Denominaremos como familiares a una clase de duendes o diablillos que se encuentran repartidos por casi toda España. A diferencia de otros duendes, como los trasgos, que se vinculaban a una casa, los familiares estaban ligados a una persona en concreto a la que servían. Como su dueño, el que poseía a estos seres podía venderlos o entregarlos como regalo o en herencia a otra persona. Los familiares varían su aspecto de una región a otra, pero por lo general son descritos como diablillos o insectos tan pequeños que pueden guardarse varios de ellos en una cajita o alfiletero. Son extremadamente trabajadores y pueden realizar obras increíbles en muy poco tiempo, aunque tienen un apetito terrible que debe ser saciado. Cuando son liberados, rondan alrededor de su amo exigiendo comida o tareas por hacer y, si no les da nada, pueden atacarle hasta matarlo.
La forma de conseguirlos también cambia según la zona: algunas tradiciones dicen que pueden ser fabricados a partir de ciertas plantas, capturados en noches especiales o invocados con algún ritual secreto, por lo que se les ha relacionado con la brujería y los pactos demoníacos.
En Ibiza, isla vecina de Mallorca, son llamados fameliar o fameliá, donde se les describen como feos hombrecillos con una boca enorme plagada de dientes; tan fuertes y trabajadores que pueden construir una casa en una sola noche. En Santa Eulalia del Riu cuentan cómo pueden crearse estos seres: debajo del Pont del Dimoni (Puente del Demonio), al despuntar el alba de San Juan, crecería una hierba que habría que recoger y guardar inmediatamente en una botella negra con algo de agua bendita. De no hacerlo rápidamente, la hierba desaparecería porque su vida dura apenas unos segundos. Si se hace bien, germinaría dentro de ella un fameliar. Otra versión dice que habría que acudir a dicho puente a las doce en punto de la noche de San Juan, donde aparecerían los fameliar como luces de colores dispuestos a ser recogidos y metidos en la botella negra, dentro de la cual son invisibles, pero al salir se muestran con su grotesco aspecto repitiendo sin parar «feina o menjar!», lo que significa en catalán «¡trabajo o comida!». Por suerte, si no se les da lo que piden, lo único que harán será incordiar sin cesar al que los ha liberado. Para devolverlos a su botella habría que recitar un encantamiento secreto que nadie ha revelado nunca. Si no se conocen las palabras mágicas, habría que mantenerlos entretenidos con una tarea que no pudieran realizar nunca, como lavar lana negra hasta volverla blanca, pedirles que agarren y pinten una flatulencia o encargarles que desricen y limpien un vello púbico hasta dejarlo blanco. En Pou d'es Lleó se intentó mantener entretenido a uno con tareas tales como dar vueltas por toda la isla, contar los pelos de un gato, las estrellas del firmamento o incluso apagar el Sol a soplidos. Al final consiguieron librarse de él pidiéndole que llenara un pozo con agua salada y, cuando estuviera lleno, transformarla en agua dulce y echarla al mar una y otra vez.
Para hacerse con unos cuantos de estos familiares bastaba con dejar un alfiletero o estuche abierto entre unos helechos en la víspera de la noche de San Juan, siempre que se recojan a medianoche. En Munguía se contaba que el monte en el que se debía dejar el alfiletero era el Sollube, mientras que en Añes se decía que los que recogieran la flor del helecho en la noche de San Juan podrían verlos y hacerse con ellos, algo bastante difícil porque los helechos no dan flores. Si no se tenía la suerte de conseguirlos en la fecha señalada, no pasaba nada, porque en Zarauz se contaba que podían comprarse en una tienda de la lejana Bayona como una simple mercancía más a cambio de una o media onza de oro.
Aquellos que eran poseedores de estos mamures no podían morir mientras aún los tuviera bajo sus órdenes, prolongando su agonía final hasta que los vendiera, los regalara o los espantara pidiéndoles algo que no pudieran hacer. En Bedía aseguraban que una anciana del barrio Burtetza estuvo agonizando durante varios días hasta que el cura que la asistía se dio cuenta de que en su lecho había un saquito lleno de estos espíritus familiares. Cuando lo recogió y lo echó al fuego, salieron los duendecillos dando alaridos y entonces la anciana pudo morir en paz.
