Roblón

El Roblón, según cuenta el escritor Manuel Llano brevemente en La Braña, era un gigante que tenía los pelos de hierbas secas, las barbas de brezo, las mandíbulas de roble, la nariz de encina, la frente de haya, las piernas de fresno, los brazos de abedul y los ojos de lumbre, tan brillantes que de noche parecían dos llamas redondas y grandes. Era más grande incluso que el ojáncano y doblaba en tamaño al resto de árboles; cuyas ramas más altas era capaz de agitar con su mero jadeo.

Jesús Callejo recoge en su Bestiario mágico los orígenes de este gigante. Se trataba del roble más grande de las tierras de Cantabria, de ahí que recibiera el nombre de «Roblón». Un día frío y tempestuoso, una muchacha que buscaba refugio del temporal se metió en un hueco que había en el tronco de este árbol. Al sentir el calor y la vivez del cuerpo de la chica, el roble adquirió cierta vitalidad y fue capaz de moverse. Igual que una planta carnívora, aprisionó a la joven con su tronco y absorbió su sangre, lo que le permitió crecer aún más y asimilar otros elementos del bosque que tenía a su alrededor; de ahí que su cuerpo se compusiera de diferentes árboles y tuviera aspecto humanoide. De la chica, lo único que quedó fueron sus ojos, que centellean como ascuas en el rostro del Roblón.

Cuando ya no pudo crecer más, sacó sus raíces de la tierra y se dedicó a destrozar todo a su paso. En invierno se entretenía derrumbando las cabañas, abría grandes torcas en los caminos, cubría con peñas los remansos de los arroyos o secaba las fuentes con sus raíces. Según el escritor leonés, unos aldeanos, hartos del Roblón, desviaron un torrente cuando estaba tumbado en el suelo para apagar las llamas de sus ojos. Así quedó ciego y pudieron prenderle fuego.

Concept art de Un monstruo viene a verme - Jim Kay

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