El mito de los hombres y mujeres que se transformaban en lobo tuvo su apogeo en Europa durante la Edad Media y a inicios de la edad Moderna, muy ligados a la brujería, lo blasfemo y lo hereje por influencia del cristianismo. El Diablo dotaba a los brujos que hacían un pacto con él con la habilidad de transformarse en diversos animales, siendo el lobo la principal forma que utilizaban para realizar actos malvados. Sabine Baring-Gould indicó en su obra que aquellos animales que carecían de cola eran brujos disfrazados.
Según lo recogido por Jorge Fondebrider en Licantropía, historias de hombres lobo en Occidente, el número de brujas y hechiceros que se transformaban en lobo se disparaba en Livonia, región que forma parte de las actuales Letonia y Estonia. En 1553 Caspar Peucer publicó en su Commentarius de praecipuis divinationum generibus que en Navidad, un muchacho cojo de una pierna (posiblemente un demonio, pues cojea por su pata de macho cabrío), recorre Livonia convocando a los incontables seguidores del Diablo a un cónclave general. Los que se demoraban o iban de mala gana eran azotados por el líder, que llevaba un látigo de hierro, hasta que les brotaba sangre. Una vez reunidos se transformaban en lobos y atacaban al ganado y a los hombres. Cuando llegaban a un río, el líder golpeaba el agua con su látigo y ésta se abría, dejando un sendero seco por el que podía pasar la jauría de licántropos. Esta transformación duraba doce días, al cabo de los cuales la piel de los lobos se desvanecía y volvían a su forma humana.
Un joven labrador seducido por sus promesas se armó con un fusil y esperó a la fiera; al ver que se iba hacia él pesadamente a cuatro patas, le disparó con la mala fortuna de que falló el tiro. Para su sorpresa, el lobo que tenía ante él le descargó un carabinazo que le hirió en la pierna. Aturdido por encontrarse cara a cara con un lobo capaz de manejar un arma, salió huyendo y el lobo-brujo continuó con sus fechorías durante tres inviernos más hasta que fue atrapado por la justicia y enviado de por vida a las galeras.
Este ungüento o grasa mencionado en el caso anterior también aparece en el caso de Pierre Bourgot y Michel Verdung, los hombres lobo de Poligny, cuya historia fue registrada en 1521 y referida por primera vez en el De praestigiis daemonum de Johann Weyer. El investigador inglés Rossell Hope Robbins desechó esta historia considerándola un delirio producido por la tortura a la que fueron sometidos los acusados. Estos sujetos, que finalmente acabaron siendo condenados a la hoguera, fueron juzgados en diciembre de 1521 por el fraile dominico Jean Boin, Inquisidor General de Bensancon.
Al parecer, ambos hombres acudieron a una reunión de brujos en la que Verdung le cubrió el cuerpo a Pierre Bourgot con un ungüento mágico. Éste se convirtió en lobo y, tras dos horas, Verdung le aplicó otro ungüento con el que recuperó su forma humana. Según confesó bajo tortura, como hombre lobo atacó a varias personas. Se arrojó sobre un niño de siete años, pero el muchacho gritó y Pierre tuvo que ponerse sus ropas y convertirse nuevamente en hombre para que no lo descubrieran. Confesó haberse comido a una niña de cuatro años, cuya carne le pareció deliciosa; también le rompió el cuello a otra niña de nueve años y se la comió. Como lobo, copuló con lobas verdaderas y, según señaló Henry Boguet: «estos hombres experimentaron tanto placer como si hubiesen copulado con mujeres».
Otro relato de licantropía en el que se mencionan estos ungüentos fue la historia de Jacques Roulet, el hombre lobo de Angers: en 1598, unos campesinos encontraron el cadáver de un joven de quince años siendo desgarrado por dos lobos. Cuando los persiguieron, encontraron en el bosque a un hombre manchado de sangre con las uñas tan largas como zarpas. El sospechoso, llamado Jacques Roulet, mendigo y vagabundo, fue arrestado y admitió bajo severa coacción que era capaz de transformarse en lobo por medio de un ungüento que le habían proporcionado sus padres. También reveló que en compañía de su hermano Jean y su primo Julien, también licántropos, había asesinado a numerosas mujeres y niños, y devorado su carne. Roulet fue condenado a muerte por licantropía, asesinato y canibalismo; no obstante, gracias a una apelación al Parlamento de París, Roulet fue recluido en un asilo para locos durante dos años, puesto que las autoridades de París juzgaron que su confesión era poco confiable en razón de su debilidad mental.