El más famoso poseedor de estos mamarros fue el cura y brujo Juanis o Johanes del pueblo navarro de Bargota. De él se cuentan cosas tales como que, gracias a sus familiares, construyó su casa en una sola noche, provocó la aparición de misteriosos toros y que era capaz de trasladarse volando por el aire en una nubecilla blanca. Fue procesado junto con las brujas de Zugarramurdi en el auto de fe que se celebró en Logroño el año 1610, pero sólo fue condenado a llevar durante un año el sambenito. Una leyenda cuenta que Joanis voló hasta Roma gracias a sus mamures y allí se enteró de un complot que había para asesinar al papa Adriano VI. Tras impedirlo y contarle al papa de su relación con las artes oscuras, éste le absolvió de todos sus pecados y le entregó un salvoconducto con el que se libró de una pena mayor cuando fue juzgado en Logroño.
La forma de conseguirlos también cambia según la zona: algunas tradiciones dicen que pueden ser fabricados a partir de ciertas plantas, capturados en noches especiales o invocados con algún ritual secreto, por lo que se les ha relacionado con la brujería y los pactos demoníacos.
Baleares
En Mallorca se les conoce como Dimonis-boiets y tienen el aspecto de inquietos diablillos diminutos con cuernos, cola y una boca desproporcionada. Cuando son liberados de la caña o alfiletero en el que están guardados preguntan: Que farem? Que farem? Que farem? (catalán: ¿qué vamos a hacer?). Si no se les encomienda una tarea la tercera vez que lo preguntan, se lanzan contra su dueño y lo destrozan. Cuando no están sometidos a nadie, acuden a los campesinos a pedirles trabajo, pero, si no les dan nada que hacer, entran en sus casas y lo rompen todo. Por lo general, casi nunca completan lo que se les pide o lo hacen del revés. Para librarse de ellos se les puede encomendar una tarea que no puedan realizar, al igual que ocurre con los trasgos, como pedirles que laven lana negra hasta volverla blanca o recitar el Padre nuestro del revés.En Ibiza, isla vecina de Mallorca, son llamados fameliar o fameliá, donde se les describen como feos hombrecillos con una boca enorme plagada de dientes; tan fuertes y trabajadores que pueden construir una casa en una sola noche. En Santa Eulalia del Riu cuentan cómo pueden crearse estos seres: debajo del Pont del Dimoni (Puente del Demonio), al despuntar el alba de San Juan, crecería una hierba que habría que recoger y guardar inmediatamente en una botella negra con algo de agua bendita. De no hacerlo rápidamente, la hierba desaparecería porque su vida dura apenas unos segundos. Si se hace bien, germinaría dentro de ella un fameliar. Otra versión dice que habría que acudir a dicho puente a las doce en punto de la noche de San Juan, donde aparecerían los fameliar como luces de colores dispuestos a ser recogidos y metidos en la botella negra, dentro de la cual son invisibles, pero al salir se muestran con su grotesco aspecto repitiendo sin parar «feina o menjar!», lo que significa en catalán «¡trabajo o comida!». Por suerte, si no se les da lo que piden, lo único que harán será incordiar sin cesar al que los ha liberado. Para devolverlos a su botella habría que recitar un encantamiento secreto que nadie ha revelado nunca. Si no se conocen las palabras mágicas, habría que mantenerlos entretenidos con una tarea que no pudieran realizar nunca, como lavar lana negra hasta volverla blanca, pedirles que agarren y pinten una flatulencia o encargarles que desricen y limpien un vello púbico hasta dejarlo blanco. En Pou d'es Lleó se intentó mantener entretenido a uno con tareas tales como dar vueltas por toda la isla, contar los pelos de un gato, las estrellas del firmamento o incluso apagar el Sol a soplidos. Al final consiguieron librarse de él pidiéndole que llenara un pozo con agua salada y, cuando estuviera lleno, transformarla en agua dulce y echarla al mar una y otra vez.
