Hada

Hada (probablemente del latín: fatum; hado, destino) es el término con el que se designa a los integrantes de un antiguo pueblo mágico y sobrenatural. En concreto se utilizaría para referirse a los miembros femeninos de estas criaturas, pero también puede englobar a elfos, trasgos, goblins, hobgoblins, trolls, sirenas, brujas, bestias, etc. También eran conocidas con multitud de nombres eufemísticos para aplacarlas y así evitar cualquier mal que pudieran provocar, siendo conocidas como el buen pueblo, los buenos vecinos, la gente de las colinas, el pueblo pequeño, etc.

De acuerdo con las fuentes germanas y francesas, las hadas son seres femeninos con poderes sobrenaturales que influyen en el destino humano. Laurence Harf-Lancner propuso la siguiente definición: «mujer sobrenatural, un habitante de otro mundo que abandona su lejano reino por un gran interés en los asuntos de los mortales y manejar su propio destino». Este profesor de literatura también teorizó que las hadas madrinas, hadas protectoras que se asomaban a la cuna de un recién nacido para brindarle protección y gracia, pudieron surgir de la confusión entre la figura de las tres Parcas de la mitología romana y las tríadas celtas relacionadas con la fertilidad y la abundancia. El Diccionario Bouillet del siglo XIX las describe con grandes poderes sobrehumanos, pero sometidas a extrañas y humillantes leyes.

A lo largo de toda Europa se pueden encontrar leyendas locales de estos seres feéricos, por lo que sería difícil listarlos a todos. Algunos vivían en comunidades en su mundo subterráneo, normalmente localizado bajo montículos o colinas, otros podían ser domésticos, conviviendo con los humanos, o solitarios, los cuales habitaban en campos y bosques donde se dedicarían a gastar bromas o a proteger la naturaleza. Por lo general eran de carácter neutral y se guiaban por una moralidad y leyes propias, llegando a ser considerados simplemente como molestos o bromistas. Las hadas que eran benefactoras pertenecían al grupo conocido como seelie court (escocés: la comitiva feliz); recompensaban los buenos tratos ofreciendo su ayuda u otorgando fortuna y buena suerte, pero podían vengarse en el caso de que se les tratara mal. Por otra parte estaban los seres feéricos pertenecientes a la unseelie court (escocés: la desdichada comitiva), de carácter malvado por naturaleza y que no necesitaban ninguna transgresión para ser hostiles con los humanos.

Índice



Origen de las hadas

En el Diccionario de las hadas de Katharine Briggs se recoge la creencia irlandesa de que las hadas provienen de los Tuatha de Danann, una tribu de deidades que habitó la Isla Esmeralda hasta que fueron exiliados bajo tierra tras ser derrotados por los milesianos, convirtiéndose así en los Daoine Sidhe (gaélico: gentes de las colinas). Este relato sobre una tribu conquistada por otra, unida a la tendencia de las hadas de robar alimentos y ocultarse en cuevas o bajo tierra, podría indicar un origen antropológico basado en un pueblo que existió realmente y que acabó siendo dominado y exiliado. En la misma obra también aparecen otras teorías legendarias sobre el origen de las hadas, siendo consideradas en algunas tradiciones como los espíritus de los paganos que no conocieron el cristianismo o de bebés que no recibieron el bautismo. Otras leyendas los tienen como ángeles caídos que no fueron tan malvados como para acabar en el infierno o que, cuando estaban abandonando el Cielo para alojarse en el infierno, Dios cerró las puertas de ambos mundos y se quedaron atrapados en el medio, viéndose obligados a alojarse en las aguas o bajo tierra. De igual modo ocurre con los trasgos y seres feéricos de España. Torquemada en su Jardín de las flores curiosas dice de ellos que se tratarían de lémures y lares, fantasmas de los antiguos romanos que eran considerados demonios por los cristianos. El padre Feijoo, en el tomo III de su Teatro crítico universal, dedicado a destruir las supersticiones del pueblo, también menciona la creencia del vulgo de que los duendes serían ángeles, demonios o almas en pena. Por último, una leyenda islandesa recogida por Jón Árnason en su Icelandic Legends cuenta que Dios bajó a la tierra para visitar a Adán y Eva. Ésta había ocultado a algunos de sus hijos por vergüenza porque no pudo bañarlos y asearlos, así que, cuando Dios se dio cuenta de ello, le dijo que aquello que le ocultara a Dios, Dios lo ocultaría a los hombres. Desde entonces esos hijos de Eva se convirtieron en el pueblo oculto de las colinas.

