El folklorista Manuel Llano recogió de la tradición oral cántabra la historia de las mozas del agua, espíritus femeninos acuáticos similares a las xanas asturianas y encantadas que se encuentran por toda España. Según lo que escribió en su obra Brañaflor, las mozas del agua eran doncellas pequeñas y agradables que salían de las fuentes y de los ríos. En la frente tienen una estrella del color de las nubes cuando se pone el sol; en la mano derecha llevaban anillos blancos, mientras que adornaban la muñeca de su mano izquierda con una argolla de oro con franjas negras. Vestían con capas hechas con hilo de plata y oro, iban siempre descalzas y sus cabellos, recogidos en trenzas, eran rubios, al igual que sus pestañas y ojos.
Todas las mañanas salían del agua con muchas madejas de hilos de oro, pero, como estaban empapadas, las ponían a secar al sol para poder hilarlas por la noche. Mientras esperaban a que se secasen, las mozas bailaban agarradas de la mano, riendo y cantando unos cantares muy suaves y alegres. Cuando pisaban el suelo, hacían brotar unas flores amarillas y rosas; si alguien lograba coger una flor de cada cuando las mozas volvían a sus palacios bajo el agua, sería dichoso durante toda su vida, pero nadie lo ha logrado nunca, ya que parece que las flores rosas se deshacían como la espuma.
Si algún muchacho lograba coger un hilo de sus madejas, las mozas tiraban de él y se lo llevaban a su palacio subacuático, donde se casaría con la más guapa de todas. Después, todos los años, en San Juan, el muchacho salía del agua junto a su mujer y dejaban por los senderos del monte una gargantilla, un anillo y un coral que sólo podrían ver las pastoras honradas y cristianas. Las que encontraban estos regalos, tendrían el poder de curar todas las enfermedades usando el agua de las fuentes y de los ríos, además de que sus rebaños serían los de mejor aspecto de todo el monte.
Todas las mañanas salían del agua con muchas madejas de hilos de oro, pero, como estaban empapadas, las ponían a secar al sol para poder hilarlas por la noche. Mientras esperaban a que se secasen, las mozas bailaban agarradas de la mano, riendo y cantando unos cantares muy suaves y alegres. Cuando pisaban el suelo, hacían brotar unas flores amarillas y rosas; si alguien lograba coger una flor de cada cuando las mozas volvían a sus palacios bajo el agua, sería dichoso durante toda su vida, pero nadie lo ha logrado nunca, ya que parece que las flores rosas se deshacían como la espuma.
Si algún muchacho lograba coger un hilo de sus madejas, las mozas tiraban de él y se lo llevaban a su palacio subacuático, donde se casaría con la más guapa de todas. Después, todos los años, en San Juan, el muchacho salía del agua junto a su mujer y dejaban por los senderos del monte una gargantilla, un anillo y un coral que sólo podrían ver las pastoras honradas y cristianas. Las que encontraban estos regalos, tendrían el poder de curar todas las enfermedades usando el agua de las fuentes y de los ríos, además de que sus rebaños serían los de mejor aspecto de todo el monte.
Ilustración de Gustavo Cotera |
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