Canarias
En las islas Canarias se les llama simplemente «familiares» y podían ser capturados o fabricados. Ya que su dueño había pasado por la ardua tarea de hacerse con ellos, los «familiares» le servían fielmente y éste sólo debía preocuparse de alimentarlos y de que no se le escapasen. Francisco Fajardo Spínola recogió algunos procesos inquisitoriales en los que se mencionaban a los «familiares»: en 1570 se acusó a una mujer de La Gomera de tener un «familiar» encerrado en el interior de un anillo. Ana de la Cruz, una mujer procesada por bruja en 1690, comentó que para crear a un «familiar» bastaba con juntar tres granos de helecho. De Juan de Ascanio, vecino de La Laguna, se decía que tenía un «familiar» encerrado dentro de una caja, pero cuando la abrió su mujer por curiosidad, el diablillo dio un brinco y se escapó aprovechando la ausencia de su amo.Cantabria
Mengues es como se conoce a los familiares de Cantabria. Jesús Callejo dice en su Guía de los seres mágicos de España: Duendes que tienen forma de gusano (ujano en cántabro) y se pueden encontrar bajo los helechos de los montes en las noches de luna llena. Son de carácter maligno y se les hace responsables de todo tipo de enfermedades nerviosas, pero el que los recoja y los guarde en un alfiletero se convierte en su dueño y podrá mandarles cualquier tarea salvo si tienen delante a alguien con rézpede de Culiebra, es decir, la lengua de una serpiente, cuyo veneno era más poderoso que la ilusión de estos diablillos. Para mantener a los mengues hacía falta darles de comer cada día dos libras de carne (unos 900 gr), pues de lo contrario se comerían a su dueño. Nerviosos e inquietos como el resto de familiares, les gustaba cambiar de sitio o esconder las cosas, pero bastaba con mostrarles un cuerno de toro y amenazarles con meterlos dentro para que se estuvieran quietos. El término «mengue» sirve como sinónimo para referirse a los demonios y está ligado al folklore de los gitanos españoles, por eso no sólo se les conoce con ese significado en Cantabria, sino también en aquellos lugares donde se asentaron los gitanos, especialmente en Andalucía.Cataluña
Los maneiróns catalanes, también llamados menairóns y minarións, se pueden fabricar tal y como ocurre con los fameliars ibicencos. Para esto, habría que recoger la semilla de una planta llamada maneironera. Ésta florece dentro de grutas protegidas por dragones y gigantes que sólo permiten el paso cuando suenan las doce campanadas de la noche de San Juan, pero si suena la última campanada mientras estás dentro de la cueva, ya no podrás salir nunca. Para elaborar al maneirón habría que someter a la planta a un proceso similar a la del fameliar. Una vez conseguido, el maneirón hará las tareas más duras que se le encargue sin quejarse, como cultivar la tierra, limpiar la maleza, construir acequias en un instante, fabricar monedas de oro, segar los campos en una noche, etc., incluso se dice de ellos que levantaron todos los dólmenes de Pallars, pero son tan trabajadores que cada vez piden más y más encargos sin apenas descanso entre tarea y tarea, preguntando a su dueño «Què farem? Què direm?» (¿Qué haremos? ¿Qué diremos?). Si su amo no les da una nueva orden, conversación o los mete en su alfiletero antes de que lo pregunten tres veces, le atacarán. En Sarroca de Bellera había un viejo llamado Xollat de Perbes que mandaba a sus maneiróns convertirse en cabras; por el día pacían en los campos y a la noche las ordeñaba. Al morir Xollat, sus parientes intentaron regalar sus maneiróns, pero ningún vecino los quería porque los consideraban artes del Demonio.Galicia
Por las tierras gallegas nos podemos encontrar con los demiños (diablillos), demonios familiares de pantalones rojos que se pueden fabricar haciendo previamente un pacto demoníaco. Para ello habría que ir a medianoche a un lugar desértico, donde no se puedan escuchas las campanas de la iglesia ni el cantar del gallo, y firmar un pacto con el Demonio con sangre de gallina negra. Tras esto se debería cuidar de determinada manera el huevo de un gallo negro o el de una gallina negra montada por un gallo del mismo color. A este huevo se le debería hacer un agujero con un alfiler, fecundarlo con una gota de sangre tras pincharse con la misma aguja el meñique de la