Ilustraciones de Hadas, de Alan Lee y Brian Froud

Aspecto de las hadas

Las hadas y seres feéricos son de naturaleza tan etérea que algunos de ellos pueden cambiar de forma y de tamaño, pudiendo volverse gigantescos, como los spriggans, de talla humana o totalmente diminutos a voluntad, aunque no todos tienen esta capacidad y sus dimensiones son invariables. Por lo general son pequeños como niños, rondando entre los veinte y ochenta centímetros de altura. Aunque son menos comunes, también se dan casos de hadas y otros espíritus que son tan pequeños como insectos o incluso microscópicos, como podrían ser los minairóns catalanes o los muryans de Cornualles. Entre los que cambian de aspecto podemos encontrar a los kelpies y each-uisge, que pueden alternar entre la forma de un caballo o la de un joven apuesto, o los bromistas hedley kow, los phooka, los diañus burlones y los iratxos, que tomaban la forma de diversos animales u objetos para hacer jugarretas. También tenían la capacidad de alterar mediante ilusiones, conocidas como glamour, el aspecto de personas, objetos o lugares, pudiendo convertir hojas y ramitas en monedas de oro o sucias cuevas en magníficos palacios, aunque estos encantos se desvanecían con el tiempo.

La apariencia física de estas criaturas varía mucho de una a la otra ya que pueden tener aspecto humano, de animal, de monstruo o no tener forma definida. Por lo general, cuando aparecen con forma humanoide, son distinguibles porque muestran algún defecto y su vestimenta se compone principalmente por ropas de color rojo o verde, aunque algunos duendes podrían llevar harapos marrones o gorros de color blanco o azul. Los trasgos son cojos y llevan una blusa y un gorro de color rojo, las glaistig ocultan sus patas de cabra bajo vestidos verdes y los kelpie y each-uisge son identificables porque tienen plantas acuáticas enredadas en el pelo. Otros defectos que se podrían encontrar en las hadas serían cosas tales como tener los pies palmípedos, como las lamias vascas; pechos descomunales que tendrían que cargar sobre el hombro, tal y como ocurre con las ijanas del valle de Aras; colas como las de las huldras; la falta de un agujero nasal, etc. En el caso de los brownie, se decía de ellos que sus manos tenían todos los dedos unidos salvo el pulgar, pareciendo así que llevaran manoplas. Estos defectos podían ser heredados por los hijos que tuvieran con algún humano, como ocurre con el caso del hada Melusina, cuyos hijos, como prueba de su ascendencia sobrenatural, contaban con algún defecto físico.

No fue hasta la época victoriana cuando aparecieron las primeras representaciones de estos seres como diminutas mujeres que volaban con alas de insecto parecidas a las de libélulas o mariposas. Antes de estas descripciones se creía que las hadas podían volar al decir unas palabras mágicas o flotando en el aire montando sobre tallos de plantas, ramitas o manojos de hierbas.

Un brownie con su cuenco de leche como pago.
Hadas, de Alan Lee y Brian Froud
Espíritus de la naturaleza de Bretaña.
Enciclopedia de las cosas que nunca existieron - Robert Ingpen

El anillo de las hadas

Una de las actividades favoritas de las hadas, indistintamente de su tamaño y aspecto, era el baile y la música. Allá donde danzaban en círculo, crecían setas o la hierba más alta y verde. Estos lugares eran peligrosos porque aquel que entraba en uno de ellos atraído por la música invisible de las hadas quedaba allí atrapado danzando con ellas. Aunque para ellos el baile parecía durar sólo unos minutos, en el mundo real estaban pasando días, meses o incluso años. Para rescatar a una víctima de estas danzas, alguien debía entrar en el círculo de las hadas y sacarlo, pero para esto debía meter sólo un pie en el corro mientras otra persona le sujetaba de las ropas para que tampoco pudiera quedar atrapado dentro.

La música de las hadas también tenía el peligroso efecto de distorsionar el tiempo del pobre que la escuchara. Esto se puede ver en una leyenda donde un hombre llamado Shon ap Shenkin se quedó dormido bajo un árbol al quedar encandilado por una tonada feérica. Al acabar las últimas notas de la melodía, Shon despertó y vio que el árbol bajo el que se había quedado dormido había perdido todas sus hojas y se había secado. Cuando volvió a su casa, la encontró más vieja y cubierta de hiedras. Al preguntar por sus padres al desconocido que encontró en su casa, éste le dijo que llevaba viviendo ahí toda la vida y, al descubrir el nombre de Shon ap Shenkin, dijo totalmente pálido que su abuelo solía hablar sobre un hijo suyo llamado así que había desaparecido. Cuando Shon oyó esto, todo el peso del tiempo le cayó encima y murió convertido en polvo.