A 1598 se remontan los datos existentes sobre los miembros de la familia Gandillon, considerados los hombres lobo de Saint Claude, y de los que se dice usaban ungüentos para sus transformaciones. Baring-Gould cuenta su historia, a partir de los datos consignados por Henri Boguet:
Jean de Nynauld apuntó una larga lista de ingredientes utilizados en la preparación de estos ungüentos en su De la Lycanthropie, donde menciona, entre otros ingredientes: raíz de belladona, hierba mora, sangre de murciélago y de abubillas, apio, hollín, perejil, hojas de álamo, adormidera, beleño, cicuta y crustáceos.
Entre los casos más famosos de licantropía que existen en Francia se podría destacar el de Jean Grenier, un joven de trece años al que describieron como un chico pelirrojo y de piel morena; estaba dotado de largos colmillos que le sobresalían de la boca y tenía grandes manos terminadas en uñas negras y pintiagudas. Este muchacho le confesó a una joven de dieciocho años, Jeanne Gaboriant, acompañada de otras chicas, que se vestía con una piel de lobo que le entregó un tal Pierre Labourant, también llamado Señor del Bosque, al que podríamos identificar con el Diablo. Cada lunes, viernes y domingos se transformaba en lobo al ponerse dicha piel y se dedicaba a matar y comer perros, aunque aseguró que la carne de niña era mucho más deliciosa y que devoró a varias doncellas junto a otros nueve licántropos.
Estos mismos detalles se los contaba macabramente a Marguerite Poitier, una chiquilla de trece años a la que hacía compañía cuando pastoreaba sus ovejas cerca de S. Antoine de Pizon. A ella en concreto le especificó dos de sus crímenes: en una ocasión se comió todo lo que pudo del cadáver de una niña y los restos que le quedaron se los echó a un lobo de verdad que pasaba cerca de allí, mientras que a otra muchacha que mató a dentelladas se la comió entera a excepción de los brazos y los hombros. Un día, Marguerite llegó a casa antes de lo acostumbrado totalmente aterrada. Según el testimonio que les dio a sus padres, ese día que salió a pastorear no estaba Grenier con ella, pero un animal salvaje salió de entre unos arbustos cercanos y le desgarró la ropa, aunque por suerte pudo defenderse con su cayado. Esta bestia era similar a un lobo, pero más bajo y robusto; tenía el pelo rojizo, el rabo corto y la cabeza más pequeña que la de un lobo auténtico.
Cuando fue apresado por las autoridades, Grenier se mostró cooperativo y se pudieron corroborar varias partes de su historia. En su interrogatorio desveló que cuando tenía diez u once años, un vecino suyo llamado Duthillaire le presentó al Señor del Bosque, un hombre negro con una cadena alrededor del cuello que le marcó con la uña y le entregó la piel de lobo y un ungüento que le permitían transformarse. También acusó a su padre de ser un hombre lobo y que su madrastra se separó de él cuando le vio vomitar en una ocasión zarpas de perro y dedos de niño. Finalmente, se estipuló que Grenier sufría de debilidad mental y falta de educación y desarrollo moral, por lo que se le sentenció a cadena perpetua en un monasterio de Burdeos, aunque su reclusión duró poco tiempo ya que murió a los veinte años.
No sólo los franceses se las tuvieron que ver con licántropos como Jean Grenier. Alemania también fue azotada por estos sanguinarios brujos, aunque cualquiera de ellos palidecía ante la figura de Peter Stumpp o Stubbe Peeter, el cruel hombre lobo de Colonia. Desde su juventud, Stumpp ya mostraba un caracter vil y maligno, además de un fuerte interés por las artes mágicas y la brujería. No es de extrañar que acabase haciendo un pacto con el Diablo gracias al cual consiguió la habilidad de transformarse en lobo para poder obrar toda clase de males sobre hombres, mujeres y niños sin ser reconocido. Para lograr esto, el Maligno le entregó un cinturón que cambiaba su aspecto al mismo ponérselo. Al principio descargaba su ira contra aquellos que le caían mal, pero una vez le cogió el gusto al derramamiento de sangre no hacía distinciones entre sus víctimas.
