Los gnomos, también llamados pigmeos por Paracelso, son los espíritus elementales que están compuestos por las más sutiles partes de la tierra, en cuyas entrañas habitan hasta casi su centro. Son gente de baja estatura, de unos dos palmos (40/50 cm), que guardan tesoros y minas de pedrería, aprecian a los hombres y son ingeniosos y servidores, abasteciendo a los cabalistas de todo el dinero que necesitan. Paracelso también dijo que son seres luminosos, y al ser tan etéreos suelen ser confundidos con espíritus o fuegos fatuos. Aunque puedan parecer maliciosos, no se deleitan con la maldad, sólo son recelosos de los tesoros que protegen. Sus mujeres son conocidas como gnomidas, son pequeñas, agradables y visten muy curiosamente. A veces la prole de los elementales podía ser monstruosa; en el caso de los gnomos, los seres que nacían deformes eran los enanos, que son estériles y no tienen ni pueden tener alma de ninguna manera.
Los elementos en los que vivían estos seres equivaldrían a la atmósfera en la que vivimos los humanos, así que su densidad variaba en relación a este aspecto. Los gnomos, al vivir en la tierra, son los que menor densidad tenían, pudiendo atravesar las rocas, los muros y las piedras de igual modo que nosotros atravesamos el aire. Por esto pueden ver todo lo que ocurre en el interior de la corteza terrestre y conocer la ubicación de los tesoros de la tierra.
El tratado sobre los elementales de Paracelso dice que la misión de los gnomos es la de guardar los tesoros de la tierra (el oro, la plata, el hierro, las joyas, etc) para que salgan a la luz a su debido tiempo y sean repartidos equitativamente y no les llegue solamente a unos pocos hombres. De este modo, no toleran que aquellos a los que regalan sus tesoros los amontonen y no los repartan.
Los seres elementales carecen de alma y cuando mueren no queda nada de su existencia, pero podían adquirir un alma inmortal si contraían matrimonio con los humanos. Ciertos gnomos, deseosos de ser inmortales, se propusieron conquistar el buen afecto de algunas mujeres halagándolas con abundantes piedras preciosas. El Diccionario infernal y El conde de Gabalís recogen la historia de la célebre Magdalena de la Cruz, santa que llegó a ser abadesa de un convento de Córdoba. Esta devota conoció a la tierna edad de doce años a un gnomo que la convirtió en su amante, al que durante treinta años intentó darle la inmortalidad. El gnomo, por su parte, le servía de espíritu familiar ayudándole a realizar milagros y revelándole eventos presentes y futuros. Finalmente, el clérigo al que le confesó su relación y los misterios de sus milagros la convenció de que su amante en realidad era un demonio o un íncubo y como a tal lo expulsaron. El jurista y filósofo Jean Bodin acusó a otra mujer, Jeanne Hervillers, de ser una bruja y de entablar relación carnal con un gnomo. Como resultado fue condenada a muerte por yacer con la criatura a finales del siglo XVI.
Las salamandras, puesto que son más sutiles que los demás elementales, viven un tiempo muy largo, y por ello no se propasan importunando a los sabios y cabalistas para que los hagan inmortales. No ocurre lo mismo con los silfos, los gnomos y las ondinas, quienes, por vivir menos tiempo, buscan el matrimonio con más ansia.
Los elementos en los que vivían estos seres equivaldrían a la atmósfera en la que vivimos los humanos, así que su densidad variaba en relación a este aspecto. Los gnomos, al vivir en la tierra, son los que menor densidad tenían, pudiendo atravesar las rocas, los muros y las piedras de igual modo que nosotros atravesamos el aire. Por esto pueden ver todo lo que ocurre en el interior de la corteza terrestre y conocer la ubicación de los tesoros de la tierra.
El tratado sobre los elementales de Paracelso dice que la misión de los gnomos es la de guardar los tesoros de la tierra (el oro, la plata, el hierro, las joyas, etc) para que salgan a la luz a su debido tiempo y sean repartidos equitativamente y no les llegue solamente a unos pocos hombres. De este modo, no toleran que aquellos a los que regalan sus tesoros los amontonen y no los repartan.
Los seres elementales carecen de alma y cuando mueren no queda nada de su existencia, pero podían adquirir un alma inmortal si contraían matrimonio con los humanos. Ciertos gnomos, deseosos de ser inmortales, se propusieron conquistar el buen afecto de algunas mujeres halagándolas con abundantes piedras preciosas. El Diccionario infernal y El conde de Gabalís recogen la historia de la célebre Magdalena de la Cruz, santa que llegó a ser abadesa de un convento de Córdoba. Esta devota conoció a la tierna edad de doce años a un gnomo que la convirtió en su amante, al que durante treinta años intentó darle la inmortalidad. El gnomo, por su parte, le servía de espíritu familiar ayudándole a realizar milagros y revelándole eventos presentes y futuros. Finalmente, el clérigo al que le confesó su relación y los misterios de sus milagros la convenció de que su amante en realidad era un demonio o un íncubo y como a tal lo expulsaron. El jurista y filósofo Jean Bodin acusó a otra mujer, Jeanne Hervillers, de ser una bruja y de entablar relación carnal con un gnomo. Como resultado fue condenada a muerte por yacer con la criatura a finales del siglo XVI.
Gnomos custodiando sus tesoros - Revista Mocca, 1930 |
En El conde de Gabalís se dice que el Demonio es enemigo mortal de los elementales y procura que no contraigan matrimonio con los humanos para que no consigan un alma inmortal. A los únicos que no odia tanto es a los gnomos porque, al vivir bajo tierra y estar más cerca del infierno, temen el terrible alboroto que los demonios montan al atormentar a las almas y prefieren seguir siendo mortales que correr el riesgo de sufrir tales tormentos si adquieren un alma. Por esta cercanía, los demonios utilizan a los gnomos para que hagan pactos con los hombres, convenciéndoles de que los libran del peligro del tormento eterno si consiguen que renuncien a su inmortalidad. Así los gnomos, engañados y creyendo que ofrecen una ayuda, les entregan tesoros a los hombres a cambio de que estos hagan mortales a sus almas. Cuando muere el que ha hecho este pacto, su alma muere con su cuerpo y no recibirá la luz de Dios ni el tormento del infierno, abandonando este mundo sin dejar nada de su existencia como ocurre con los elementales, algo que es mucho peor según Gabalís porque: «ser nada es mayor aflicción que estar en el infierno».
Los sabios y cabalistas advierten de este engaño a los gnomos para que eviten caer en las tretas de los demonios, haciéndoles comprender el daño que pueden hacer a los hombres y a sí mismos si prefieren la nada a la inmortalidad. También añade Gabalís que a los gnomos que creen en ellos los casan con sus hijas.
Siguiendo lo dicho por Gabalís, el Sabbath en realidad no sería ni más ni menos que los festejos celebrados por la boda de un gnomo que ha evitado el engaño de los demonios y ha elegido el camino de la inmortalidad con un matrimonio. Estas bodas serían el origen de los alborotos y algarabías que Aristóteles decía que se podían escuchar en ciertas islas en las que no habitaba nadie. En un giro del mito, Gabalís dice que Orfeo fue el primero en convocar a aquellas criaturas subterráneas, y ante su primer sermón, Sabasio, el más viejo de los gnomos, alcanzó la inmortalidad. De este Sabasio tomó su nombre la reunión conocida como Sabbath.
Gnomos acudiendo a la llamada de un mago - Detalle de Augustus Knapp |
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