El favor de las hadas

Las hadas podían obsequiar a los humanos con favores, riquezas o dones si eran tratadas bien y con respeto, pero si se rompían ciertos tabúes o geasa a los que estaban sometidas podían vengarse, volverse molestas o huir para siempre. Por ejemplo, los hombres que se casaban con hadas no debían reprocharles nunca su origen inhumano ni golpearlas tres veces injustificadamente, de lo contrario huirían para no volver nunca. Los espíritus domésticos, como los brownie o los domovois, ayudaban en las tareas del hogar a cambio de algunas ofrendas, ya fuera leche, nata, tabaco o dulces, pero si los humanos dejaban de lado sus responsabilidades para que las hiciera todas el espíritu doméstico, éste se ofendía y se volvía molesto, poniendo patas arriba la casa y despertando a la gente por la noche. Los brownie siempre iban vestidos con viejos harapos, así que si se le regalaban ropas nuevas por pena, se veían muy elegantes como para seguir limpiando la casa y se marchaban. Para ganarse el favor de las hadas a veces bastaba con mantener limpio el hogar y dejar algunas brasas encendidas por la noche, como ocurre con los trasgos o los etxajaun. Esta costumbre podría ser una reminiscencia de la tradición que seguían los antiguos romanos para contentar a los espíritus lares.

Hay ciertas virtudes de los humanos que las hadas tienen en consideración para acercarse a ellos o serles gratos. Veían con buenos ojos a aquellos que fueran generosos, sinceros, trabajadores o que supieran guardar los secretos de las hadas y no invadieran su intimidad. Se les debía tratar con buenos modales y educación, pero había que tener cuidado porque algunas tenían como tabú que nunca se les debía dar las gracias, por lo que bastaría con hacerles una reverencia para mostrarles gratitud. En una historia protagonizada por un pescador llamado Lutey se ve cómo una sirena le recompensa con tres deseos por ayudarla a regresar al mar cuando quedó varada en tierra. Lutey, que era de buen corazón, aprovechó sus deseos para pedir dones que beneficiasen a todos: la capacidad de romper embrujos, poder obligar a los espíritus protectores de las brujas a hacer el bien y que estos dones fuesen heredados por sus descendientes. En otro cuento, un labriego oye unos lamentos en el campo; al acercarse al origen del sonido se encuentra con un objeto roto, normalmente una pala o un taburete, lo arregla y lo deja donde estaba. Cuando vuelve a pasar por allí se encuentra con un delicioso pastel como agradecimiento y, tras probarlo, su vida se llena de fortuna y felicidad. A diferencia de la comida ofrecida en el País de las hadas, no había ningún peligro al comer de los pasteles que ofrecían como recompensa.

Algunas veces las hadas se sentían tan unidas a una persona o familia que se mudaban con ellos cuando cambiaban de casa o incluso de país. Los trasgos asturianos se iban con los dueños de la casa en la que vivían cuando los humanos intentaban huir de ellos y sus travesuras; lo mismo sucedía con algunos boggarts y goblins ingleses. En el Diccionario de las hadas de Katharine Briggs se menciona la historia de un brownie conocido como Tom Cockle, el cual hasta cambió de país siguiendo a su familia. Cuando éstos dejaron Irlanda para encontrar un nuevo hogar en el Distrito de los Lagos en Inglaterra, se encontraron al llegar con que su duende se les había adelantado, pues tenían la mesa ya preparada y la chimenea encendida calentando su nueva casa.

Nudos de los elfos - Hadas, de Alan Lee y Brian Froud

Castigos de las hadas

Las hadas también podían mostrar un lado perverso a la hora de infligir castigos o molestar. En los más antiguos textos anglosajones, como en el Wið færstice (inglés antiguo: Contra dolores punzantes), se mencionan diversas enfermedades de hombres y ganado causadas por los elfos. Se achacaba el origen de dolencias tales como los reumatismos, las artritis, el flato y los espasmos musculares a flechas y dardos disparados por los elfos a sus víctimas. A este fenómeno se le conoce como elfshot (disparo de elfo) y se creía que las antiguas herramientas de sílex de los hombres primitivos pertenecían a estos seres sobrenaturales. Con este método se creía que paralizaban a sus víctimas para llevárselas al País de las hadas y sustituirlas con un tronco o muñeco encantado.