En diversas ocasiones recorrió bien vestido y muy cortésmente las calles de Colonia, Bedburg y Cperadt como uno más de los habitantes de esas ciudades, y en más de una oportunidad saludó a aquellos cuyos hijos y amigos había masacrado, pero nadie sospechaba de él. En esos lugares, iba de aquí para allá espiando a doncellas, mujeres o niños para encontrar nuevas víctimas. Si de algún modo podía encontrárselos a solas, los violaba en los campos y luego, ya como lobo, los asesinaba cruelmente. Esto mismo hacía con las muchachas que encontrase pastoreando; y si alguna lo reconocía, le era imposible escapar ya que como lobo era más rápido que cualquier perro de caza.
En pocos años acabó con la vida de trece niños y de dos jóvenes embarazadas, a las que les arrancó los hijos de sus vientres de la manera más sangrienta y salvaje para luego comerse sus corazones todavía palpitantes. Stump además vivía con su hija, Stubbe Beell, de la que abusaba a diario y con la que engendró un hijo, al que con el paso del tiempo acabó devorando convertido en lobo. También cometía incesto con su propia hermana y llegó a seducir a una mujer de buena familia conocida como Katherine Trompin. A pesar de todo esto, la lujuria de Peter Stump no se veía saciada y el mismo Diablo acabó enviándole un súcubo como compañera con la que estuvo siete años.
Los crímenes de Stubbe Peeter continuaron durante veinticinco años sin que nadie sospechara de él, pero hubo un momento en que los habitantes de Colonia, Bedburg y Cperadt se hartaron del lobo que asolaba la región y consiguieron seguirle la pista con una jauría de perros. Viéndose perdido, se quitó el cinturón y volvió a convertirse en hombre, pero los perros seguían ladrándole. Además, los dueños de los perros lo habían visto transformarse, por lo que lo apresaron y lo llevaron a la ciudad, donde ante la sola visión del potro de tortura, confesó toda la verdad. Finalmente se le ató a un rueda y le arrancaron la piel de los huesos con unas tenazas al rojo vivo en diez lugares distintos de su cuerpo. Tras esto, le quebraron brazos y piernas con un hacha de madera y acabaron arrancándole la cabeza del cuerpo. Lo que quedó de su cuerpo fue incinerado, mismo destino que sufrieron su hija y su amante Katherine Trompin por complices de sus actos el 31 de octubre de 1589 en la ciudad de Bedbur. Tras su ejecución, la cabeza de Stump se clavó en una pica en la plaza del pueblo.
En El libro de los hombres lobo, de Sabine Baring-Gould, también cuenta que un hombre aquejado de licantropía fue llevado ante el médico Pomponazzi. El infeliz se había escondido en el heno y, cuando la gente se le acercaba, les gritaba que huyeran, que era un hombre lobo y los destrozaría. Los labriegos querían desollarlo para ver si le crecía el pelo hacia dentro, pero Pomponazzi lo rescató y lo curó.
Según lo recogido por Jorge Fondebrider en Licantropía, historias de hombres lobo en Occidente, el número de brujas y hechiceros que se transformaban en lobo se disparaba en Livonia, región que forma parte de las actuales Letonia y Estonia. En 1553 Caspar Peucer publicó en su Commentarius de praecipuis divinationum generibus que en Navidad, un muchacho cojo de una pierna (posiblemente un demonio, pues cojea por su pata de macho cabrío), recorre Livonia convocando a los incontables seguidores del Diablo a un cónclave general. Los que se demoraban o iban de mala gana eran azotados por el líder, que llevaba un látigo de hierro, hasta que les brotaba sangre. Una vez reunidos se transformaban en lobos y atacaban al ganado y a los hombres. Cuando llegaban a un río, el líder golpeaba el agua con su látigo y ésta se abría, dejando un sendero seco por el que podía pasar la jauría de licántropos. Esta transformación duraba doce días, al cabo de los cuales la piel de los lobos se desvanecía y volvían a su forma humana.
