Los brownie son los espíritus domésticos más conocidos y extendidos de todo el Reino Unido. Son seres feéricos que se establecen en los hogares humanos y ayudan con las tareas diarias de la casa, tratándose del mejor ejemplo de lo que sería un hobgoblin. Están presentes en las Tierras Altas y Bajas de Escocia con el nombre de broonie; en Gales se les conoce como bwca o bwbachod; en Cornualles son los pixie los que desempeñan a veces sus funciones, mientras que en la isla de Man se encuentra el fenoderee. Cuando no están trabajando para una familia, suelen frecuentar molinos, arroyos o estanques y, si son tratados mal, pueden convertirse en un boggart, haciendo que su comportamiento se vuelva molesto y malicioso. Cuando un brownie no era muy inteligente se le llamaba Dunie, que pese a su corta mente siempre tenía buenas intenciones. Como contraparte femenina están las silky (inglés: sedosas), hadas que servían a los humanos de la misma manera que los brownie.
Por lo general se les describe como pequeños hombrecillos de unos sesenta u ochenta centímetros, tienen la tez morena, la cabeza peluda y van vestidos con harapos marrones. En algunas regiones se dice que carecen de nariz y que sólo tienen orificios nasales; en Aberdeenshire se cree que tienen los dedos soldados salvo el pulgar, dándoles el aspecto de llevar manoplas. Cuando anochece se dedican a terminar las tareas que se hayan quedado por hacer en la casa y se encargan de cosas tales como cosechar, segar, trillar, pastorear las ovejas, hacer recados y dar buenos consejos cuando se necesiten. A cambio de sus servicios tienen derecho a un pastel o a un cuenco de la mejor crema o leche de la casa. William Henderson describe en Folk-Lore of the Northern Counties lo que se dejaba apartado para un brownie: «Se le permiten sus pequeños premios, sin embargo, el mayor de estos es el pastel de carne calentado en el horno, tostado sobre las brasas y untado en miel. El ama de casa lo preparará y dejará cuidadosamente en algún lugar donde pueda encontrarlo por casualidad».
Son muy susceptibles y podían ofenderse ante la cosa más nimia, por eso en el extracto anterior se menciona que el ama de casa cuidaba de no darle directamente su pago al brownie, sino que tenía que dejarlo donde pudiera encontrarlo por él mismo. Ante las ofensas o malos tratos solían marcharse del hogar, cosa que ocurrió con un brownie de Cranshaws, cuyo trabajo con la siega fue criticado por sus dueños y por eso se marchó malhumorado. Cualquier ofrenda o pago no convenido por sus servicios podía hacer que el brownie se marchara indignado de la casa, sobretodo si se le entregaba ropa. En Berwickshire se dice que los brownie servían a la humanidad para aliviar el peso de la maldición de Adán, por eso su trabajo no requería de un pago; otra teoría establecía que estos seres eran espíritus libres que no aceptaban el yugo de la ropa y dinero humano, mientras que otras decían que estaban obligados a servir a los humanos hasta que se consideraran lo suficientemente dignos como para dejar su trabajo, cosa que sucedía cuando recibían ropas nuevas y elegantes. Como caso excepcional, un brownie de Lincolnshire, además de comida, tenía por contrato el recibir cada año una fina camisa de lino, pero cuando su dueño murió y heredó la granja su hijo, que era mucho más avaricioso, le dejó como pago un burdo saco de arpillera, ante lo que el brownie dijo:
Por lo contrario, cuando se les trataba bien y se respetaban sus caprichos, los brownies se veían totalmente comprometidos con sus amos. Eran tan serviciales que incluso se hacían bastante impopulares entre los criados, a los que castigaban o ponían en evidencia cuando ganduleaban. Tal fue el caso de dos doncellas que robaron a su ama una cuajada. Cuando se sentaron a comérsela, apareció el brownie entre las dos y se la comió casi toda de un bocado.
Era normal que los brownies se encariñaran en especial con algún miembro de la familia, como fue el caso del brownie que trabajaba para Maxwell, señor de Dalswinton. De todos los habitantes de la casa, a la que más quería era a la hija de Maxwell, con la que trabó gran amistad. Cuando la chica se enamoró, fue el brownie el que le aconsejó en temas amorosos y llevó a cabo los detalles de su boda. Cuando se quedó embarazada y le llegó la hora de dar a luz, se le mandó al mozo de cuadras ir a buscar a la partera, pero el río Nith estaba desbordado y tendría que dar un rodeo que lo retrasaría mucho, por lo que el brownie cogió el mejor caballo de la cuadra y cruzó las aguas con él a toda velocidad, llevando a la partera a tiempo para atender a su amiga. Cuando volvió y dejó al caballo en el establo, se encontró con que el mozo de cuadras todavía no había salido de la casa, pues aún estaba calzándose las botas, así que le dio una sonora paliza por su lentitud.