Una de las travesuras que más le gustaba hacer a las gentes de este pueblo era la de perder a los humanos que entraban en sus dominios. Era una práctica común entre los pixies de Inglaterra, por eso se decía que alguien «era guiado por un pixie» (inglés: pixy-led) cuando se extraviaba en el bosque y no encontraba el camino de vuelta. Daba igual que acabase de entrar en el bosque, los pixies cambiaban todo mágicamente y le hacían andar en círculos para divertirse. También se decía de las hadas que causaban malformaciones, pellizcaban a aquellos que se ganaban su desagrado, cansaban al ganado haciéndoles correr toda la noche, perdían objetos, despertaban con estruendos a los que dormían o les llenaban los cabellos de enredos (inglés: elf-lock).

Secuestros

Es conocida desde épocas tempranas la tendencia que tienen los seres feéricos de secuestrar humanos para llevárselos al País de las hadas. Sus víctimas eran principalmente bebés o niños muy pequeños sin bautizar, sobretodo aquellos que fueran rubios, de los cuales se decía que, a base de alimentarse con la comida de las hadas y de criarse con ellas, acabarían por convertirse o ser considerados como auténticas hadas. Uno de los primeros ejemplos de estas historias sería el caso de Malekin, narrado por Ralph of Coggeshall. Según este relato, en el castillo Dagworthy de Suffolk aparecía un hada que se hacía llamar Malekin; hablaba con la voz de una niña y por lo general era invisible, pero aseguraba que antes era humana y que fue secuestrada por las hadas cuando, siendo un bebé, su madre la dejó en el campo mientras trabajaba. Los habitantes del castillo entablaron amistad con ella, le ofrecían comida y Malekin acabó volviéndose bastante cercana con una de las criadas, a la que se le mostró como una chiquilla vestida con una túnica blanca. Al parecer había pasado siete años con las hadas y éstas le prometieron que, pasados otros siete, volvería con los humanos.

El motivo de estos secuestros cambia según el caso y no se limitaban a llevarse sólo a bebés. Algunas leyendas escocesas decían que las hadas tenían una deuda con el infierno y que cada siete años debían entregarle un sacrificio, así que por lo visto preferían entregarles mortales que a los de su propia clase, tal y como se cuenta en la balada Thomas the rhymer. Otra razón de estos raptos se daría porque la raza de las hadas está en decadencia y necesitan renovarse cada cierto tiempo con sangre nueva, además, la leche materna de las hadas era muy pobre y no podían alimentar bien a sus hijos, por lo que los intercambiarían con niños humanos para que fueran amamantados y criados por humanas. Por esto mismo también podían llevarse a mujeres que acabasen de dar a luz, para que fueran nodrizas en el País de las hadas mientras aún estaban lactando. También podían raptar a mozas y jóvenes hermosos para que les sirvieran de esclavos o como amantes, sobretodo si contaban con un don especial en algún arte, ya fuera la forja, el canto o en tocar algún instrumento musical.

Niño cambiado - Henry Fuseli

Niños cambiados

Cuando las hadas se llevaban a un niño podían suceder tres cosas: que dejaran un tronco o muñeco encantado con el aspecto del chiquillo en lugar del original; que dejaran uno de sus bebés para que fuera criado entre los humanos o que un hada anciana suplantara al bebé para recibir cuidados de los mortales.

En el caso de que el niño intercambiado, o changeling, fuera un tronco o muñeco, la ilusión que le daba vida iba desvaneciéndose poco a poco hasta que el doble parecía "morir" y era enterrado sin que se descubriera el engaño. Este engaño también podían usarlo cuando querían llevarse a un adulto tal y como aparece en Mind da crooked finger (Recordad el dedo torcido). En este cuento, un granjero de las islas Shetland se encontraba trabajando en el campo mientras su mujer, que acaba de dar a luz a su primer hijo, descansaba en casa. Fue entonces cuando oyó unos fuertes golpes que provenían de debajo del suelo y escuchó una voz que dijo tres veces: «¡Recordad el dedo torcido!». La mujer de este granjero tenía uno de sus dedos torcidos, así que nuestro protagonista descubrió que las hadas planeaban algo contra ella, aunque por suerte sabía qué hacer para protegerla. Fue corriendo hasta su casa y cogió una biblia. Al mismo abrirla, oyó un fuerte estrépito en el granero, al cual se dirigió alumbrado por una vela. Al abrir la puerta, lanzó la biblia en medio del granero y las hadas que allí había huyeron despavoridas, dejando tras de sí un tronco tallado totalmente idéntico a su mujer, a la que pretendían secuestrar.