Un ungüento demoníaco
En el Diccionario infernal de Collin de Plancy aparece la historia de un tal M. Maréchal, un brujo que vivió en 1804 en Longueville. Mediante cierto unto infernal, Maréchal se transformaba en oso, lobo o jabalí para aterrorizar a los vecinos, hasta que un día se enamoró de una muchacha de la aldea vecina. Debido al rechazo de la joven, Maréchal decidió acosarla todas las noches bajo forma animal. Aterrada del brujo, la chica acabó pidiendo ayuda a los mozos del lugar, prometiendo los mayores favores al que la librase de aquel brujo.Un joven labrador seducido por sus promesas se armó con un fusil y esperó a la fiera; al ver que se iba hacia él pesadamente a cuatro patas, le disparó con la mala fortuna de que falló el tiro. Para su sorpresa, el lobo que tenía ante él le descargó un carabinazo que le hirió en la pierna. Aturdido por encontrarse cara a cara con un lobo capaz de manejar un arma, salió huyendo y el lobo-brujo continuó con sus fechorías durante tres inviernos más hasta que fue atrapado por la justicia y enviado de por vida a las galeras.
Este ungüento o grasa mencionado en el caso anterior también aparece en el caso de Pierre Bourgot y Michel Verdung, los hombres lobo de Poligny, cuya historia fue registrada en 1521 y referida por primera vez en el De praestigiis daemonum de Johann Weyer. El investigador inglés Rossell Hope Robbins desechó esta historia considerándola un delirio producido por la tortura a la que fueron sometidos los acusados. Estos sujetos, que finalmente acabaron siendo condenados a la hoguera, fueron juzgados en diciembre de 1521 por el fraile dominico Jean Boin, Inquisidor General de Bensancon.
Brujas preparando sus ungüentos mágicos - Grabado anónimo del 1571 |
Otro relato de licantropía en el que se mencionan estos ungüentos fue la historia de Jacques Roulet, el hombre lobo de Angers: en 1598, unos campesinos encontraron el cadáver de un joven de quince años siendo desgarrado por dos lobos. Cuando los persiguieron, encontraron en el bosque a un hombre manchado de sangre con las uñas tan largas como zarpas. El sospechoso, llamado Jacques Roulet, mendigo y vagabundo, fue arrestado y admitió bajo severa coacción que era capaz de transformarse en lobo por medio de un ungüento que le habían proporcionado sus padres. También reveló que en compañía de su hermano Jean y su primo Julien, también licántropos, había asesinado a numerosas mujeres y niños, y devorado su carne. Roulet fue condenado a muerte por licantropía, asesinato y canibalismo; no obstante, gracias a una apelación al Parlamento de París, Roulet fue recluido en un asilo para locos durante dos años, puesto que las autoridades de París juzgaron que su confesión era poco confiable en razón de su debilidad mental.
A 1598 se remontan los datos existentes sobre los miembros de la familia Gandillon, considerados los hombres lobo de Saint Claude, y de los que se dice usaban ungüentos para sus transformaciones. Baring-Gould cuenta su historia, a partir de los datos consignados por Henri Boguet:
«Pernette Gandillon era una muchacha pobre del Jura, que en 1598 se dedicó a recorrer la región en cuatro patas, creyéndose una loba. Un día, mientras recorría el campo en uno de sus accesos de locura licantrópica, llegó hasta donde había dos niños que arrancaban fresas silvestres. Llena de una súbita pasión por sangre, se arrojó sobre la niña y la habría matado a no ser por su hermano, un chiquillo de cuatro años, que la defendió decididamente con un cuchillo. Sin embargo, Pernette le arrancó el arma de la mano, le hizo caer al suelo y le cortó el cuello, de manera que el niño murió por la herida. La gente, furiosa y horrorizada, despedazó a Pernette.Mientras estaban en la cárcel, los Gandillon se comportaban como bestias y, según Boguet, andaban a cuatro patas por la celda, exactamente como lo hacían en los campos; pero decían que les era imposible convertirse en lobos porque ya no tenían más ungüento y habían perdido el poder de hacerlo al estar presos.
