Los silfos, también llamados silvanos por Paracelso en su Tratado de los elementales, son los espíritus elementales que están compuestos por los átomos más puros del aire, elemento en el que también habitan. Tienen aspecto humano, aunque son más altos y robustos que nosotros por vivir en el elemento menos denso de todos. Sus mujeres son conocidas como sílfides, y se dice de ellas en el Diccionario infernal que gozan de una belleza atlética similar a la de las amazonas. Pese a esto, los silfos han pasado a la cultura popular como seres pequeños y etéreos. Al igual que el resto de elementales, se encargan de custodiar los tesoros que se encuentran en sus dominios.
Al vivir en el aire como los humanos, sufren al igual que nosotros si cambian de elemento: se ahogan bajo el agua, se consumen en el fuego y son aplastados por la tierra. También son los más tímidos de todos los elementales, son esquivos y por ello no dominan el idioma de los hombres.
Algunas veces se daba el caso de que la descendencia de los elementales era deforme. De los silfos podían nacer gigantes, por eso, en El Conde de Gabalís se dice que los nephilim, los gigantes bíblicos que nacieron de la unión entre ángeles y humanas, en realidad eran hijos de los silfos. Los silvanos y el resto de elementales querían una unión con los humanos porque sólo mediante el matrimonio podían conseguir un alma inmortal. Según esta obra, los hijos que se tuviera con ellos serían nobles y honorables, y que Adán debía haber poblado la tierra con ellos en lugar de con Eva, siendo esto en realidad el pecado original. Tras el diluvio, Noé era consciente del error que cometió su antepasado y permitió a su mujer ser la pareja de Oromasis, el príncipe de las salamandras, para que repoblara el mundo. También instigó a sus hijos a seguir su ejemplo y que permitieran a sus mujeres unirse a los otros tres príncipes de los elementos. Todos accedieron excepto Cam, que no consintió que su mujer se fuera con el príncipe de los silfos. Por este rechazo, y en una visión racista del mito, Gabalís afirmaba que los descendientes de Cam fueron los negros que habitan en la tórrida África.
Se dice que un silfo cortejó a Gertrudis, una joven monja del monasterio de Colonia, para conseguir la inmortalidad, aunque fue tildado de demonio del mismo modo que ocurrió con el gnomo que tenía por pareja Magdalena de la Cruz. Otra historia cuenta que, en España, una sílfide vivió tres años con su amante humano con el que tuvo tres hijos antes de morir. Gabalís descarta que se tratase de un demonio porque fue capaz de engendrar, cosa que los espíritus no pueden hacer.
De nuevo en España, se da el relato de un silfo que se metamorfoseó para conseguir el amor de una dama sevillana. Esta mujer contaba con el incondicional amor de un caballero castellano, aunque lo rechazaba cruelmente. Viendo que la amaba en vano, una mañana se marchó sin darle explicaciones para que el tiempo y la distancia curara su mal de amor. Un silfo se enamoró de ella y aprovechó la partida del caballero para tomar su aspecto y sustituirle. Tras muchos meses cortejándola e implorando por su amor, consiguió que le amara y tuvieron un hijo cuyo nacimiento mantuvieron en secreto. Su relación continuó hasta que se quedó encinta de un segundo hijo, pero llegó el día en el que el auténtico caballero regresó a Sevilla para decirle a su dama que ya no la amaba más. Esto causó un gran revuelo, pues ella afirmaba que durante esos años le había hecho feliz y que era el padre de sus hijos, pero el caballero tuvo que testimoniar ante los padres de ella que efectivamente había estado ausente durante todos esos años.
De un modo similar aconsejaron los cabalistas a una sílfide que se ganara el amor de un joven señor de Bavaria que había perdido a su esposa recientemente. La sílfide adoptó la forma de la mujer difunta y se presentó ante el joven afligido diciéndole que Dios la había resucitado de entre los muertos para consolarlo. Vivieron muchos años juntos y tuvieron varios hijos, pero el joven acostumbraba a blasfemar y a soltar groserías. La sílfide intentaba corregirlo porque los elementales son muy devotos a Dios, pero al ver que sus intentos eran inútiles, acabó abandonándolo.
Al vivir en el aire como los humanos, sufren al igual que nosotros si cambian de elemento: se ahogan bajo el agua, se consumen en el fuego y son aplastados por la tierra. También son los más tímidos de todos los elementales, son esquivos y por ello no dominan el idioma de los hombres.
Algunas veces se daba el caso de que la descendencia de los elementales era deforme. De los silfos podían nacer gigantes, por eso, en El Conde de Gabalís se dice que los nephilim, los gigantes bíblicos que nacieron de la unión entre ángeles y humanas, en realidad eran hijos de los silfos. Los silvanos y el resto de elementales querían una unión con los humanos porque sólo mediante el matrimonio podían conseguir un alma inmortal. Según esta obra, los hijos que se tuviera con ellos serían nobles y honorables, y que Adán debía haber poblado la tierra con ellos en lugar de con Eva, siendo esto en realidad el pecado original. Tras el diluvio, Noé era consciente del error que cometió su antepasado y permitió a su mujer ser la pareja de Oromasis, el príncipe de las salamandras, para que repoblara el mundo. También instigó a sus hijos a seguir su ejemplo y que permitieran a sus mujeres unirse a los otros tres príncipes de los elementos. Todos accedieron excepto Cam, que no consintió que su mujer se fuera con el príncipe de los silfos. Por este rechazo, y en una visión racista del mito, Gabalís afirmaba que los descendientes de Cam fueron los negros que habitan en la tórrida África.
Se dice que un silfo cortejó a Gertrudis, una joven monja del monasterio de Colonia, para conseguir la inmortalidad, aunque fue tildado de demonio del mismo modo que ocurrió con el gnomo que tenía por pareja Magdalena de la Cruz. Otra historia cuenta que, en España, una sílfide vivió tres años con su amante humano con el que tuvo tres hijos antes de morir. Gabalís descarta que se tratase de un demonio porque fue capaz de engendrar, cosa que los espíritus no pueden hacer.
De nuevo en España, se da el relato de un silfo que se metamorfoseó para conseguir el amor de una dama sevillana. Esta mujer contaba con el incondicional amor de un caballero castellano, aunque lo rechazaba cruelmente. Viendo que la amaba en vano, una mañana se marchó sin darle explicaciones para que el tiempo y la distancia curara su mal de amor. Un silfo se enamoró de ella y aprovechó la partida del caballero para tomar su aspecto y sustituirle. Tras muchos meses cortejándola e implorando por su amor, consiguió que le amara y tuvieron un hijo cuyo nacimiento mantuvieron en secreto. Su relación continuó hasta que se quedó encinta de un segundo hijo, pero llegó el día en el que el auténtico caballero regresó a Sevilla para decirle a su dama que ya no la amaba más. Esto causó un gran revuelo, pues ella afirmaba que durante esos años le había hecho feliz y que era el padre de sus hijos, pero el caballero tuvo que testimoniar ante los padres de ella que efectivamente había estado ausente durante todos esos años.
De un modo similar aconsejaron los cabalistas a una sílfide que se ganara el amor de un joven señor de Bavaria que había perdido a su esposa recientemente. La sílfide adoptó la forma de la mujer difunta y se presentó ante el joven afligido diciéndole que Dios la había resucitado de entre los muertos para consolarlo. Vivieron muchos años juntos y tuvieron varios hijos, pero el joven acostumbraba a blasfemar y a soltar groserías. La sílfide intentaba corregirlo porque los elementales son muy devotos a Dios, pero al ver que sus intentos eran inútiles, acabó abandonándolo.
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