En otras ocasiones dejaban uno de sus raquíticos bebés para llevarse uno humano sano y bello. Estos intercambios podían ser efectuados sin el permiso de la madre sobrenatural. Lady Wilde cuenta en su The ancient legends of Ireland un relato en el que un hombre alto y oscuro y una vieja bruja entraron de noche en la casa de un matrimonio con un peludo bebé en brazos. Aunque el padre consiguió echar a la bruja tras un forcejeo, cuando se dieron cuenta, vieron que su bebé había desaparecido y en su lugar estaba el bebé feérico. Al poco pasó por allí la auténtica madre del pequeño; al parecer los suyos se lo llevaron para intercambiarlo por un hermoso bebé humano pero, si se lo devolvían, les ayudaría a recuperar a su verdadero hijo. De esta manera, la mujer les dijo que fueran a la colina de las hadas e incendiaran tres gavillas, amenazando con prenderle fuego a toda la colina si no les devolvían a su hijo. Ante tal amenaza, las hadas tuvieron que devolverles al niño. Si se sospechaba que las hadas habían dejado a uno de sus niños, bastaba con dejar de darle de comer o maltratarlo para que la verdadera madre apareciese y se lo llevara. Era común poner al bebé sobre una pala de horno al rojo vivo para que así huyera por la chimenea. En Asturias podemos encontrar historias en la que la madre humana dejaba de alimentar al bebé falso cuando las xanas hacían estos intercambios.

Para finalizar, cuando el bebé resultaba ser un hada anciana, lo primero que había que hacer era obligarle a revelar su verdadera edad. Por lo general, el método que más se usaba era el de hervir agua en cáscaras de huevo para elaborar cerveza delante del bebé. Entonces el hada se incorporaría y diría con su verdadera voz cavernosa: «¡He visto la primera bellota antes del roble, pero nunca antes había visto fermentar cerveza en cascarones!». Una vez revelado, se le debía lanzar al fuego de la chimenea para que huyeran entre risas y gritos. En estos casos, podían devolver al bebé o los padres se verían obligados a ir a rescatarlo al País de las hadas.

Pj Lynch A Bag of Moonshine - Alan Garner

Protección contra las hadas

Existen muchos métodos para protegerse de las hadas. Este pueblo encantado aborrecía los símbolos sagrados como la cruz, el agua bendita, los rezos, el tañido de las campanas de una iglesia o el mantillo que podía encontrarse en los camposantos. El agua corriente, sobretodo la que discurría hacia el sur, era considerada sagrada, y los malos espíritus se veían incapaces de cruzarla. El pan era símbolo de la vida y se debía llevar un trozo de pan seco en el bolsillo si se quería pasar por un lugar acechado por las hadas; por su parte, la sal simbolizaba lo eterno, la conservación y la buena suerte, por lo que también ahuyentaba a la gente menuda. Otro método eficaz para evitar a las hadas cuando se pasaba cerca de su territorio era el de ponerse las ropas al revés; si las hadas te habían perdido por un bosque y no podías encontrar tu camino, bastaba con ponerte del revés tu ropa, simbolizando así un cambio de identidad. El hierro repelía a las hadas y era costumbre dejar unas tijeras abiertas de este material sobre la cuna de los bebés para evitar que fueran secuestrados; las herraduras de los caballos también las mantenían alejadas, por eso se colocaban en las entradas de las casas o de los establos.