Inmediatamente después, Pierre, el hermano de Pernette Gandillon, fue acusado de brujería. Se le imputó haber llevado niños al sabbat, haber hecho granizar y haber recorrido la región bajo la forma de lobo. La transformación se habría efectuado por medio de un ungüento que había recibido del diablo. En una oportunidad, había asumido la forma de una liebre, pero usualmente se presentaba como lobo, y su piel se cubría con un pelo gris lanudo. Rápidamente reconoció que los cargos que se le imputaban estaban bien fundamentados y admitió que, durante los períodos en que se transformaba, había atacado y devorado tanto a animales como a seres humanos. Cuando deseaba recobrar su verdadera forma, rodaba sobre el pasto húmedo de rocío. Su hijo Georges también admitió que había sido ungido con el ungüento y que había acudido al sabbat bajo la forma de lobo. De acuerdo con su propio testimonio, en una de sus expediciones había atacado a dos chivos».
Jean de Nynauld apuntó una larga lista de ingredientes utilizados en la preparación de estos ungüentos en su De la Lycanthropie, donde menciona, entre otros ingredientes: raíz de belladona, hierba mora, sangre de murciélago y de abubillas, apio, hollín, perejil, hojas de álamo, adormidera, beleño, cicuta y crustáceos.
La piel o cinto de lobo
A parte del ungüento, estos brujos completaban su transformación al colocarse una piel de lobo o un cinturón mágico a veces hecho de cuero de lobo y otras de piel huamana extraída de los ahorcados. Esto lo atestigua Richard Verstegan en A Restitution of Decayed Intelligence, donde escribió lo siguiente: «Los hombres lobo son ciertos hechiceros quienes, habiendo untado sus cuerpos con un ungüento que realizan inspirados por el demonio y habiéndose puesto cierto cinturón encantado, se convierten en lobos, no sólo ante la vista de otros, sino también ante su propio pensamiento, mientras llevan puesto el cinturón. Y se comportan como verdaderos lobos, atacando y matando a muchas criaturas humanas».Entre los casos más famosos de licantropía que existen en Francia se podría destacar el de Jean Grenier, un joven de trece años al que describieron como un chico pelirrojo y de piel morena; estaba dotado de largos colmillos que le sobresalían de la boca y tenía grandes manos terminadas en uñas negras y pintiagudas. Este muchacho le confesó a una joven de dieciocho años, Jeanne Gaboriant, acompañada de otras chicas, que se vestía con una piel de lobo que le entregó un tal Pierre Labourant, también llamado Señor del Bosque, al que podríamos identificar con el Diablo. Cada lunes, viernes y domingos se transformaba en lobo al ponerse dicha piel y se dedicaba a matar y comer perros, aunque aseguró que la carne de niña era mucho más deliciosa y que devoró a varias doncellas junto a otros nueve licántropos.
Estos mismos detalles se los contaba macabramente a Marguerite Poitier, una chiquilla de trece años a la que hacía compañía cuando pastoreaba sus ovejas cerca de S. Antoine de Pizon. A ella en concreto le especificó dos de sus crímenes: en una ocasión se comió todo lo que pudo del cadáver de una niña y los restos que le quedaron se los echó a un lobo de verdad que pasaba cerca de allí, mientras que a otra muchacha que mató a dentelladas se la comió entera a excepción de los brazos y los hombros. Un día, Marguerite llegó a casa antes de lo acostumbrado totalmente aterrada. Según el testimonio que les dio a sus padres, ese día que salió a pastorear no estaba Grenier con ella, pero un animal salvaje salió de entre unos arbustos cercanos y le desgarró la ropa, aunque por suerte pudo defenderse con su cayado. Esta bestia era similar a un lobo, pero más bajo y robusto; tenía el pelo rojizo, el rabo corto y la cabeza más pequeña que la de un lobo auténtico.
Cuando fue apresado por las autoridades, Grenier se mostró cooperativo y se pudieron corroborar varias partes de su historia. En su interrogatorio desveló que cuando tenía diez u once años, un vecino suyo llamado Duthillaire le presentó al Señor del Bosque, un hombre negro con una cadena alrededor del cuello que le marcó con la uña y le entregó la piel de lobo y un ungüento que le permitían transformarse. También acusó a su padre de ser un hombre lobo y que su madrastra se separó de él cuando le vio vomitar en una ocasión zarpas de perro y dedos de niño. Finalmente, se estipuló que Grenier sufría de debilidad mental y falta de educación y desarrollo moral, por lo que se le sentenció a cadena perpetua en un monasterio de Burdeos, aunque su reclusión duró poco tiempo ya que murió a los veinte años.