mano izquierda y luego taparlo con un poco de cera. Luego, habría que incubarlo bajo la axila izquierda o bajo un montón de estiércol y alimentarlo todos los días con sangre o un poco de azogue. Cuando nazcan los demiños, tendrían que meterse en una cajita y seguir dándoles de comer algo de azogue con limaduras de hierro. Éstos harán cualquier cosa que les mande el poseedor de su cajita. Otro método más sencillo y similar a los de otras regiones de España consistiría en colocar una servilleta virgen o mantel blanco sobre un helecho en la noche de San Juan, cuando amanezca, estaría plagado de demiños. Estos diablillos también son causantes, entre otras cosas, del ramo cativo, o séase, de provocar posesiones demoníacas, como la que sufrió una vecina de Castro Caldelas, que fue poseída por los demiños y sólo accedieron a dejarla cuando les dieron la comida que pedían: un chorizo y una onza de chocolate.País Vasco
Estos seres reciben multitud de nombres en el País Vasco según la zona donde se pregunte, siendo conocidos como mamures, mamarros, mozorros, familejerak, enemigos o enemiguillos, patuek, ximelgorriak, bestemutilak, berreztanak y aidetikako. La gente los describe como insectos o como diablillos con calzones rojos, tal y como indicarían algunos de sus nombres: galtxagorri (euskera: calzas rojas) y prakagorri (euskera: pantalones rojos). José Miguel de Barandiaran los mencionó en su Mitología vasca, donde decía de ellos que eran tan pequeños que cabían cuatro en el alfiletero de su dueño, al que ayudaban con todos sus quehaceres. Era creencia popular que aquellos que realizaban portentos, como los azti (adivinos), sorgin (brujos), curanderos y magos, eran poseedores de un puñado de estos genios.Para hacerse con unos cuantos de estos familiares bastaba con dejar un alfiletero o estuche abierto entre unos helechos en la víspera de la noche de San Juan, siempre que se recojan a medianoche. En Munguía se contaba que el monte en el que se debía dejar el alfiletero era el Sollube, mientras que en Añes se decía que los que recogieran la flor del helecho en la noche de San Juan podrían verlos y hacerse con ellos, algo bastante difícil porque los helechos no dan flores. Si no se tenía la suerte de conseguirlos en la fecha señalada, no pasaba nada, porque en Zarauz se contaba que podían comprarse en una tienda de la lejana Bayona como una simple mercancía más a cambio de una o media onza de oro.
Aquellos que eran poseedores de estos mamures no podían morir mientras aún los tuviera bajo sus órdenes, prolongando su agonía final hasta que los vendiera, los regalara o los espantara pidiéndoles algo que no pudieran hacer. En Bedía aseguraban que una anciana del barrio Burtetza estuvo agonizando durante varios días hasta que el cura que la asistía se dio cuenta de que en su lecho había un saquito lleno de estos espíritus familiares. Cuando lo recogió y lo echó al fuego, salieron los duendecillos dando alaridos y entonces la anciana pudo morir en paz.
El más famoso poseedor de estos mamarros fue el cura y brujo Juanis o Johanes del pueblo navarro de Bargota. De él se cuentan cosas tales como que, gracias a sus familiares, construyó su casa en una sola noche, provocó la aparición de misteriosos toros y que era capaz de trasladarse volando por el aire en una nubecilla blanca. Fue procesado junto con las brujas de Zugarramurdi en el auto de fe que se celebró en Logroño el año 1610, pero sólo fue condenado a llevar durante un año el sambenito. Una leyenda cuenta que Joanis voló hasta Roma gracias a sus mamures y allí se enteró de un complot que había para asesinar al papa Adriano VI. Tras impedirlo y contarle al papa de su relación con las artes oscuras, éste le absolvió de todos sus pecados y le entregó un salvoconducto con el que se libró de una pena mayor cuando fue juzgado en Logroño.
Otros
En otras partes de España también están presentes los familiares, aunque hay poco que destacar de ellos, pues se presentan de manera muy similar a los anteriormente descritos. En Extremadura y Castilla se les llama enemigos y enemiguillos respectivamente, igual que ocurre en el País Vasco; en Asturias, pautos y en Andalucía, cermeños o lanillas.Fameliar y mamures representados en Duendes, obra de Jesús Callejo e ilustrada por Ricardo Sánchez |