La historia de este brownie no acabó bien, ya que Maxwell fue convencido de que un sirviente tan útil y mañoso como él se merecía ser bautizado. Así que se escondió en el establo con agua bendita y cuando el brownie entró a realizar sus labores, le salpicó y comenzó a oficiar el bautismo, pero no llegó a terminarlo porque, como ocurre con el resto de hadas y duendes, aborrecen los objetos sagrados y se esfumó tras un gritó cuando le rozó la primera gota de agua.
Aunque se considera que todos los brownies son machos, en las Tierras altas de Escocia se dan historias en las que aparecen algunas de sus mujeres. Un ejemplo sería la conocida como Meg Mullach, Maug Moulach o Maggie Moloch (Meg la peluda), una excelente ama de casa que servía por arte de magia la comida a sus amos, la familia Grant de Tullochgorm, y lloraba por los muertos como una banshee. Meg era astuta y avispada, por lo que solía volverse invisible para darle indicaciones a su amo cuando jugaba al ajedrez. Por su parte, Brownie-Clod, el espíritu que la acompañaba y que era considerado como su hijo o su marido, era muy estúpido y simple, así que los criados solían entretenerse gastándole bromas.
Es posible que esta pareja acabara acechando el molino de Fincastle, al cual no acudía nadie a trabajar por la noche por miedo a encontrarse con estos brownies. Una noche, una chica que estaba preparando su tarta de bodas, vio que se había quedado sin harina y se vio obligada a ir sola al molino cuando estaba anocheciendo porque nadie quería acompañarla. Allí puso a hervir una olla con agua en un gran fuego mientras preparaba todo para moler el grano. Justo a las doce en punto entró por la puerta del molino el brownie macho y le preguntó quién era. Ella contestó «Yo mismo» (Mise mi fein'), y allí se quedó sentada junto al fuego mientras el brownie la miraba con mala cara. Tanto se le acercó el hombrecillo que la muchacha no pudo más, le lanzó asustada el agua hirviendo de la olla y salió corriendo mientras el brownie se adentraba en el bosque aullando de dolor. Mientras huía, la chica oyó a Maggy Moloch preguntarle al otro brownie quién le había hecho eso, a lo que éste sólo pudo decir «Yo mismo» justo antes de morir. Si se lo hubiera hecho un hombre mortal, Maggy se habría vengado, pero ante sus últimas palabras creyó que se lo había hecho él mismo por algún accidente y no pudo hacer nada.
La chica finalmente se casó y se mudó a Strathspey, mientras que el molino de Fincastle quedó abandonado porque Maggy se marchó de él tras el incidente. Pero la chica no escapó de su destino, pues una noche, reunida con unos amigos, le pidieron que contara alguna historia curiosa y narró en voz alta cómo había matado al brownie del molino Fincastle y engañado a Maggy Moloch. Desgraciadamente, Maggy se encontraba cerca y gritó: «¿Tú mataste a mi hombre? ¡Ya no matarás a ninguno más!». Al instante, un taburete de tres patas entró volando por la puerta y la mató de un golpe en la cabeza. Tras esto, Maggy se mudó a una granja cercana donde comenzó a servir bien a los dueños de dicha propiedad y era recompensada con pan y rica crema. Viendo el gran trabajo que hacía la brownie, el granjero decidió despedir al resto de sus trabajadores para no pagar nada y que todo lo hiciera Maggy, pero esto acabó enfadándola tanto que se convirtió en un boggart que no dejó de molestar al granjero hasta que volvió a contratar a todos sus trabajadores.