No sólo los franceses se las tuvieron que ver con licántropos como Jean Grenier. Alemania también fue azotada por estos sanguinarios brujos, aunque cualquiera de ellos palidecía ante la figura de Peter Stumpp o Stubbe Peeter, el cruel hombre lobo de Colonia. Desde su juventud, Stumpp ya mostraba un caracter vil y maligno, además de un fuerte interés por las artes mágicas y la brujería. No es de extrañar que acabase haciendo un pacto con el Diablo gracias al cual consiguió la habilidad de transformarse en lobo para poder obrar toda clase de males sobre hombres, mujeres y niños sin ser reconocido. Para lograr esto, el Maligno le entregó un cinturón que cambiaba su aspecto al mismo ponérselo. Al principio descargaba su ira contra aquellos que le caían mal, pero una vez le cogió el gusto al derramamiento de sangre no hacía distinciones entre sus víctimas.
Crímenes, captura, tortura y ejecución de Stubbe Peeter - Grabado impreso por Lukas Mayer |
En pocos años acabó con la vida de trece niños y de dos jóvenes embarazadas, a las que les arrancó los hijos de sus vientres de la manera más sangrienta y salvaje para luego comerse sus corazones todavía palpitantes. Stump además vivía con su hija, Stubbe Beell, de la que abusaba a diario y con la que engendró un hijo, al que con el paso del tiempo acabó devorando convertido en lobo. También cometía incesto con su propia hermana y llegó a seducir a una mujer de buena familia conocida como Katherine Trompin. A pesar de todo esto, la lujuria de Peter Stump no se veía saciada y el mismo Diablo acabó enviándole un súcubo como compañera con la que estuvo siete años.
Los crímenes de Stubbe Peeter continuaron durante veinticinco años sin que nadie sospechara de él, pero hubo un momento en que los habitantes de Colonia, Bedburg y Cperadt se hartaron del lobo que asolaba la región y consiguieron seguirle la pista con una jauría de perros. Viéndose perdido, se quitó el cinturón y volvió a convertirse en hombre, pero los perros seguían ladrándole. Además, los dueños de los perros lo habían visto transformarse, por lo que lo apresaron y lo llevaron a la ciudad, donde ante la sola visión del potro de tortura, confesó toda la verdad. Finalmente se le ató a un rueda y le arrancaron la piel de los huesos con unas tenazas al rojo vivo en diez lugares distintos de su cuerpo. Tras esto, le quebraron brazos y piernas con un hacha de madera y acabaron arrancándole la cabeza del cuerpo. Lo que quedó de su cuerpo fue incinerado, mismo destino que sufrieron su hija y su amante Katherine Trompin por complices de sus actos el 31 de octubre de 1589 en la ciudad de Bedbur. Tras su ejecución, la cabeza de Stump se clavó en una pica en la plaza del pueblo.
Pelo bajo la piel
Por último, era creencia popular que los hombres lobo llevaban el pelo animal oculto entre la piel y la carne. Job Fincelius narró la historia de un granjero de Pavía que atacó como lobo a muchos hombres en campo abierto y los descuartizó en 1541. Fue capturado y aseguró a sus captores que la única diferencia que había entre él y un lobo de verdad era que el pelaje de un lobo verdadero crecía hacia fuera, mientras que en él crecía hacia dentro. Para comprobarlo, le cortaron los brazos y las piernas, y el pobre desgraciado murió por esta mutilación.En El libro de los hombres lobo, de Sabine Baring-Gould, también cuenta que un hombre aquejado de licantropía fue llevado ante el médico Pomponazzi. El infeliz se había escondido en el heno y, cuando la gente se le acercaba, les gritaba que huyeran, que era un hombre lobo y los destrozaría. Los labriegos querían desollarlo para ver si le crecía el pelo hacia dentro, pero Pomponazzi lo rescató y lo curó.
Pelaje de lobo bajo la piel humana - Escena de la película Van Helsing |
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