Pese a lo que indica su nombre, el gusano de Lambton (inglés: Lambton worm) fue una especie de dragón cuya leyenda se remonta al siglo XIV. En Escocia y en el norte
de Inglaterra a los dragones se los llamaba gusanos (worm), ya que esa era la palabra sajona y escandinava para designarlos. Alguna vez se describía a estos dragones-gusano con alas, en otras ocasiones no tienen patas, pero por lo general están desprovistos de alas y tienen el aspecto de larguísimos lagartos.
La historia de esta criatura comienza un domingo en Weardale, cuando el heredero de los Lambton, un muchacho excéntrico que disfrutaba provocando a los demás, pescó de las aguas del río Wear una extraña criatura que tenía el aspecto de un tritón, pero con nueve agujeros alrededor de la boca. Horrorizado por su aspecto, la lanzó a un estanque que tenía cerca y ahí la dejó olvidada. Con el tiempo, el muchacho se enderezó y dejó su hogar para partir a Tierra Santa, pero, mientras tanto, el monstruo creció tanto que ya no cabía en el estanque y acabó enroscándose en una colina desde la que fue desvastando todo lo que tenía a su alrededor. Los campesinos intentaban aplacar a la bestia ofreciéndole todos los días la leche de nueve vacas, pero no parecía funcionar. Al final, para acabar con el dragón, varios guerreros fueron a su encuentro, aunque todos fueron derrotados ya que, cada vez que lograban seccionar su cuerpo de un espadazo, las dos mitades volvían a unirse y los enroscaba hasta aplastarlos.
Al final, el muchacho regresó a su hogar tras varios años y, al enterarse del horror que se había desatado por su culpa, decidió ser él quien pusiera fin al monstruo. Como había oído del destino que sufrió todo aquel que se enfrentó al dragón, fue a pedir consejo a una sabia anciana, la cual le indicó que primero debía jurar solenemente que, tras acabar con el gusano, debía matar al primer ser vivo con el que se encontrase; de no hacerlo, una maldición caería sobre su descendencia y ningún Lambton moriría pacíficamente en su cama durante nueve generaciones. Luego, le mandó fabricarse una armadura cubierta de pinchos; una vez hecho esto debía subirse a una gran roca que había en medio del río Wear y atacar al dragón cuando bajase a beber agua como siempre hacía al atardecer.
Cuando nuestro protagonista ya lo tenía todo preparado para partir, le indicó a sus siervos que soltasen a uno de sus perros cuando hiciera sonar una trompa a su regreso, así se asegurba de que no tendría que sacrificar una vida humana para no sufrir la maldición de la que le advirtió la anciana. Ya en el río, al primer estoque que le lanzó al dragón, éste lo enroscó con su cuerpo, pero cuanto más fuerte le apretaba, más profundo se le hincaban los pinchos de la armadura. El gusano acabó desangrándose y el heredero de los Lambton lo hizo pedazos. Desgraciadamente para él, cuando regresó a su castillo, al primero que se encontró fue a su padre, que estaba esperándole preocupado. Pese a esto, mató al perro que llegó después, creyendo que así bastaría para no cumplir la profecía, pero tal y como le fue dicho, durante nueve generaciones ningún Lambton murió tranquilamente en su cama.
La historia de esta criatura comienza un domingo en Weardale, cuando el heredero de los Lambton, un muchacho excéntrico que disfrutaba provocando a los demás, pescó de las aguas del río Wear una extraña criatura que tenía el aspecto de un tritón, pero con nueve agujeros alrededor de la boca. Horrorizado por su aspecto, la lanzó a un estanque que tenía cerca y ahí la dejó olvidada. Con el tiempo, el muchacho se enderezó y dejó su hogar para partir a Tierra Santa, pero, mientras tanto, el monstruo creció tanto que ya no cabía en el estanque y acabó enroscándose en una colina desde la que fue desvastando todo lo que tenía a su alrededor. Los campesinos intentaban aplacar a la bestia ofreciéndole todos los días la leche de nueve vacas, pero no parecía funcionar. Al final, para acabar con el dragón, varios guerreros fueron a su encuentro, aunque todos fueron derrotados ya que, cada vez que lograban seccionar su cuerpo de un espadazo, las dos mitades volvían a unirse y los enroscaba hasta aplastarlos.
Al final, el muchacho regresó a su hogar tras varios años y, al enterarse del horror que se había desatado por su culpa, decidió ser él quien pusiera fin al monstruo. Como había oído del destino que sufrió todo aquel que se enfrentó al dragón, fue a pedir consejo a una sabia anciana, la cual le indicó que primero debía jurar solenemente que, tras acabar con el gusano, debía matar al primer ser vivo con el que se encontrase; de no hacerlo, una maldición caería sobre su descendencia y ningún Lambton moriría pacíficamente en su cama durante nueve generaciones. Luego, le mandó fabricarse una armadura cubierta de pinchos; una vez hecho esto debía subirse a una gran roca que había en medio del río Wear y atacar al dragón cuando bajase a beber agua como siempre hacía al atardecer.
Cuando nuestro protagonista ya lo tenía todo preparado para partir, le indicó a sus siervos que soltasen a uno de sus perros cuando hiciera sonar una trompa a su regreso, así se asegurba de que no tendría que sacrificar una vida humana para no sufrir la maldición de la que le advirtió la anciana. Ya en el río, al primer estoque que le lanzó al dragón, éste lo enroscó con su cuerpo, pero cuanto más fuerte le apretaba, más profundo se le hincaban los pinchos de la armadura. El gusano acabó desangrándose y el heredero de los Lambton lo hizo pedazos. Desgraciadamente para él, cuando regresó a su castillo, al primero que se encontró fue a su padre, que estaba esperándole preocupado. Pese a esto, mató al perro que llegó después, creyendo que así bastaría para no cumplir la profecía, pero tal y como le fue dicho, durante nueve generaciones ningún Lambton murió tranquilamente en su cama.
Ilustración de John Dickson Batten para el libro More English Fairy Tales |
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