Katharine Briggs decía en su ¿Quién es quién en el mundo mágico? que los boggart tenían una nariz afilada, a diferencia de los brownies que carecían de ella, y que era muy difícil deshacerse de ellos. Como ocurre con otros muchos trasgos y duendes, aunque la familia intente mudarse, el boggart los acaba siguiendo, como se cuenta en la historia de la familia Gilberston de Yorkshire. El boggart de esta familia molestaba a todos los miembros de la casa, pero le tenía especial inquina a uno de los niños. El pequeño no era consciente del peligro que corría y se divertía jugando con este espíritu, pero la madre sufría al ver cómo las acciones del boggart iban a peor. Al final la familia decidió mudarse, pero cuando se toparon con uno de sus vecinos cuando lo tenían ya todo cargado en las carretas, la voz del boggart surgió de la última de ellas y dijo: «Sí, ya lo ves, vecino. Nos mudamos».
Por lo general se les describe como pequeños hombrecillos de unos sesenta u ochenta centímetros, tienen la tez morena, la cabeza peluda y van vestidos con harapos marrones. En algunas regiones se dice que carecen de nariz y que sólo tienen orificios nasales; en Aberdeenshire se cree que tienen los dedos soldados salvo el pulgar, dándoles el aspecto de llevar manoplas. Cuando anochece se dedican a terminar las tareas que se hayan quedado por hacer en la casa y se encargan de cosas tales como cosechar, segar, trillar, pastorear las ovejas, hacer recados y dar buenos consejos cuando se necesiten. A cambio de sus servicios tienen derecho a un pastel o a un cuenco de la mejor crema o leche de la casa. William Henderson describe en Folk-Lore of the Northern Counties lo que se dejaba apartado para un brownie: «Se le permiten sus pequeños premios, sin embargo, el mayor de estos es el pastel de carne calentado en el horno, tostado sobre las brasas y untado en miel. El ama de casa lo preparará y dejará cuidadosamente en algún lugar donde pueda encontrarlo por casualidad».
Son muy susceptibles y podían ofenderse ante la cosa más nimia, por eso en el extracto anterior se menciona que el ama de casa cuidaba de no darle directamente su pago al brownie, sino que tenía que dejarlo donde pudiera encontrarlo por él mismo. Ante las ofensas o malos tratos solían marcharse del hogar, cosa que ocurrió con un brownie de Cranshaws, cuyo trabajo con la siega fue criticado por sus dueños y por eso se marchó malhumorado. Cualquier ofrenda o pago no convenido por sus servicios podía hacer que el brownie se marchara indignado de la casa, sobretodo si se le entregaba ropa. En Berwickshire se dice que los brownie servían a la humanidad para aliviar el peso de la maldición de Adán, por eso su trabajo no requería de un pago; otra teoría establecía que estos seres eran espíritus libres que no aceptaban el yugo de la ropa y dinero humano, mientras que otras decían que estaban obligados a servir a los humanos hasta que se consideraran lo suficientemente dignos como para dejar su trabajo, cosa que sucedía cuando recibían ropas nuevas y elegantes. Como caso excepcional, un brownie de Lincolnshire, además de comida, tenía por contrato el recibir cada año una fina camisa de lino, pero cuando su dueño murió y heredó la granja su hijo, que era mucho más avaricioso, le dejó como pago un burdo saco de arpillera, ante lo que el brownie dijo:
"Harden, harden, harden hamp! I will neither grind nor stamp. Had you given me linen gear, I had served you many a year. Thrift may go, bad luck may stay. I shall travel far away." |
«¡Avaro, avaro, avaro jorobado! Nunca volveré ni a moler ni a triturar. Si me hubieras dado mi ropa de lino, muchos años te habría servido. Se marcha la prosperidad, se queda la desdicha. A mí me perderéis de vista». |
Por lo contrario, cuando se les trataba bien y se respetaban sus caprichos, los brownies se veían totalmente comprometidos con sus amos. Eran tan serviciales que incluso se hacían bastante impopulares entre los criados, a los que castigaban o ponían en evidencia cuando ganduleaban. Tal fue el caso de dos doncellas que robaron a su ama una cuajada. Cuando se sentaron a comérsela, apareció el brownie entre las dos y se la comió casi toda de un bocado.
Era normal que los brownies se encariñaran en especial con algún miembro de la familia, como fue el caso del brownie que trabajaba para Maxwell, señor de Dalswinton. De todos los habitantes de la casa, a la que más quería era a la hija de Maxwell, con la que trabó gran amistad. Cuando la chica se enamoró, fue el brownie el que le aconsejó en temas amorosos y llevó a cabo los detalles de su boda. Cuando se quedó embarazada y le llegó la hora de dar a luz, se le mandó al mozo de cuadras ir a buscar a la partera, pero el río Nith estaba desbordado y tendría que dar un rodeo que lo retrasaría mucho, por lo que el brownie cogió el mejor caballo de la cuadra y cruzó las aguas con él a toda velocidad, llevando a la partera a tiempo para atender a su amiga. Cuando volvió y dejó al caballo en el establo, se encontró con que el mozo de cuadras todavía no había salido de la casa, pues aún estaba calzándose las botas, así que le dio una sonora paliza por su lentitud.
