El bannik (ruso: баенник; Baennik; plural: байнушко; baynushko; bielorruso: Baennoy, Laznik) es un espíritu de la mitología eslava que está asociado a las saunas (banya). Debido a que las saunas eran vistas como lugares potencialmente sucios y peligrosos también se creía que el bannik podía ser un espíritu caprichoso y perjudicial. Se solía reservar el tercer o cuarto fuego de la sauna para el bannik, pero si era molestado durante su baño asfixiaría a los intrusos con vapor, les lanzaría agua hirviendo e incluso derrumbaría el edificio.
Vive detrás de las estufas o bajo los estantes, por lo general es invisible, pero puede adoptar la forma de un pequeño anciano desnudo y cubierto de tierra, con una gran cabeza, el pelo enmarañado y las extremidades delgadas, también porta un ramo de ramas de abeto. Puede transformarse en gato, perro o conejo blanco. Cuando aparece con forma femenina se le conoce como bannaia o bainikha, y tiene el aspecto de una horrible anciana peluda. Además tiene la habilidad de predecir el futuro. Un hombre le puede consultar exponiéndole la espalda desde la puerta del baño entreabierta. El bannik le frotaría la espalda con cuidado como signo de buen augurio, pero si el hombre tendría problemas en el futuro le arañaría con sus garras. En Navidad también adivina cómo será el futuro esposo de las muchachas. En torno a estas fechas, varios grupos de muchachas se reunían en las saunas, y al prepararse para el baño, se levantaban las faldas. Si el bannik les tocaba el culo con su mano peluda, el esposo de la joven sería rico, si lo hacía con la mano lampiña, sería pobre, y si estaba mojaba, sería un borracho. Como muchos otros espíritus o seres feéricos, el bannik le tiene miedo al hierro.
Los campesinos eslavos no llevaban cruces ni colgaban imágenes sagradas en la sauna, también evitaban bañarse solos o por la noche, así evitaban molestar a este espíritu. El bannik también podía ser propicio con los campesinos, por lo que a menudo le daban las gracias al salir de la sauna o le dejaban jabón, agua y ramas de abeto como regalo. Las mujeres que se bañaban solas corrían el riesgo de ser espiadas por el bannik cuando se desnudaban, y cuando nacía un niño en la sauna, algo que era habitual, la madre y el bebé eran vigilados para prevenir que el bannik se llevase al infante que estaba sin bautizar.
Para apaciguarlo habría que dejar pan de centeno y un puñado de sal como ofrenda, y para evitar que alguna vez haga daño a alguien habría que estrangular un gallo negro y enterrarlo sin desplumar bajo la bañera, intentando que coincida en Jueves Santo.
Aleksandr Uglanov |
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