Se conoce como Hombre Manzano (inglés: Apple-Tree Man) al manzano más viejo de los jardines de Somerset. En él reside toda la fertilidad del huerto y se le deben ofrecer las últimas manzanas del año para asegurarse buenas cosechas. Ruth Tongue escuchó la historia de este espíritu y la recogió en su libro The folktales of England.
Según el cuento, cuando el padre de una familia muy extensa de Pitminster murió, toda la herencia fue a caer en manos del hijo más joven, mientras que al mayor y más trabajador no le tocó nada. El joven repartió un poco de lo heredaro entre sus familiares, pero como no le caía bien su hermano mayor, decidió darle la peor parte: un viejo burro y un buey decrépito y cansado, además de que le alquiló la destartalada cabaña rodeada de manzanos donde se crió su padre cuando era niño. El hermano mayor no se quejó en absoluto y se puso manos a la obra para arreglar todo aquello. Cortó las mejores hierbas hierbas y se las dio de comer al burro, el cuál comenzó a engordar; luego frotó al buey con plantas aromáticas mientras pronunciaba ciertos encantos y éste recuperó el brío y las fuerzas. Con los animales recuperados, los puso a pastar en su pequeña finca y trabajó la tierra con ellos, logrando así que los mustios manzanos revivieran milagrosamente.
Nuestro protagonista estuvo tan ocupado con su labor que no pudo conseguir el dinero necesario para pagarle el alquiler a su hermano, pero éste llegó un día y le dijo: «Mañana será Nochebuena, cuando los animales pueden hablar, y sé de buena tinta que en esta finca hay un tesoro enterrado. Nadie sabe dónde está exactamente, así que le preguntaré a tu viejo burro y, si lo hago con tacto, seguro que me lo dirá. Despiértame antes de las doce de la noche y te perdonaré seis peniques del alquiler». La mañana siguiente, el hermano mayor se levantó muy temprano y limpió todo el lugar; puso ramitos de acebo en el establo; ordenó la casa y preparó la leña para el fuego de Navidad. Cuando terminó, apuró las últimas gotas de sidra que le quedaban y las vertió sobre las raíces del manzano más viejo de su parcela. Entonces, el Hombre Manzano despertó por dicha ofrenda y le indicó al protagonista que bajo sus raíces se encontraba un tesoro. Podía quedarse con él, pero no debía decírselo a nadie.
Cuando se acercaba la medianoche, fue puntual a avisar a su hermano menor, que llegó apresudaramente para buscar el tesoro. Al acercarse al establo, pudo oír al burro conversando con el buey: —«¿Te has fijado en este tonto maleducado? Está ahí espiándonos, quiere que le digamos dónde está el tesoro». A lo que el buey le contestó: —«Y el tesoro está en un lugar donde nunca podrá encontrarlo, porque alguien ya se lo ha llevado».
Según el cuento, cuando el padre de una familia muy extensa de Pitminster murió, toda la herencia fue a caer en manos del hijo más joven, mientras que al mayor y más trabajador no le tocó nada. El joven repartió un poco de lo heredaro entre sus familiares, pero como no le caía bien su hermano mayor, decidió darle la peor parte: un viejo burro y un buey decrépito y cansado, además de que le alquiló la destartalada cabaña rodeada de manzanos donde se crió su padre cuando era niño. El hermano mayor no se quejó en absoluto y se puso manos a la obra para arreglar todo aquello. Cortó las mejores hierbas hierbas y se las dio de comer al burro, el cuál comenzó a engordar; luego frotó al buey con plantas aromáticas mientras pronunciaba ciertos encantos y éste recuperó el brío y las fuerzas. Con los animales recuperados, los puso a pastar en su pequeña finca y trabajó la tierra con ellos, logrando así que los mustios manzanos revivieran milagrosamente.
Nuestro protagonista estuvo tan ocupado con su labor que no pudo conseguir el dinero necesario para pagarle el alquiler a su hermano, pero éste llegó un día y le dijo: «Mañana será Nochebuena, cuando los animales pueden hablar, y sé de buena tinta que en esta finca hay un tesoro enterrado. Nadie sabe dónde está exactamente, así que le preguntaré a tu viejo burro y, si lo hago con tacto, seguro que me lo dirá. Despiértame antes de las doce de la noche y te perdonaré seis peniques del alquiler». La mañana siguiente, el hermano mayor se levantó muy temprano y limpió todo el lugar; puso ramitos de acebo en el establo; ordenó la casa y preparó la leña para el fuego de Navidad. Cuando terminó, apuró las últimas gotas de sidra que le quedaban y las vertió sobre las raíces del manzano más viejo de su parcela. Entonces, el Hombre Manzano despertó por dicha ofrenda y le indicó al protagonista que bajo sus raíces se encontraba un tesoro. Podía quedarse con él, pero no debía decírselo a nadie.
Cuando se acercaba la medianoche, fue puntual a avisar a su hermano menor, que llegó apresudaramente para buscar el tesoro. Al acercarse al establo, pudo oír al burro conversando con el buey: —«¿Te has fijado en este tonto maleducado? Está ahí espiándonos, quiere que le digamos dónde está el tesoro». A lo que el buey le contestó: —«Y el tesoro está en un lugar donde nunca podrá encontrarlo, porque alguien ya se lo ha llevado».
Ilustración de Alan Lee para el libro Hadas |
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