La historia de este brownie no acabó bien, ya que Maxwell fue convencido de que un sirviente tan útil y mañoso como él se merecía ser bautizado. Así que se escondió en el establo con agua bendita y cuando el brownie entró a realizar sus labores, le salpicó y comenzó a oficiar el bautismo, pero no llegó a terminarlo porque, como ocurre con el resto de hadas y duendes, aborrecen los objetos sagrados y se esfumó tras un gritó cuando le rozó la primera gota de agua.
Maggy Moloch asistiendo a su compañero herido - Ilustración de Alan Lee para Hadas |
Es posible que esta pareja acabara acechando el molino de Fincastle, al cual no acudía nadie a trabajar por la noche por miedo a encontrarse con estos brownies. Una noche, una chica que estaba preparando su tarta de bodas, vio que se había quedado sin harina y se vio obligada a ir sola al molino cuando estaba anocheciendo porque nadie quería acompañarla. Allí puso a hervir una olla con agua en un gran fuego mientras preparaba todo para moler el grano. Justo a las doce en punto entró por la puerta del molino el brownie macho y le preguntó quién era. Ella contestó «Yo mismo» (Mise mi fein'), y allí se quedó sentada junto al fuego mientras el brownie la miraba con mala cara. Tanto se le acercó el hombrecillo que la muchacha no pudo más, le lanzó asustada el agua hirviendo de la olla y salió corriendo mientras el brownie se adentraba en el bosque aullando de dolor. Mientras huía, la chica oyó a Maggy Moloch preguntarle al otro brownie quién le había hecho eso, a lo que éste sólo pudo decir «Yo mismo» justo antes de morir. Si se lo hubiera hecho un hombre mortal, Maggy se habría vengado, pero ante sus últimas palabras creyó que se lo había hecho él mismo por algún accidente y no pudo hacer nada.
La chica finalmente se casó y se mudó a Strathspey, mientras que el molino de Fincastle quedó abandonado porque Maggy se marchó de él tras el incidente. Pero la chica no escapó de su destino, pues una noche, reunida con unos amigos, le pidieron que contara alguna historia curiosa y narró en voz alta cómo había matado al brownie del molino Fincastle y engañado a Maggy Moloch. Desgraciadamente, Maggy se encontraba cerca y gritó: «¿Tú mataste a mi hombre? ¡Ya no matarás a ninguno más!». Al instante, un taburete de tres patas entró volando por la puerta y la mató de un golpe en la cabeza. Tras esto, Maggy se mudó a una granja cercana donde comenzó a servir bien a los dueños de dicha propiedad y era recompensada con pan y rica crema. Viendo el gran trabajo que hacía la brownie, el granjero decidió despedir al resto de sus trabajadores para no pagar nada y que todo lo hiciera Maggy, pero esto acabó enfadándola tanto que se convirtió en un boggart que no dejó de molestar al granjero hasta que volvió a contratar a todos sus trabajadores.
Katharine Briggs decía en su ¿Quién es quién en el mundo mágico? que los boggart tenían una nariz afilada, a diferencia de los brownies que carecían de ella, y que era muy difícil deshacerse de ellos. Como ocurre con otros muchos trasgos y duendes, aunque la familia intente mudarse, el boggart los acaba siguiendo, como se cuenta en la historia de la familia Gilberston de Yorkshire. El boggart de esta familia molestaba a todos los miembros de la casa, pero le tenía especial inquina a uno de los niños. El pequeño no era consciente del peligro que corría y se divertía jugando con este espíritu, pero la madre sufría al ver cómo las acciones del boggart iban a peor. Al final la familia decidió mudarse, pero cuando se toparon con uno de sus vecinos cuando lo tenían ya todo cargado en las carretas, la voz del boggart surgió de la última de ellas y dijo: «Sí, ya lo ves, vecino. Nos mudamos».
Brownie batiendo leche para fabricar mantequilla - Ilustración de Alan Lee para el libro Hadas |
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