después de preguntarle: «¿Por qué me abandonaste?».
El término Atalaya o Ayalga se utilizaba en Asturias para referirse a algún tesoro oculto, y con los mismos términos pasaron los folcloristas a llamar a algunas xanas o mujeres encantadas. Estas hadas, que ceñían en su talle una cinta de flores flores y adornaban su frente con una corona de violetas, podían verse en la lejanía como una tenue luz que se movía entre las ruinas de antiguos castillos, donde se veían obligadas a guardar tesoros bajo la perpetua vigilancia de un cuélebre. Sólo en San Juan se adormece el dragón y la luz de la Atalaya resplandece como una llamarada para llamar la atención de cualquier caballero que pueda desencantarla. Para esto bastaría con tocarla con una rama de sauce aprovechando que el cuélebre duerme. Otras xanas, para librarse de su encanto, se transforman en serpiente o cuélebre y el mozo que vaya a superar la prueba debe aguantar el miedo mientras se le enrosca en el cuerpo o besa a la serpiente.
También existe en Asturias y León un mito sobre la piedra de la culiebra, una gema que se forma cuando siete serpientes se enroscan entre ellas. La más larga del tumulto es el culebro, el macho que es más grande y viejo. Mientras giran alrededor de éste, depositan saliva en su frente hasta que se solidifica y forma una gema que según algunos es verde o porosa y azulada, aunque lo más destacable de ella eran sus propiedades mágicas, capaces de curar cualquier picadura venenosa. Este mito sería similar al de la draconita, otra piedra preciosa que se forma en la cabeza de los dragones, y a uno recogido por Plinio el Viejo en el libro XXIX de su Historia Natural, donde en la Galia, de la misma manera, se agrupaban siete serpientes para formar una joya.
Alberto Álvarez Peña |
Este es mi Blog favorito, muchas gracias por tanto curro
ResponderEliminarMuchas gracias por apreciar mi trabajo/hobby. Me alegra muchísimo que os guste mi blog y me anima a seguir con él.
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