En el mundo vegetal encontramos otros tantos ejemplos: el serbal, sus bayas y los objetos tallados con su madera eran excelentes amuletos protectores y, en caso de que este árbol escaseara, podía ser sustituido por el fresno; las margaritas eran plantas protectoras y los niños que llevaran guirnaldas con sus flores estaban a salvo de ser secuestrados. El hipérico, también conocido como hierba de San Juan, y la verbena, ahuyentaban a las hadas y a los demonios. Hay que destacar el trébol de cuatro hojas, que tenía la propiedad de anular las ilusiones de las hadas. A partir de esta planta se elaboraba un ungüento bastante conocido en diferentes cuentos en los que, por lo general, un hombre contactaba con una mujer para que le sirviera de comadrona, la guiaba hasta un espléndido palacio muy apartado y allí debía asistir el parto de la esposa. Al terminar, el extraño le pedía a la mujer que le untara los ojos al bebé con una pomada, pero al hacerlo, siente ella misma un picor en el ojo y se rasca sin querer. Al instante, ve como la estancia cambia a su alrededor y descubre que las magníficas alcobas eran una simple cueva. Así descubre que la familia que ha atendido eran hadas, pero se calla por miedo y guarda el secreto. Pasado un tiempo, en una fiesta del pueblo, los vuelve a ver y los saluda. Ante esto, el hombre se acerca a ella y le pregunta con qué ojo les ha visto y, cuando recibe una respuesta, se lo saca por haber ganado el don de ver a las hadas sin su permiso. De esta historia también se puede interpretar que la mujer que estaba dando a luz era humana y el bebé era mestizo, por eso necesitaba que le untaran el ungüento en los ojos para poder ver a los de su clase. Para ver a las hadas también se podía mirar a través de una piedra de las brujas, una piedra horadada de forma natural por el agua, aunque colocada en los establos, cerca de los lomos de los caballos, servía para espantar a las hadas y malos espíritus que molestaban a los animales y no les dejaban descansar por las noches.

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El País las hadas

Aquellos humanos que fueran llevados al País de las hadas corrían el riesgo de quedar atrapados para siempre si probaban de la comida que les ofreciesen, llegando a convertirse en una de ellas como le ocurrió a Malekin. Este mágico lugar podría relacionarse con el inframundo teniendo en cuenta que se encuentra bajo tierra y que en algunas tradiciones se considera que las hadas provienen de las almas de los paganos. Tal vez por eso uno quedaba ligado a su reino si probaba de su comida, como le ocurrió a Perséfone al comer de la granada que le ofreció Hades en la mitología griega.

Algo a destacar del País de las hadas es que allí el tiempo transcurre a distinta velocidad que en el mundo real. En algunos relatos, lo que son meses en el mundo de las hadas son en realidad unos minutos, pero por lo general lo que ocurre es lo contrario y nos encontramos con que allí el tiempo pasa mucho más despacio que en la tierra. Aquellos que se adentraran en este reino o se metieran a bailar en un corro de las hadas descubrirían al salir que lo que sólo fueron horas o días resultaron ser cientos de años. Una de las primeras historias en las que se menciona esta diferencia temporal es la del rey Herla, recogida por Walter Map en el siglo XII. En dicha historia, Herla, rey de los antiguos britones, recibió la visita de uno de los reyes de las hadas. Éste era pequeño, del tamaño de un simio, montaba sobre una cabra y contaba con una gran cabeza, una barba rojiza y sus patas peludas acababan en pezuñas de cabra. El desconocido rey le propuso a Herla un trato: él honraría su boda con su presencia si el monarca humano asistía a la suya al año siguiente. Cuando llegaron las nupcias de Herla, allí se presentó el rey de las hadas con todo su séquito de enanos y hombrecillos. Ocuparon todas las mesas y multitud de sirvientes levantaron tiendas ornamentadas con oro y piedras preciosas, sirviendo únicamente de la comida que ellos portaban, sin tocar las reservas de los humanos. Tan encantado quedó Herla con esta muestra de aprecio que accedió a asistir a la boda del pequeño rey. Cuando llegó el momento, Herla y sus hombres fueron guiados por el rey feérico hasta una cueva por la que llegaron hasta su palacio, celebraron la boda durante tres días y obsequiaron a las hadas con caballos, perros, halcones y otros regalos. Antes de regresar al mundo humano, el rey de las hadas le dio a Herla un sabueso tan pequeño como para poder llevarlo encima y le dijo que no descabalgaran hasta que no lo hiciera el perro. Al salir de la cueva, Herla le pidió a un pastor que le diera noticias sobre su reina mientras estuvo fuera, pero el pastor le dijo que apenas podía entenderle porque él era sajón y el rey britón, y que el nombre de la reina que le había mencionado no le sonaba de nada a no ser que se tratara de la esposa del antiguo rey Herla, el cual desapareció en una cueva hace ya doscientos años. Uno de sus acompañantes se bajó del caballo al oír esto antes de que lo hiciera el perro, y al mismo tocar el suelo se convirtió en polvo al caer sobre él el paso de esos doscientos años. Se dice que el perro todavía no ha descabalgado y que hasta ahora Herla y sus hombres siguen vagando sin hogar ni descanso.

Ilustración de John Bauer para el cuento Los siete deseos, de Alfred Smedberg

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