Salamandra (elemental)

Las salamandras, también conocidas como vulcanos, son los seres elementales del fuego, habitan en él y están formadas por las más puras esencias ígneas. Paracelso dijo que el término usado para referirse a estos espíritus no era su nombre real, sino que se trataba de uno impuesto por los hombres, así que podrían llamarse así por la creencia que existía de que las salamandras reales podían vivir entre las llamas y extinguirlas con su frío cuerpo de anfibio.

Como el resto de elementales, tenían aspecto humano, pero se diferenciaban de los demás en que eran los más altos, esbeltos y donairosos de todos. Se dice que en 1125, Georg Miltenberger, un hombre que vivía en un campo en las cercanías de Freinstein, avistó una aparición que podía ser considerada como una salamandra. La criatura se manifestó en las montañas durante tres noches como un hombre llameante al que se le podían contar las costillas. La primera vez ocurrió un domingo, entre las once y las doce de la noche, causando un gran pánico entre las gentes del lugar porque exhalaba fuego por la nariz y la boca. La salamandra iba de árbol en árbol incendiándolos a su paso hasta que, pasada la medianoche, se desvaneció.

Según el Tratado sobre los elementales de Paracelso, los espíritus elementales tienen el deber de custodiar los tesoros que se hayan en sus territorios, pero, como éstos se originan en las zonas ígneas, las salamandras tienen también el cometido de distribuirlos al resto de elementos.

En El conde de Gabalís se dice que las salamandras sirven a los sabios y a los filósofos, pero son esquivas y no buscan con gran avidez su compañía ni la de otros seres humanos. Más raro que relacionase con una salamandra varón es hacerlo con una de sus esposas o hijas, las cuales gozan de gran belleza, una incluso superior a la de las demás por estar compuestas del elemento más puro. El propio conde de Gabalís instigaba a su aprendiz a casarse con una salamandra por esta misma razón.

Atronach de las llamas en The Elder Scrolls V: Skyrim

Los elementales no tienen alma y al morir desaparecen sin dejar rastro, pero podían conseguir un alma inmortal si contraían matrimonio con un humano. Las salamandras son las más longevas de su clase, por eso no buscan con ansias un encuentro con los mortales como ocurría con las ondinas, porque tenían tiempo de sobra para disfrutar de sus vidas.

Para Gabalís, el pecado original no se cometió al comer del fruto prohibido, sino cuando Adán se reprodujo con Eva en lugar de con las hembras de los elementales. De este modo, tras el Diluvio, Noé aprendió del error de su antepasado y consintió que su esposa repoblara el mundo con una descendencia noble, honrada y superior al unirse con Oromasis, el príncipe de las salamandras, y de igual manera instigó a sus hijos para que entregaran a sus esposas a los príncipes de los otros elementos. El hijo que tuvo Oromasis con la esposa de Noé, a la que llama Vesta, fue Zoroastro, que vivió mil doscientos años y fue llevado a la región de las salamandras por su padre.

También menciona Gabalís que Rómulo, el fundador de Roma, no era hijo del dios Marte, como dice el mito, ni de un íncubo, como afirmaban los cristianos al demonizar a la deidad romana, sino que realmente descendía de una salamandra. Precisamente, por la costumbre religiosa de demonizar a todas las deidades o espíritus desconocidos, los elementales temen aparecerse ante los mortales, sobretodo las salamandras porque, pese a ser fieles religiosas, sus puras llamas pueden ser confundidas con la de los demonios y seres infernales.

Concept-art de Surtr para Thor: Ragnarok - Aleksi Briclot

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